domingo, 19 de julio de 2009

Violencia y adicciones

El pasado jueves se presentó en el Poliforum Rafael Melgar de Chetumal el libro Violencia familiar y adicciones. Todavía ignoro por qué los organizadores del evento me invitaron a comentar el libro, pues ya resolví el cuestionario de la página 79 del texto y en una escala del 0 al 4, apenas llego al 0 y de las adicciones pues nomás no, nada conozco. Yo creo que fue por la amistad.

Entre otras cosas, me tomé la libertad de mencionar que la Violencia se presenta en ocasiones callada, simulada o abierta; en otras se manifiesta de manera distante o cercana; queriéndose pasar como justificada o injustificada, pero siempre está latente o actuante. La violencia es y será per se lastimante para hombres y mujeres, entre los países, al interior de ellos o en las familias.

De la violencia resultan hechos traumáticos, pero también se manifiesta en actos de subordinación y dominación, en acciones de rebeldía y liberación. Ella, en el nivel de los países, en el nivel macro, asume la figura de la paradoja, ya que sin la violencia, en muchos casos no se podrían explicar diversos procesos.

La violencia es mucho más que una emoción humana, como el enojo y la ira: es una conducta aprendida. Está intrínsecamente relacionada con los conflictos, y la violencia está generada por intereses sectoriales, sociales, políticos, religiosos y, sobre todo, económicos, que se van desarrollando a través del tiempo.

Esta afirmación, que a primera vista parece demasiado obvia, no lo es si la enmarcamos como generadora de problemas de salud pública, tal y como lo son los temas de adicción y violencia familiar. La violencia no es un hecho accidental, ocasional: es intencional.

La violencia en el ser humano no es innata, se adquiere y se asume culturalmente. Advertí que mi postura era diferente a la que asume el Dr. Jesús Kumate en el prólogo del libro, cuando menciona que “los humanos con antecedentes de agresividad tienen menos serotonina”. No creo que la violencia o la agresividad estén condicionadas por la genética, por la cantidad de neurotransmisores. El individuo no nace siendo bueno o malo, ni violento o pacífico. La violencia es un concepto, un valor y una práctica que se adquiere en las relaciones sociales.

Estoy convencido que es la sociedad la que produce la violencia, pero no lo hace independiente del Estado. En gran medida éste es quien contribuye en las modalidades y frecuencias de la violencia. La inseguridad social y económica, la corrupción y el miedo, son algunos de los productos directos de la relación Estado-sociedad.

La violencia es social y se le localiza en formas diversas. Se le encuentra en el modelo educativo autoritario que inhibe la creatividad e impone significados; en la injusticia social como forma estructural; en la coerción y la corrupción como conducta institucional; en los sistemas simbólicos religiosos que diseñan roles y esquemas discriminatorios; en la desigual distribución de la riqueza, en la discriminación de clase, de género, de origen y edad como causantes de conflicto; en las relaciones de poder estereotipadas y roles familiares tradicionales que producen desigualdad y dominación doméstica y en la falta de oportunidades laborales que se traducen en migración y marginación.

En el libro se describe, en el primer capítulo, las diversas formas de violencia: de género, la familiar, la física, la psicológica, la sexual, la económica y cómo la violencia se liga, en muchas ocasiones, al consumo de las diversas drogas.

Además de lo anterior, existe la violencia estructural, que propicia la ausencia de reciprocidad y promueve la desigualdad y la intolerancia, y la violencia cultural, la que justifica y legitima todo tipo de ejercicio de poder; son las grandes áreas que hoy nos arrojan preguntas y situaciones lacerantes que se incrustan en la cotidianeidad social.

De estas áreas surgen, se tipifican y se expanden la violencia doméstica, los delitos sexuales, la violencia callejera o juvenil, el maltrato y el descuido a menores y ancianos, la violencia autoinflingida -como el suicidio-, y la violencia social o colectiva.

Aproveché la ocasión para colocar una provocación razonable. Todos sabemos, que en los últimos años se ha dado una masificación de la violencia en los medios de comunicación, especialmente la referida al narcotráfico. Sin negar los más de 11 mil muertos en los últimos dos y medio años, tampoco podemos negar que no conocemos el impacto que causan entre la población los efectos de las imágenes o las notas sobre ejecuciones y torturas entre bandas delictivas. Se ha creado en el imaginario la idea de que el mayor problema de violencia se centra en el narcotráfico, y que todos los esfuerzos gubernamentales y ciudadanos deben enfocarse en el ataque a este tipo de violencia. Con esta percepción, muchas otras formas de violencia han quedado minimizadas o sin una adecuada atención por parte de las instancias de gobierno.

