domingo, 14 de noviembre de 2010

El mal

Pandora sabía las consecuencias de aquel acto. La obra de Vulcano, la mujer de barro, nos engañó con su belleza y así Zeus se vengó de Prometeo y de nosotros.

Actualmente, la vida cotidiana está saturada de información poco optimista. La violencia y los desastres ocupan las conversaciones, las páginas de los medios impresos y los espacios de radio y televisión. Pareciera que el mal domina todo. Pero, ¿qué es eso a lo que los creyentes recurren inmediatamente como obra del diablo para explicarlo?

Un filósofo alemán, nacido hace sesenta y cinco años, autor de ¿Cuánta globalización podemos soportar? y Nietzsche. Biografía de su pensamiento, nos habla con enorme erudición sobre el mal, no como concepto, sino como ese algo amenazador que le cierra el paso a la conciencia libre y nos sumerge en un sinsentido, en el caos y hace ver negra nuestra existencia.

Rudiger Safranski escribió hace diez años para Tusquets la obra El mal o El drama de la libertad. En diecisiete capítulos, el autor nos toma de la mano y nos lleva por un camino que inicia con los mitos de origen y llega hasta la confrontación freudiana con el encantamiento religioso del Hombre. Es mucho lo que se ha pensado sobre el mal, desde Hesiodo hasta Kant o Nietzsche.

“El mal pertenece al drama de la libertad humana”, nos dice Safranski sin que todavía conozcamos la dimensión de lo que nosotros mismos hemos creado. Desde que el Hombre abandona el nivel de la naturaleza y asume la conciencia de su ser, comenzó una caída libre en el tiempo: tenemos un pasado opresivo, un “presente huidizo” y un futuro amenazante. Esa conciencia se volvió problemática cuando eligió la libertad.

Podríamos ser concientes y pensar en lo trascendente, ir más allá de nuestra realidad y descubrir la nada o tal vez un Dios, pero no: decidimos transformarnos en seres unidimensionales y eso nos acongoja, no nos reconforta. Las diversas religiones nacen de eso: de la falta de ser.

El mal, dice el filósofo que también escribió sobre Martin Heidegger, “no se halla entre los temas a los que podamos enfrentarnos con una tesis, o con una solución al problema”. Para explicarnos nuestro mundo actual y el mal debemos tener diferentes perspectivas.

Todo comenzó con el mito sobre nuestra libertad. Es curioso que para aquellos griegos que hablaron de dioses incestuosos como Gea, Urano, Cronos y Zeus; de las generaciones de oro, plata y bronce y de la aparición de los hombres nacidos de la tierra y no de dioses, se permitiera la conciencia de la libertad, pero en el cristianismo no. Prometeo nos liberó antes, pero después algo sucedió.

Aristóteles y Platón fueron los primeros filósofos en reflexionar sobre el mal, porque ellos también iniciaron la reflexión sobre la naturaleza del Hombre. Nuestra naturaleza es abierta por el ejercicio del conocimiento y la voluntad libre, eso nos hace diferentes a la naturaleza inorgánica, a las plantas y a los animales.

En esa definición se sucedieron diálogos, reflexiones y opiniones. La clave estaba en que para los pensadores griegos, el Hombre puede y debe regirse por sí mismo; aunque Sócrates lo hace desde una perspectiva empírica y Platón desde el idealismo.

Safranski nos ayuda a recordar cómo en los griegos el mal fue un dualismo con el bien. Y la verdad sorprende cómo en esos tiempos Platón argumentaba que lo contrario al bien es la rebelión, el orden perturbado: la conservación del orden era fundamental para mantener el bien. La institución de las costumbres era fundamental.

No es sobrante mencionar que el sofista Trasímaco argumentaba sobre el origen del desorden: la concentración del poder ilimitado y donde los fuertes defienden ante los débiles su bienestar. Sócrates añade en tono de réplica que el orden se encuentra débilmente sustentado en una rebelión demorada, ya que la enemistad entre dominados y dominadores está en torno al poder.

“Una opinión sólo se convierte en verdad cuando hace verdadero al Hombre, y esto significa cuando lo conduce al bien”, decía Sócrates. En aquellos tiempos, el que alguien actuara en el terreno del bien o del mal, era un asunto del conocimiento suficiente o insuficiente. Pareciera que el mal era exonerado de responsabilidad.

Sócrates servía a un Dios con nombre: Apolo, el cual era venerado en Atenas y era, entre otras cosas, el protector contra el mal, contra la falta de conocimiento. En ese contexto y tenor discutían los griegos.

Pero llegó Agustín de Hipona y con él el pecado original como gran culpa de la Humanidad. Nacimos marcados por el mal y sólo un Dios puede resolvernos el problema. Es la trascendencia la solución y protección a nuestros males y a la maldad.

Largos han sido los siglos hablando del tema. Max Weber considera que el rechazo religioso del mundo comienza con el sufrimiento de la injusticia, la caducidad, la inseguridad y la frustración de expectativas. Para Friedrich Schelling el hombre se convierte en traidor a lo universal, al principio superior de la vida (el Espíritu Santo), porque la “angustia de la vida” lo expulsa del centro que es regla, orden y forma: esa perversión es el origen mal. No debemos, dice Schelling, traicionar la necesidad metafísica y caer en las luchas de la autoafirmación. Algo similar plantea Arthur Schopenhauer.

Thomas Hobbes confía en las instituciones, las que “dan duración, firmeza y límites a los asuntos humanos”. Los límites compiten con el drama humano de la libertad, pues en ellos se encuentra la voluntad de distinguirse y la enemistad humana. Luego de la fracasada torre de Babel, Immanuel Kant sometió el sueño de la unidad pacífica humana a la razón: no hay otra forma de mantener la unidad, decía. Por lo contario, J. J. Rousseau soñó con que el Hombre ofrezca mayor entrega: la llamada voluntad general. El filósofo francés reconoce que el Hombre carga con un pecado original que es el conocimiento, ya que éste engendra diferencias. Él, ingenuamente, buscaba el retorno a la naturaleza.

Y así se podría seguir hablando del excelente trabajo de Rudiger Safranski, que busca ontológicamente las ideas y las reflexiones, así como las referencias hacia entidades metafísicas que expliquen el mal. Desfilan el Marqués de Sade, Flaubert, Baudelaire, Sartre, Bataille, Goethe, Heidegger, Nietzsche y Freud.

Luego de su lectura, queda claro que al mal se le puede entender a través de la religión, de los filósofos y la moral o de los ideólogos y sus reflexiones paradigmáticas. Uno es libre, y ahí comienza el drama, de elegir la fuente que confirme nuestras opiniones y creencias. Pero lo real, lo que ha ganado la humanidad, es que hace mucho perdió la inocencia y la ignorancia.