Muy molesto salió Sergio Pérez Erales de aquella reunión con Gabriel Quadri, quien era Presidente del Instituto Nacional de Ecología (INE): le querían tomar el pelo. El entonces titular de la SEDUMA había acudido a convencer a las autoridades federales de las bondades de declarar a la Bahía de Chetumal como Área Natural Protegida. “Acabo de hablar con el Gobernador Villanueva, él ya aceptó que jurídicamente las aguas de la Bahía son de jurisdicción federal, por lo tanto no se justifica la creación del área protegida por parte del Estado”, le lanzó de manera poco amable el educado en la Universidad de Texas. Pérez sabía que lo de la llamada telefónica nunca había existido, estaba en perfecta coordinación con el que deseaba crear el Santuario Maya del Manatí.
A pesar de la postura del INE, el Gobernador Mario Villanueva tenía otros canales y otras formas de hacer las cosas. Al poco tiempo, el Presidente de la República, Ernesto Zedillo y Julia Carabias, titular de la Secretaria de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Pesca, se plantaron en la rambla que bordea la Bahía y atestiguaron la creación del Área Natural Protegida “Santuario del Manatí”. Eso sucedió el 24 de octubre de 1996.
No fue un nacimiento fácil; desde su origen se complicó la creación del Área Natural Protegida (ANP). A pesar del convencimiento que tenían las autoridades locales, los académicos y los representantes de la sociedad civil, de los beneficios que podría aportar al sur del Estado la aplicación de este instrumento de conservación, la expectativa se redujo cuando no existió una compatibilidad jurídica y mucho menos un acuerdo de colaboración con el INE.
De acuerdo con la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas, un ANP “es un instrumento de política ambiental con mayor definición jurídica para la conservación de la biodiversidad. Éstas son porciones terrestres o acuáticas del territorio nacional representativas de los diversos ecosistemas, en donde el ambiente original no ha sido esencialmente alterado y que producen beneficios ecológicos cada vez más reconocidos y valorados. Se crean mediante un decreto presidencial y las actividades que pueden llevarse a cabo en ellas se establecen de acuerdo con la Ley General del Equilibrio Ecológico y Protección al Ambiente, su reglamento, el programa de manejo y los programas de ordenamiento ecológico. Están sujetas a regímenes especiales de protección, conservación, restauración y desarrollo, según categorías establecidas en la Ley”. Las categorías de las ANP son: las reservas de la biosfera, los parques nacionales, las áreas de protección de recursos naturales, los monumentos naturales, las áreas de protección de flora y fauna y los santuarios.
Al principio el gobierno estatal pretendía que el proyecto fuese asumido por las instancias federales, que ellos decretaran la creación del ANP de la Bahía de Chetumal. Los federales no aceptaron. Para estos no se cumplían con tres condiciones: 1. No se justificaba la conservación de una especie (el manatí) para un área de enorme dimensiones, 2. No existía el trabajo suficiente para tener el consenso social que llevara a constituir el Área, y 3. Tampoco quedaba claro el nivel de afectación de los intereses estatales con la creación del ANP.
A pesar de que los especialistas del Centro de Investigaciones de Quintana Roo (hoy El Colegio de la Frontera Sur), funcionarios y representantes de la sociedad argumentaron lo contrario: 1. El manatí es una especie carismática y “sombrilla”, bajo la cual se protegía una diversidad faunística y 2. De haber realizado una amplio trabajo con el sector educativo para difundir la iniciativa -pero reconociendo que faltaba labor con los ejidatarios de los espacios circundantes a la Bahía y del Río Hondo-, los directivos del INE no cedieron.
No quedó de otra. El gobierno estatal tomó la decisión de crear el ANP- Santuario del Manatí y mantenerlo bajo su responsabilidad. Innegablemente nació con problemas: estaba cojo jurídicamente, pues las aguas eran federales –además de ser fronterizas-, no son aguas interiores de jurisdicción estatal. Actualmente la Zona Sujeta a Conservación Ecológica, Santuario del Manatí (su nombre oficial) es, junto con Xcacel-Xcacelito, Laguna Colombia, Chacmochuch, Laguna Manatí y Parque Kabah, son parte integral de la política de protección ambiental del Gobierno de Quintana Roo.
