Cuando la realidad, el análisis y las nuevas prácticas se conjuntan, el resultado puede ser novedoso e innovador. En la política cultural se tienen varias décadas formando ciertas realidades que ya es necesario revisar.
En el artículo El Estado y la Cultura, escrito por Lucina Jiménez y Enrique Florescano, y publicado en la revista Nexos en la edición de febrero pasado, ambos intelectuales nos ayudan a entender ciertas situaciones que van de lo posrevolucionario al papel de los ciudadanos en la cultura y dónde se presentaron algunos desafíos que están pendientes.
Luego de aquella época donde José Vasconcelos concibió un proyecto educativo y cultural que convocó a lo mejor de los educadores, pedagogos, escritores, poetas, pintores, escultores, antropólogos, abogados y arquitectos para hacer que la educación, la protección del patrimonio histórico y artístico, la enseñanza de las artes, la construcción de bibliotecas y el fomento a la lectura fueran la base del nacionalismo, el centralismo se transformó de “deformidad a un tumor”. Este es el primer factor desafiante.
Es conocido que de 1940 a 1980 ese nacionalismo paradigmático permitió un crecimiento de instituciones y acciones de forma acelerada, aunque concentrada en la capital del país. Además del centralismo, la cultura se volvió tarea exclusiva del gobierno. Lo que se hiciera por la cultura estaba directamente relacionada al presupuesto y a la voluntad política. Es el segundo aspecto a considerar.
Ahora, producto de un análisis retrospectivo y crítico, también se observa que existe un distanciamiento de algunas instituciones culturales con la sociedad. “Están más atentas a las señales de la burocracia política que a las necesidades de la población”. Es el tercer pendiente.
El último aspecto que está latente es la obsolescencia de las leyes que regulan la estructura cultural. “Se carece de un marco legal actualizado que fije una orientación y función social específica”.
Centralismo, dependencia, ajenidad y olor a rancio son los elementos de análisis que hoy están presentes para diseñar las nuevas acciones culturales.
Llegamos al 2008, donde nos rige un Plan Nacional de Desarrollo sobre cultura, apenas presentado en diciembre del 2007. Cuando participé en esos foros de consulta para definir el plan cultural del gobierno, recuerdo que todos evitamos ser cándidos o etéreos en nuestras palabras y dejamos de lado formulaciones como que la cultura es “la suma de lo mejor del pasado y del presente” o que es “el colorido de expresiones que distinguen al país en el mundo”.
Tiene razón Lucina Jiménez y Enrique Florescano. En la cultura, ¿cómo se puede hacer política pública para un “rico colorido”?.
Es evidente que existen grandes retos en el trabajo cultural. Lograr que la cultura tenga el mismo reconocimiento que la economía, el desarrollo tecnológico y el turismo, es uno de ellos. Elaborar un argumento mejor estructurado, “transversal, prospectivo y comunicable”, más allá del ámbito de las instituciones es otro reto.
Existen instancias de la cultura que tiene muy claro estas realidades, estos puntos de análisis y los retos. Saben de las limitaciones de la centralización y de los riesgos que ello significa para el patrimonio cultural y de las consecuencias de tener iniciativas civiles anémicas. Estas áreas quieren, intentan, llevar hasta sus últimas consecuencias la relación del Estado y la sociedad. Se afanan en diseñar nuevas prácticas donde la decisión no esté centralizada, donde el planteamiento sea de abajo hacia arriba y donde sean propuestas propias y cercanas.
Trazar esta política pública que trascienda los protocolarios convenios entre la federación y los estados, que haga que los acuerdos de crear fondos para apoyar a la cultura y a los creadores dejen de ser el fin y se dimensionen como un modesto medio y que los programas culturales regionales sean diseñados con los actores, es el espíritu. Tengo la sensación que es así como quiere hacer las cosas la Dirección de Vinculación del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA).
