domingo, 9 de enero de 2011

El escritor

Leí la entrevista en Perú21 del 3 de enero y entonces me animé a escribir sobre él. “Le encuentro faltas garrafales desde el punto de vista de cultura lingüística, y se las digo, premio Nobel y todo. Y es un gran escritor porque el genio no tiene nada que ver con la gramática. Vargas Llosa es un gran escritor, pero tuvo una formación mediocre”. El golpe de Martha Hildebrandt, la especialista en lingüística estructural, fue duro, seco, y parecía oportunista e inexplicable. Pero esa no era la primera crítica que recibía Mario Vargas Llosa.

En semanas pasadas, conversando con el escritor Carlos Torres, comentábamos el otorgamiento del Nobel al nacido en Arequipa. Hablamos breve y elogiosamente de algunas de sus obras, como La casa verde, La guerra del fin del mundo, Historia de Mayta y La Fiesta del Chivo. Nunca cuestionamos la calidad de esas novelas, mucho menos encontramos “faltas garrafales”, tal vez por no tener las herramientas de Hildebrandt, quien seguramente no estudió en “escuelitas de Cochabamba y Piura”.

En lo que sí coincidí con Torres fue que no era de nuestro agrado la postura política de Vargas Llosa y que en el género de ensayo el ganador del Premio Príncipe de Asturias cometía ligerezas, interpretaciones que no se podían dejar pasar.

Sobre el primer punto, comentamos que eso puede ser algo menor ante la monumentalidad de sus novelas, que finalmente eran posturas respetables, tal como sucedió con Jorge Luis Borges, el argentino autor de los poemas El Cómplice, Nubes, Poemas de los dones y El Golem y que merecía el Nobel que nunca le fue otorgado.

Pero en lo que sí no cedimos fue en estar en desacuerdo con algunos puntos de vista del novelista sobre otros escritores, lingüistas o filósofos que merecen respeto, por sus obras y por sus propuestas. El peruano es muy atrevido y da a sus palabras escritas tal contundencia como los marros que tiraron el Muro de Berlín; no sé si lo hace de esa manera por saber que los muertos no pueden hablar, ni rebatirlo.

La conversación con Carlos Torres terminó esa tarde con el préstamo de Las huellas de la voz, una obra antológica de Juan García Ponce publicada en el año 2000. “Lee el ensayo La ignorancia del placer. A ver que te parece”, sugirió el amigo. Luego de la lectura de ese ensayo, de la crítica de Hildebrandt y de releer un artículo de Mario Vargas Llosa titulado Breve discurso sobre la cultura, publicado en la revista Letras Libres en su número 139, resalto y comento algunas líneas.

En La ignorancia del placer, García Ponce no da uno, sino varios golpes con guante blanco en el rostro de Vargas Llosa. Después de la lectura del ensayo El placer glacial, donde Vargas Llosa revisa y opina sobre la primera novela de George Bataille, La historia del ojo, García Ponce pone los acentos sobre las íes.

El escritor yucateco inicia señalando que “con asombro, con irritación, con tristeza, pero con tenaz paciencia…” ha leído el trabajo del peruano sobre la novela del sociólogo francés. Le señala que no entendió la obra y, por lo tanto, su escrito es patético.

El autor de La vida perdurable reconocía en el ahora Nobel su dedicación como buen maestro de literatura para desmenuzar La historia del ojo, pero señala principalmente tres faltas en su ensayo:

Primero. El racionalismo y la laicidad de Vargas Llosa es incapaz de comprender la ausencia de Dios en Bataille, señala García Ponce. Esa ausencia se suple con lo sagrado y con su posible transgresión. Sin mencionarlo, García Ponce conocía la obra El erotismo, de Bataille y por eso, aquello que parecía casi pornográfico a los ojos de Vargas Llosa cuando menciona el “poder repulsivo y la violencia moral” de aquel episodio del “buen curita rubicundo de ojos de santo es masturbado…”, no es comprendido bajo aquella famosa frase de Bataille: la transgresión no es la negación de lo prohibido, sino que lo supera y lo completa.

Segundo. La modernidad de Vargas Llosa no le permite ver la “religiosidad” de Bataille, la búsqueda del “posible sentido de un mundo que se ha quedado sin centro, de una vida cuyo único y profundo valor es su propia fuerza”. Bataille venía de la sociología francesa, la de Marcel Mauss y Roger Callois, sabía de las consecuencias de su renuncia a Dios, pero también sabía de la existencia de lo sagrado. Por eso conocía los actos de sus personajes en su obra y no se trataba de “un juego de niños, irreflexivos, vehementes y caprichosos”, como vio Varga Llosa en una “mirada rápida y superficial”.

Tercero. La historia del ojo, dice García Ponce, “no quiere ser una buena novela, sino una novela perversa, una novela ofensiva…. Es una provocación y un insulto y un reto a nuestra normalidad”. Mario Vargas, el hombre moderno que no tiene prejuicios religiosos, hizo “un valeroso intento de enfrentar y mirar esta novela”, pero sus armas de la razón le impidieron ser tentado por el placer, se negó a hablar de “esas verdades profundas”. Se protegió y nos protege de la novela y nos comunica que “los hombres decentes no deben escribir sobre libros indecentes”, dice García Ponce.

George Bataille, además de novelista y sociólogo, fue poeta y ensayista. Tuvo la iniciativa de agrupar a grandes intelectuales como Gastón Bachelard y Roger Callois en torno a una publicación titulada Acéphale. Con Callois inició el análisis de la transgresión como un rompimiento de la normalidad, como el acceso momentáneo, temporal, a la liminidad: fueron ellos quienes aportaron elementos para la teoría de la fiesta, un espacio elaborado de transgresión. Las ideas de Bataille no fueron bien acogidas por el movimiento existencialista que encabezaba Jean Paul Sartre, habría que mencionar, pero sus aportes fueron aceptados por filósofos estructuralistas como Michael Foucault y Jacques Derrida.

Coincidentemente sobre estos últimos, Foucault y Derrida, Mario Vargas Llosa escribe críticamente en su ensayo Breve discurso sobre la cultura, publicado en la revista Letras Libres y del cual me ocuparé en la siguiente parte.

Tiene razón aquella lingüista: Mario Vargas Llosa es un gran escritor. No son exageradas las palabras de Peter Englund, Secretario de la Academia que concedió el Nobel: lo que distingue a Mario Vargas Llosa es su valentía. Aunque en algunas percepciones no se esté de acuerdo con él.

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