Los amorosos y sus penas encuentran en una obra de Goethe la justificación a su decisión. Los que analizan a escala social pueden encontrar en Durkheim algunas explicaciones al fenómeno. Y para los sabuesos del inconciente, como J. Lacan, con esa acción el sujeto intenta reencontrar la imago de la madre. Pero, hay que reconocer que, a pesar de todo, poco sabemos de ellos, de sus razones y motivos para ejercer el suicidio.
El suicidio es un tema polémico desde siempre. Filosóficamente, es la máxima expresión de libertad del Hombre y es algo ajeno a los dioses, así se refería Platón sobre ello, en no recuerdo qué obra. Por el mismo camino le siguió Séneca, pero no así Aristóteles que lo condenaba diciendo que el suicidio era un atentado contra la propia vida, una deshonra y una manifestación de cobardía. Sócrates, simplemente se bebió la cicuta.
Luego llegarían los grandes pensadores de la iglesia católica como Agustín de Hipona y Tomás de Aquino que, apegándose a las escrituras, no encontraban justificación para tal acto. Por el contrario, decían que se atentaba al quinto Mandamiento: no matarás. Matarse así mismo se es homicida, pues nuestra vida no nos pertenece.
Debo confesar que soy un cínico y siento simpatía por Platón y Séneca; también por el renacentista Montaigne, por los ilustrados Hume y Kant, pero sobre todo por Schopenhauer y Nietzsche. Coincido que el suicidio no niega la vida, sino que la afirma, se “ama a la vida, pero no se acepta sus condiciones”, “no se renuncia a la voluntad de vivir, sino a la vida”, “nada hay en el mundo sobre lo cual tenga cada uno un derecho tan indiscutible como su propia persona y vida” (A. Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación. P. 305).
Y qué decir de Friedrich cuando dice en su Crepúsculo de los ídolos: “Morir con orgullo cuando ya no es posible vivir con orgullo. La muerte, elegida libremente, la muerte realizada a tiempo, con lucidez y alegría, entre hijos y testigos: de modo que aún resulte posible una despedida real, a la que asista todavía aquel que se despide, así como una tasación real de lo conseguido y lo querido, una suma de la vida”.
Recientemente tuve la oportunidad de esforzarme en ordenar estas ideas. Pero se me pidió que hablara sobre el suicidio entre los mayas prehispánicos y la verdad de eso poco conocía, porque poca es la información que existe. Los escritos que se refieren al tema son escasos y la ubicable puede estar interpretada o manipulada por los cronistas o religiosos de la Colonia. Uno de ellos es fray Diego de Landa.
Elsa Malvido es una de las pocas investigadoras que han trabajado el tema entre los mayas de antes. “El suicidio -aún visto como tabú en la actualidad- entre las culturas prehispánicas llegó a ser tolerado como defensa en situaciones extremas, al grado que los mayas contaban con una deidad femenina llamada Ixtab …”.
Malvido también señala que esta conducta se incrementó durante los años de la Conquista, como una opción para conservar el honor antes de caer en manos de los españoles. Algo así hicieron los judíos en Massada antes de entregar la fortaleza a los romanos o los habitantes de Cholula ante la derrota con los iberos. En estos casos, el suicido colectivo puede asumirse como un acto de heroísmo.
Algo interesante que menciona la investigadora del INAH -pero difícil de realizar hoy, salvo en casos de fanatismo religioso como lo sucedido en Guyana o Waco-, es que en aquel México: “… los casos de suicidio fueron tomados en ciertos momentos como un ritual, como en los entierros múltiples o sacrificios a manera de acompañamiento político y religioso de algún personaje de alto rango en su viaje al inframundo; también se dio en situaciones donde existía una obediencia ciega de los vasallos hacia sus gobernantes, quienes si les ordenaba quitarse la vida, lo hacían”. Hoy no puedo imaginarme las largas filas de implorantes solicitantes o sumisos suicidas por la muerte de algún gobernante.
El suicidio puede ser tomado de múltiples formas: como acto de libertad, como algo apegado a la razón genética del deprimido, como algo que libera al reprimido, como escape para el agobiante sentimiento de inferioridad, como solución a los problemas económicos o familiares, por la soledad y el silencio que acompaña a los carentes de identidad o, simplemente, por desamor, como el joven Werther de Goethe.
