El Hombre siempre se ha movido por el planeta. Por razones de comportamiento económico: cazadores o recolectores, agricultores o industriales; por motivos de violencia: guerras, ocupaciones y persecuciones; por cuestiones de salud y enfermedad: epidemias; por fenómenos de la naturaleza: catástrofes y afectaciones, y por conflictos culturales y políticos: persecución de creencias religiosas e ideologías…, pero siempre se han movido los grupos humanos.
Las primeras migraciones conocidas en México se dan desde que llegaron los grupos nahuatlacos al valle de Texcoco. Años atrás, otros grupos poblaban grandes ciudades y luego emigraban: los de Cuicuilco huyen de la erupción de un volcán y llegan a Teotihuacan; los de Tula entran en una guerra intestina y Quetzalcóatl y su gente emigra por la costa hacia la Península yucateca. Son los mejores ejemplos que se me ocurren de los tiempos prehispánicos y que tienen su rancio antecedente en los caminantes que cruzaron por Bering.
Seguramente, durante La Colonia varias regiones conocieron la migración cuando se huía de los encomenderos y de la evangelización católica, cuando se expandió la ganadería, cuando se descubrían y explotaban grandes yacimientos de minerales, cuando las milpas no producían por diversas razones y las ciudades eran la esperanza.
La guerra de Independencia movió a mucha gente que huía o combatía. Poblados que eran abandonados o nuevos asentamientos que se fundaban; hambrunas que empujaban a masas hacia las ciudades…, algo de ello nos dicen los historiadores.
Durante la Revolución Mexicana, como en todo conflicto, la devastación económica fue notoria en la minería, en la agricultura, en la ganadería y en las manufacturas. Además de las balas, el hambre arrojó una corriente migratoria hacia la frontera norte: algunos buscaban cierta protección del país vecino y otros se quedaron en los estados fronterizos, lo que contribuyó a su poblamiento.
En las primeras décadas del periodo posrevolucionario, la economía de exportación, que se apoyaba en la venta de petróleo, la cual, ligada a la política agrarista de Lázaro Cárdenas que satisfacía muchas demandas sociales, trajo un periodo de estabilidad. El Estado era el gran interventor que destinaba fuertes gastos en la infraestructura agrícola, de comunicaciones y transportes. Sin embargo, la migración legal a Estados Unidos de Norteamérica de miles de braceros mexicanos, que sustituyó a la fuerza de trabajo local que partió a combatir a Europa y Asia, fue el fenómeno migratorio más importante de mediados del siglo XX.
Entre 1940 y 1950, la migración modificó al sector rural: pasó de constituir el 65% de la población nacional, a ser el 57%. La política industrial de Miguel Alemán prendía candilejas en las ciudades: los campesinos se proletarizaban.
Para finales de los años cincuenta y principios de la siguiente década la economía se estancó. Se decidió impulsar la inversión extranjera y la industria nacional fue desplazada por industria pesada extranjera, automotriz y siderúrgica principalmente. Se conoció la inflación y la política de salarios mínimos. Pero también, en el rejuego de apoyos al campo y a la industria, se presentó el desempleo y el subempleo. La intervención del Estado estabiliza la economía desde mediados de los sesentas hasta 1980: fueron los años del Milagro mexicano.
Con una tasa media anual de crecimiento del 5%, la economía mexicana creció moderadamente en los años setentas. Pero llegó la crisis de 1982 y los porcentajes de pobreza nacional se incrementaron. La migración de desempleados y pobres se dirige hacia los polos turísticos de desarrollo y a las ciudades medianas como Puebla y Querétaro. Aunque poco antes, a inicio de los años 70s, Luis Echeverría impulsa la política de colonización dirigida a Baja California y Quintana Roo. Llegan al sur del estado caribeño miles de familias campesinas provenientes de Coahuila, Veracruz, Zacatecas, Jalisco, Michoacán y Tabasco.
La primera inmigración masiva de extranjeros a México en el siglo XX se da durante el Porfiriato: llegan a Yucatán mil coreanos que nos dejaron apellidos como Chin o Yamá. En los años 20s arriban familias de judíos alepinos y árabes libaneses. Durante la Guerra Civil española (1936-1939) y en la década de los 70s y 80s, México recibe a decenas de miles de refugiados políticos de Argentina, Chile y Centroamérica. La vida académica e intelectual del país se ve enriquecida con las nuevas vanguardias en la filosofía, la sociología, el psicoanálisis y las artes que aportan los iberos y los sudamericanos. En esos años llega a Quintana Roo una migración de refugiados guatemaltecos que huyen del etnocidio.