Cuando esta instancia presentó a las instituciones culturales de Yucatán, Campeche, Tabasco, Chiapas y Quintana Roo, la propuesta de crear un Programa de Desarrollo Cultural Maya a partir de realizar previamente un amplio Foro, se dibujó con claridad aquel anhelo de permitir la participación ciudadana, no sólo en calidad de espectadores.
Se planteó realizar el Foro Cultural de la Región Maya en Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo, para la primera semana de noviembre. Se definió como objetivo el que, a través de la participación de especialistas y actores, se identifiquen los procesos y expresiones culturales que caracterizan a la región y que puedan trasformarse en ejes estructurantes del desarrollo cultural regional.
La organización del Foro le corresponde a la Secretaría de Cultura de Quintana Roo, en coordinación con las instituciones culturales de los otros cuatro estados y el CONACULTA. La tarea será titánica por las condiciones logísticas de la sede y por la cantidad de participantes.
Se espera la participación de aproximadamente noventa especialistas de talla nacional y promotores culturales locales. Ellos trabajarán los aspectos de historia, región, lengua, ideología, sociedad y economía. Habrá mesas plenarias y de discusión donde queden perfectamente manifiestas las propuestas sobre los cambios y continuidades de los procesos culturales, las manifestaciones culturales preponderantes, la importancia de la lengua como sistema modelante primario de la cultura, de la naturaleza en la cosmovisión y las visiones comunitarias en el contexto de la sustentabilidad.
El Foro será un interesante ejercicio que permitirá tener un diagnóstico preliminar sobre la problemática cultural de la región, para posteriormente definir las perspectivas de acción.
Luego de conocer de manera general cómo ha caminado en ochenta años la política cultural del Estado mexicano y de también saber de los “tumores” que le han crecido a esa política pública, el tener la oportunidad de un Foro de estas características resulta alentador.
El Foro puede significar una nueva forma de construir algo que vincule el trabajo cultural con la democracia a través de las iniciativas de la sociedad civil. Puede ser una interesante visión estratégica que permita trabajar de manera coherente e integral.
Mi actitud hacia el Foro es una apuesta al deseo y no un adelanto displicente para impedir ser tocado por la candidez, luego de los meses y los días.
En el artículo El Estado y la Cultura, escrito por Lucina Jiménez y Enrique Florescano, y publicado en la revista Nexos en la edición de febrero pasado, ambos intelectuales nos ayudan a entender ciertas situaciones que van de lo posrevolucionario al papel de los ciudadanos en la cultura y dónde se presentaron algunos desafíos que están pendientes.
Luego de aquella época donde José Vasconcelos concibió un proyecto educativo y cultural que convocó a lo mejor de los educadores, pedagogos, escritores, poetas, pintores, escultores, antropólogos, abogados y arquitectos para hacer que la educación, la protección del patrimonio histórico y artístico, la enseñanza de las artes, la construcción de bibliotecas y el fomento a la lectura fueran la base del nacionalismo, el centralismo se transformó de “deformidad a un tumor”. Este es el primer factor desafiante.
Es conocido que de 1940 a 1980 ese nacionalismo paradigmático permitió un crecimiento de instituciones y acciones de forma acelerada, aunque concentrada en la capital del país. Además del centralismo, la cultura se volvió tarea exclusiva del gobierno. Lo que se hiciera por la cultura estaba directamente relacionada al presupuesto y a la voluntad política. Es el segundo aspecto a considerar.
Ahora, producto de un análisis retrospectivo y crítico, también se observa que existe un distanciamiento de algunas instituciones culturales con la sociedad. “Están más atentas a las señales de la burocracia política que a las necesidades de la población”. Es el tercer pendiente.
El último aspecto que está latente es la obsolescencia de las leyes que regulan la estructura cultural. “Se carece de un marco legal actualizado que fije una orientación y función social específica”.
Centralismo, dependencia, ajenidad y olor a rancio son los elementos de análisis que hoy están presentes para diseñar las nuevas acciones culturales.
