lunes, 26 de noviembre de 2007

El Poeta y la Sombra

Con la obra “Sobre la tierra de los muertos”, el jurado integrado para otorgar el Premio Internacional de Poesía “Jaime Sabines”, dio a conocer el pasado 5 de noviembre que el ganador era el chetumaleño Javier España Novelo. En próximos días el Consejo para la Cultura y las Artes de Chiapas hará entrega del estimulo al escritor y posteriormente se editará el poemario.

Con los argumentos de que la obra “tiene varios niveles de lectura: mítico, social, urbano e íntimo y denuncia la deshumanización actual”; de que “el yo lírico es asediado por la ira, la vergüenza y los sueños incumplidos”, además de que “expresa su rebeldía con versos audaces y potentes” y que “el poemario logra un equilibrio entre forma y fondo; en su lenguaje manifiesta un dominio tanto de la métrica clásica como del verso libre”, el jurado conformado por Elvira de Angelis, Ileana Godoy y Reina Barrera, tomaron la acertada decisión.

El Premio que se otorga al que ejerce actualmente la cátedra en la Universidad de Quintana Roo y que dirige un taller literario en el Instituto Quintanarroense de la Cultura, también ha sido entregado en otros años a poetas de la talla de Efraín Bartolomé, Francisco Magaña, Rafael Courtoisie, Florencia Walfisch y Cecilia Romana.

Javier España estudió la licenciatura en Derecho en la Universidad Autónoma de Yucatán y tiene una maestría en Pedagogía por la Universidad de la Habana, Cuba. En su producción poética destacan los libros: “Presencia de otra lluvia”, “La suerte cambia la vida”, “Tras el biombo”, “Neblina para cegar ángeles” y “Travesía de fuegos perseguidos”

En un intento por acercar al lector a la personalidad y al pensamiento del poeta, reproduzco una entrevista realizada a Javier España hace unos meses y que ahora es pertinente publicar. Les dejo, de manera integral, ese diálogo. Verán que vale la pena respirar aire fresco, tomar agua de fuentes puras.

Margarito Molina (MM). Javier, dices que “la poesía es un género en sí mismo, más allá de la discusión semántica”. La poesía es la poesía, no es otra cosa literaria. ¿Pero se puede transformar en medio filosófico cuando ésta se vuelve barroca, en su mejor sentido?

Javier España (JE). Tengo la plena convicción que la poesía es el reencuentro con “el otro”, con el que nos define y nos salva de la intrascendencia. Es un medio, sí, pero que no sólo proporciona, sino también recibe la concepción de mundos particulares. La voz para cumplir este destino queda en la elección de cada poeta. En mi cosmovisión personal, la enunciación barroca permite la infinita connotación de la realidad, que nunca es una.

MM. “La poesía en su origen encuentra su destino. Que nace para verse nacer”. No se trata de arte efímero. ¿Qué es lo que queda de una poesía para trascender los valores estéticos humanos: la forma o el fondo?

JE. Es una añeja discusión válida, a tal punto que este planteamiento se resuelve en poéticas distintas. Han existido poetas que han asumido estas premisas como una alternativa: la forma o el fondo. Sin embargo, yo sigo pensando en el poema como un objeto verbal que debe gestarse con estas dos condiciones. El andamiaje musical (la forma) permite crear una armonía para conducir el mensaje o asunto pretendido (el fondo). Este equilibrio debe resolverse en creación, es decir, seducir o inducir al lector más allá de sus dimensiones perceptivas de asombro y en este concepto caben muchas reflexiones.

MM. Cuando haces referencia a Gastón Bachelard en tus bases filosóficas ¿lo haces por la “poética de la ensoñación” o por las “rupturas epistemológicas” en su filosofía de la imaginación?

JE. Desde luego que Bachelard es una referencia personal, y para los que hemos tenido la oportunidad de leerlo, sabemos que sus teorías poéticas están muy cercanas a su “razonamiento filosófico sobre la ciencia”, sobre todo si comprendemos a ésta como una aspiración creativa que interpreta al mundo. Este “espíritu científico” planteado por Bachelard se asemeja a un arte poética.

MM. Luego de leer “Muerte de Narciso” de José Lezama Lima, descubro que el poeta y ensayista tenía una vasta cultura universal. Tu obra, Javier, tiene mucho de conceptual y noto claramente la influencia de Lezama Lima y de los clásicos en tu erudición. ¿Te definirías como un poeta del racionalismo aplicado?