A inicios de los años 80s arriban a Campeche y a Quintana Roo miles de indígenas choles que huían de la erupción del volcán Chichonal. En la Península yucateca llegaba a su fin el modelo henequenero y la crisis empuja a campesinos empobrecidos a las nacientes ciudades del Caribe mexicano: el turismo era el nuevo modelo que requería mano de obra no calificada.
Con el terremoto de 1985, centenares de miles de capitalinos abandonan la Ciudad de México y se establecen en Jalisco, Veracruz, Oaxaca, Morelos, Querétaro y Quintana Roo. A partir de ese momento, el Distrito Federal desacelera su crecimiento, para el 2005 es la cuarta entidad en crecimiento poblacional y Quintana Roo ocupa el primer lugar a nivel nacional con el 4.7% anual.
La migración interna es un fenómeno que en los últimos tiempos ha mostrado una tendencia hacia las costas y hacia las ciudades fronterizas del norte: los centros turísticos y las maquiladoras ofrecen oportunidades de trabajo. La llamada migración ilegal, la de los mexicanos que tratan de burlar la línea fronteriza del norte, es otro tema.
Para Quintana Roo, la migración es un fenómeno social que siempre ha estado presente en su historia. Los mayas que combatieron durante la Guerra de Castas y encontraron refugio en sus selvas centrales; los primeros pobladores isleños que huyeron del oriente yucateco en los años de esa conflagración peninsular; los primigenios habitantes de Payo Obispo que provenían de Belice, Xcalak y otras latitudes; los ribereños del Río Hondo que trajo Luis Echeverría y los centenares de miles que llegaron a trabajar para la industria turística de las ciudades del norte, son el argumento de que la migración es un tema que debemos conocer histórica, social, cultural y económicamente con mayor detalle.
Pero la migración que tal vez menos atendemos o percibimos es la de los indígenas mayas. Ellos se han movido hacia las ciudades turísticas y también hacia Norteamérica. Hace 35 años conformaban el grupo social más numeroso de la entidad, ahora representan poco menos del 20% de los habitantes estatales. Eso indica que han crecido poblacionalmente, pero no al ritmo de las tasas de inmigrantes: un 6% anual de ellos contra el 16.7% de la media anual estatal.
Es necesario saber cómo el fenómeno migratorio ha afectado sus estructuras socioeconómicas, la agricultura tradicional y su sistema cultural. Más allá de lo que significa la presión demográfica de la migración sobre los servicios públicos, es necesario conocer qué esta pasando con sus condiciones de vivienda, con el incremento de adicciones como el alcoholismo y la drogadicción, con la violencia intrafamiliar y las enfermedades contagiosas. Eso no requiere de grandes conceptos, ni simposium, ni foros; sólo un poco de compromiso con ellos, nada más.
domingo, 24 de octubre de 2010
domingo, 3 de octubre de 2010
Libaneses
“Ellos, los árabes, son hijos de Ismael, quien nació del vientre de Agar, una concubina egipcia que tenía Abraham. Sara, la esposa de Abraham, no podía tener hijos y ya muy tarde, a los 90 años, se embarazó de Isaac. Con su embarazo, Sara expulsa a Agar de su casa. Ismael e Isaac son hijos de Abraham. Es la parte que tenemos en común con ellos”. Este fue el comentario y la versión de una amiga que tiene sus orígenes en el Medio Oriente. Aquel acontecimiento sucedido hace 3800 años fue lo que motivó a escribir sobre un grupo árabe de fuerte tradición y presencia en la Península yucateca: los libaneses.
Carmen Páez, Teresa Cuevas y Alfonso Ramírez han escrito sobre ellos, aunque también Francisco de Montejo Baqueiro, Zidane Zeraoui, Angelina Alonso e Indira Sánchez lo han hecho, pero de estos no conozco sus escritos.
Personas con apellidos como Abdala, Abuxapqui, Achach, Adan (A’azzm), Amar (Qamar), Amen, Ayub, Azar, Baroudi, Borge, Camín, Chapur, Chedraui, Chejin, Domit, Eljure, Erales (Jairala), Estefan, Farah, Hadad, Joaquín, Karam, Kuri, Medina (El Wasir), Mena (Charruf), Miguel, Musi, Muza, Shabshab, Simón, Slim, Xacur (Chakkur), entre otros muchos más, comenzaron a llegar a puertos mexicanos en el siglo XIX. El primero que se registra en Veracruz fue Boutrous Raffaoul, en 1878 y el que inicia la emigración a Yucatán, en 1879, fue Santiago Sauma.