Algunas estadísticas sobre el suicidio tienen indicadores y resultados interesantes: su presencia es mayor en los países ricos y desarrollados; es mayor la frecuencia en las grandes ciudades; se presenta mayormente cuando existe una ausencia de ideales y cuando la soledad por falta de familia obliga al aislamiento social: algo de esto último influye en los suicidas emigrantes.
Aquella invitación para hablar del suicidio fue para reunirme con una periodista, una religiosa, una funcionaria de políticas públicas asistenciales, un médico, un psiquiatra y una persona que había amenazado e intentado suicidarse en varias ocasiones. Esa noche aprendí de ellos.
La joven religiosa habló que la visión de la iglesia hacia el suicidio ya no es condenatoria: ya no los entierran bocabajo. La funcionaria del DIF habló con mucha convicción de un nuevo programa para disuadir las tendencias suicidas, llamado “El reto es vivir”. El médico, funcionario de un Comité de Prevención del Suicidio, aportó datos como que el 62 % de la población de Cancún padece algún tipo de depresión, que el 45% de los estudiantes padece baja autoestima y que el 85% de los suicidios se presentan en la llamada Franja Ejidal. El psiquiatra habló de las causas del suicidio: como resultado de un trastorno mental depresivo, donde la serotonina escasea, y que la depresión es multifactorial, sin descartar el genético. El frustrado suicida ligó sus intentos a una familia disfuncional y al consumo de alcohol y drogas. Y la periodista invitó a reflexionar sobre las causas sociales y culturales que son determinantes para casos como el de Cancún.
El tema fue tratado hace un siglo por Emilio Durkheim cuando hizo un comparativo del suicidio entre países con mayor o menor población de católicos y protestantes. El sociólogo, que estudió las bases de la estabilidad social en torno a los valores compartidos por un grupo o una sociedad, sabía que existen vínculos que dan cohesión y mantiene el orden social. La pérdida o ausencia de estos valores, sea de cualquier orden, conduce a la pérdida de estabilidad social y se crean sentimientos de ansiedad e insatisfacción en los sujetos. El suicidio, decía Durkheim, es el resultado de una falta de integración del individuo a la sociedad.
El suicidio es muerte. No soy un apologista de ello. Asumo que el reto es vivir. Pero creo que la muerte es el derrumbamiento de cualquier apariencia. Y que el morir, como bien decía aquel filósofo, es la posibilidad más propia de todo ser humano y la más propia de cada sujeto: es intransferible. Es lo que nos hace singular y nos humaniza. Para unos, el vivir, es una evasión a la muerte; para otros, la muerte es una posibilidad que podemos posponer.
El suicidio es un tema polémico desde siempre. Filosóficamente, es la máxima expresión de libertad del Hombre y es algo ajeno a los dioses, así se refería Platón sobre ello, en no recuerdo qué obra. Por el mismo camino le siguió Séneca, pero no así Aristóteles que lo condenaba diciendo que el suicidio era un atentado contra la propia vida, una deshonra y una manifestación de cobardía. Sócrates, simplemente se bebió la cicuta.
Luego llegarían los grandes pensadores de la iglesia católica como Agustín de Hipona y Tomás de Aquino que, apegándose a las escrituras, no encontraban justificación para tal acto. Por el contrario, decían que se atentaba al quinto Mandamiento: no matarás. Matarse así mismo se es homicida, pues nuestra vida no nos pertenece.
Debo confesar que soy un cínico y siento simpatía por Platón y Séneca; también por el renacentista Montaigne, por los ilustrados Hume y Kant, pero sobre todo por Schopenhauer y Nietzsche. Coincido que el suicidio no niega la vida, sino que la afirma, se “ama a la vida, pero no se acepta sus condiciones”, “no se renuncia a la voluntad de vivir, sino a la vida”, “nada hay en el mundo sobre lo cual tenga cada uno un derecho tan indiscutible como su propia persona y vida” (A. Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación. P. 305).
Y qué decir de Friedrich cuando dice en su Crepúsculo de los ídolos: “Morir con orgullo cuando ya no es posible vivir con orgullo. La muerte, elegida libremente, la muerte realizada a tiempo, con lucidez y alegría, entre hijos y testigos: de modo que aún resulte posible una despedida real, a la que asista todavía aquel que se despide, así como una tasación real de lo conseguido y lo querido, una suma de la vida”.
Recientemente tuve la oportunidad de esforzarme en ordenar estas ideas. Pero se me pidió que hablara sobre el suicidio entre los mayas prehispánicos y la verdad de eso poco conocía, porque poca es la información que existe. Los escritos que se refieren al tema son escasos y la ubicable puede estar interpretada o manipulada por los cronistas o religiosos de la Colonia. Uno de ellos es fray Diego de Landa.