JE. Siempre una definición es una delimitación. No escribo para autoclasificarme. Sería una contradicción recortar mis características para situarlas en un manual de estudio. Me mueve más la idea de ser leído por alguien que encuentra en mi poesía un fragmento de espejo y que en su propio rostro contemple el mío. La aspiración al “nosotros” como una entidad es lo que me lleva todos los días a intentar el poema.

MM. La suspicacia detectivesca de Conan Doyle y la imaginación de Verne ¿te influyeron en algo?

JE. Son autores que leí en mi infancia. Creo que son lecturas que influyen en cualquiera. He podido entender al paso de los años por qué todavía disfruto estos libros: por la propuesta del misterio, esencia de cualquier arte. Doyle, proyectado en Sherlock Holmes, y Verne, como el niño que sueña despierto y lo sabe todo. Aunque en su percepción de las cosas difieren, uno en su necesidad de descifrar lo inmediato, y el otro en su afán de trascender un hoy en el mañana, los dos son como poetas de diferentes artes poéticas.

MM. Dices que “no es el número de lectores lo que determina la calidad del escritor”. ¿Existen lectores suficientes para tu obra? ¿El ser popular no hace al escritor más reconocido y homenajeado?

JE. Sigo creyendo en el arquetipo “lector” que renuncia al accidente del número. Esta certeza personal me ha permitido el intento de construir una poética donde caben todos los mundos que puedo interpretar. El “reconocimiento” sólo lo entiendo cuando un lector, el lector, lee –aunque sea por azar- mis versos.

MM. ¿Podrías ampliar tu concepto de “cualidad de riesgo” en tu obra y que dices tomar de López Velarde?

JE. No concibo el arte atrapado por paradigmas convencionales. De alguna manera, el arte es una trasgresión a una realidad pretendida y definida por cualquier ideología que decante en supuestos valores culturales y “buenas costumbres”. En el caso de López Velarde, me sigue deslumbrando su intencionalidad de aventura en la palabra, rompiendo el cliché o la metáfora fácil, pero con el afán de trascender su fondo. La lógica del lenguaje se convierte en sus manos una fuente original dentro de la poesía mexicana. Obviamente, habría que proponer la lectura de Octavio Paz para comprender mejor la presencia velardiana en nuestra tradición poética.

MM. ¿A quién prefieres como lector, a Jaime Sabines o a Mario Benedetti? Dos extremos populares: lo amoroso y lo social, aunque este último tiene un poema que rompe la vulgar generalización: “Táctica y estrategia”.

JE. Son dos poetas muy diferentes. Hacer una distinción de ellos por sus territorios poéticos es ardua labor. Sin embargo, si tuviera que escoger a alguno, lo haría por Sabines. A Benedetti lo prefiero como narrador.

MM. ¿A quién disfrutas más, a Octavio Paz o a Jorge Luis Borges?

JE. Ésta es una pregunta terrible. No tengo elección, prefiero seguir viviendo con la escritura de estos dos poetas universales.

MM. ¿El creador de juegos pirotécnicos de lenguaje, que no tienen nada que decir, o los “sentimentalosos” que dicen tanto y que nada dicen, tienen un futuro en la poesía?, ¿hacia dónde va la poesía del siglo XXI?

JE. No sé si la poesía tiene un propósito que vaya paralelo a otros objetivos humanos. Me cuesta trabajo pensar que el arte se reduzca, como dicen muchos, a ser la memoria del hombre. De esta forma, parece tener una labor precisa, positivista y testimonial. Es verdad que la poesía misma ha nombrado al pretérito y al presente como grito y como loa, pero este hoy no es igual a la interpretación convencional de los tiempos, puesto que abarca un mañana que sólo el arte aproxima a las orillas de ser nuestra trascendencia.


EL SITIO, LA PALABRA

Aún sedienta de hastío la palabra,
se contempla en su forma el delirante
devenir que la cifra en agua y fuego.

Es entonces el nombre de la cosa,
de llamarse adjetivo a cada muerte
y romper con el grito la ceniza,

acunar al refugio del trastorno
la materia del sueño y de la angustia
que fecunda el dolor de los espejos.

En memoria del tacto no agoniza
la intemperie que nace del murmullo,
de la sombra ocupando la palabra.

Javier España