A trece años de su creación el Santuario del manatí está a la deriva. Este también es el caso de Daniel, el joven Trichechus manatus que vive en un corral en Laguna Guerrero y que a sus seis años de edad se ha transformado en el emblema del Santuario, pero al mismo tiempo se ha convertido en un dilema: o dejarlo encerrado eternamente, o dejarle abierta la puerta para entrar y salir bajo el riesgo de volver a ser arponeado por andar mostrando el estilete a cualquier bañista o encontrar un lejano acuario que lo quiera en adopción. Esa es la realidad tangible de un animal, no un conmovedor dibujo de un niño escolar.
Para entender la Bahía y sus animalitos, es necesario tener un análisis actualizado de la experiencia del ANP- Santuario del Manatí. Y es Benjamín Morales Vela el indicado para hacerlo. Generoso, me ofrece sus ideas.
“Fue en 1992 cuando se vio la necesidad de buscar protección jurídica a la Bahía de Chetumal. Era resultado de una reunión entre expertos beliceños, estadounidenses y mexicanos que trabajábamos el manejo costero y que teníamos experiencias de investigación con el manatí. De esa reunión surgieron propuestas regionales sobre diversas estrategias de investigación y se concluyó que la Bahía de Chetumal era una de las áreas más importante de manatíes de toda la Península de Yucatán y Belice que necesitaba protegerse ambientalmente”.
El doctor en ciencias biológicas de El Colegio de la Frontera Sur habla de diferentes fases en la experiencia del Santuario, que tiene 281 mil hectáreas, entre medio marino y humedales: su creación, sus objetivos y su actual funcionamiento.
“El objetivo central, era conservar la biodiversidad y el ecosistema por ser único, diverso y de gran impacto para el manatí y otras especies acuáticas. Como objetivo implícito o específico estaba, entre otros, el mejoramiento de la calidad de vida de los habitantes de las zonas rurales dentro o circundantes a la reserva. Esto debe quedar claro para entender lo que motiva la creación de un área de protección ambiental. Su primer programa de manejo –publicado en agosto de 1999- nunca fue probado, no se le permitió probar sus bondades, simplemente se le señaló como totalmente restrictivo. Seguramente el nuevo programa de manejo es mejor pues ya parte de una experiencia. Lo importante es que opere, que de él se desprendan acciones claras, con metas definidas y presupuesto para operar”.
Morales Vela advierte que actualmente existe una “creciente presión para dar a las áreas protegidas una justificación económica, sobre todo en países en desarrollo donde la demanda por la tierra y recursos naturales es alta”. Para el experto, el área destinada a la protección ambiental, a trece años de su creación, “ha sufrido cambios en la tenencia de la tierra, deforestación, fragmentación de áreas, incremento de la infraestructura urbana e incremento de desechos urbanos a sus aguas y, además, existe apatía en la participación social y una total descoordinación binacional”.
El que fuera director del ECOSUR-Chetumal y apasionado investigador de los aproximadamente 150 manatíes que deambulan por las someras aguas de la Bahía, señala que aquel programa de manejo y la estructura administrativa de la reserva “nunca puso a prueba su capacidad de negociación con los usuarios de los recursos, con las comunidades. En gran medida, el Santuario del Manatí ha significado un gran reto para la estructura administrativa, no existe presupuesto para operar y eso nos hace preguntar sobre la existencia de una política pública ambiental para sostener su sistema de áreas protegidas”. Es evidente que el actual Programa de Manejo no opera.
