martes, 29 de abril de 2008

Nuestra historiografía I

Algunos creen que a pesar de ser joven, su historia es vieja. De 1902 a la fecha se comenzó a escribir sobre Quintana Roo, pero desde 1517 la grafía castellana registró las primeras impresiones de un territorio que es la costa oriental de Yucatán y el Caribe mexicano. Quintana Roo nació cuando ya se escribía de un espacio sin fronteras políticas, de sus habitantes, de una cultura, de relaciones entre actores políticos y de condiciones económicas, eso fue desde 400 años atrás. Pero, ¿Quintana Roo puede reclamar como suya aquella historia?

Los que escriben la historia son historiadores y la suma de todos esos escritos compone la historiografía. En este caso aprovecharé la generosidad de Carlos Macías Richard para dedicarle el espacio a su trabajo El Caribe mexicano: historia e historiografía contemporánea, extenso ensayo publicado el verano pasado en la revista Relaciones de El Colegio de Michoacán.

El investigador del Ciesas tiene el mérito de ofrecernos una revisión especializada de lo que han hecho los historiadores, antropólogos, profesores, exploradores y funcionarios gubernamentales que han escrito sobre temas de la disciplina. Aquí cada quien ha expresado su momento y el pasado y que, en algunos casos, han marcado posiciones en modelos paradigmáticos, como es el caso de Alfonso Villa Rojas y el cambio cultural en el campesinado.

Para nada se revisa escrupulosamente el método o la teoría subyacente en los trabajos. Pero eso no impide que Macías Richard deslice suavemente opiniones o impresiones que evidencian una lectura detenida y contextualizada, que le permite identificar “el indudable predominio de una visión gubernamental sobre la vida económica y política local, así como la desestimación de los problemas de carácter social, cultural y los derivados de la nueva identidad territorial”.

El escrito se centra en analizar los estudios especializados en lo que llama Macías el Caribe mexicano, a lo largo de 70 años: desde la década de la consolidación interna del territorio de Quintana Roo en la década de los años 30s, hasta la “concesión de la estatidad y el patrocinio del modelo turístico” de los años 70s.

Antes de revisar la producción historiográfica, se apunta que debe considerarse una separación entre el concepto Caribe mexicano y contrastarla con la noción territorial de Quintana Roo.

El nacimiento de Quintana Roo fue posible debido a la presencia militar de la federación en su lucha contra los mayas. Macías cuida de no mencionar que fue por causa de la resistencia indígena ya que, en stricto sensu, ese movimiento no tenía ese objetivo. Suma luego otros factores como la política de concesiones de terrenos nacionales para el usufructo forestal que venía de veinte años antes de la toma de Noh Cah Santa Cruz y “las contingencias de la vida política yucateca”.

En un acercamiento al periodo revolucionario, el egresado de El Colegio de México caracteriza al entonces Territorio Federal de Quintana Roo como tierra de reclusión y cautiverio donde se mantenían a periodistas y a otros seguidores de Francisco Madero y Emiliano Zapata. Y aunque en estas latitudes se presentaron ciertas simpatías y acciones a favor del maderismo y el carrancismo, éstas no fueron trascendentes ni en lo militar, ni en lo político. Señala algunas actividades revolucionarias en Icaiché y menciona un paro de labores en el Campamento Mengel, allá por el actual Pucté. A nivel de los gobernantes que enviaba la Secretaría de Gobernación, únicamente Arturo Garcilazo tomó participación en la turbulencia nacional al aliarse a una fracción yucateca anticarrancista. Pero nada más.

Es interesante lo que menciona respecto a las consecuencias que tuvo la supresión de la vida municipal que dispuso Plutarco Elías Calles para los territorios federales en 1928. Explica Macías que, existía en Quintana Roo un notorio surgimiento de partidos y sindicatos “socialistas”, lo que permitía cierta competitividad electoral, especialmente en Cozumel. La decisión tomada por Calles vino a cancelar por varias décadas la cultura política quintanarroense y ello fue un freno en el desarrollo de “su vida democrática contemporánea”.

Entrando en la revisión de fuentes de la historiografía, menciona primeramente a los estudiosos que hicieron los primeros trabajos por reunir la información bibliográfica existente. Ahí aparece un documento poco conocido: Bibliografía sumaria del territorio de Quintana Roo, de Elena Gómez y publicado en 1937. Luego se da un largo brinco hasta la publicación de la guía Quintana Roo en el Archivo Histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores, de Antonio Higuera y Quintana Roo: historiografía regional, instituciones y fuentes documentales, de Lorena Careaga y Luz del Carmen Vallarta; ambos documentos publicados en 1996.

En esta sección se encuentran las antologías documentales que, para varios investigadores, fue la introducción al conocimiento de la historia de esta entidad peninsular: Quintana Roo: Álbum monográfico, de Gabriel Menéndez, en 1936 y Quintana Roo: textos de su historia, de Lorena Careaga, publicado en 1990.

