Pudo haber quedado atrás sin mayor problema, pero dejó una marca para que no lo olvide. Se fue el 2007 y al final me causó enojo, indignación e impotencia. Dos amigas, una más cercana que otra, fueron víctimas de la violencia: fueron violadas sexualmente. Resultaron ser un número más de la estadística violenta que ha venido creciendo en el mundo, en el país y en Quintana Roo.
La violencia puede ser callada, simulada o abierta; en ocasiones distante o cercana; pretendidamente justificada o injustificada generalmente, pero siempre está ahí y actúa lastimando a hombres y mujeres. Crece y crece, se acerca y casi nos toca por momentos.
En ocasiones aparece bajo la forma de la guerra, en golpe de mano del terrorismo, en acción libertaria, en acto de gobierno, en un ajuste o respuesta de la delincuencia organizada o también en herida directa al ciudadano, producto del desempleo, del resentimiento, del desequilibrio psicológico, de roles malentendidos y de todo aquello que produce una sociedad desigual. Al final esa fuerza o poder nos deja el trauma, la lesión o la muerte.
Sea de manera colectiva, interpersonal o auto infligida, pero la violencia siempre está presente como meta u objetivo; como resultado de equivocadas políticas socioeconómicas o ahí donde el individuo no logra insertarse en un modo de vida que debe ser exitoso.
Queda claro que ella, la violencia, afecta tanto a comunidades enteras como a individuos. Puede dejar un campo sembrado de cadáveres, un grupo reprimido, una mujer golpeada o el fiambre de un desesperado suicida. En todas esas formas siempre están presentes las relaciones de poder.
En México, la violencia ha tomado nuevos tintes y derroteros que la hacen especialmente particular, sobre todo en los últimos 30 años. Fueron los graduales, pero constantes, cambios sociales y económicos mundiales y nacionales los que permitieron que se acrecentaran la desigualdad, la pobreza, la marginación y la discriminación como el sustrato que arrojó nuevas formas e índices de violencia; ya sea desde la unidad mínima social: la familia, hasta escalas más amplias del tejido social, como son las ciudades.
Y son generalmente las mujeres, los niños y los ancianos los primeros que reciben el impacto de la violencia. Luego sigue el transeúnte, el barrio y toda una ciudad que deje de lado el cuidado y atención a sus diversos sectores.
La violencia en México ha dejado de ser un fenómeno en las ciudades consideradas tradicionales por su presencia. De la Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey, la violencia se expandió a ciudades intermedias como Querétaro, Mérida, Culiacán Cancún, Playa del Carmen y a asentamientos fronterizos como Tapachula, Tijuana, Chetumal, Matamoros y especialmente Ciudad Juárez.
Mal se entendería o negación existiría si no se acepta reconocer la presencia de ciertos tipos de violencia que han llegado a nuestras ciudades. Sería un error quedarnos únicamente con la masificación de la violencia que se deja ver en los medios de comunicación, especialmente la referida al narcotráfico. Se ha creado en el imaginario la idea de que el mayor problema de violencia se centra en ese fenómeno, y que todos los esfuerzos gubernamentales y ciudadanos deben centrarse en el ataque a este tipo de violencia. Con esta percepción, muchas otras formas de violencia han quedado minimizadas o sin una adecuada atención.
Ernesto López Portillo, presidente del Instituto para la Seguridad y Democracia, comenta en un trabajo sobre Medios y Seguridad que “en México, el problema de la inseguridad y la violencia no se explica a través de la delincuencia organizada. Se tiene una imagen distorsionada de la realidad. Hay que entender el contexto”, y agrega: “lo que está pasando tiene dos características: la violencia asociada a la delincuencia organizada, que crea una imagen distorsionada, ya que no es una violencia generalizada contra objetivos indiscriminados, sino entre grupos involucrados en el crimen organizado, y la violencia común, intrafamiliar, esa sí ha crecido, principalmente contra mujeres y niños”.
