domingo, 7 de diciembre de 2008

El premio

Ese día preferimos sacrificar el descanso y decidimos ir juntos en un viaje relámpago. Algunos de ustedes comprenderán que existen esos momentos en que unas personas que ven el mundo y lo interpretan de manera particular, meten en una bolsa la muda de ropa y el cepillo dental para andar medio millar de kilómetros e ir a aplaudirle por una hora a un poeta.

El pasado 28 de noviembre le fue entregado al escritor maya Wildernain Villegas Carrillo el Premio Nezahualcóyotl de Literatura en Lenguas Mexicanas 2008. El importante premio lo otorga el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, a través de la Dirección General de Culturas Populares.

El evento, preciso y de buen gusto, se realizó en el centenario Teatro “José Peón Contreras” de la ciudad de Mérida, Yucatán. Las educadas voces de una soprano y de un barítono, acompañadas de una orquesta de cuerdas, interpretaron canciones en lengua maya; los conceptuosos discursos de María Antonieta Gallart y de Renán Guillermo y la lectura de poemas por Ofelia Medina y Wildernain, fue el programa de la ceremonia de música y palabra.

Satisfechos estaban Javier España, Ramón Iván Suárez, Norma Quintana, Toribio Cruz y Rodolfo Novelo. Valió la pena ese viaje, que generosamente facilitó la Secretaría de Cultura de Quintana Roo, para acompañar al galardonado.

El poemario premiado se titula Ukáay ch’i’bal (El canto de la estirpe). Su estructura la integran cuatro partes: "Resplandece la huella", "Juego primigenio", "Conjuros de la selva" y "Latidos del Mayab". En conjunto, es, como dice uno de los jurados, una muestra de poética exigente y cuidadosa.

Antes de Villegas Carrillo, en otras ediciones, once poetas indígenas ya han recibido este premio: Víctor de la Cruz (zapoteco), Librado Silva (nahua), Juan Gregorio Regino (mazateco), Natalio Hernández (nahua), Gabriel Pacheco (huichol), Patricio Parra (rarrámuri), Carlos Tachisave (mixteco), Javier Castellanos (zapoteco), Natalia Toledo (zapoteca), Mario Molina (zapoteco) y Juan Hernández (nahua).

Los elementos que permitieron que el jurado eligiera la obra del ex integrante del taller literario de Javier España, fueron el que “toma los lugares comunes y los trata de manera poética, novedosa, con imágenes y juegos de palabras retomadas de la tradición maya”, dice Teresa Dey, o que logró “fundir en crisol poético muy original y de alta calidad… sentimientos profundos y referentes culturales indígenas”, señala Patrick Johansson. Para el escritor nahua Juan Hernández, los poemas de Wildernain están “bien trabajados y colmados de imágenes que logró reflejar la ritualidad y riqueza cultural del pueblo maya”.

El ganador del Premio Nezahualcóyotl 2008 nació hace 27 años en Mérida y es de padres quintanarroenses. Con el bebé en brazos, don Guadalupe y doña María Hilaria se trasladan pronto a su lugar de residencia: Naranjal, municipio de José María Morelos; es aquí donde Wil comienza su andar por la tierra.

Recién tiene manejo de la palabra, el niño comienza a imitar a su mamá que le daba por componer e inventar canciones, mientras su padre le enseñaba los secretos del monte y de los dioses y su abuela Herminia le suministraba el orgullo de ser maya. Años más tarde, al imberbe le da por practicar declamando textos ajenos. Es hasta que llegan los estudios en el nivel secundaria cuando elabora su primer ensayo literario, tenía 14 años de edad. En el Colegio de Bachilleres de José María Morelos conoce a Toribio Cruz, que andaba promoviendo el arte de las letras y eso le confirma que tiene que seguir ese camino. En los primeros años del siglo XXI se traslada a Chetumal y se integra al Taller de Javier España; a partir de ese momento, sólo es cosa de ir puliendo el torrente de imágenes que sus poemas elaboraban.

Para llegar al Premio, Wildernain consiguió becas y espacios donde publicar. Fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Quintana Roo y sus escritos los ha publicado en las revistas Nikte' T'aan (Palabra en flor), Abisal y en el cuaderno U K'iinil Tsibo'ob (Sol de palabras).

Durante la ceremonia, al escritor le ganó un sentimiento que traía guardado desde hace siglos: “Que este galardón sea una ofrenda, a la estirpe que nunca se ha arrodillado, ni jamás se arrodillará ante la discriminación”. Y se mostró agradecido con sus fuentes inspiradoras: “Un gran reconocimiento a mis hermanos mayas de las comunidades que aún tienen la costumbre de transmitir leyendas, mitos y cuentos a través de la oralidad. De esa tradición emana la obra que hoy se festeja”.

Con la seguridad de su trabajo y de su calidad y con el pulso tomado a la interculturalidad de estos tiempos, el que trabaja como promotor cultural para la Secretaría de Cultura de Quintana Roo arrojó a los 500 espectadores sus palabras: “Algunos ven a las letras en lenguas indígenas como una creación de poco valor estético, es tiempo de que la literatura en lenguas indígenas sea considerada por todos parte de la nueva literatura universal, puesto que tiene la fuerza semántica, sintáctica y la creatividad suficientes. Además, es portadora de la profunda cosmovisión de los pueblos, de valores que tanto hacen falta en la actualidad”.

Fue la noche del heredero de una civilización que floreció hace 2 mil doscientos años en un territorio que se extendió por 250 mil kilómetros cuadrados de selva y llanura. Fue la noche de uno de aquellos que sabían escribir sobre piel, madera y piedra y que registraban su historia, rituales y genealogías del poder: “Venimos de los Dioses y hacia los Dioses vamos. Fuimos espiga, somos maíz…, seremos polen”.

El Premio Nazahualcóyolt constituye un reconocimiento a la dignidad de los pueblos indígenas, coincidía con Margarita Zarco y Enrique Martín, dos funcionarios de la cultura en Yucatán que tienen muy claro que no es posible pensar la Península sin el aporte histórico y cultural de los mayas.

En el trayecto a Mérida decidimos comer en Maní, por tres motivos así lo decidimos: el lugar tiene un buen restaurante de comida yucateca, porque históricamente fue sede del linaje de los Xiu, los últimos gobernantes mayas, y para admirar la arquitectura del convento de San Miguel Arcángel que data del siglo XVI.

Ya de regreso a Chetumal, no nos detuvimos en Maní. Pero al ver el letrero en la carretera con su nombre, recordé una versión de la historia: ahí, en 1562, fray Diego de Landa incineró vasijas, códices y todo aquello que llevara signos que hablaran de la historia de los mayas. Contradictoria actitud de una persona que luego se dedicó al estudio de la cultura maya y que, gracias a ello, con el tiempo Yuri Knorosov nos pudo ofrecer las claves epigráficas de lo que queda escrito en los restos arqueológicos.

Aquel acto inquisidor no puede ser reparado con ningún acto de contrición. Fue un gran atentado que para resarcir el daño se necesitarán muchas acciones culturales como el Premio Nezahualcóyotl y muchos escritores como Wildernain, un poeta maya quintanarroense de estos tiempos.

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