El pasado jueves se presentó en el Poliforum Rafael Melgar de Chetumal el libro Violencia familiar y adicciones. Todavía ignoro por qué los organizadores del evento me invitaron a comentar el libro, pues ya resolví el cuestionario de la página 79 del texto y en una escala del 0 al 4, apenas llego al 0 y de las adicciones pues nomás no, nada conozco. Yo creo que fue por la amistad.
Entre otras cosas, me tomé la libertad de mencionar que la Violencia se presenta en ocasiones callada, simulada o abierta; en otras se manifiesta de manera distante o cercana; queriéndose pasar como justificada o injustificada, pero siempre está latente o actuante. La violencia es y será per se lastimante para hombres y mujeres, entre los países, al interior de ellos o en las familias.
De la violencia resultan hechos traumáticos, pero también se manifiesta en actos de subordinación y dominación, en acciones de rebeldía y liberación. Ella, en el nivel de los países, en el nivel macro, asume la figura de la paradoja, ya que sin la violencia, en muchos casos no se podrían explicar diversos procesos.
La violencia es mucho más que una emoción humana, como el enojo y la ira: es una conducta aprendida. Está intrínsecamente relacionada con los conflictos, y la violencia está generada por intereses sectoriales, sociales, políticos, religiosos y, sobre todo, económicos, que se van desarrollando a través del tiempo.
Esta afirmación, que a primera vista parece demasiado obvia, no lo es si la enmarcamos como generadora de problemas de salud pública, tal y como lo son los temas de adicción y violencia familiar. La violencia no es un hecho accidental, ocasional: es intencional.
La violencia en el ser humano no es innata, se adquiere y se asume culturalmente. Advertí que mi postura era diferente a la que asume el Dr. Jesús Kumate en el prólogo del libro, cuando menciona que “los humanos con antecedentes de agresividad tienen menos serotonina”. No creo que la violencia o la agresividad estén condicionadas por la genética, por la cantidad de neurotransmisores. El individuo no nace siendo bueno o malo, ni violento o pacífico. La violencia es un concepto, un valor y una práctica que se adquiere en las relaciones sociales.
Estoy convencido que es la sociedad la que produce la violencia, pero no lo hace independiente del Estado. En gran medida éste es quien contribuye en las modalidades y frecuencias de la violencia. La inseguridad social y económica, la corrupción y el miedo, son algunos de los productos directos de la relación Estado-sociedad.
La violencia es social y se le localiza en formas diversas. Se le encuentra en el modelo educativo autoritario que inhibe la creatividad e impone significados; en la injusticia social como forma estructural; en la coerción y la corrupción como conducta institucional; en los sistemas simbólicos religiosos que diseñan roles y esquemas discriminatorios; en la desigual distribución de la riqueza, en la discriminación de clase, de género, de origen y edad como causantes de conflicto; en las relaciones de poder estereotipadas y roles familiares tradicionales que producen desigualdad y dominación doméstica y en la falta de oportunidades laborales que se traducen en migración y marginación.
En el libro se describe, en el primer capítulo, las diversas formas de violencia: de género, la familiar, la física, la psicológica, la sexual, la económica y cómo la violencia se liga, en muchas ocasiones, al consumo de las diversas drogas.
Además de lo anterior, existe la violencia estructural, que propicia la ausencia de reciprocidad y promueve la desigualdad y la intolerancia, y la violencia cultural, la que justifica y legitima todo tipo de ejercicio de poder; son las grandes áreas que hoy nos arrojan preguntas y situaciones lacerantes que se incrustan en la cotidianeidad social.
De estas áreas surgen, se tipifican y se expanden la violencia doméstica, los delitos sexuales, la violencia callejera o juvenil, el maltrato y el descuido a menores y ancianos, la violencia autoinflingida -como el suicidio-, y la violencia social o colectiva.
Aproveché la ocasión para colocar una provocación razonable. Todos sabemos, que en los últimos años se ha dado una masificación de la violencia en los medios de comunicación, especialmente la referida al narcotráfico. Sin negar los más de 11 mil muertos en los últimos dos y medio años, tampoco podemos negar que no conocemos el impacto que causan entre la población los efectos de las imágenes o las notas sobre ejecuciones y torturas entre bandas delictivas. Se ha creado en el imaginario la idea de que el mayor problema de violencia se centra en el narcotráfico, y que todos los esfuerzos gubernamentales y ciudadanos deben enfocarse en el ataque a este tipo de violencia. Con esta percepción, muchas otras formas de violencia han quedado minimizadas o sin una adecuada atención por parte de las instancias de gobierno.