Si no analizamos y sólo nos conformamos con la construcción de una realidad errónea, no es raro que la violencia doméstica y de género, de sectores poblacionales altamente vulnerables, quede en un segundo plano. Después de todo, la violencia hacia estos grupos no es tan espectacular como la que ejercen los cárteles de la droga y su ataque frontal tampoco es motivo de grandes movilizaciones de las fuerzas de seguridad. Aunque en términos reales, la violencia que genera delitos y homicidios fuera del narcotráfico sea de magnitud mucho mayor.
La violencia hacia los grupos vulnerables, especialmente hacia las mujeres, no son etéreas impresiones. En el año 2003, en su Informe Mundial sobre Violencia y Salud, la Organización Mundial de la Salud, calificó a México como uno de los países más violentos para las mujeres, y señaló el acoso sexual, la violencia familiar, la violencia psicológica y sexual como las principales agresiones a las que se enfrentan las mujeres mexicanas.
Según este informe de la OMS, más de 300 mujeres habían sido asesinadas y mil más se encontraban desaparecidas. La tasa de crímenes había aumentado a 4.7 mujeres muertas por cada 100 mil, según estimaciones extraoficiales. Seguramente los índices en los últimos cuatro años han crecido.
En el reporte presentado en el 2006, la Comisión Especial para dar Seguimiento a los Casos de Feminicidios en el país concluyó que los tres Estados más violentos para las mujeres son Oaxaca, Colima y Quintana Roo, con 75.0%, 71.5% y 70.0% respectivamente. En estos Estados, las mujeres mencionaron haber sufrido cualquier tipo de violencia, sea sexual, económica, física y psicológica
Con base en la realidad y a la acción de grupos organizados se ha logrado cierta sensibilización para realizar algunas reformas y adiciones legales en lo penal y lo civil, pero aún falta buen tramo por trabajar. Es necesario ir entendiendo que el mal se encuentra en casa y que se requieren mayores proyectos y acciones para bajar los índices y los cambios de conducta.
En este sentido, mucha atención debemos darle a la inquietud, al profesionalismo y al trabajo de organizaciones ciudadanas, como el Observatorio para la Violencia de Género en Cancún, que han venido insistiendo en estudios y propuestas que ayudan a entender la problemática.
La violencia puede ser callada, simulada o abierta; en ocasiones distante o cercana; pretendidamente justificada o injustificada generalmente, pero siempre está ahí y actúa lastimando a hombres y mujeres. Crece y crece, se acerca y casi nos toca por momentos.
En ocasiones aparece bajo la forma de la guerra, en golpe de mano del terrorismo, en acción libertaria, en acto de gobierno, en un ajuste o respuesta de la delincuencia organizada o también en herida directa al ciudadano, producto del desempleo, del resentimiento, del desequilibrio psicológico, de roles malentendidos y de todo aquello que produce una sociedad desigual. Al final esa fuerza o poder nos deja el trauma, la lesión o la muerte.
Sea de manera colectiva, interpersonal o auto infligida, pero la violencia siempre está presente como meta u objetivo; como resultado de equivocadas políticas socioeconómicas o ahí donde el individuo no logra insertarse en un modo de vida que debe ser exitoso.
Queda claro que ella, la violencia, afecta tanto a comunidades enteras como a individuos. Puede dejar un campo sembrado de cadáveres, un grupo reprimido, una mujer golpeada o el fiambre de un desesperado suicida. En todas esas formas siempre están presentes las relaciones de poder.
En México, la violencia ha tomado nuevos tintes y derroteros que la hacen especialmente particular, sobre todo en los últimos 30 años. Fueron los graduales, pero constantes, cambios sociales y económicos mundiales y nacionales los que permitieron que se acrecentaran la desigualdad, la pobreza, la marginación y la discriminación como el sustrato que arrojó nuevas formas e índices de violencia; ya sea desde la unidad mínima social: la familia, hasta escalas más amplias del tejido social, como son las ciudades.
Y son generalmente las mujeres, los niños y los ancianos los primeros que reciben el impacto de la violencia. Luego sigue el transeúnte, el barrio y toda una ciudad que deje de lado el cuidado y atención a sus diversos sectores.
