domingo, 23 de noviembre de 2008

La Revolución

Tengo dos referentes de aquel movimiento armado de 1910: el saber que medianamente he obtenido y el recuerdo que vivamente me heredaron.

Sobre la Revolución mexicana los estudios han sido prolíficos, al grado que a los historiadores que tratan, o trataron el tema, se les agrupa en cuatro bloques. En el primero aparecen Martín Luis Guzmán y José Vasconcelos; en el segundo grupo destaca Jesús Silva Herzog; en el tercer agrupamiento se encuentran Moisés González Navarro y Jesús Reyes Heroles y en la última generación de estudiosos están John Womack, Jean Meyer, Enrique Krauze, Friedrich Katz, Francois-Xavier Guerra y Héctor Aguilar Camín. Seguramente ya se está formando el quinto grupo; la tela da para más, especialmente el pedazo que cubre los primeros años posrevolucionarios.

Revisando, veo que fui un extremista: recuerdo las crónicas y narraciones de Martín Luis Guzmán y de Vasconcelos, por un lado; y las historias de los actores sociales de Womack, Krauze, Guerra y Aguilar, por el otro lado. Me brinqué a los demás, nada sé de ellos. De estos últimos, confieso que conocí algunos de sus aportes gracias a las sugerencias y a los préstamos que generosamente me hizo Carlos Macías Richard. Estas lecturas, hechas en la primera mitad de los noventas, sepultaron aquella idea de que la historia la hacen los pueblos y ahora podía ver la importancia que tenían los líderes y las élites.

Ya debe notarse que además de mucha bala y de un millón de muertos, la Revolución es una veta de estudio que no se ha terminado, menos ahora que cumplirá 100 años de su inicio.

De esos autores, el que mayor impacto me produjo fue Francois-Xavier Guerra, un historiador francés muerto hace seis años y que, además de su rigurosidad y objetividad científica, era un ferviente militante del Opus Dei. Vale la pena leer las palabras que por esta condición le dedicó In memoriam Jean Meyer.

Guerra escribió el ya clásico México: del Antiguo Régimen a la Revolución. En esta obra analiza los procesos que consolidaron el poder porfirista y los que produjeron su caída. Fuera de lo ortodoxo, el estudioso de Latinoamérica considera que la causa que derrumbó el sistema político de Porfirio Díaz fue su carácter personalista y la resistencia a formar serios y competitivos partidos políticos que permitieran la sucesión en el poder.

El conocimiento detallado que tenía Guerra de la figura del cacique a lo largo de varios estudios, le permitió entender el papel de Porfirio Díaz como un mediador entre universos culturales diferentes y opuestos: el cacique siempre tiene un pie en cada uno de los mundos y lo aprovecha para resolver la relación entre el gobierno y los sectores sociales. De cierta forma, esa tesis fue la que guió al investigador a establecer un modelo que “explicara el tipo de relaciones entre las sociedades tradicionales y el Estado moderno en países del Tercer Mundo”.

En la obra, el investigador del Institut des Hauttes Etudes de l’Amerique Latine indaga la contradicción entre el México moderno: “la convivencia dramática entre la modernidad jurídica y política cimentada hacia 1857 por hombres de la Reforma, y la inmensa ladera de una sociedad tradicional plagada de cotos”. Se interpreta que para Guerra, el régimen de Porfirio Díaz fue una mezcla de compromiso con esa modernidad pero en una ficción democrática.

Pero no se queda en el trabajo de fuentes y de análisis contextual; Guerra sintetiza lo que fue la Revolución. En un panel que compartió con Aguilar Camín, Enrique Florescano y Meyer en 1992, nos dice: “La Revolución mexicana es un mito fundador, es un mito no en el sentido peyorativo de la palabra, sino mito como creencia colectiva, que viene a consolidar esta memoria, que viene a consolidar esta identidad nacional”.

Y es cierto. La Revolución fue un hecho social real, traumático, pero que luego fue sistematizado en sus diversas partes y finalmente integrado a un discurso escolar y político. Todo ello sin una mayor exigencia analítica, sin una posible revisión de los escenarios históricos, de los hombres y las circunstancias.

Esa lectura de Francois-Xavier Guerra y los trabajos de Enrique Krauze me inquietaron y confortaron. Debido tal vez a que una parte de mÍ no proviene de un abolengo revolucionario, esos estudios me han permitido conocer los detalles, los actores sociales y las coyunturas culturales de aquel movimiento.