El Instituto para la Seguridad y Democracia (INSyDE) comenta: “En México, el problema de la inseguridad y la violencia no se explica a través de la delincuencia organizada. Se tiene una imagen distorsionada de la realidad. Hay que entender el contexto”, y agrega: “lo que está pasando tiene dos características: la violencia asociada a la delincuencia organizada, que crea una imagen distorsionada, ya que no es una violencia generalizada contra objetivos indiscriminados, sino entre grupos involucrados en el crimen organizado, y la violencia común, intrafamiliar, esa sí ha crecido, principalmente contra mujeres y niños.”
De esta forma, no es raro que la violencia doméstica y de género, de sectores poblacionales altamente vulnerables, quede en un segundo plano. Después de todo, la violencia hacia estos grupos no es tan espectacular como la que ejercen los cárteles de la droga y su ataque frontal tampoco es motivo de grandes movilizaciones de las fuerzas de seguridad. Aunque en términos reales, la violencia que genera delitos y homicidios fuera del narcotráfico sea de magnitud mucho mayor.
Y es que la violencia que se ejerce hacia los grupos vulnerables, en muchas ocasiones no es tan espectacular, ni debe presentarse de esa forma. Simplemente debe combatirse y atender los efectos y daños que causan en esos sectores sociales.
La violencia hacia los grupos vulnerables, especialmente hacia las mujeres, no son etéreas impresiones. En el año 2003, en su Informe Mundial sobre Violencia y Salud, la Organización Mundial de la Salud (OMS), calificó a México como “uno de los países más violentos para las mujeres, y señaló el acoso sexual, la violencia familiar, la violencia psicológica y sexual como las principales agresiones a las que se enfrentan las mujeres mexicanas”.
Esta violencia va acompañada de una creciente desigualdad socioeconómica y marginación, lo que obstaculiza el desarrollo humano de las mujeres y sectores vulnerables.
Entre otras cosas, me tomé la libertad de mencionar que la Violencia se presenta en ocasiones callada, simulada o abierta; en otras se manifiesta de manera distante o cercana; queriéndose pasar como justificada o injustificada, pero siempre está latente o actuante. La violencia es y será per se lastimante para hombres y mujeres, entre los países, al interior de ellos o en las familias.
De la violencia resultan hechos traumáticos, pero también se manifiesta en actos de subordinación y dominación, en acciones de rebeldía y liberación. Ella, en el nivel de los países, en el nivel macro, asume la figura de la paradoja, ya que sin la violencia, en muchos casos no se podrían explicar diversos procesos.
La violencia es mucho más que una emoción humana, como el enojo y la ira: es una conducta aprendida. Está intrínsecamente relacionada con los conflictos, y la violencia está generada por intereses sectoriales, sociales, políticos, religiosos y, sobre todo, económicos, que se van desarrollando a través del tiempo.
Esta afirmación, que a primera vista parece demasiado obvia, no lo es si la enmarcamos como generadora de problemas de salud pública, tal y como lo son los temas de adicción y violencia familiar. La violencia no es un hecho accidental, ocasional: es intencional.
La violencia en el ser humano no es innata, se adquiere y se asume culturalmente. Advertí que mi postura era diferente a la que asume el Dr. Jesús Kumate en el prólogo del libro, cuando menciona que “los humanos con antecedentes de agresividad tienen menos serotonina”. No creo que la violencia o la agresividad estén condicionadas por la genética, por la cantidad de neurotransmisores. El individuo no nace siendo bueno o malo, ni violento o pacífico. La violencia es un concepto, un valor y una práctica que se adquiere en las relaciones sociales.
Estoy convencido que es la sociedad la que produce la violencia, pero no lo hace independiente del Estado. En gran medida éste es quien contribuye en las modalidades y frecuencias de la violencia. La inseguridad social y económica, la corrupción y el miedo, son algunos de los productos directos de la relación Estado-sociedad.