La violencia en México ha dejado de ser un fenómeno en las ciudades consideradas tradicionales por su presencia. De la Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey, la violencia se expandió a ciudades intermedias como Querétaro, Mérida, Culiacán Cancún, Playa del Carmen y a asentamientos fronterizos como Tapachula, Tijuana, Chetumal, Matamoros y especialmente Ciudad Juárez.
Mal se entendería o negación existiría si no se acepta reconocer la presencia de ciertos tipos de violencia que han llegado a nuestras ciudades. Sería un error quedarnos únicamente con la masificación de la violencia que se deja ver en los medios de comunicación, especialmente la referida al narcotráfico. Se ha creado en el imaginario la idea de que el mayor problema de violencia se centra en ese fenómeno, y que todos los esfuerzos gubernamentales y ciudadanos deben centrarse en el ataque a este tipo de violencia. Con esta percepción, muchas otras formas de violencia han quedado minimizadas o sin una adecuada atención.
Ernesto López Portillo, presidente del Instituto para la Seguridad y Democracia, comenta en un trabajo sobre Medios y Seguridad que “en México, el problema de la inseguridad y la violencia no se explica a través de la delincuencia organizada. Se tiene una imagen distorsionada de la realidad. Hay que entender el contexto”, y agrega: “lo que está pasando tiene dos características: la violencia asociada a la delincuencia organizada, que crea una imagen distorsionada, ya que no es una violencia generalizada contra objetivos indiscriminados, sino entre grupos involucrados en el crimen organizado, y la violencia común, intrafamiliar, esa sí ha crecido, principalmente contra mujeres y niños”.
Si no analizamos y sólo nos conformamos con la construcción de una realidad errónea, no es raro que la violencia doméstica y de género, de sectores poblacionales altamente vulnerables, quede en un segundo plano. Después de todo, la violencia hacia estos grupos no es tan espectacular como la que ejercen los cárteles de la droga y su ataque frontal tampoco es motivo de grandes movilizaciones de las fuerzas de seguridad. Aunque en términos reales, la violencia que genera delitos y homicidios fuera del narcotráfico sea de magnitud mucho mayor.
La violencia hacia los grupos vulnerables, especialmente hacia las mujeres, no son etéreas impresiones. En el año 2003, en su Informe Mundial sobre Violencia y Salud, la Organización Mundial de la Salud, calificó a México como uno de los países más violentos para las mujeres, y señaló el acoso sexual, la violencia familiar, la violencia psicológica y sexual como las principales agresiones a las que se enfrentan las mujeres mexicanas.
Según este informe de la OMS, más de 300 mujeres habían sido asesinadas y mil más se encontraban desaparecidas. La tasa de crímenes había aumentado a 4.7 mujeres muertas por cada 100 mil, según estimaciones extraoficiales. Seguramente los índices en los últimos cuatro años han crecido.
En el reporte presentado en el 2006, la Comisión Especial para dar Seguimiento a los Casos de Feminicidios en el país concluyó que los tres Estados más violentos para las mujeres son Oaxaca, Colima y Quintana Roo, con 75.0%, 71.5% y 70.0% respectivamente. En estos Estados, las mujeres mencionaron haber sufrido cualquier tipo de violencia, sea sexual, económica, física y psicológica
Con base en la realidad y a la acción de grupos organizados se ha logrado cierta sensibilización para realizar algunas reformas y adiciones legales en lo penal y lo civil, pero aún falta buen tramo por trabajar. Es necesario ir entendiendo que el mal se encuentra en casa y que se requieren mayores proyectos y acciones para bajar los índices y los cambios de conducta.
En este sentido, mucha atención debemos darle a la inquietud, al profesionalismo y al trabajo de organizaciones ciudadanas, como el Observatorio para la Violencia de Género en Cancún, que han venido insistiendo en estudios y propuestas que ayudan a entender la problemática.
Mientras los estudios y las propuestas avanzan, mientras las instancias gubernamentales se sensibilizan y actúan, los actos delictivos y la violencia siguen causando estragos en personas como Barbara y Leidy, mis amigas que ahora se despiertan en las noches con llanto y sobresaltos.
Algo debemos y se debe hacer para defender y dar justicia a los agraviados, para proteger a los grupos vulnerables y para evitar que el fenómeno de la violencia crezca en el paraíso.
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