Glodel
Mezilas, un académico haitiano que participó en las jornadas del pasado
Festival de Cultura del Caribe, advertía a los asistentes en el auditorio Yuri Knorosov de la Universidad de
Quintana Roo sobre las preocupantes estrategias chinas de ocupar diversos
mercados, en diversos continentes y países, a través de la exportación de su
fuerza de trabajo, de sus trabajadores. Honestamente, creo que esa reflexión
deslizada en el marco de su conferencia “El Caribe aún no existe: entre la
enajenación y el discurso utópico“, pasó desapercibida para la mayoría.
Haciendo
malabares con un maletón, lap top, una
caja con libros y hasta un Dresdnerstollen,
me topé en el aeropuerto con un texto que me llamó la atención: La silenciosa conquista china, de Juan
Pablo Cardenal y Heriberto Araujo.
Aquella preocupación de Mezilas fue el vínculo inmediato para adquirir
el volumen. Era la oportunidad de saber
qué estaban haciendo los chinos en la economía mundial, luego de que en 2008 se
abrieron mediáticamente al mundo con la realización de los Juegos Olímpicos.
Posterior a la muerte de Mao Tse Tung en 1976 y al inmediato
encarcelamiento de su esposa y la Banda de los Cuatro, del país de Confucio sólo
volvimos a tener noticias en 1989 con la represión de civiles en la Plaza de
Tian’anmen. Poco trascendía al occidente
sobre los cambios en política económica que Den Xio Ping había iniciado a
finales de la década de los años 80s y que a la postre significaron una apertura
comercial hacia el resto del planeta.
Por
ello es muy significativo el epígrafe con el que inicia el trabajo de Cardenal y
Araujo: “Observar y analizar con calma,
asegurar nuestra posición, hacer frente a los asuntos con tranquilidad, ocultar
nuestras capacidades y esperar el momento oportuno, ser bueno en mantener un
perfil bajo, nunca liderar la reivindicación, llevar operaciones de carácter
modesto”. Son palabras pronunciadas por Den Xio Ping en 1990, como parte de
la estrategia internacional china.
La silenciosa conquista china es una investigación realizada en 25 países
para comprender cómo la potencia del siglo XXI está forjando su futura
hegemonía, así se subtitula la obra.
Meses
después de la clausura de los XXIX Juegos Olímpicos, quebró el banco inversor
Lehman Brothers y con ésto se inició un nuevo papel de China en el escenario
mundial. Mientras en Estados Unidos y Europa cerraban empresas y la cesantía de
millones de personas era la consecuencia, China emergió comprando deuda y dando
generosamente préstamos por doquier. Los autores interpretan esa nueva actitud
del país asiático como el paso de una “pérfida dictadura a redentora de la
economía mundial”. Un año después, Barak
Obama buscaba una alianza con Hu Jintao para crear un eje económico: China se dio
el lujo de no darle importancia a la propuesta.
La
cantidad de inversiones del país asiático, múltiples contratos de suministro de
materias primas y compra de activos, fueron el inicio de la ofensiva económica. “¿Cómo
era esa expansión de China que, a diferencia del músculo militar de otras
potencias, basaba su estrategia en el silencio
del dinero?”, se preguntan los autores de la obra que edita Crítica, de
Barcelona.
Entre
el 2005 y el 2011, Pekín invirtió en el
mundo la cantidad de 378 mil millones de dólares. En África, Asia central, sudeste asiático,
América del Sur y Central y en el Caribe, China ha tenido inversiones e
ingerencia en la infraestructura, el petróleo y gas, la minería, los recursos
naturales, la venta de armas, además de sobornos y migración de fuerza laboral.
En
la República del Congo la inversión en infraestructura a cambio de minerales; venta
de satélites a Venezuela; motorización, venta de armas y combustibles,
migración laboral y apoyo político a Cuba; infraestructura e inversiones en
Costa Rica, Argentina, India y Rusia; préstamos a Ecuador, Irán. Angola,
Kazajistan y Venezuela teniendo como garantía el suministro de petróleo; exportación
de fuerza laboral a Egipto; asesoramiento en energía nuclear a Irán; inversión, extracción de recursos naturales y
mineros a Camboya, Tailandia, Myanmar, Perú, Ecuador, Sudáfrica, Mozambique,
Sudán y Zambia: son algunos ejemplos de la presencia económica de la nueva
potencia del siglo XXI. En carreteras, vías férreas, estadios de futbol, escuelas,
hospitales, presas, oleoductos y en viviendas, se puede ver el sello hecho por
China.
El
financiamiento para esta estrategia proviene de bancos de desarrollo chinos
como son Exim Bank y el China Development Bank, los cuales,
entre el 2009 y el 2010, prestaron más dinero al mundo que el Banco Mundial:
110 mil millones de dólares. Según los autores del libro, toda esta
financiación ilimitada proviene de los ahorradores chinos: ellos, 1,300
millones de personas, sufren por el sistema chino una represión financiera o
una expoliación de sus rendimientos. Con
ese control, ningún sistema financiero occidental puede hacerles frente.
La
presencia silenciosa de China, tanto económica como humana, es cada vez más
frecuente en países en desarrollo. Además de los productos manufacturados con
la etiqueta Made in China, 35
millones de trabajadores chinos se distribuyen en 190 países. Sin embargo, a
diferencia de otros grupos migrantes en el planeta, los cuales adoptan la
cultura o las costumbres del país de acogida, los chinos “mantienen su
sentimiento de pertenencia a una cultura y a una Historia que oficialmente
tiene 5 mil años de existencia”.
Este
grupo de migrantes, integrado por peones, ingenieros, costureros, comerciantes,
cocineros y empleadores, es vital para la actual economía china. Tan solo en
el 2009, casi 800 mil chinos localizados en varias partes del planeta aportaron
divisas a su nación por 4 mil millones de dólares: ellos son parte del
combustible de las últimas tres décadas que han permitido mantener la enorme fábrica
del mundo y así lograr un crecimiento del 8% anual.
La
gigante China ya camina con paso firme por el planeta, sus pasos comienzan a
causar movimientos tectónicos. Con su
modelo pragmático de veni, vidi, actio,
el coloso distribuye aparentes beneficios como colación navideña en países en
desarrollo. Pero quedan preguntas y primeras respuestas que resultan de la
investigación hecha por Juan Pablo Cardenal y Heriberto Araujo: ¿quién capitaliza, en verdad las
oportunidades que China ofrece?, ¿qué riqueza genera el dineral invertido por
los chinos?, ¿se benefician las poblaciones locales?
“Las
comunidades donde se han instalado estas corporaciones, no se sienten
beneficiadas… el gigante no siempre es bienvenido. La negativa percepción se
alimenta de las nefastas condiciones laborales que son denominador común en los
proyectos chinos, la nula sensibilidad medioambiental, la exigua transferencia tecnológica
a la población local y, en general, en el convencimiento de que China está allí
únicamente en su propio beneficio”.