Los amplios vacíos de tiempo que se notan entre unas y otras publicaciones, se debe a la ausencia del trabajo profesional. A diferencia de otras entidades, en Quintana Roo el trabajo académico con la historia llegó en la segunda mitad de la década de los 80s del siglo XX, cuando se exploran a actores históricos como el ejército, el territorio y los ejidos y las decisiones políticas centrales. Llenaban ese vacío temporal, dice el que fuera académico de la UQROO, algunos testimonios derivados de la gestión pública que tenían un comprensible sesgo en el empleo e interpretación histórica.

Aquí, en esta parte de su ensayo, Carlos Macías hace un llamado a revisar autocríticamente la elección que han hecho los historiadores en el manejo de “la perspectiva y las preocupaciones gubernamentales en el momento de elegir, abordar e interpretar nuestros temas en las dos últimas décadas”. Pareciera que percibe algo. ¿Tratará de decir que los historiadores han construido hasta ahora cierto tipo de historia?

En el género hemerográfico y de los documentos, se señala la importancia de La Revista de Mérida, La Revista de Yucatán y La Voz de la Revolución, así como los informes elaborados por Salvador Toscano, Amado Aguirre, Moisés Sáenz, Mario Beteta, Ulises Irigoyen y Luis Rosado Vega.

La pluma de Macías Richard sigue dando cuenta de esta revisión de la historiografía contemporánea de Quintana Roo, o del Caribe mexicano. Temas como los mayas y los cronistas dentro de la noción de Caribe continental; los exploradores y visitantes del siglo XIX; los mayas contemporáneos como objeto de estudio antropológico; el tratamiento de nuevos temas y la nueva generación de estudiosos donde, además de Higuera y Careaga, menciona el trabajo de Gabriel Macías y Martín Ramos. Puntos que necesariamente expondré en la siguiente entrega.

El conocer cómo y quiénes han escrito la historia de Quintana Roo es algo fundamental. Es útil para entender cómo se fueron construyendo todas las partes y también permite ser exigibles con las visiones del pasado. Todo ello nos servirá siempre -a pesar de no estar exentos de la contaminación de la subjetividad y la ideología- para tener un punto de vista explicativo o interpretativo de los aconteceres, no importando si para ello sea utilizando el telescopio o el microscopio sobre los documentos y los hechos del hombre en estas tierras.

domingo, 20 de abril de 2008

El Atlas

Todos sabían de la palabra de Dios, pero ninguno oró. En la tercera semana de abril se reunió en Chetumal un amplio y selecto grupo de académicos nacionales para celebrar la XI Reunión de la Red de Investigadores del Fenómeno Religioso en México. Especialistas como Carlos Garma, Cristian Parker, Miguel Lisbona, Carolina Rivera y medio centenar más, confesaron y compartieron sus saberes en las instalaciones de la Universidad de Quintana Roo para abordar temas como la religiosidad popular, religión y poder, religión y fronteras y religión e industrias culturales.

En ese contexto y por invitación de Antonio Higuera, expositor y organizador de la importante reunión, participé como presentador del Atlas de la Diversidad Religiosa en México.

El Atlas es una obra donde 21 investigadores de diversas instituciones aportaron sus trabajos, todos ellos coordinados por Renée de la Torre y Cristina Gutiérrez. La publicación del libro concitó el interés del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, El Colegio de Michoacán, El Colegio de Jalisco, El Colegio de la Frontera Norte, la Secretaría de Gobernación, el CONACYT y la Universidad de Quintana Roo.

Es una obra muy oportuna, útil y novedosa. Es de esos libros, como la Biblia, la Torá o el Corán, que uno debe tener siempre a la mano. Pero hay que señalar que tiene una diferencia con ellos: no es divino. Está elaborado por puros pecadores que no buscan inscribirse en alguna lista de beatificables. Ese grupo se reunió para analizar el proceso del cambio religioso en México a lo largo de 50 años y, por lo tanto, tengo mis dudas que el Atlas vaya a tener la vigencia de 3 000 años que tiene aquel documento que para leerlo hay que ceñirse el talit o tocarse con el kipá.

Es oportuna porque nos presenta, de manera sistematizada, mucha información que ayuda a entender de manera concreta el pluralismo religioso de hoy y las identidades que adopta cada credo, grupo o denominación en nuestro país. No hay que soslayar que hasta hace 25 años existía en el ámbito académico y del saber popular un vacío explicativo y gran confusión sobre la presencia de grupos religiosos que no eran católicos. Nos costaba trabajo nombrar y caracterizar a los protestantes o evangélicos, a los adventistas y a los Testigos de Jehová, por citar a algunos. A todos, de manera intolerante, se les llamaba sectas y se llegaba a hablar de ellas como enemigas demoníacas o como agencias del imperialismo. No existía diálogo con ellos. Personalmente, de aquel ensayo weberiano mi conocimiento no pasaba y fue hasta finales de los años 80’s cuando empecé a conocer las particularidades de estos grupos. Eso se debió a la serie de trabajos publicados por el CIESAS Sureste y a las tempranas investigaciones de Carlos Garma con los totonacos. Llamaba la atención la situación, pues ya en países como Chile o Guatemala, se conocían estudios sobre el protestantismo desde los años 60s.

