En ese momento ya no sabía si poner atención a la respuesta o tratar de cubrirme de las gotitas de la extraña tos de Florentino. Sentado en la hamaca, no dejaba de hablar sobreponiéndose a su evidente debilidad. El tema, relativamente críptico y de gran celo, le apasionaba a pesar de que era notorio que la muerte hacía un lento trabajo en sus pulmones.
Varios años atrás, en la comodidad de un sillón, conocí aquel poema de Jorge Luis Borges: “…Sediento de saber lo que Dios sabe, Judá León se dio a permutaciones de letras y a complejas variaciones y al fin pronunció el Nombre que es la Clave. La Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio, sobre un muñeco que con torpes manos labró, para enseñarle los arcanos de las Letras, del Tiempo y del Espacio...”. Luego supe que Borges se había inspirado en una novela de Gustav Meyrink y en los ensayos de Gershom Scholem. Seguí ese camino.
Antes de llegar a aquella aldea en la selva de Quintana Roo, el tema ya lo conocía. Pero sólo entendía la manifestación mítica del gólem. Acá me presentaron y me hablaron de su parecido, de su paralelo: el arux (o alux, según los mayas de Yucatán). Debo decir que utilizo la palabra paralelo sin que se entienda una filiación al paralelismo cultural, menos a las teorías evolucionistas.
El mito es una narración, un texto oral, que explica y muchas veces justifica todo un sistema de creencias de una sociedad. Forma, junto con los rituales, un grupo de valores y normas que son parte importante de cualquier religión particular. En este caso, los mitos del gólem y el arux corresponden al sistema de creencias de la cultura hebrea y maya, respectivamente.
En su novela fantástica, El Gólem, Meyrink escribe: “Y cuando estos extraños hombres que aquí viven semejantes a sombras, entes –no nacidos de madre-, construido su pensamiento y su forma de actuar por retazos sin ninguna selección, cuando pasan por mi espíritu, me siento más inclinado que nunca a creer que los sueños se esconden en oscuras verdades que, al estar despierto, permanecen latentes en mi alma, como impresiones de cuentos en colores.
Vuelve a despertase calladamente en mí la leyenda del Gólem espectral, de este hombre artificial que hace tiempo construyera de materia, aquí en el ghetto, un rabino conocedor de la Cábala quien lo convirtió en un ser autómata y sin pensamiento, al situar tras sus dientes una mágica palabra numérica”.
Para especialistas estructuralistas como Tzvetan Todorov la obra de Meyrink no fue digna de ser incluida en su Introducción a la literatura fantástica: ¨era simplemente una buena tajada de sandía expresionista, sin pepitas¨; era la obra de un hombre apasionado por lo esotérico y lo paranormal.
Para ciertos críticos, lo que realmente intentó el escritor vienés fue diseñar una especie de imagen simbólica del camino de la salvación, utilizando para esto una figura de la leyenda judeocabalística por él recogida y transformada.
Gershom Scholem explica, con lujo de detalles el origen de la creencia en el gólem. En su obra La Cábala y su simbolismo, da como referencia una versión popular recogida por Jakob Grimm, quien junto con su hermano Wilhelm recopilaron historias y cuentos alemanes en el siglo XIX, algunos de ellos son La Caperucita Roja y La Cenicienta.
La versión de Grimm, que luego retomó y modificó Meyrink, dice así: ¨Los judíos polacos modelan, después de recitar ciertas oraciones y de guardar unos días de ayuno, la figura de un hombre de arcilla y cola, y una vez pronunciado el sem hameforás (el nombre divino) maravilloso sobre él, éste ha de cobrar vida. Cierto que no puede hablar, pero entiende bastante lo que se habla o se le ordena. Le dan el nombre de Gólem, y lo emplean como una especie de doméstico para ejecutar toda clase de trabajos caseros. Sin embargo, no debe salir nunca de casa. En su frente se encuentra escrito emet (verdad), va engordando de día en día y se hace en seguida más grande y fuerte que todos los demás habitantes de la casa… De ahí que, por miedo de él, éstos borren la primera letra, de forma que queda sólo met (está muerto), y entonces el muñeco se deshace y se convierte en arcilla…¨.
La idea del gólem nos remite necesariamente a la concepción de Adán, el primer hombre, según los judeocristianos y que en Isaías y el libro de Job hay explicaciones directas al primer hombre de barro. Para los hebreos, en el aggadá rabínica se encuentra la concepción de la creación del hombre. Sin embargo, la traducción literal del hebreo, gólem es lo informe, lo amorfo. Se podría decir que Adán fue el primer gólem y de ahí se extendió en la Tierra.