Innegablemente fue un movimiento justo y reivindicativo del México que no encontró vías para otra forma de lucha política y que entró en crisis por el empate entre lo tradicional y la modernidad.

Pero cuando se crece viviendo entre dos versiones de la historia; entre lo que te enseñan en la escuela y lo que te dice la abuela, el asunto es siempre un tema incómodo.

Sospecho que aquellos libros de educación primaria que se apoyaban en el nacionalismo revolucionario y la microhistoria familiar que la comías y cenabas, fueron causa de esa inquietud que ya fue resuelta por los investigadores de la cuarta generación.

Ahora sólo son anécdotas el cómo esa parte de la familia combatió a los zapatistas, luchó a sangre y fuego por que el pueblo no fuera tomado y las mujeres fueran respetadas. El que el tío-capitán murió en su cama maldiciendo a su primo Emiliano Zapata, o que el bisabuelo-coronel -“por quien llevas su gran nombre”-, no recibió cristiana sepultura porque murió peleando en la agreste campiña y se lo comieron los zopilotes, o que la abuela presumiera su escritura y su lectura de los clásicos que sólo la educación del Dios-Porfirio podía dar.

En fin. Un día encontré en el archivo Porfirio Díaz de la Universidad Iberoamericana cartas entre ellos y me di cuenta que sus amores y lealtades tenían raíces. Pero fue la guerra de ellos. No tengo problemas con las ideas del pariente Emiliano y estoy en paz con la memoria de la abuela.

La Revolución es parte de la historia de México y fue durante un largo tiempo un problema de historia personal, del inconsciente. En ocasiones los historiadores también hacen psicoterapia, y creo que no lo saben.

La Revolución mexicana es, como dice Arnaldo Córdova, un referente constante que permitió que “a su sombra” se pensara en el pasado y que en ella se finque nuestro desarrollo futuro. Pero es necesario que continúen los estudios, que se le siga revisando para no quedarnos en una historia patriotera, fácil y digerible que únicamente sirva para el discurso que nos identifica como un pueblo y una nación. De esta forma, sabremos qué queda, qué es vigente de su ideario en estos tiempos donde los mandatos del libre mercado le dejan muy poco margen al Estado y a su historia.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Los poetas

El auditorio no necesitaba ser más pequeño, no lo requeríamos: la palabra lo llenaba todo.

Escuchar a los poetas es algo que siempre reconforta. Son creadores que indagan en el lenguaje, que buscan permanentemente la perfección de un estilo, de una voz, de una tesitura, todo ello para crear estéticamente un modo de percibir el mundo.

Los bardos, en ocasiones, parecen seres transhumanos que intentan alcanzar una entidad metafenoménica. Son diferentes, no son simples ni en la escritura, ni en la lectura. Ellos buscan el brillo en la frase, un especial fulgor del sentido y el significado que, con cierto ritmo, nos toca el temperamento humano. Un viejo conocido alguna vez me comentó que un poema puede ser sencillo, pero jamás desciende a lo simple. Así son los poetas.

Por diferencia de unas horas, el pasado mes de octubre presentaron sus obras Jorge Pech Casanova y Javier España. El viaje en plenitud es la obra de Jorge y Sobre la tierra de los muertos es el poemario de Javier. Ambos libros tiene en común que son obras premiadas: el de Pech es ganador del Premio Iberoamericano de Poesía “Luis Rosado Vega” en el 2001 y el de España, como ya sabemos, fue el que obtuvo en el 2007 el Premio Internacional de Poesía “Jaime Sabines”.

El auditorio del Museo de la Cultura Maya fue el escenario donde escuchamos algunos poemas construidos por este par de amigos. Subrayo la palabra construir porque esas pequeñas obras literarias son estructuras hechas con los mejores materiales para ser leídas o escuchadas desde diversas perspectivas.

Los teleonómicos escritos de Jorge Pech los conozco desde los primeros años de los noventa, cuando Raúl Cáceres Carenzo y Javier España iniciaron con un taller literario en el antiguo Instituto Quintanarroense Cultura. Desde entonces, sé por donde anda el nacido en Mérida, Yucatán.