Llegamos al 2008, donde nos rige un Plan Nacional de Desarrollo sobre cultura, apenas presentado en diciembre del 2007. Cuando participé en esos foros de consulta para definir el plan cultural del gobierno, recuerdo que todos evitamos ser cándidos o etéreos en nuestras palabras y dejamos de lado formulaciones como que la cultura es “la suma de lo mejor del pasado y del presente” o que es “el colorido de expresiones que distinguen al país en el mundo”.
Tiene razón Lucina Jiménez y Enrique Florescano. En la cultura, ¿cómo se puede hacer política pública para un “rico colorido”?.
Es evidente que existen grandes retos en el trabajo cultural. Lograr que la cultura tenga el mismo reconocimiento que la economía, el desarrollo tecnológico y el turismo, es uno de ellos. Elaborar un argumento mejor estructurado, “transversal, prospectivo y comunicable”, más allá del ámbito de las instituciones es otro reto.
Existen instancias de la cultura que tiene muy claro estas realidades, estos puntos de análisis y los retos. Saben de las limitaciones de la centralización y de los riesgos que ello significa para el patrimonio cultural y de las consecuencias de tener iniciativas civiles anémicas. Estas áreas quieren, intentan, llevar hasta sus últimas consecuencias la relación del Estado y la sociedad. Se afanan en diseñar nuevas prácticas donde la decisión no esté centralizada, donde el planteamiento sea de abajo hacia arriba y donde sean propuestas propias y cercanas.
Trazar esta política pública que trascienda los protocolarios convenios entre la federación y los estados, que haga que los acuerdos de crear fondos para apoyar a la cultura y a los creadores dejen de ser el fin y se dimensionen como un modesto medio y que los programas culturales regionales sean diseñados con los actores, es el espíritu. Tengo la sensación que es así como quiere hacer las cosas la Dirección de Vinculación del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA).
Cuando esta instancia presentó a las instituciones culturales de Yucatán, Campeche, Tabasco, Chiapas y Quintana Roo, la propuesta de crear un Programa de Desarrollo Cultural Maya a partir de realizar previamente un amplio Foro, se dibujó con claridad aquel anhelo de permitir la participación ciudadana, no sólo en calidad de espectadores.
Se planteó realizar el Foro Cultural de la Región Maya en Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo, para la primera semana de noviembre. Se definió como objetivo el que, a través de la participación de especialistas y actores, se identifiquen los procesos y expresiones culturales que caracterizan a la región y que puedan trasformarse en ejes estructurantes del desarrollo cultural regional.
La organización del Foro le corresponde a la Secretaría de Cultura de Quintana Roo, en coordinación con las instituciones culturales de los otros cuatro estados y el CONACULTA. La tarea será titánica por las condiciones logísticas de la sede y por la cantidad de participantes.
Se espera la participación de aproximadamente noventa especialistas de talla nacional y promotores culturales locales. Ellos trabajarán los aspectos de historia, región, lengua, ideología, sociedad y economía. Habrá mesas plenarias y de discusión donde queden perfectamente manifiestas las propuestas sobre los cambios y continuidades de los procesos culturales, las manifestaciones culturales preponderantes, la importancia de la lengua como sistema modelante primario de la cultura, de la naturaleza en la cosmovisión y las visiones comunitarias en el contexto de la sustentabilidad.
El Foro será un interesante ejercicio que permitirá tener un diagnóstico preliminar sobre la problemática cultural de la región, para posteriormente definir las perspectivas de acción.
Luego de conocer de manera general cómo ha caminado en ochenta años la política cultural del Estado mexicano y de también saber de los “tumores” que le han crecido a esa política pública, el tener la oportunidad de un Foro de estas características resulta alentador.
El Foro puede significar una nueva forma de construir algo que vincule el trabajo cultural con la democracia a través de las iniciativas de la sociedad civil. Puede ser una interesante visión estratégica que permita trabajar de manera coherente e integral.
Mi actitud hacia el Foro es una apuesta al deseo y no un adelanto displicente para impedir ser tocado por la candidez, luego de los meses y los días.
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