domingo, 7 de junio de 2009

Diversidad

En una ocasión un amigo me quiso poner a prueba. “Márgaro, ¿cuál es la fiesta, el ritual más importante para tu familia?”. La cena de año nuevo, le contesté. “Bien –retomó el interrogatorio mi interlocutor-, y si en esa cena, donde tienes los mejores vinos, las mejores viandas y todos están perfectamente vestidos, escuchando alguna sonata y ya estando sentados en la mesa, se presenta tu querida hija acompañada de un tenek, o un senegalés, o un musulmán o un menonita, alguien completamente diferente a tu cultura, y ella te dice: papá, te presento a tu futuro yerno, y luego acomoda una silla entre el lugar de ella y el tuyo, ¿qué harías, qué opinas?” Nada, no habría problema y le pondría más agua a los frijoles, le respondí con toda seguridad.

Para el común de las personas el dilema planteado les quedaría como un problema: siempre es más fácil aceptar un discurso, pero la realidad necesita mayor trabajo para ser entendida, aceptada, asimilada.

En 21 de mayo se celebró el Día Mundial de la Diversidad Cultural. El evento se viene realizando desde hace ocho años y fue porque la UNESCO hizo una Declaración al respecto poco después de los atentados a las Torres Gemelas en Nueva York. En ese momento la Declaración se ligaba a circunstancias violentas y buscaba dejar testimonio de la posibilidad del dialogo intercultural y marcar la posición de rechazo al anunciado choque entre culturas y civilizaciones. Pero meses después, con el demoledor ataque a Irak y la destrucción de bienes del patrimonio cultural de ese país, se demostró que los choques entre civilizaciones y culturas pueden estar por encima de una Declaración.

Con aquella guerra quedó en el papel la aspiración de “garantizar la supervivencia de la humanidad y de evitar la tentación segregacionista y fundamentalista que aludiendo las diferencias culturales sacralice esas diferencias y desvirtué el mensaje”.

Para la UNESCO, la cultura es considerada como “el conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o a un grupo social y que abarca, además de las artes y las letras, los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”. De esta forma, la cultura es el principal factor de identidad y cohesión social de una sociedad y que coexiste con otras culturas diversas en el dinámico marco de la mundialización.

El reto en esta coexistencia marcada por los veloces cambios culturales que propician las nuevas tecnologías y la migración es que la diversidad cultural mantenga un diálogo tolerante que permita la confianza y la colaboración.

Un posible beneficio de la aceptación de la diversidad cultural y de su diálogo, es la ampliación del abanico de posibilidades que tendrían todas las culturas: podría ser un factor de crecimiento económico, de desarrollo y de acceso a los productos intelectuales e incluso de compartición de valores morales y afectivos.

A pesar de que la UNESCO propone varias acciones para aplicar el espíritu de la Declaración, la realidad es tan compleja que antes debemos estar atentos a los posibles cambios en los conceptos o a la formulación de nuevos para entender el fenómeno cultural en cada país y sus sectores. Un ejemplo de ello son las cambiantes culturas populares.

Lourdes Arizpe, una destacada antropóloga, que fue junto con Rodolfo Stavenhagen, Guillermo Bonfil y Carlos Monsiváis los que impulsaron las primeras políticas públicas sobre las culturas populares a finales de los años 70s, ha explicado que los cambios en las culturas populares han sido acelerados; tanto desde la perspectiva académica, como al interior de los grupos o comunidades.

Ejemplifica diciendo que antes era fácil hacer una etnografía, hacer un rescate etnográfico, debido a que “las culturas estaban muy bien integradas, tenían territorios, tenían normas, costumbres, usos que habían perdurado durante siglos…”. Eran claras en su perfil; pero en las tres últimas décadas esas culturas, señala Arizpe, se han movido. Se han movido como concepto y en el espacio.

Los portadores de esas culturas –sean mayas, nahuas, mixtecos, campesinos mestizos y nosotros mismos- nos hemos movido: la migración del ámbito rural a las ciudades o a otros países es un factor de cambio sustancial. Ese movimiento nos obliga a adaptarnos a esos nuevos espacios y en ello descartamos o incorporamos elementos y rasgos culturales. Las culturas populares han cambiado.

Además de esas transformaciones culturales, se pueden cuantificar pérdidas reales. Varios idiomas nativos han desparecido o su práctica se ha visto mermada. En México, de las más 65 lenguas indígenas, 13 de ellas tienen menos de 500 hablantes.

Estas pérdidas o muchos de los cambios culturales que son producto de la migración interna o al extranjero, están vinculadas a la pobreza. Si la parte material, económica, de los grupos populares estuviese en otras condiciones, favorables desde luego, tal vez los cambios culturales serían menores o no tan veloces.

La realidad es dura. Porque la pobreza no solamente trae cambios, sino que profundiza las desigualdades. Y esas desigualdades se muestran local, nacional e internacionalmente. La desigualdad no permite, en muchos casos, que esos portadores de cultura accedan o no tomen las oportunidades que ahora ofrece la globalización. Y por el contrario, la desigualdad, ligada a la falta de empleos bien pagados, acerca a la violencia y a la criminalidad.

La desigualdad está ligada a las condiciones económicas y la diversidad a la pluralidad de culturas.

Glocalidad, interactividad cultural, hibridación cultural, propiedad intelectual y propiedad colectiva y gobernanza global son algunos de los nuevos conceptos, que ahora la sociología y la antropología arman para explicarnos cómo los cambios, las vinculaciones extracomunitarias, la certificación y propiedad de los productos y conocimientos indígenas, los desiguales beneficios en el gobernar entre países en perjuicio de los estados-nación y sus comunidades, son ahora los pivotes sobre los que gravita la diversidad cultural.

Entender hoy en día la diversidad no se reduce a compartir la mesa con ella, darle un asiento preferente en el más íntimo ritual familiar; es tratar de explicarnos los acelerados cambios en los inventarios patrimoniales de las sociedades y comunidades, donde la movilidad espacial, las nuevas tecnologías han hecho que lo diverso sea más cercano, en algunos casos, o la desigualdad sea más profunda en la mayoría de las experiencias.