Aquellos árabes que llegaron a México provenían de varias regiones del Líbano (Mutassarifat), principalmente de distritos del norte: Akkar, Baalbek, Batrum y perteneciendo confesionalmente al grupo cristiano maronita. El periodo de inmigración duró 50 años, desde la llegada de Sauma hasta 1930, menciona Alfonso Ramírez en su trabajo “De buhoneros a empresarios: la inmigración libanesa en el sureste de México”.
Los motivos que obligaron a que estas personas partieran a América fueron de índole económico, político y religioso. La dominación del imperio otomano por cuatro siglos sobre Líbano (1516-1920), las guerras intestinas de principios del siglo XIX entre los señores feudales y los jenízaros; la guerra de Turquía contra Rusia, 1826-1829; la invasión de Egipto a Líbano, 1831-1840; los intereses y la constante presión de Francia, Inglaterra y Norteamérica por el mercado regional, todo ello provocaron empobrecimiento y un descontento de los súbditos libaneses.
La aplicación de pesados impuestos, la organización administrativa de un emirato con jurisdicción sobre los cristianos y musulmanes, los enfrentamientos entre drusos y cristianos maronitas durante la ocupación egipcia, la división territorial de 1860 y la intervención francesa, con todo y sus inequidades, fueron configurando una crisis estructural que derivó en la llegada de un movimiento nacionalista promovido por los maronitas. En ese entonces, la población total de Líbano, incluyendo a maronitas, griegos ortodoxos, griegos católicos, drusos, metualis, israelíes y musulmanes, llegaba a 487 mil personas, según Carmen Mercedes Páez en “Los libaneses en México: asimilación de un grupo étnico”.
Las condiciones en Mutassarifat (El pequeño Líbano) obligó a una división territorial: los musulmanes en el sur y los cristianos en el norte. En realidad, en el siglo XIX en todo el Medio Oriente los conflictos y definiciones territoriales era una característica debido a la evolución del capitalismo y al surgimiento de movimientos que concluyeron en la formación de Estados nacionales, que para el caso de Líbano se concertó en 1943.
La migración libanesa hacia América se inició en 1854, pero fue de manera intermitente; es a partir de 1880 cuanto el flujo es constante y en ese año ya se registran en Norteamérica 67 árabes de origen libanés. Las restricciones en las leyes migratorias de EUA en la segunda década del siglo XX hicieron que la migración se diversificara a países como Brasil y Argentina. Hacia principios de 1930 se tenía la estimación que de los inmigrantes, el 48% eran maronitas, el 22% griego ortodoxo y el 4% eran drusos.
Para mediados de la década de los años 70s del siglo XX se consideraba que existían 1,725 000 personas de origen libanés distribuidas en 41 países y ciudades del mundo, entre ellos Veracruz, Puebla, Mérida y Chetumal. La migración libanesa hacia México, según fuentes oficiales y comunitarias, fue entre 1880 y 1950, siendo en el Porfiriato donde la política migratoria les fue más favorable, debido a la xenofilia hacia el europeo por parte del gobernante mexicano. Sin embargo, la migración masiva hacia México fue en la tercera década del siglo XX.
En los primeros documentos migratorios la nacionalidad asentada para estas personas era o turca, siriolibanesa, francesa o libanesa. Los primeros registros de población libanesas datan de 1905 y en ello se consignaba a 5 mil personas con ese origen. Para 1975 eran 53 mil libaneses registrados en México y para el año 2000 la cifra era de 65 mil personas. De manera comparativa, en México residen 40 mil personas de origen judío, 25 mil personas menos que la población libanesa.
Los estados donde se registra la mayor cantidad de libaneses son: Distrito Federal, Veracruz, Yucatán y Puebla. En 1981 residían en Yucatán 585 familias y 3 mil personas de origen libanés, provenientes de Hassbaiya, Gunie, A’aba, Batrumin y Trípoli, de acuerdo con Teresa Cuevas en su libro “Los libaneses de Yucatán”.