El Instituto para la Seguridad y Democracia (INSyDE) comenta: “En México, el problema de la inseguridad y la violencia no se explica a través de la delincuencia organizada. Se tiene una imagen distorsionada de la realidad. Hay que entender el contexto”, y agrega: “lo que está pasando tiene dos características: la violencia asociada a la delincuencia organizada, que crea una imagen distorsionada, ya que no es una violencia generalizada contra objetivos indiscriminados, sino entre grupos involucrados en el crimen organizado, y la violencia común, intrafamiliar, esa sí ha crecido, principalmente contra mujeres y niños.”

De esta forma, no es raro que la violencia doméstica y de género, de sectores poblacionales altamente vulnerables, quede en un segundo plano. Después de todo, la violencia hacia estos grupos no es tan espectacular como la que ejercen los cárteles de la droga y su ataque frontal tampoco es motivo de grandes movilizaciones de las fuerzas de seguridad. Aunque en términos reales, la violencia que genera delitos y homicidios fuera del narcotráfico sea de magnitud mucho mayor.

Y es que la violencia que se ejerce hacia los grupos vulnerables, en muchas ocasiones no es tan espectacular, ni debe presentarse de esa forma. Simplemente debe combatirse y atender los efectos y daños que causan en esos sectores sociales.

La violencia hacia los grupos vulnerables, especialmente hacia las mujeres, no son etéreas impresiones. En el año 2003, en su Informe Mundial sobre Violencia y Salud, la Organización Mundial de la Salud (OMS), calificó a México como “uno de los países más violentos para las mujeres, y señaló el acoso sexual, la violencia familiar, la violencia psicológica y sexual como las principales agresiones a las que se enfrentan las mujeres mexicanas”.

Esta violencia va acompañada de una creciente desigualdad socioeconómica y marginación, lo que obstaculiza el desarrollo humano de las mujeres y sectores vulnerables.

El libro Violencia familiar y adicciones es un buen esfuerzo del DIF-Quintana Roo, de Centros de Integración Juvenil, A. C. y de la Secretaría de Salud Estatal. Instituciones nobles que, junto a organizaciones como el Observatorio de la Violencia Social y de Género, realizan el contrapeso necesario para que la salud social, y específicamente la familiar, esté en mejores condiciones.

domingo, 5 de julio de 2009

Un día después

El poder se presenta a través de una invisible decisión, por la subordinación de voluntades o por que así está escrito.

Decía Kautilya Chanakya, hace 2300 años, que “la flecha disparada por el arquero podrá matar o no a una única persona. Pero las estratagemas urdidas por el hombre sabio pueden matar incluso al niño en el vientre de su madre”. Podría ser una manera de definir lo que es el poder. O también podríamos recordar al sociólogo Talcott Parsons cuando dice que “el poder se usa para referirse a la capacidad de una persona o grupo, para imponer de forma recurrente su voluntad sobre otros”. O simplemente podemos recurrir al artículo 41 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos cuando dice, en su inciso I, que “los partidos políticos tienen como fin promover la participación del pueblo en la vida democrática, contribuir a la integración de la representación nacional y como organizaciones de ciudadanos, hacer posible el acceso de éstos al ejercicio del poder público”.

A pesar de que en la Roma de los césares ya existían organizaciones políticas vinculadas al poder, los partidos políticos se originaron en el siglo XVII, aunque es hasta el XIX donde adoptan plenamente el sentido y significado que hoy conocemos. Se dice que fue en Gran Bretaña donde los partidos políticos modernos surgieron.

Igual sucedió en México: en el siglo XIX se luchaba por el poder a través de dos partidos: el liberal y el conservador. Posteriormente vendría la Revolución de 1910, la Constitución Política de 1917, la formación del proscrito Partido Comunista Mexicano en 1919 (viejo antecedente del Partido de la Revolución Democrática), la creación del Partido Nacional Revolucionario (antecedente del Partido Revolucionario Institucional) en 1929 y la formación del Partido Acción Nacional en 1939.

