Jaulin,
un antropólogo estructuralista francés, refiere que antes de los cambios
sociales y tecnológicos que parten con la Revolución Industrial, era común que los juguetes fueran fabricados por
los niños y en algunos casos por sus padres. El bricolador mediaba entre el
juguete y el juego. El más fútil de los
objetos se convertía en cómplice de aventuras y juegos. Si bien muchas veces el juego no giraba en
torno al juguete, éste era parte imprescindible.
Con la
Revolución Industrial, “la mayoría de los juguetes comienzan a ser producidos
en serie. La transformación modifica la función de los padres, los niños o los artesanos
de diseñar estos objetos, esta función pasa a ser de la industria dando lugar
al nacimiento de la producción contemporánea del juguete”.
Deslumbró la Revolución Industrial. El mundo
objetual y sus marcas de fábrica se apoderan del mercado y la tecnología compite
con la creatividad. Ahora será el tren
que silbe o la muñeca que llore, gracias a los mecanismos de cuerda o de pilas
secas. Jaulin percibe que el mundo de
los adultos y su consumismo hacen presencia en el mundo del juguete.
Se reconfiguran las interacciones en el juego como
resultado de las transformaciones sociales y los procesos de privatización. Pero no sólo privatización en la producción
del juguete, sino que también el juego marcadamente se individualiza, Se modifican o nacen nuevos principios y
reglas del juego: Mattel, Barbie, Matchbox, Fisher Price, Sony y Macintosh se
encargan de ello.
Además, del impacto de la tecnología sobre el
juego, se dan cambios en los contenidos temáticos de los juguetes y en las
interacciones sociales. Jaulin lo
explica en su exposición etnotecnológica, “aunque podemos decir que el juguete
fue un producto industrial tardío, en el momento en el que la técnica entra a
configurar el mundo del juego a través de la fabricación de juguetes, estos
objetos se convierten en portadores de significados e intenciones, puesto que
son objetos fabricados por los adultos para que los niños jueguen. Esto implica
que los juguetes acarrean consigo información ideológica y cultural de las
sociedades que los produjeron”. La
creación de estereotipos de belleza o la relación interactiva con la violencia,
son dos ejemplos.
“Los juguetes denominados por Jaulin como
objeto-signo -juguetes de factura
compleja que se configuran como réplicas exactas de la realidad, objetos completos
o terminados a los cuales sólo queda mirarlos, observarlos- y que pueden
equipararse con los juguetes que denomina juguetes deslumbrantes -juguetes que
buscan deslumbrar a quien los contempla, ahuyentando al niño de ese espectáculo
al que difícilmente podríamos llamar juego, dado que el uso del juguete se
agota en sí mismo”. Así lo señalan investigadores de la Universidad de Pereira en
Colombia.
Tras esa reflexión, se puede interpretar que los juguetes tienen o adquieren una responsabilidad que es propia de los seres humanos: se transforman en un reemplazo de la socialización. En palabras de Jaulin, “el juguete pasa a ser un objeto solitario que reemplaza mágicamente la palabra del amigo”.
El juego y los cambios en el juguete tienen repercusiones sociales. Además de la transformación del objeto, las familias se aíslan socialmente y los espacios colectivos, donde anteriormente se practicaba el juego, se reducen. Sobre todo, en los ambientes urbanos, donde los espacios se transforman en departamentos o condominios. El juego se delimita espacialmente y las relaciones sociales se cierran.
El
niño queda solo frente a su juguete-objeto: esa es la imagen. La industria y los adultos le han entregado
una representación de la realidad donde otra de las consecuencias es la
homogenización de la mirada hacia el exterior.
El juguete se convierte en expresión de la
industria más que en expresión propia de una cultura.
Para
finalizar esta revisión, está la postura de Jean Duvignaud. Literato e investigador francés que cobrara notoriedad antropológica
con su obra “El lenguaje perdido”. El
que también hiciera sociología del teatro, maneja una visión un tanto diferente
del juego, algo ideologizada. A través
de “El juego del juego”, nos dice lo
siguiente:
“Si
a pesar de todo, no nos dejáramos cegar por los mitos del trabajo y de la
producción, vemos surgir actitudes, comportamientos y prácticas en sentido opuesto
que revisten las formas más diversas y en ocasiones más clandestinas”. El juego es uno de esos referentes.
El
juego borra la trivialidad del sentido común en nuestra sociedad marcada por el
sentido de la productividad y la eficiencia. Va contra esa “costra endurecida” de la vida cotidiana
y pondera las actividades “inútiles” o “lúdicas”… Estas son ventanas de oxígeno para sociedades
sobredeterminadas y “bloqueadas”. El
juego es uno de los pocos espacios que aún permanecen libre de la mentalidad de
nuestros tiempos de producción.
El
juego, al igual que la fiesta, resulta ser una de las “pocas brechas de la vida
colectiva donde se revela sin excepción que a la vida se le puede dar un
sentido de creatividad desprovista de una preocupación funcional”. A la racionalidad impuesta por un sistema
económico, el juego es una tentativa de establecimiento social para absorber,
digerir o apropiarse de lo inaceptable
del orden establecido. Se debe estar,
dice el francés, contra la regularidad del tiempo continuo y apostar al azar, a
lo imprevisible o el desorden. El juego
es una zona que escapa a la planeación y al orden establecido.
El
fenómeno del juego también ha sido abordado por otros especialistas, como
Sigmund Freud cuando hace referencia al placer, el cual se obtiene de la
representación dramática, ya que el drama es un juego en donde experimentamos
una voluptuosidad ambigua.
En lo
ontológico, en lo onírico, en lo social, en lo ideológico, el juego tiene una
función y un significado. Quien aún lo considere una trivialidad o cosa de
niños, estará negando toda su potencialidad cultural, su valor cognitivo o
educativo. Esto, sin embargo, no lo
busque en la realidad objetiva, ese no es su reino. Se le localiza en su ritualidad, en sus
manifestaciones y efectos sociales, que pueden resultar de gran condicionamiento social o de gran
desorden subversivo.
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