El auditorio no necesitaba ser más pequeño, no lo requeríamos: la palabra lo llenaba todo.
Escuchar a los poetas es algo que siempre reconforta. Son creadores que indagan en el lenguaje, que buscan permanentemente la perfección de un estilo, de una voz, de una tesitura, todo ello para crear estéticamente un modo de percibir el mundo.
Los bardos, en ocasiones, parecen seres transhumanos que intentan alcanzar una entidad metafenoménica. Son diferentes, no son simples ni en la escritura, ni en la lectura. Ellos buscan el brillo en la frase, un especial fulgor del sentido y el significado que, con cierto ritmo, nos toca el temperamento humano. Un viejo conocido alguna vez me comentó que un poema puede ser sencillo, pero jamás desciende a lo simple. Así son los poetas.
Por diferencia de unas horas, el pasado mes de octubre presentaron sus obras Jorge Pech Casanova y Javier España. El viaje en plenitud es la obra de Jorge y Sobre la tierra de los muertos es el poemario de Javier. Ambos libros tiene en común que son obras premiadas: el de Pech es ganador del Premio Iberoamericano de Poesía “Luis Rosado Vega” en el 2001 y el de España, como ya sabemos, fue el que obtuvo en el 2007 el Premio Internacional de Poesía “Jaime Sabines”.
El auditorio del Museo de la Cultura Maya fue el escenario donde escuchamos algunos poemas construidos por este par de amigos. Subrayo la palabra construir porque esas pequeñas obras literarias son estructuras hechas con los mejores materiales para ser leídas o escuchadas desde diversas perspectivas.
Los teleonómicos escritos de Jorge Pech los conozco desde los primeros años de los noventa, cuando Raúl Cáceres Carenzo y Javier España iniciaron con un taller literario en el antiguo Instituto Quintanarroense Cultura. Desde entonces, sé por donde anda el nacido en Mérida, Yucatán.
Pech ha ido construyendo su tesoro con cierta discreción, con algo de timidez, digamos; pero siempre con pasos seguros. Su hermano Cáceres Carenzo, en referencia al autor de El viaje en plenitud, generosamente dice que Jorge ha vivido y leído bien en estos años, muestra sus armas literarias que son: “conciencia de oficio, del sonido y el sentido de las palabras; conocimiento y obediencia a las fuentes actuantes en la poesía de nuestro tiempo: Saint-John Perse; los poetas ingleses, españoles y latinoamericanos; la historia alucinante de la prosa poética, es decir, del poema situado entre las cadencias de la versificación y esa antigua voluntad-acción de la palabra por la libertad, por una Libertad bajo palabra, como pide Octavio Paz”.
El poemario de Jorge Pech está dividido en varias secciones que, por su estilo y temática, parecen una bitácora que va recogiendo un andar por el mundo real y el mundo de las costumbres literarias: se da el lujo de pasar de un estilo a otro, sea como crítico, sea como poeta. Va un ejemplo de la sección Estos muertos hacen ruido:
“Judiciales y narcos trafican unidos, colaboran, / ríen juntos, / cobran y pagan lo que el negocio buenamente concede. / Vigilan con buen olfato, perspectiva y mano ancha / en retenes que abarcan mucho, aprietan poco, / prosperan más. / Vigilan todos: el narco al policía, el policía a sus ganancias, / el cómplice al socio. / Cumplen con ahínco: las comisiones, / los porcentajes, / los silencios. / Fallan a veces: boquean, / adeudan, /encarcelan, / delatan. / Cartuchos de 9 milímetros enmiendan las faltas, / corrigen traiciones”.
Ahora un ejemplo de la sección Lesiones y bendiciones:
“Relumbramos sin incendio en un ápice de la noche. / Sostenemos un instante en las manos: agua y viento. / Como el aire con un soplo vida escribe en la sangre, /nuestra voz se levanta en murmullos de crepúsculo. / Así atrista la mañana esa nube –y se deslíe.”