El Atlas de la Diversidad Religiosa en México es una obra útil porque es una excelente fotografía de dinámicos datos asentados en la geografía nacional. Tengo la impresión que estábamos más atentos a los fundamentalismos que generaban conflictos en otras partes del planeta, pero no percibíamos que a la mano tenemos un fenómeno creciente y modificante en los pequeños espacios municipales donde se producen cambios culturales. Me atrevo a señalar que esta publicación será, por algún tiempo, una obligada referencia para los estudiosos de las religiones en México y será también la base cuantitativa y cualitativa para mantener actualizada periódicamente la información y el análisis de los cambios religiosos.

La obra es también novedosa por su formato. En comparación con aquellos voluminosos libros geográficos, parece ser un atlas de bolsillo que agrega, además, un disco interactivo que permite revisar con mayor detalle la base de datos y diferentes aspectos del cambio religioso.

El Atlas de la Diversidad Religiosa en México está estructurado en tres grandes partes temáticas: la descripción de la diversidad religiosa, los factores del cambio religioso y los acercamientos monográficos.

La primera parte describe la pluralidad religiosa existente en México y en sus 2,443 municipios. En este capítulo, se explica con detalle las principales asociaciones religiosas, de las 5,695 que tiene registradas la Secretaría de Gobernación.

De las misiones, congregaciones, denominaciones, iglesias, sectas y cultos, los investigadores exponen primeramente las características históricas y doctrinales, la organización y la distribución territorial del credo cristiano representado por la iglesia católica, el protestantismo histórico (ubicado en las iglesias presbiteriana, metodista, del Nazareno, bautista y menonita), la Iglesia adventista, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, la Iglesia de los Testigos de Jehová, la gama de iglesias pentecostales que incluyen a las Asambleas de Dios, la Iglesia Apostólica de la Fe en Cristo Jesús, la Iglesia Cristiana Bethel, Iglesia de Dios del Evangelio Completo y varias más. Dentro de este agrupamiento del credo cristiano, también se expone el caso de la iglesia evangélica La Luz del Mundo y las tipificadas censalmente como “otras evangélicas”, aquí se encuentran la Nueva Jerusalén, la Iglesia Mexicana la Mujer Hermosa Vestida de Sol, Paz y Misericordia, entre muchas.

Menciono algunos puntos que me parecieron significativos de esta parte dedicada a la diversidad religiosa:

Que la adscripción manifiesta en los censos “difuminan” relativamente las fronteras identitarias en algunas categorías, como los protestantes evangélicos, protestantes históricos y pentecostales, pues su dinamismo interior es alto. Una es la información aportada al censo y otra la identidad religiosa.

Que en el caso del catolicismo, fue históricamente un factor de unidad nacional y de integración de diferencias étnicas y sociales a través de símbolos como la virgen de Guadalupe. Y que, por el contrario, se nota que algunas agrupaciones religiosas, como las pentecostales, privilegian el particularismo étnico o cierta escala socioeconómica.

Que la “geopolítica conservadora” dictada desde el Vaticano ha venido desplazando a las posiciones pastorales progresistas. Para ello, también se anota la coyuntura que significa el triunfo del Partido Acción Nacional que pone el riesgo el carácter laico del Estado. Actualmente, el 88% de los mexicanos se confiesa católico. En Quintana Roo los católicos corresponden al 73 % de los creyentes.

Que la iglesia La Luz del Mundo es de la religión evangélica con rasgos pentescostales y de origen mexicano con presencia en 35 países. Se apoya en las revelaciones de su fundador y de su hijo, quienes se hacen llamar apóstoles de cristo. Se identifican como el pueblo elegido de Israel y usan algunos símbolos de la religión judía. Mantienen un sentido del territorio religioso y han creado amplias colonias como en Guadalajara, Jalisco. Sus miembros tienen fuertes lazos solidarios y comunitarios, lo que les ha permitido “mantener relaciones clientelares con las agencias gubernamentales”. Se menciona que su participación política los ha llevado a emparentarse con el Partido Revolucionario Institucional, que es un brazo religioso de este partido.

Termino señalando que no esperen en esta obra encontrar definiciones ni teorías sociológicas o antropológicas sobre la religión. No hay referencias a Durkheim, Mauss, Callois o al resucitado de Rene Girad; ni tampoco encontrarán una teorización del mito o del ritual como partes del sistema religioso. Se encontrarán con un buen material de referencia que nos permitirá iniciar búsquedas y explicaciones. Es una obra que nos allana el camino para ir entendiendo una parte de nuestra realidad y también para ir previendo que los cambios continuaran de manera acelerada debido a la rigidez y a la intolerancia de algunas instituciones y de la misma sociedad.