La población libanesa en México conforma un grupo social muy unido, endogámico en gran medida, ya que únicamente el 33% de ellos ha establecido matrimonio con personas ajenas a su origen. Este aspecto social les ha permitido conservar mucho de sus rasgos culturales: su estrechas relaciones mutualistas, de parentesco y su rica gastronomía reflejada en las hojas de col rellenas, el falafel, el tabbouleh, el tijne, el pollo asado con miel y menta, los kebabs, las koftas de res, el pescado con tahina…
El libanés es un grupo de origen extranjero que actúa dentro del mundo de los negocios y en puntos clave de la economía nacional. En sus inicios, la acumulación de capital se inicio en la actividad comercial, ocupando todos los oficios y roles establecidos, desde el comercio ambulante, hasta el de tendero. Sin embargo, su incursión en la esfera empresarial a través de la industria textil pronto se manifestó, y actualmente su presencia en las finanzas es innegable, llegando a tener al hombre más rico del mundo dentro de su grupo.
En varias ciudades del país, el grupo libanés forma parte de la élite económica y política. En Quintana Roo han sido tres los gobernantes electos con ese origen: Pedro Joaquín, Miguel Borge y Roberto Borge, y si el González que lleva el actual gobernador Félix González proviene de Mader o de Sslehh, como por ahí se ha escuchado, la contabilidad se elevaría a cuatro. También están otros políticos con apellidos como Abuxapqui, Muza, Hadad, Achach, Amar, Erales y empresarios como Chapur, Joaquín o Baroudi y promotores culturales como Xacur.
Actualmente está superada en algunos aspectos la discusión académica respecto a si los libaneses pertenecen a una minoría étnica o son una minoría nacional; o si están integrados a la sociedad mexicana o se han asimilado a la homogeneidad perdiendo sus características particulares. Estos hijos bíblicos de Ismael son una minoría nacional que se ha integrado a la sociedad y también a algunos sectores económicos y políticos importantes del país. Su presencia, al igual que otros grupos de migrantes, es ya una realidad del México del siglo XX y del presente.
Carmen Páez, Teresa Cuevas y Alfonso Ramírez han escrito sobre ellos, aunque también Francisco de Montejo Baqueiro, Zidane Zeraoui, Angelina Alonso e Indira Sánchez lo han hecho, pero de estos no conozco sus escritos.
Personas con apellidos como Abdala, Abuxapqui, Achach, Adan (A’azzm), Amar (Qamar), Amen, Ayub, Azar, Baroudi, Borge, Camín, Chapur, Chedraui, Chejin, Domit, Eljure, Erales (Jairala), Estefan, Farah, Hadad, Joaquín, Karam, Kuri, Medina (El Wasir), Mena (Charruf), Miguel, Musi, Muza, Shabshab, Simón, Slim, Xacur (Chakkur), entre otros muchos más, comenzaron a llegar a puertos mexicanos en el siglo XIX. El primero que se registra en Veracruz fue Boutrous Raffaoul, en 1878 y el que inicia la emigración a Yucatán, en 1879, fue Santiago Sauma.
Aquellos árabes que llegaron a México provenían de varias regiones del Líbano (Mutassarifat), principalmente de distritos del norte: Akkar, Baalbek, Batrum y perteneciendo confesionalmente al grupo cristiano maronita. El periodo de inmigración duró 50 años, desde la llegada de Sauma hasta 1930, menciona Alfonso Ramírez en su trabajo “De buhoneros a empresarios: la inmigración libanesa en el sureste de México”.
Los motivos que obligaron a que estas personas partieran a América fueron de índole económico, político y religioso. La dominación del imperio otomano por cuatro siglos sobre Líbano (1516-1920), las guerras intestinas de principios del siglo XIX entre los señores feudales y los jenízaros; la guerra de Turquía contra Rusia, 1826-1829; la invasión de Egipto a Líbano, 1831-1840; los intereses y la constante presión de Francia, Inglaterra y Norteamérica por el mercado regional, todo ello provocaron empobrecimiento y un descontento de los súbditos libaneses.
La aplicación de pesados impuestos, la organización administrativa de un emirato con jurisdicción sobre los cristianos y musulmanes, los enfrentamientos entre drusos y cristianos maronitas durante la ocupación egipcia, la división territorial de 1860 y la intervención francesa, con todo y sus inequidades, fueron configurando una crisis estructural que derivó en la llegada de un movimiento nacionalista promovido por los maronitas. En ese entonces, la población total de Líbano, incluyendo a maronitas, griegos ortodoxos, griegos católicos, drusos, metualis, israelíes y musulmanes, llegaba a 487 mil personas, según Carmen Mercedes Páez en “Los libaneses en México: asimilación de un grupo étnico”.