Creo que es en la sección titulada Progenie de inquietud es donde se establece antropológicamente una confesión del otro, o tal vez un reencuentro con el mismo poeta. Sólo un fragmento…
“A otra casa con los huesos de mi padre. / Atrás quedó la infancia y la ciudad de mi señor, hoy borrada y silenciosa. / Bajo techos de ramas, / pasan los días en la selva que oculta un sitio donde el alzar de nuevo los afectos, los lechos y la costumbre. / Mi madre está mirando el aguacero descender por la enramada, / y en sus cabellos grises se marchitan los recuerdos de otras lluvias apacibles. / ¿A dónde iremos a dejar los huesos de los mayores, nuestros huesos fatigados por la inquietud, / los desvelos húmedos de aflicción?”…
Es claro que Jorge Pech Casanova maneja la poesía y la crítica con la libertad que le permite una honestidad intelectual. En este sentido, Cáceres Carenzo encuentra en Thomas Eliot las frases adecuadas para ceñir el trabajo del también autor de La sabiduría de la emoción: “hacer lo útil, decir lo justo y contemplar lo bello”.
De la obra de Javier España hay que decir mucho también. Sobre la tierra de los muertos, merece una lectura detenida. No es una obra fácil, nada que se acerque a lo localista y pinturera, porque nunca está destinada para juegos florales de la ruralidad. Más adelante, ya con los ojos cerrados trataré de hablar, de escribir.
Allan Poe decía que el sentido de la belleza es un instinto inmortal arraigado en el espíritu del Hombre. La belleza es un gusto que se ubica entre el intelecto puro y el sentimiento moral, así describe la geografía de la mente. Y que la poesía no es simplemente la descripción de algo bello –“como el lirio que es reflejado en el agua”-; se trata de un entusiasmo, de una vehemencia, de una descripción fiel de las perspectivas y sonidos y fragancia y colores y sentimientos, que comparten en común el género humano. La labor del poeta es “un afán por dejar un testimonio de nuestra perdurable existencia. Es el mismo anhelo que siente la polilla por la estrella”.
La oportunidad de escuchar los trabajos de Jorge Pech y Javier España fue, sin exagerar, lo que alguna vez escribió Gastón Bachelard en Poética del espacio, fue como escuchar “las resonancias que se dispersan sobre los diferentes planos de nuestra vida en el mundo, la repercusión que nos llama a una profundización de nuestra propia existencia”.
Escuchar a los poetas es algo que siempre reconforta. Son creadores que indagan en el lenguaje, que buscan permanentemente la perfección de un estilo, de una voz, de una tesitura, todo ello para crear estéticamente un modo de percibir el mundo.
Los bardos, en ocasiones, parecen seres transhumanos que intentan alcanzar una entidad metafenoménica. Son diferentes, no son simples ni en la escritura, ni en la lectura. Ellos buscan el brillo en la frase, un especial fulgor del sentido y el significado que, con cierto ritmo, nos toca el temperamento humano. Un viejo conocido alguna vez me comentó que un poema puede ser sencillo, pero jamás desciende a lo simple. Así son los poetas.
Por diferencia de unas horas, el pasado mes de octubre presentaron sus obras Jorge Pech Casanova y Javier España. El viaje en plenitud es la obra de Jorge y Sobre la tierra de los muertos es el poemario de Javier. Ambos libros tiene en común que son obras premiadas: el de Pech es ganador del Premio Iberoamericano de Poesía “Luis Rosado Vega” en el 2001 y el de España, como ya sabemos, fue el que obtuvo en el 2007 el Premio Internacional de Poesía “Jaime Sabines”.
El auditorio del Museo de la Cultura Maya fue el escenario donde escuchamos algunos poemas construidos por este par de amigos. Subrayo la palabra construir porque esas pequeñas obras literarias son estructuras hechas con los mejores materiales para ser leídas o escuchadas desde diversas perspectivas.
Los teleonómicos escritos de Jorge Pech los conozco desde los primeros años de los noventa, cuando Raúl Cáceres Carenzo y Javier España iniciaron con un taller literario en el antiguo Instituto Quintanarroense Cultura. Desde entonces, sé por donde anda el nacido en Mérida, Yucatán.