Para los que estamos familiarizados con el arux, sabemos que igualmente es un ser hecho de barro virgen. Que su rabino constructor es un hmen, un especialista con conocimientos y prácticas muy antiguas. Que su fabricación es lenta y cuidada pues muchos son los días martes y viernes que se invierten. Que cuidadosamente se agregan en su elaboración sangre y carne de paloma, de jaguar, de venado y de otros animales. Que su hechura es por encargo de un campesino que necesite un ayudante en la milpa. Que en reciprocidad a su tarea, el campesino le ofrece alimentos. Que llega a crecer como un niño de cinco años de edad. Que es travieso y celoso guardián. Que nunca puede salir de la milpa e ir al pueblo. Que mucho menos puede ser visto por la mujer del campesino.
Se conoce que el arux es un ser que no comparte los mismos espacios sagrados que Cichelem yum (hermoso Señor), ni de Dios mehenbil (Dios hijo). Tiene cierta convivencia de espacio con los yumtziloob y que ¨reside también en los montículos antiguos (los vestigios arqueológicos). Que anda con alpargatas y sombrero; que tiene su escopeta y su perro…¨ (versión recogida por Alfonso Villa Rojas en Los Elegidos de Dios).
El arux puede ser una reminiscencia del culto a los ídolos de tiempos prehispánicos y que se suma a un mito específico que sigue vigente y es eficaz. Pero es evidente que tiene algunas similitudes con el gólem hebreo, es un paralelo.
Mi anciano amigo Florentino fue el escribano del santuario más importante de Quintana Roo. Era también un hmen reconocido en la región y un campesino que meses atrás abandonó la milpa por la tuberculosis que luego lo mató. Él fue quien me enseñó los secretos del gólem maya. Quien me explicó cada paso y cada creencia.
Aquella húmeda tarde le había preguntado a Florentino cuál era la oración para darle vida al arux, el sem hameforás maya. Él era mi amigo y a pesar de la tos, recitó unas palabras que nunca había escuchado. La Sony las registró. A él lo respeté y lo seguiré respetando en su amistad y en sus confidencias. Tal vez, algún día cuando entre a aquella sinagoga de Varsovia me acordaré de aquellas palabras y sin que nadie las escuche, musitaré esa extraña oración, le volveré a dar vida a la creencia y al recuerdo.
Varios años atrás, en la comodidad de un sillón, conocí aquel poema de Jorge Luis Borges: “…Sediento de saber lo que Dios sabe, Judá León se dio a permutaciones de letras y a complejas variaciones y al fin pronunció el Nombre que es la Clave. La Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio, sobre un muñeco que con torpes manos labró, para enseñarle los arcanos de las Letras, del Tiempo y del Espacio...”. Luego supe que Borges se había inspirado en una novela de Gustav Meyrink y en los ensayos de Gershom Scholem. Seguí ese camino.
Antes de llegar a aquella aldea en la selva de Quintana Roo, el tema ya lo conocía. Pero sólo entendía la manifestación mítica del gólem. Acá me presentaron y me hablaron de su parecido, de su paralelo: el arux (o alux, según los mayas de Yucatán). Debo decir que utilizo la palabra paralelo sin que se entienda una filiación al paralelismo cultural, menos a las teorías evolucionistas.
El mito es una narración, un texto oral, que explica y muchas veces justifica todo un sistema de creencias de una sociedad. Forma, junto con los rituales, un grupo de valores y normas que son parte importante de cualquier religión particular. En este caso, los mitos del gólem y el arux corresponden al sistema de creencias de la cultura hebrea y maya, respectivamente.
En su novela fantástica, El Gólem, Meyrink escribe: “Y cuando estos extraños hombres que aquí viven semejantes a sombras, entes –no nacidos de madre-, construido su pensamiento y su forma de actuar por retazos sin ninguna selección, cuando pasan por mi espíritu, me siento más inclinado que nunca a creer que los sueños se esconden en oscuras verdades que, al estar despierto, permanecen latentes en mi alma, como impresiones de cuentos en colores.
Vuelve a despertase calladamente en mí la leyenda del Gólem espectral, de este hombre artificial que hace tiempo construyera de materia, aquí en el ghetto, un rabino conocedor de la Cábala quien lo convirtió en un ser autómata y sin pensamiento, al situar tras sus dientes una mágica palabra numérica”.
