“El hombre es la criatura
más libre que conozco… Lástima que
siempre lo encuentre
encadenado”. Federico Nietzsche.
No es mi intención
contradecir los efectos que tiene la marihuana en la salud pública. Pero
considero que no se puede seguir simulando o soslayando los efectos que tiene
en otros ámbitos y que es necesario hacer algunos cambios.
Todo indica que es
nocivo para la salud consumir, fumar marihuana. Los estudios científicos, los
informes de organismos y los reportes médicos así lo muestran. No encontré
ningún artículo especializado sobre el tema que mencione aspectos positivos
derivados de inhalar el componente tetrahidrocannabinol
de la cannabis.
En otras formas de
relación, terapéuticamente, la marihuana ha tenido resultados beneficiosos para
casos de epilepsia, asma, insomnio, efectos de la quimioterapia y de la esclerosis
múltiple, además de la artritis reumática, señalan algunos especialistas. Fuera
de esto, los efectos negativos son:
Euforia transitoria,
alucinaciones, despersonalización y psicosis; disparo de problemas mentales
como la ansiedad y la depresión; riesgos en la madurez cerebral y el desarrollo
cognitivo e intelectual; problemas de conducta y rendimiento escolar en los
adolecentes y, sobre todo, adicción.
También socialmente se
tienen argumentos de que el tema de la marihuana afecta las relaciones
familiares e impacta en las condiciones y calidad de vida de comunidades o
barrios.
Es evidente que son
argumentos contundentes. Aceptar estos datos sobre los efectos en la salud que
produce esta droga dificulta cualquier argumento en contra y nulificaría el
sentido de reuniones como ésta [1]:
todos estaríamos de acuerdo en firmar un documento que termine con cualquier
intención de desregular el consumo de la cannabis, pero no es así. Existen otros temas relacionados que hacen
difícil el llegar a una postura única y absoluta.
Para reflexionar
sobre las drogas, específicamente sobre la marihuana, no se puede relacionarla
únicamente con el tema de la salud.
También están los temas de la libertad y los derechos de los individuos
en sus decisiones y especialmente los efectos violentos que ha dejado en la
sociedad el combate a las drogas y que no deberían ser dejados de lado por los
expertos que protegen la salud y los que atienden la seguridad pública.
La prohibición del
alcohol en Estados Unidos de Norteamérica iniciada en 1920 produjo, además del
enorme gasto de recursos económicos y el conflicto sangriento con el hampa, que
en 12 años la población presidiaria aumentara más de seis veces. La delincuencia se incrementó.
En 1982, el
presidente Ronald Reagan declara la guerra contra las drogas y decreta una
emergencia nacional -aunque ya Richard Nixon había intentado hacer algo con la creación de la Drug Enforcement Administration (DEA)- A partir de ese momento se invierten billones de dólares y
se permite la movilización de tropas que vayan allende las fronteras de ese país:
se inicia una estrategia global que define temas en la agenda de las relaciones
internacionales. Al final, luego de una década, Norteamérica estaba inundada de
estupefacientes y la criminalidad había aumentado. La cruzada había fracasado.
En México, del 2006
al 2012, la cifra de muertos por la lucha contra la delincuencia organizada,
vinculada al narcotráfico, fue, según datos oficiales, de 70 mil decesos: cantidad
superior al total de soldados norteamericanos muertos en la guerra de Vietnam.
Y la lucha continúa sin que se tengan cifras precisas de los últimos tres años.
Todo indica que la
política prohibicionista respecto al consumo de la marihuana no ha dado buenos
resultados y se asegura que ha fracasado. Es necesario algún cambio. Pero esta
modificación, que tiene que ver con la legalización de la producción y consumo
de la marihuana debe estar regulado.
¿Qué tendría que
cambiar y qué se propone?
En el aspecto
jurídico, el derecho penal debe flexibilizarse para que el derecho a la salud
no quede subordinado en aras de un orden público que hoy es inestable. No se
debe abandonar la obligación constitucional del Estado respecto al derecho a la
salud, pero no se puede seguir ignorando la facultad que se tiene para ser
flexible ante la realidad social.
Se debe seguir previniendo,
informando y educando a los niños y jóvenes sobre el daño que causan las drogas
y en específico la marihuana. Esta es una obligación del Estado.
Para ello, 1. Se debe invertir en el sector educativo
para preparar y prevenir a la infancia y a la adolescencia; 2. Otorgar mayor relevancia
y apoyo al Consejo Nacional contra las Adicciones y 3. Realizar campañas
constantes de sensibilización sobre los daños y riesgos que trae el consumo de
drogas.
