No está de más recordar. La premisa principal para el surgimiento del Estado moderno fue la representación política y la legitimación a través de un sistema de elección de los representantes y gobernantes. Desde el siglo XIX se adoptó un sistema republicano y representativo que fuera capaz de contener y hacer valer los intereses de la ciudadanía.
Ni tampoco es para dejar al olvido. En dos años se cumplirá un siglo del inicio de la Revolución Mexicana, evento que marca el inicio de un proceso de representación en México que, supuestamente, dejaba atrás la calidad honorable de los elegibles -en una sociedad donde el leer y escribir era privilegio de unos pocos-, y se fijaba un sistema real de partidos competitivos, en donde los elegibles supuestamente representaban una postura ideológica, un cuerpo coherente de ideas. Parece que esa cualidad del sistema de elección también ha cambiado.
Además del cernimiento ideológico que significó el quiebre en 1989 con el fin de la guerra fría y de la retirada de un contendiente del campo de batalla, en México la larga existencia de un partido de Estado y la dispersión de partidos inoperantes parecía que llegaba a su fin o, por lo menos, mostraba signos de agotamiento. A veinte años, con los cambios en las posiciones de las preferencias en los partidos políticos y con la llegada al poder de nuevos actores, la ausencia de la ideología o la falta de vigencia de ésta, ya es visible. Da la impresión que las luchas ideológicas funcionaban mejor cuando el llamado partido de Estado se mantenía en el poder, luego ya nadie supo que pasó.
Ahora no hay partido de Estado, ni los demás partidos son inoperantes, pero la democracia ha perdido la confrontación de ideas. Al menos eso percibí en el reciente proceso electoral.
El proceso electoral 2007-2008 en Quintana Roo ha terminado. Quedarán por resolverse unos cuantos recursos y juicios en el Tribunal Electoral local y tal vez alguno podría llegar al Tribunal Electoral de la Federación, pero los recursos de nulidad difícilmente prosperarán, a pesar de las inconformidades de algunos partidos. La verdad, no cuento con elementos para imaginar un escenario de nulidad de la elección en el estado, en algún ayuntamiento o en una casilla; de ello sabrán los magistrados.
Fue un proceso electoral del cual se pueden obtener algunas lecturas a partir de los resultados. Primera. Se presenta la ocupación de la mayoría de los asientos en el Congreso local por parte de los diputados del Partido Revolucionario Institucional y la asignación de las restantes curules a los otros partidos. Omito mencionar que en esta elección los priístas recuperaron el control del Poder Legislativo, pues éste nunca lo perdieron, a pesar de estar con desventajas en la XI Legislatura que vive sus últimos días: en condiciones de voto pulverizado, las alianzas y acuerdos les funcionaron bien para sacar puntos de acuerdo. Ahora, con la mayoría absoluta obtenida y sumando los dos votos de sus aliados verde-ecologistas y uno más de cualquier otro diputado, el PRI tendrá las dos terceras partes para intentar modificaciones constitucionales: el escenario parece muy propicio, muy tentador.
Segunda. El gran vencedor en las urnas fue el abstencionismo. Sin embargo, el comportamiento de este fenómeno no fue el mismo en todo el mapa electoral. El promedio estatal de la participación ciudadana fue del 49 %, 8 puntos abajo de la registrada estatalmente en la pasada elección federal. No es ningún consuelo saber que en Lázaro Cárdenas o José Maria Morelos participó el 70 % de los electores, cuando en Benito Juárez y Solidaridad solamente 3 de cada 10 ciudadanos acudieron a las urnas y decidieron quienes serían los gobernantes. Es posible que exista relación con la variable demográfica de la migración, pero definitivamente no son buenas cuentas que permitan traducirse en un factor para que la sociedad incremente su capital cívico. Hay que recordar que un desgaste importante del capital cívico produce factores que, a mediano plazo, abonan a favor del desgobierno y novedosas formas de autoritarismo. La participación electoral es el mejor antídoto en contra de la ingobernabilidad. Esto cualquier sistema o partido político lo sabe.