Para especialistas estructuralistas como Tzvetan Todorov la obra de Meyrink no fue digna de ser incluida en su Introducción a la literatura fantástica: ¨era simplemente una buena tajada de sandía expresionista, sin pepitas¨; era la obra de un hombre apasionado por lo esotérico y lo paranormal.
Para ciertos críticos, lo que realmente intentó el escritor vienés fue diseñar una especie de imagen simbólica del camino de la salvación, utilizando para esto una figura de la leyenda judeocabalística por él recogida y transformada.
Gershom Scholem explica, con lujo de detalles el origen de la creencia en el gólem. En su obra La Cábala y su simbolismo, da como referencia una versión popular recogida por Jakob Grimm, quien junto con su hermano Wilhelm recopilaron historias y cuentos alemanes en el siglo XIX, algunos de ellos son La Caperucita Roja y La Cenicienta.
La versión de Grimm, que luego retomó y modificó Meyrink, dice así: ¨Los judíos polacos modelan, después de recitar ciertas oraciones y de guardar unos días de ayuno, la figura de un hombre de arcilla y cola, y una vez pronunciado el sem hameforás (el nombre divino) maravilloso sobre él, éste ha de cobrar vida. Cierto que no puede hablar, pero entiende bastante lo que se habla o se le ordena. Le dan el nombre de Gólem, y lo emplean como una especie de doméstico para ejecutar toda clase de trabajos caseros. Sin embargo, no debe salir nunca de casa. En su frente se encuentra escrito emet (verdad), va engordando de día en día y se hace en seguida más grande y fuerte que todos los demás habitantes de la casa… De ahí que, por miedo de él, éstos borren la primera letra, de forma que queda sólo met (está muerto), y entonces el muñeco se deshace y se convierte en arcilla…¨.
La idea del gólem nos remite necesariamente a la concepción de Adán, el primer hombre, según los judeocristianos y que en Isaías y el libro de Job hay explicaciones directas al primer hombre de barro. Para los hebreos, en el aggadá rabínica se encuentra la concepción de la creación del hombre. Sin embargo, la traducción literal del hebreo, gólem es lo informe, lo amorfo. Se podría decir que Adán fue el primer gólem y de ahí se extendió en la Tierra.
Para los que estamos familiarizados con el arux, sabemos que igualmente es un ser hecho de barro virgen. Que su rabino constructor es un hmen, un especialista con conocimientos y prácticas muy antiguas. Que su fabricación es lenta y cuidada pues muchos son los días martes y viernes que se invierten. Que cuidadosamente se agregan en su elaboración sangre y carne de paloma, de jaguar, de venado y de otros animales. Que su hechura es por encargo de un campesino que necesite un ayudante en la milpa. Que en reciprocidad a su tarea, el campesino le ofrece alimentos. Que llega a crecer como un niño de cinco años de edad. Que es travieso y celoso guardián. Que nunca puede salir de la milpa e ir al pueblo. Que mucho menos puede ser visto por la mujer del campesino.
Se conoce que el arux es un ser que no comparte los mismos espacios sagrados que Cichelem yum (hermoso Señor), ni de Dios mehenbil (Dios hijo). Tiene cierta convivencia de espacio con los yumtziloob y que ¨reside también en los montículos antiguos (los vestigios arqueológicos). Que anda con alpargatas y sombrero; que tiene su escopeta y su perro…¨ (versión recogida por Alfonso Villa Rojas en Los Elegidos de Dios).
El arux puede ser una reminiscencia del culto a los ídolos de tiempos prehispánicos y que se suma a un mito específico que sigue vigente y es eficaz. Pero es evidente que tiene algunas similitudes con el gólem hebreo, es un paralelo.
Mi anciano amigo Florentino fue el escribano del santuario más importante de Quintana Roo. Era también un hmen reconocido en la región y un campesino que meses atrás abandonó la milpa por la tuberculosis que luego lo mató. Él fue quien me enseñó los secretos del gólem maya. Quien me explicó cada paso y cada creencia.
Aquella húmeda tarde le había preguntado a Florentino cuál era la oración para darle vida al arux, el sem hameforás maya. Él era mi amigo y a pesar de la tos, recitó unas palabras que nunca había escuchado. La Sony las registró. A él lo respeté y lo seguiré respetando en su amistad y en sus confidencias. Tal vez, algún día cuando entre a aquella sinagoga de Varsovia me acordaré de aquellas palabras y sin que nadie las escuche, musitaré esa extraña oración, le volveré a dar vida a la creencia y al recuerdo.