La violencia es social y se le localiza en formas diversas. Se le encuentra en el modelo educativo autoritario que inhibe la creatividad e impone significados; en la injusticia social como forma estructural; en la coerción y la corrupción como conducta institucional; en los sistemas simbólicos religiosos que diseñan roles y esquemas discriminatorios; en la desigual distribución de la riqueza, en la discriminación de clase, de género, de origen y edad como causantes de conflicto; en las relaciones de poder estereotipadas y roles familiares tradicionales que producen desigualdad y dominación doméstica y en la falta de oportunidades laborales que se traducen en migración y marginación.
En el libro se describe, en el primer capítulo, las diversas formas de violencia: de género, la familiar, la física, la psicológica, la sexual, la económica y cómo la violencia se liga, en muchas ocasiones, al consumo de las diversas drogas.
Además de lo anterior, existe la violencia estructural, que propicia la ausencia de reciprocidad y promueve la desigualdad y la intolerancia, y la violencia cultural, la que justifica y legitima todo tipo de ejercicio de poder; son las grandes áreas que hoy nos arrojan preguntas y situaciones lacerantes que se incrustan en la cotidianeidad social.
De estas áreas surgen, se tipifican y se expanden la violencia doméstica, los delitos sexuales, la violencia callejera o juvenil, el maltrato y el descuido a menores y ancianos, la violencia autoinflingida -como el suicidio-, y la violencia social o colectiva.
Aproveché la ocasión para colocar una provocación razonable. Todos sabemos, que en los últimos años se ha dado una masificación de la violencia en los medios de comunicación, especialmente la referida al narcotráfico. Sin negar los más de 11 mil muertos en los últimos dos y medio años, tampoco podemos negar que no conocemos el impacto que causan entre la población los efectos de las imágenes o las notas sobre ejecuciones y torturas entre bandas delictivas. Se ha creado en el imaginario la idea de que el mayor problema de violencia se centra en el narcotráfico, y que todos los esfuerzos gubernamentales y ciudadanos deben enfocarse en el ataque a este tipo de violencia. Con esta percepción, muchas otras formas de violencia han quedado minimizadas o sin una adecuada atención por parte de las instancias de gobierno.
El Instituto para la Seguridad y Democracia (INSyDE) comenta: “En México, el problema de la inseguridad y la violencia no se explica a través de la delincuencia organizada. Se tiene una imagen distorsionada de la realidad. Hay que entender el contexto”, y agrega: “lo que está pasando tiene dos características: la violencia asociada a la delincuencia organizada, que crea una imagen distorsionada, ya que no es una violencia generalizada contra objetivos indiscriminados, sino entre grupos involucrados en el crimen organizado, y la violencia común, intrafamiliar, esa sí ha crecido, principalmente contra mujeres y niños.”
De esta forma, no es raro que la violencia doméstica y de género, de sectores poblacionales altamente vulnerables, quede en un segundo plano. Después de todo, la violencia hacia estos grupos no es tan espectacular como la que ejercen los cárteles de la droga y su ataque frontal tampoco es motivo de grandes movilizaciones de las fuerzas de seguridad. Aunque en términos reales, la violencia que genera delitos y homicidios fuera del narcotráfico sea de magnitud mucho mayor.
Y es que la violencia que se ejerce hacia los grupos vulnerables, en muchas ocasiones no es tan espectacular, ni debe presentarse de esa forma. Simplemente debe combatirse y atender los efectos y daños que causan en esos sectores sociales.
La violencia hacia los grupos vulnerables, especialmente hacia las mujeres, no son etéreas impresiones. En el año 2003, en su Informe Mundial sobre Violencia y Salud, la Organización Mundial de la Salud (OMS), calificó a México como “uno de los países más violentos para las mujeres, y señaló el acoso sexual, la violencia familiar, la violencia psicológica y sexual como las principales agresiones a las que se enfrentan las mujeres mexicanas”.
Esta violencia va acompañada de una creciente desigualdad socioeconómica y marginación, lo que obstaculiza el desarrollo humano de las mujeres y sectores vulnerables.
El libro Violencia familiar y adicciones es un buen esfuerzo del DIF-Quintana Roo, de Centros de Integración Juvenil, A. C. y de la Secretaría de Salud Estatal. Instituciones nobles que, junto a organizaciones como el Observatorio de la Violencia Social y de Género, realizan el contrapeso necesario para que la salud social, y específicamente la familiar, esté en mejores condiciones.