Ahora, con esa claridad del académico, ya no me queda duda de algo. No es suficiente declarar oficialmente a un extraño animal como símbolo ecológico del Estado, ni tampoco recurrir a aquel pasaje donde aquellos necesitados marineros que acompañaban a Cristóforo Colombo confundían a esos sirenios con aquellas míticas mujeres, para entender el gran el trecho que hay entre una buena intención, una decisión política y una planeación a largo plazo. Lo romántico que inspira la Bahía de Chetumal, sin mayor tamiz de razón, nos puede llevar al ocaso de las sirenas.
A pesar de la postura del INE, el Gobernador Mario Villanueva tenía otros canales y otras formas de hacer las cosas. Al poco tiempo, el Presidente de la República, Ernesto Zedillo y Julia Carabias, titular de la Secretaria de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Pesca, se plantaron en la rambla que bordea la Bahía y atestiguaron la creación del Área Natural Protegida “Santuario del Manatí”. Eso sucedió el 24 de octubre de 1996.
No fue un nacimiento fácil; desde su origen se complicó la creación del Área Natural Protegida (ANP). A pesar del convencimiento que tenían las autoridades locales, los académicos y los representantes de la sociedad civil, de los beneficios que podría aportar al sur del Estado la aplicación de este instrumento de conservación, la expectativa se redujo cuando no existió una compatibilidad jurídica y mucho menos un acuerdo de colaboración con el INE.
De acuerdo con la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas, un ANP “es un instrumento de política ambiental con mayor definición jurídica para la conservación de la biodiversidad. Éstas son porciones terrestres o acuáticas del territorio nacional representativas de los diversos ecosistemas, en donde el ambiente original no ha sido esencialmente alterado y que producen beneficios ecológicos cada vez más reconocidos y valorados. Se crean mediante un decreto presidencial y las actividades que pueden llevarse a cabo en ellas se establecen de acuerdo con la Ley General del Equilibrio Ecológico y Protección al Ambiente, su reglamento, el programa de manejo y los programas de ordenamiento ecológico. Están sujetas a regímenes especiales de protección, conservación, restauración y desarrollo, según categorías establecidas en la Ley”. Las categorías de las ANP son: las reservas de la biosfera, los parques nacionales, las áreas de protección de recursos naturales, los monumentos naturales, las áreas de protección de flora y fauna y los santuarios.
Al principio el gobierno estatal pretendía que el proyecto fuese asumido por las instancias federales, que ellos decretaran la creación del ANP de la Bahía de Chetumal. Los federales no aceptaron. Para estos no se cumplían con tres condiciones: 1. No se justificaba la conservación de una especie (el manatí) para un área de enorme dimensiones, 2. No existía el trabajo suficiente para tener el consenso social que llevara a constituir el Área, y 3. Tampoco quedaba claro el nivel de afectación de los intereses estatales con la creación del ANP.
A pesar de que los especialistas del Centro de Investigaciones de Quintana Roo (hoy El Colegio de la Frontera Sur), funcionarios y representantes de la sociedad argumentaron lo contrario: 1. El manatí es una especie carismática y “sombrilla”, bajo la cual se protegía una diversidad faunística y 2. De haber realizado una amplio trabajo con el sector educativo para difundir la iniciativa -pero reconociendo que faltaba labor con los ejidatarios de los espacios circundantes a la Bahía y del Río Hondo-, los directivos del INE no cedieron.
No quedó de otra. El gobierno estatal tomó la decisión de crear el ANP- Santuario del Manatí y mantenerlo bajo su responsabilidad. Innegablemente nació con problemas: estaba cojo jurídicamente, pues las aguas eran federales –además de ser fronterizas-, no son aguas interiores de jurisdicción estatal. Actualmente la Zona Sujeta a Conservación Ecológica, Santuario del Manatí (su nombre oficial) es, junto con Xcacel-Xcacelito, Laguna Colombia, Chacmochuch, Laguna Manatí y Parque Kabah, son parte integral de la política de protección ambiental del Gobierno de Quintana Roo.