Elsa Malvido es una de las pocas investigadoras que han trabajado el tema entre los mayas de antes. “El suicidio -aún visto como tabú en la actualidad- entre las culturas prehispánicas llegó a ser tolerado como defensa en situaciones extremas, al grado que los mayas contaban con una deidad femenina llamada Ixtab …”.
Malvido también señala que esta conducta se incrementó durante los años de la Conquista, como una opción para conservar el honor antes de caer en manos de los españoles. Algo así hicieron los judíos en Massada antes de entregar la fortaleza a los romanos o los habitantes de Cholula ante la derrota con los iberos. En estos casos, el suicido colectivo puede asumirse como un acto de heroísmo.
Algo interesante que menciona la investigadora del INAH -pero difícil de realizar hoy, salvo en casos de fanatismo religioso como lo sucedido en Guyana o Waco-, es que en aquel México: “… los casos de suicidio fueron tomados en ciertos momentos como un ritual, como en los entierros múltiples o sacrificios a manera de acompañamiento político y religioso de algún personaje de alto rango en su viaje al inframundo; también se dio en situaciones donde existía una obediencia ciega de los vasallos hacia sus gobernantes, quienes si les ordenaba quitarse la vida, lo hacían”. Hoy no puedo imaginarme las largas filas de implorantes solicitantes o sumisos suicidas por la muerte de algún gobernante.
El suicidio puede ser tomado de múltiples formas: como acto de libertad, como algo apegado a la razón genética del deprimido, como algo que libera al reprimido, como escape para el agobiante sentimiento de inferioridad, como solución a los problemas económicos o familiares, por la soledad y el silencio que acompaña a los carentes de identidad o, simplemente, por desamor, como el joven Werther de Goethe.
Algunas estadísticas sobre el suicidio tienen indicadores y resultados interesantes: su presencia es mayor en los países ricos y desarrollados; es mayor la frecuencia en las grandes ciudades; se presenta mayormente cuando existe una ausencia de ideales y cuando la soledad por falta de familia obliga al aislamiento social: algo de esto último influye en los suicidas emigrantes.
Aquella invitación para hablar del suicidio fue para reunirme con una periodista, una religiosa, una funcionaria de políticas públicas asistenciales, un médico, un psiquiatra y una persona que había amenazado e intentado suicidarse en varias ocasiones. Esa noche aprendí de ellos.
La joven religiosa habló que la visión de la iglesia hacia el suicidio ya no es condenatoria: ya no los entierran bocabajo. La funcionaria del DIF habló con mucha convicción de un nuevo programa para disuadir las tendencias suicidas, llamado “El reto es vivir”. El médico, funcionario de un Comité de Prevención del Suicidio, aportó datos como que el 62 % de la población de Cancún padece algún tipo de depresión, que el 45% de los estudiantes padece baja autoestima y que el 85% de los suicidios se presentan en la llamada Franja Ejidal. El psiquiatra habló de las causas del suicidio: como resultado de un trastorno mental depresivo, donde la serotonina escasea, y que la depresión es multifactorial, sin descartar el genético. El frustrado suicida ligó sus intentos a una familia disfuncional y al consumo de alcohol y drogas. Y la periodista invitó a reflexionar sobre las causas sociales y culturales que son determinantes para casos como el de Cancún.
El tema fue tratado hace un siglo por Emilio Durkheim cuando hizo un comparativo del suicidio entre países con mayor o menor población de católicos y protestantes. El sociólogo, que estudió las bases de la estabilidad social en torno a los valores compartidos por un grupo o una sociedad, sabía que existen vínculos que dan cohesión y mantiene el orden social. La pérdida o ausencia de estos valores, sea de cualquier orden, conduce a la pérdida de estabilidad social y se crean sentimientos de ansiedad e insatisfacción en los sujetos. El suicidio, decía Durkheim, es el resultado de una falta de integración del individuo a la sociedad.
El suicidio es muerte. No soy un apologista de ello. Asumo que el reto es vivir. Pero creo que la muerte es el derrumbamiento de cualquier apariencia. Y que el morir, como bien decía aquel filósofo, es la posibilidad más propia de todo ser humano y la más propia de cada sujeto: es intransferible. Es lo que nos hace singular y nos humaniza. Para unos, el vivir, es una evasión a la muerte; para otros, la muerte es una posibilidad que podemos posponer.