En la década de los 40s algunos partidos se transforman o se crean nuevas organizaciones: el Partido de la Revolución Mexicana (posteriormente PRI), el Partido Popular (luego PPS), Partido Revolucionario de Unificación Nacional (PRUN), Partido Laborista y el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana. Varias décadas después, luego de los acontecimientos de 1968, desaparecen unos partidos y aparecen otros: PRT, PMT, PSUM, PLM, FCRM, PST, PRD, PT, PVEM, PDS, PCD, PAS, PMP, Convergencia, PSD, PNA…

Antes de la Revolución Mexicana, la lucha por el poder no era real y formalmente entre partidos políticos, sino entre facciones. La independencia de México había dejado el campo abierto para que el control del poder en México fuera entre dos grupos que experimentaban con caciques, caudillos, el ejército, la iglesia, alianzas con el extranjero…; fueron años de conflictos, donde el consenso no se conoció. El XIX fue difícil y salvo lo avanzado de las Constituciones, la construcción de la democracia no era una práctica, ni una preocupación común.

Tal vez la contienda electoral en los años 40s donde participaron Almazán Andrew, por el PRUN y Ávila Camacho por el PRM, fue el primer indicio de una real lucha partidista. A pesar de los agrios acontecimientos (represión, muertos y hasta una petición de ayuda de Almazán a EUA), por primera vez después de la Revolución se compitió seriamente por el poder a través de los partidos. Posteriormente vendría una larga etapa donde el pluralismo de partidos fue limitado y se mantuvo la hegemonía de uno de ellos.

1988 es un año donde la contienda electoral fue muy reñida y dejó tanta insatisfacción social que las reglas del juego tuvieron que ser cambiadas con la ciudadanización del árbitro de la competencia: en 1990 se crea el Instituto Federal Electoral y en 1996 adquiere plena autonomía. La reforma política que en 1977 había logrado Jesús Reyes Heroles, donde se daban las condiciones para una mayor participación de las minorías políticas en el poder legislativo y creado algunos mecanismos de mayor competencia electoral, no habían sido suficientes. Se adopta un sistema electoral mixto. Ahora sí se avanza en tener un mejor sistema de partidos.

En los años 90s la política y la economía ya eran un binomio inseparable. Desde la administración de José López Portillo, la economía era un asunto muy volátil y explosivo que sólo fue amortiguada por la reforma política de 1977; de no hacerlo así, la inestabilidad social hubiese sido mayor e incontrolable para el gobierno. A lo largo de la última década del siglo XX los efectos de una economía global adquirieron mayor presencia en la vida cotidiana del ciudadano y de la política. Ya no se gobernaba con los discursos estabilizadores, ahora las decisiones políticas se vinculaban con mayor evidencia a medidas que tocaban las tendencias de la macroeconomía y el bolsillo de la microeconomía.

Tal vez por ello, la crisis económica de 1994 y el ingreso de México al Tratado de Libre Comercio -sumado al ambiente creado por los acontecimientos político-sociales del levantamiento indígena en Chiapas, el asesinato de Donaldo Colosio, y a los desacuerdos al interior de la cúpula del PRI, entre tradicionalistas y tecnócratas- contribuyeron en gran medida a que la alternancia del partido en el poder se diera en el año 2000.

Llegamos al 2006. Se presenta una fuerte crisis de credibilidad hacia la institución electoral, luego de los resultados tan reñidos entre dos candidatos a la Presidencia de la República. Se habla con fuerza de un fraude y la ausencia de instrumentos legales por parte de la autoridad electoral para dar respuesta al reclamo son evidentes. Casi de inmediato se presenta en el 2007 una reforma electoral constitucional que pretende solventar las inconsistencias, excesos y vacíos existentes en la reglamentación electoral. Se establecen nuevas obligaciones a los partidos políticos, nuevas formas de tener acceso a los medios electrónicos de comunicación, nuevas atribuciones al IFE, nuevos ordenamientos para realizar las campañas electorales y nuevas reglas para el proceso electoral, específicamente para los cómputos distritales.

Ahora estamos en el 2009. Han pasado unas horas de la jornada electoral para elegir a quienes formarán parte de uno de los poderes constitucionales: el legislativo.

Es un día después de unas elecciones que ponen a prueba las recientes reformas electorales en México y que ahora se enfrentan a una ciudadanía más atenta y exigente.

Ha sido fuerte e importante una campaña paralela a la de los partidos políticos que buscó, en la anulación del voto, una forma de protestar, de inconformarse. La Ciudadanía quiere crecer, desea que los partidos asuman una de sus funciones sociales: que representen sus intereses. Ese es el mensaje.

Las otras funciones sociales de los partidos: la socialización política y la movilización de la opinión pública, no están en juego por el momento. Pero es importante atender los resultados que hoy conoceremos -especialmente la abstención y la anulación del voto-, pues, de lo contario, se está en una situación frágil, de riesgo de la legitimación del sistema político y del poder.