Así como el tabaco y
el alcohol tienen una regulación (no venta a menores de edad, no fumar en
lugares públicos, controles como el alcoholímetro, campañas preventivas sobre
riesgos, etc.), una posible resolución sobre el consumo de la cannabis podría
tener un tratamiento diferenciado de los anteriores dos elementos que también
pueden ser adictivos. El objetivo sería evitar riesgos al consumidor con lo
ilegal y con la violencia.
Por un lado, se debe permitir el uso recreativo y
medicinal de la marihuana bajo ciertas condiciones. No me atrevo a proponer
el tomar como ejemplo el caso uruguayo, donde el Estado ha legislado sobre la
producción, distribución y venta de la hierba.
No creo que estemos en capacidades para ello.
Pero, 1. Sí permitir que los consumidores siembren,
cosechen, posean y hagan uso personal de su propio producto en determinadas
cantidades; 2. Que esta actividad se permita en personas mayores de 21 años
(políticamente la mayoría de edad está determinada a los 18 años; pero la
“maduración” de la corteza cerebral se termina de desarrollar hacia los 21 años
de edad) y 3. Que la actividad esté registrada y autorizada por las autoridades
de salud y judicial.
Legislar para
modificar la normatividad jurídica debe partir de no solamente atender a un
paciente, sino también de evitar la criminalización de él. Es difícil en este
momento dejar a la cannabis en el mismo estatus permisible de otras drogas o
sustancias permitidas o legales como son el tabaco y el alcohol; a pesar del
gran daño que causan a la salud estas últimas.
Debemos, con esta
posible regulación sobre la producción y uso de la marihuana, pensar en el individuo en sus derechos y en su
libertad, y no solamente tener a la libertad como poder, ni la libertad
jurídica, sino la libertad como la posibilidad de tener alternativas y, como
señalara Emanuel Kant, de tener la capacidad que tenemos los seres racionales
para determinarnos; en otras palabras, tener autonomía en nuestra voluntad.
No se ignora la gran
cantidad de “contras” y suposiciones que existen o existirían en la posible
legalización en la producción y uso de la marihuana: Que estimularía el acceso y el consumo, que
se abandonaría el mensaje de los riesgos que conlleva a la salud y que se
transformaría en la señal para el libre acceso para otro tipo de drogas.
Pero también hay
“pros” y suposiciones: Se disminuiría los volúmenes de narcotráfico y de
muertes violentas, se protegerían los derechos humanos y la libertad de elegir,
se incrementarían las investigaciones sobre el efecto de las drogas y, como
señala el estudio de Sofía Hernández y Julio Sotelo[2],
en la jurisprudencia se atendería el principio del Mal Menor ante el Mal Mayor
del crimen y la violencia.
Finalmente recordemos
frases y recomendaciones de aquella entrevista a Milton Fridman, líder de la
llamada escuela económica de Chicago y Premio Nobel de Economía[3]:
“Cierto, es adictivo, pero entiendo, a partir de la evidencia
médica, que no lo es más que otras drogas. De hecho todo el mundo está de
acuerdo en que la droga más adictiva es el tabaco”.
“El papel apropiado del gobierno sería exactamente el que dijo
John Stuart Mill en el siglo XIX en “Sobre la libertad”. El papel adecuado del
gobierno sería evitar que otra gente dañe a una persona. El gobierno, dijo, no
tiene nunca derecho a inmiscuirse en la vida de una persona por el propio bien
de esa persona”.
“El caso de la prohibición de las drogas es exactamente el mismo
que prohibir a la gente comer más de lo debido. Sabemos que el sobrepeso causa
más muertes que las drogas. Si en principio está bien que el gobierno diga que
no debemos consumir drogas porque nos pueden dañar, ¿por qué no sería correcto
que nos diga que no debemos comer demasiado porque nos puede dañar?”
“Aquí tenemos a alguien que quiere fumar un cigarrillo de
marihuana. Si le pillan, va a la cárcel. ¿Es eso moral? ¿Es adecuado? Creo que
es una auténtica desgracia que nuestro gobierno, que se supone que es nuestro,
pueda estar en situación de convertir en criminales a gente que no daña a
otros, de destruir sus vidas mandándolos a la cárcel”.
Gracias.
[2] Argumentos
para el debate sobre la legalización de la marihuana en México. Hernández González, Sofía y Sotelo Morales,
Julio. Entreciencias. Diálogos en la sociedad del conocimiento. México. Diciembre 2013.
[3] Entrevista hecha por Randy Paige. http://www.liberalismo.org/articulo/350/53/entrevista/milton/friedman/acerca/guerra/