Tercera. No hay hegemonía. La elección confirma que en el estado existen tendencias y cierta volatilidad electoral. La votación sigue siendo favorable al PRI, pero en algunas regiones como Lázaro Cárdenas u Othón P. Blanco, se comienzan a notar cambios que favorecen al Partido Acción Nacional y, contrariamente, el Partido de la Revolución Democrática pierde terreno. El PRD mantiene presencia en la ribera del Río Hondo, pero en la ciudad de Chetumal se desplomó a pesar de tener como candidato a un conocido hombre de izquierda; lo mismo le sucedió a ese partido en Kantunilkin y en Felipe Carrillo Puerto. La migración de votos del partido que hizo ganar a López Obrador en Quintana Roo hacia el PAN o al PRI, es un asunto que merece mayor análisis. En gran medida, la volatilidad electoral en el partido amarillo se puede atribuir, principalmente, a los conflictos entre los precandidatos y dirigentes de esa institución. Hay que mencionar que también se notó una migración de votos, posiblemente del PRI, hacia el Partido Nueva Alianza, principalmente en los distritos de Othón P. Blanco. En este ultimo caso, el voto y los intereses del Elba Esther Gordillo se harán presentes en el Congreso local.
La victoria obtenida por el PRD en Benito Juárez muestra que escasos 56 mil votantes pueden elegir gobernante para la mitad de la población en el estado. Pero también tenemos que 17 personas podrán tomar decisiones, ya sean beneficiosos para la mayoría o también para un grupo. No podemos ni debemos sorprendernos, pues esas son las instituciones y el sistema político y de partidos que hemos creado: esas son las consecuencias y características de una democracia que no termina de madurar.
No se deben dejar de reconocer victorias y derrotas en la contienda electoral. Tampoco está uno para desanimar la euforia de los ganadores, ni para animar la desilusión de los perdedores. Los buenos jugadores, los contendientes en una lucha, saben que de muchas derrotas pueden nacer victorias, así como una victoria mal cuidada puede transformarse en penosa derrota.
Queda, como tarea, dejar reposar los resultados de la elección reciente para tener una mejor distancia, una mejor perspectiva de la problemática y luego abordar con todo rigor analítico el significado de la abstención y la volatilidad electoral. ¿Será una expresión del desencanto de los ciudadanos con nuestra joven democracia, con los políticos de carne y hueso o con las instituciones? No está de más hacer esa tarea.
Ni tampoco es para dejar al olvido. En dos años se cumplirá un siglo del inicio de la Revolución Mexicana, evento que marca el inicio de un proceso de representación en México que, supuestamente, dejaba atrás la calidad honorable de los elegibles -en una sociedad donde el leer y escribir era privilegio de unos pocos-, y se fijaba un sistema real de partidos competitivos, en donde los elegibles supuestamente representaban una postura ideológica, un cuerpo coherente de ideas. Parece que esa cualidad del sistema de elección también ha cambiado.
Además del cernimiento ideológico que significó el quiebre en 1989 con el fin de la guerra fría y de la retirada de un contendiente del campo de batalla, en México la larga existencia de un partido de Estado y la dispersión de partidos inoperantes parecía que llegaba a su fin o, por lo menos, mostraba signos de agotamiento. A veinte años, con los cambios en las posiciones de las preferencias en los partidos políticos y con la llegada al poder de nuevos actores, la ausencia de la ideología o la falta de vigencia de ésta, ya es visible. Da la impresión que las luchas ideológicas funcionaban mejor cuando el llamado partido de Estado se mantenía en el poder, luego ya nadie supo que pasó.
Ahora no hay partido de Estado, ni los demás partidos son inoperantes, pero la democracia ha perdido la confrontación de ideas. Al menos eso percibí en el reciente proceso electoral.
El proceso electoral 2007-2008 en Quintana Roo ha terminado. Quedarán por resolverse unos cuantos recursos y juicios en el Tribunal Electoral local y tal vez alguno podría llegar al Tribunal Electoral de la Federación, pero los recursos de nulidad difícilmente prosperarán, a pesar de las inconformidades de algunos partidos. La verdad, no cuento con elementos para imaginar un escenario de nulidad de la elección en el estado, en algún ayuntamiento o en una casilla; de ello sabrán los magistrados.
