domingo, 6 de marzo de 2011

El caribeño

Mientras lo escuchaba hablar, allá en El Varadero de Burgos, recordaba aquellos testimonios que recogió Luis María Gatti cuando preparaba la exposición La vida en un lance y el libro Obreros del mar. Eran esos años de la primera mitad de los 80s, cuando la cultura popular amplió su campo conceptual y de trabajo a los pescadores.

El testimonio de él, así como fue registrado el de Rafael Burgos, José Magaña y Buenaventura Delgado de Isla Mujeres, Juan Rivero de Xcalak y Satur Coral de Holbox, debió ser objeto de aquel equipo de investigadores que integró Guillermo Bonfil y Lourdes Arizpe para recorrer los litorales del país y conocer a los que “agarraban pescados”, secaban el coco, sembraban chinchorros y que lo hacían por necesidad y con pasión.

De esos hombres y mujeres del Caribe quedan pocos. Ya las nuevas actividades turísticas los han atarrayado o las especies cada día están más lejos y escasas. Fidel Villanueva es un caribeño de aquellos tiempos.

Propicié el encuentro porque me parecía que el chetumaleño reunía algunos procesos de la vida en la costa, tenía la cualidad de sumar a la anécdota el dato que le da la tarea de organizar la microhistoria y por el simple hecho de recordar a aquellas familias pioneras de los últimos años del Territorio Federal y de los primeros del Estado.

No nació en la isla donde ahora vive, sino en la costa sur de Quintana Roo. Su padre, Fidel Villanueva Martínez, fue agricultor y hombre de mar que, desde tempana edad, se llevó a la familia a vivir a Río Wach, abajito de Mahahual. “Ahí estábamos en la costa, en un cocal del tío Valerio Rivero, que fue Prefecto Político en tiempos del Territorio. Ahí estuvimos haciendo copra, pesca y agricultura detrás de la costa, aprovechando la sabana, hasta que llegó el Janet…”.

Entre sembrar y cosechar papayas, sandías y plátanos, bajar cocos y pescar boquinetes, chakchí, caracol y langostas en un bote de vela, así pasó la familia buenos años “El cocal daba veinte toneladas de copra al mes, el tío le hacia un buen pago a mi papá. También vivíamos de playar hule y lacre, eran años posteriores a la guerra (Segunda Guerra Mundial). Todo eso se recogía y se vendía al doble del precio de la copra. Se tenían ingresos extras. Recuerdo cuando mi padre escarbaba con un alambre algunas nueces de coco, les hacía una ranura, ponía nuestros nombres y las metía en un enorme baúl: eran cocos rellenados con monedas de oro y plata..., pero todo desapareció con el Janet y eso nos obligó regresar a Chetumal, bajo un techo de paja, hacinados, y comiendo durante meses plátano verde del sembradío del abuelo Chono que respetó el huracán. A partir de ahí empezó una vida sumamente difícil y muy pobre”. Es de imaginarse la angustia de Efigenia Madrid Santín protegiendo a la familia del silbante viento y el hambre.

Fueron años donde atarrayar chihuas en la bahía y vender las sartas, era la forma de sobrevivir. “Lanzando la tarraya desde el muelle fiscal hasta el rancho de Lucio Osorio, así nos manteníamos en esa época de ruina”.

La magra economía se complementaba con otras actividades humildes, pero honestas: “Vendí pepitas, limpié zapatos, vendí chicles en el cine Ávila Camacho, en el Aguilar, descalzo, con la ropa abierta…, y así te vas proponiendo hacer algo, ser alguien”. De esta forma lo describe Fidel, hombre que conserva el color de la piel tostada por el sol de la costa y que nos pone a pensar en las penurias que pasaron los chetumaleños luego de que su ciudad y la costa fueran destruidas por un meteoro.

Ya con catorce años cumplidos, el ahora Cronista de Isla Mujeres, practicó la albañilería, apicultura, “forrador de autos”, carbonero, sacapiedras, calero…, era el hijo mayor de trece hermanos y sobre él se cargaban muchas responsabilidades. Pero llegaron los años del estudio, las oportunidades y la superación. El hombre se aleja de las aguas saladas y sus pescaditos y se transforma en un experto en el agua dulce, en el agua potable. Con estudios de educación secundaria logra colocarse como ayudante de químico en la planta de agua potable de Chetumal.

“Miguel Villanueva Sosa me empezó a enseñar a destilar agua y luego aprendí mucho de colorimetría, hacer análisis fisicoquímicos y bacteriológicos y demás. Lugo estudié para mecánico y electricista, que era lo que se requería en la planta con tantos motores y bombas y sistemas electromecánicos un tanto complejos”. A los 17 años ya era jefe de la planta y de la zona de pozos y para 1974, el año de la creación del estado de Quintana Roo, él logra ser el supervisor de sistemas de agua en toda la entidad.

Fue así como, con un buen cúmulo de experiencia y conocimientos, deja su región, su lugar de origen, y se traslada a Isla Mujeres en 1980. Va como responsable de la gerencia del sistema de agua potable de la Isla, se lo había pedido Pedro Joaquín y él, bien disciplinado, comienza una estancia y un trabajo que lo llevaría años después a la Presidencia Municipal.

Fidel llega a la isla cuando se vivían momentos convulsos. Los jóvenes isleños de la cooperativa pesquera Patria y Progreso se rebelaban al control que había ejercido durante mucho tiempo una familia. Así se registra parte del testimonio de Rafael Burgos en el libro Obreros del mar: “Cuando empezó la lucha de los pescadores, yo dije que participaría en esa lucha. Era el momento de tomar una decisión y de que nosotros los jóvenes cambiáramos la vida de este pueblo, que hagamos de las cooperativas lugares de trabajadores, de obreros del mar y no cooperativas de caciques ni de dictadores”.

En esas condiciones políticas, Fidel no llega a un lecho de rosas. “Me vine a hacer cargo del sistema; me acuerdo que me lo entregaron a balazos, así eran esos tiempos. Aquí la cosa estaba caliente, era el rompimiento, era un parteaguas en la pesca y, de cierta forma, la eterna lucha entre los turisteros y los pescadores”.

Ya establecido, atendiendo el suministro del agua que se trae entubada de la parte continental, de la facturación y los servicios domiciliarios, al parecer a Fidel le comienza a atraer la historia del lugar. Inicia una interesante etapa de rastreo de documentos en Chetumal, en Mérida y en el Archivo General de la Nación, para conocer en dónde estaba parado y exponer a los isleños los orígenes y lo hechos de la historia cotidiana. El de atender la lectura y buscar causas ya lo traía desde que era niño cuando leyó dos veces la Biblia de los adventistas, y una y media vez la Biblia de los católicos. Así comenzó su pasión por la historia, recuerda el isleño, el caribeño.

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