Las condiciones en Mutassarifat (El pequeño Líbano) obligó a una división territorial: los musulmanes en el sur y los cristianos en el norte. En realidad, en el siglo XIX en todo el Medio Oriente los conflictos y definiciones territoriales era una característica debido a la evolución del capitalismo y al surgimiento de movimientos que concluyeron en la formación de Estados nacionales, que para el caso de Líbano se concertó en 1943.
La migración libanesa hacia América se inició en 1854, pero fue de manera intermitente; es a partir de 1880 cuanto el flujo es constante y en ese año ya se registran en Norteamérica 67 árabes de origen libanés. Las restricciones en las leyes migratorias de EUA en la segunda década del siglo XX hicieron que la migración se diversificara a países como Brasil y Argentina. Hacia principios de 1930 se tenía la estimación que de los inmigrantes, el 48% eran maronitas, el 22% griego ortodoxo y el 4% eran drusos.
Para mediados de la década de los años 70s del siglo XX se consideraba que existían 1,725 000 personas de origen libanés distribuidas en 41 países y ciudades del mundo, entre ellos Veracruz, Puebla, Mérida y Chetumal. La migración libanesa hacia México, según fuentes oficiales y comunitarias, fue entre 1880 y 1950, siendo en el Porfiriato donde la política migratoria les fue más favorable, debido a la xenofilia hacia el europeo por parte del gobernante mexicano. Sin embargo, la migración masiva hacia México fue en la tercera década del siglo XX.
En los primeros documentos migratorios la nacionalidad asentada para estas personas era o turca, siriolibanesa, francesa o libanesa. Los primeros registros de población libanesas datan de 1905 y en ello se consignaba a 5 mil personas con ese origen. Para 1975 eran 53 mil libaneses registrados en México y para el año 2000 la cifra era de 65 mil personas. De manera comparativa, en México residen 40 mil personas de origen judío, 25 mil personas menos que la población libanesa.
Los estados donde se registra la mayor cantidad de libaneses son: Distrito Federal, Veracruz, Yucatán y Puebla. En 1981 residían en Yucatán 585 familias y 3 mil personas de origen libanés, provenientes de Hassbaiya, Gunie, A’aba, Batrumin y Trípoli, de acuerdo con Teresa Cuevas en su libro “Los libaneses de Yucatán”.
La población libanesa en México conforma un grupo social muy unido, endogámico en gran medida, ya que únicamente el 33% de ellos ha establecido matrimonio con personas ajenas a su origen. Este aspecto social les ha permitido conservar mucho de sus rasgos culturales: su estrechas relaciones mutualistas, de parentesco y su rica gastronomía reflejada en las hojas de col rellenas, el falafel, el tabbouleh, el tijne, el pollo asado con miel y menta, los kebabs, las koftas de res, el pescado con tahina…
El libanés es un grupo de origen extranjero que actúa dentro del mundo de los negocios y en puntos clave de la economía nacional. En sus inicios, la acumulación de capital se inicio en la actividad comercial, ocupando todos los oficios y roles establecidos, desde el comercio ambulante, hasta el de tendero. Sin embargo, su incursión en la esfera empresarial a través de la industria textil pronto se manifestó, y actualmente su presencia en las finanzas es innegable, llegando a tener al hombre más rico del mundo dentro de su grupo.
En varias ciudades del país, el grupo libanés forma parte de la élite económica y política. En Quintana Roo han sido tres los gobernantes electos con ese origen: Pedro Joaquín, Miguel Borge y Roberto Borge, y si el González que lleva el actual gobernador Félix González proviene de Mader o de Sslehh, como por ahí se ha escuchado, la contabilidad se elevaría a cuatro. También están otros políticos con apellidos como Abuxapqui, Muza, Hadad, Achach, Amar, Erales y empresarios como Chapur, Joaquín o Baroudi y promotores culturales como Xacur.
Actualmente está superada en algunos aspectos la discusión académica respecto a si los libaneses pertenecen a una minoría étnica o son una minoría nacional; o si están integrados a la sociedad mexicana o se han asimilado a la homogeneidad perdiendo sus características particulares. Estos hijos bíblicos de Ismael son una minoría nacional que se ha integrado a la sociedad y también a algunos sectores económicos y políticos importantes del país. Su presencia, al igual que otros grupos de migrantes, es ya una realidad del México del siglo XX y del presente.
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