Pech ha ido construyendo su tesoro con cierta discreción, con algo de timidez, digamos; pero siempre con pasos seguros. Su hermano Cáceres Carenzo, en referencia al autor de El viaje en plenitud, generosamente dice que Jorge ha vivido y leído bien en estos años, muestra sus armas literarias que son: “conciencia de oficio, del sonido y el sentido de las palabras; conocimiento y obediencia a las fuentes actuantes en la poesía de nuestro tiempo: Saint-John Perse; los poetas ingleses, españoles y latinoamericanos; la historia alucinante de la prosa poética, es decir, del poema situado entre las cadencias de la versificación y esa antigua voluntad-acción de la palabra por la libertad, por una Libertad bajo palabra, como pide Octavio Paz”.
El poemario de Jorge Pech está dividido en varias secciones que, por su estilo y temática, parecen una bitácora que va recogiendo un andar por el mundo real y el mundo de las costumbres literarias: se da el lujo de pasar de un estilo a otro, sea como crítico, sea como poeta. Va un ejemplo de la sección Estos muertos hacen ruido:
“Judiciales y narcos trafican unidos, colaboran, / ríen juntos, / cobran y pagan lo que el negocio buenamente concede. / Vigilan con buen olfato, perspectiva y mano ancha / en retenes que abarcan mucho, aprietan poco, / prosperan más. / Vigilan todos: el narco al policía, el policía a sus ganancias, / el cómplice al socio. / Cumplen con ahínco: las comisiones, / los porcentajes, / los silencios. / Fallan a veces: boquean, / adeudan, /encarcelan, / delatan. / Cartuchos de 9 milímetros enmiendan las faltas, / corrigen traiciones”.
Ahora un ejemplo de la sección Lesiones y bendiciones:
“Relumbramos sin incendio en un ápice de la noche. / Sostenemos un instante en las manos: agua y viento. / Como el aire con un soplo vida escribe en la sangre, /nuestra voz se levanta en murmullos de crepúsculo. / Así atrista la mañana esa nube –y se deslíe.”
Creo que es en la sección titulada Progenie de inquietud es donde se establece antropológicamente una confesión del otro, o tal vez un reencuentro con el mismo poeta. Sólo un fragmento…
“A otra casa con los huesos de mi padre. / Atrás quedó la infancia y la ciudad de mi señor, hoy borrada y silenciosa. / Bajo techos de ramas, / pasan los días en la selva que oculta un sitio donde el alzar de nuevo los afectos, los lechos y la costumbre. / Mi madre está mirando el aguacero descender por la enramada, / y en sus cabellos grises se marchitan los recuerdos de otras lluvias apacibles. / ¿A dónde iremos a dejar los huesos de los mayores, nuestros huesos fatigados por la inquietud, / los desvelos húmedos de aflicción?”…
Es claro que Jorge Pech Casanova maneja la poesía y la crítica con la libertad que le permite una honestidad intelectual. En este sentido, Cáceres Carenzo encuentra en Thomas Eliot las frases adecuadas para ceñir el trabajo del también autor de La sabiduría de la emoción: “hacer lo útil, decir lo justo y contemplar lo bello”.
De la obra de Javier España hay que decir mucho también. Sobre la tierra de los muertos, merece una lectura detenida. No es una obra fácil, nada que se acerque a lo localista y pinturera, porque nunca está destinada para juegos florales de la ruralidad. Más adelante, ya con los ojos cerrados trataré de hablar, de escribir.
Allan Poe decía que el sentido de la belleza es un instinto inmortal arraigado en el espíritu del Hombre. La belleza es un gusto que se ubica entre el intelecto puro y el sentimiento moral, así describe la geografía de la mente. Y que la poesía no es simplemente la descripción de algo bello –“como el lirio que es reflejado en el agua”-; se trata de un entusiasmo, de una vehemencia, de una descripción fiel de las perspectivas y sonidos y fragancia y colores y sentimientos, que comparten en común el género humano. La labor del poeta es “un afán por dejar un testimonio de nuestra perdurable existencia. Es el mismo anhelo que siente la polilla por la estrella”.
La oportunidad de escuchar los trabajos de Jorge Pech y Javier España fue, sin exagerar, lo que alguna vez escribió Gastón Bachelard en Poética del espacio, fue como escuchar “las resonancias que se dispersan sobre los diferentes planos de nuestra vida en el mundo, la repercusión que nos llama a una profundización de nuestra propia existencia”.
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