A trece años de su creación el Santuario del manatí está a la deriva. Este también es el caso de Daniel, el joven Trichechus manatus que vive en un corral en Laguna Guerrero y que a sus seis años de edad se ha transformado en el emblema del Santuario, pero al mismo tiempo se ha convertido en un dilema: o dejarlo encerrado eternamente, o dejarle abierta la puerta para entrar y salir bajo el riesgo de volver a ser arponeado por andar mostrando el estilete a cualquier bañista o encontrar un lejano acuario que lo quiera en adopción. Esa es la realidad tangible de un animal, no un conmovedor dibujo de un niño escolar.
Para entender la Bahía y sus animalitos, es necesario tener un análisis actualizado de la experiencia del ANP- Santuario del Manatí. Y es Benjamín Morales Vela el indicado para hacerlo. Generoso, me ofrece sus ideas.
“Fue en 1992 cuando se vio la necesidad de buscar protección jurídica a la Bahía de Chetumal. Era resultado de una reunión entre expertos beliceños, estadounidenses y mexicanos que trabajábamos el manejo costero y que teníamos experiencias de investigación con el manatí. De esa reunión surgieron propuestas regionales sobre diversas estrategias de investigación y se concluyó que la Bahía de Chetumal era una de las áreas más importante de manatíes de toda la Península de Yucatán y Belice que necesitaba protegerse ambientalmente”.
El doctor en ciencias biológicas de El Colegio de la Frontera Sur habla de diferentes fases en la experiencia del Santuario, que tiene 281 mil hectáreas, entre medio marino y humedales: su creación, sus objetivos y su actual funcionamiento.
“El objetivo central, era conservar la biodiversidad y el ecosistema por ser único, diverso y de gran impacto para el manatí y otras especies acuáticas. Como objetivo implícito o específico estaba, entre otros, el mejoramiento de la calidad de vida de los habitantes de las zonas rurales dentro o circundantes a la reserva. Esto debe quedar claro para entender lo que motiva la creación de un área de protección ambiental. Su primer programa de manejo –publicado en agosto de 1999- nunca fue probado, no se le permitió probar sus bondades, simplemente se le señaló como totalmente restrictivo. Seguramente el nuevo programa de manejo es mejor pues ya parte de una experiencia. Lo importante es que opere, que de él se desprendan acciones claras, con metas definidas y presupuesto para operar”.
Morales Vela advierte que actualmente existe una “creciente presión para dar a las áreas protegidas una justificación económica, sobre todo en países en desarrollo donde la demanda por la tierra y recursos naturales es alta”. Para el experto, el área destinada a la protección ambiental, a trece años de su creación, “ha sufrido cambios en la tenencia de la tierra, deforestación, fragmentación de áreas, incremento de la infraestructura urbana e incremento de desechos urbanos a sus aguas y, además, existe apatía en la participación social y una total descoordinación binacional”.
El que fuera director del ECOSUR-Chetumal y apasionado investigador de los aproximadamente 150 manatíes que deambulan por las someras aguas de la Bahía, señala que aquel programa de manejo y la estructura administrativa de la reserva “nunca puso a prueba su capacidad de negociación con los usuarios de los recursos, con las comunidades. En gran medida, el Santuario del Manatí ha significado un gran reto para la estructura administrativa, no existe presupuesto para operar y eso nos hace preguntar sobre la existencia de una política pública ambiental para sostener su sistema de áreas protegidas”. Es evidente que el actual Programa de Manejo no opera.
Ahora, con esa claridad del académico, ya no me queda duda de algo. No es suficiente declarar oficialmente a un extraño animal como símbolo ecológico del Estado, ni tampoco recurrir a aquel pasaje donde aquellos necesitados marineros que acompañaban a Cristóforo Colombo confundían a esos sirenios con aquellas míticas mujeres, para entender el gran el trecho que hay entre una buena intención, una decisión política y una planeación a largo plazo. Lo romántico que inspira la Bahía de Chetumal, sin mayor tamiz de razón, nos puede llevar al ocaso de las sirenas.