Pech ha ido construyendo su tesoro con cierta discreción, con algo de timidez, digamos; pero siempre con pasos seguros. Su hermano Cáceres Carenzo, en referencia al autor de El viaje en plenitud, generosamente dice que Jorge ha vivido y leído bien en estos años, muestra sus armas literarias que son: “conciencia de oficio, del sonido y el sentido de las palabras; conocimiento y obediencia a las fuentes actuantes en la poesía de nuestro tiempo: Saint-John Perse; los poetas ingleses, españoles y latinoamericanos; la historia alucinante de la prosa poética, es decir, del poema situado entre las cadencias de la versificación y esa antigua voluntad-acción de la palabra por la libertad, por una Libertad bajo palabra, como pide Octavio Paz”.

El poemario de Jorge Pech está dividido en varias secciones que, por su estilo y temática, parecen una bitácora que va recogiendo un andar por el mundo real y el mundo de las costumbres literarias: se da el lujo de pasar de un estilo a otro, sea como crítico, sea como poeta. Va un ejemplo de la sección Estos muertos hacen ruido:

“Judiciales y narcos trafican unidos, colaboran, / ríen juntos, / cobran y pagan lo que el negocio buenamente concede. / Vigilan con buen olfato, perspectiva y mano ancha / en retenes que abarcan mucho, aprietan poco, / prosperan más. / Vigilan todos: el narco al policía, el policía a sus ganancias, / el cómplice al socio. / Cumplen con ahínco: las comisiones, / los porcentajes, / los silencios. / Fallan a veces: boquean, / adeudan, /encarcelan, / delatan. / Cartuchos de 9 milímetros enmiendan las faltas, / corrigen traiciones”.

Ahora un ejemplo de la sección Lesiones y bendiciones:

“Relumbramos sin incendio en un ápice de la noche. / Sostenemos un instante en las manos: agua y viento. / Como el aire con un soplo vida escribe en la sangre, /nuestra voz se levanta en murmullos de crepúsculo. / Así atrista la mañana esa nube –y se deslíe.”

Creo que es en la sección titulada Progenie de inquietud es donde se establece antropológicamente una confesión del otro, o tal vez un reencuentro con el mismo poeta. Sólo un fragmento…

“A otra casa con los huesos de mi padre. / Atrás quedó la infancia y la ciudad de mi señor, hoy borrada y silenciosa. / Bajo techos de ramas, / pasan los días en la selva que oculta un sitio donde el alzar de nuevo los afectos, los lechos y la costumbre. / Mi madre está mirando el aguacero descender por la enramada, / y en sus cabellos grises se marchitan los recuerdos de otras lluvias apacibles. / ¿A dónde iremos a dejar los huesos de los mayores, nuestros huesos fatigados por la inquietud, / los desvelos húmedos de aflicción?”…

Es claro que Jorge Pech Casanova maneja la poesía y la crítica con la libertad que le permite una honestidad intelectual. En este sentido, Cáceres Carenzo encuentra en Thomas Eliot las frases adecuadas para ceñir el trabajo del también autor de La sabiduría de la emoción: “hacer lo útil, decir lo justo y contemplar lo bello”.

De la obra de Javier España hay que decir mucho también. Sobre la tierra de los muertos, merece una lectura detenida. No es una obra fácil, nada que se acerque a lo localista y pinturera, porque nunca está destinada para juegos florales de la ruralidad. Más adelante, ya con los ojos cerrados trataré de hablar, de escribir.

Allan Poe decía que el sentido de la belleza es un instinto inmortal arraigado en el espíritu del Hombre. La belleza es un gusto que se ubica entre el intelecto puro y el sentimiento moral, así describe la geografía de la mente. Y que la poesía no es simplemente la descripción de algo bello –“como el lirio que es reflejado en el agua”-; se trata de un entusiasmo, de una vehemencia, de una descripción fiel de las perspectivas y sonidos y fragancia y colores y sentimientos, que comparten en común el género humano. La labor del poeta es “un afán por dejar un testimonio de nuestra perdurable existencia. Es el mismo anhelo que siente la polilla por la estrella”.

La oportunidad de escuchar los trabajos de Jorge Pech y Javier España fue, sin exagerar, lo que alguna vez escribió Gastón Bachelard en Poética del espacio, fue como escuchar “las resonancias que se dispersan sobre los diferentes planos de nuestra vida en el mundo, la repercusión que nos llama a una profundización de nuestra propia existencia”.