Fue un proceso electoral del cual se pueden obtener algunas lecturas a partir de los resultados. Primera. Se presenta la ocupación de la mayoría de los asientos en el Congreso local por parte de los diputados del Partido Revolucionario Institucional y la asignación de las restantes curules a los otros partidos. Omito mencionar que en esta elección los priístas recuperaron el control del Poder Legislativo, pues éste nunca lo perdieron, a pesar de estar con desventajas en la XI Legislatura que vive sus últimos días: en condiciones de voto pulverizado, las alianzas y acuerdos les funcionaron bien para sacar puntos de acuerdo. Ahora, con la mayoría absoluta obtenida y sumando los dos votos de sus aliados verde-ecologistas y uno más de cualquier otro diputado, el PRI tendrá las dos terceras partes para intentar modificaciones constitucionales: el escenario parece muy propicio, muy tentador.
Segunda. El gran vencedor en las urnas fue el abstencionismo. Sin embargo, el comportamiento de este fenómeno no fue el mismo en todo el mapa electoral. El promedio estatal de la participación ciudadana fue del 49 %, 8 puntos abajo de la registrada estatalmente en la pasada elección federal. No es ningún consuelo saber que en Lázaro Cárdenas o José Maria Morelos participó el 70 % de los electores, cuando en Benito Juárez y Solidaridad solamente 3 de cada 10 ciudadanos acudieron a las urnas y decidieron quienes serían los gobernantes. Es posible que exista relación con la variable demográfica de la migración, pero definitivamente no son buenas cuentas que permitan traducirse en un factor para que la sociedad incremente su capital cívico. Hay que recordar que un desgaste importante del capital cívico produce factores que, a mediano plazo, abonan a favor del desgobierno y novedosas formas de autoritarismo. La participación electoral es el mejor antídoto en contra de la ingobernabilidad. Esto cualquier sistema o partido político lo sabe.
Tercera. No hay hegemonía. La elección confirma que en el estado existen tendencias y cierta volatilidad electoral. La votación sigue siendo favorable al PRI, pero en algunas regiones como Lázaro Cárdenas u Othón P. Blanco, se comienzan a notar cambios que favorecen al Partido Acción Nacional y, contrariamente, el Partido de la Revolución Democrática pierde terreno. El PRD mantiene presencia en la ribera del Río Hondo, pero en la ciudad de Chetumal se desplomó a pesar de tener como candidato a un conocido hombre de izquierda; lo mismo le sucedió a ese partido en Kantunilkin y en Felipe Carrillo Puerto. La migración de votos del partido que hizo ganar a López Obrador en Quintana Roo hacia el PAN o al PRI, es un asunto que merece mayor análisis. En gran medida, la volatilidad electoral en el partido amarillo se puede atribuir, principalmente, a los conflictos entre los precandidatos y dirigentes de esa institución. Hay que mencionar que también se notó una migración de votos, posiblemente del PRI, hacia el Partido Nueva Alianza, principalmente en los distritos de Othón P. Blanco. En este ultimo caso, el voto y los intereses del Elba Esther Gordillo se harán presentes en el Congreso local.
La victoria obtenida por el PRD en Benito Juárez muestra que escasos 56 mil votantes pueden elegir gobernante para la mitad de la población en el estado. Pero también tenemos que 17 personas podrán tomar decisiones, ya sean beneficiosos para la mayoría o también para un grupo. No podemos ni debemos sorprendernos, pues esas son las instituciones y el sistema político y de partidos que hemos creado: esas son las consecuencias y características de una democracia que no termina de madurar.
No se deben dejar de reconocer victorias y derrotas en la contienda electoral. Tampoco está uno para desanimar la euforia de los ganadores, ni para animar la desilusión de los perdedores. Los buenos jugadores, los contendientes en una lucha, saben que de muchas derrotas pueden nacer victorias, así como una victoria mal cuidada puede transformarse en penosa derrota.
Queda, como tarea, dejar reposar los resultados de la elección reciente para tener una mejor distancia, una mejor perspectiva de la problemática y luego abordar con todo rigor analítico el significado de la abstención y la volatilidad electoral. ¿Será una expresión del desencanto de los ciudadanos con nuestra joven democracia, con los políticos de carne y hueso o con las instituciones? No está de más hacer esa tarea.
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