viernes, 9 de mayo de 2008

Nuestra historiografía II

En su reciente ensayo El Caribe mexicano. Historia e historiografía contemporánea, Carlos Macías Richard no necesita utilizar ningún concepto que tenga parentesco con Tucídides, Guizot, Niebuhr, von Herder, Kant, menos de Plejánov o de su antítesis Fukuyama. Solamente nos presenta un gran paisaje perfectamente enmarcado de los hechos y los quehaceres que se han dado esta porción de la península yucateca que él llama Caribe mexicano y que a partir de cierto momento reconoce como Quintana Roo. No teoriza, pero desliza una crítica.

Lo que el investigador define como Caribe mexicano figuró desde las primeras expediciones españolas: la de Francisco Hernández de Córdova, la de Juan de Grijalva y la de Hernán Cortés. Esos primeros contactos significaron que la conquista de la que sería llamada Nueva España, inició por estas tierras.

Aún no terminaba el trabajo de conquista de los españoles, cuando los cronistas ya escribían sobre el tema. De manera cronológica fueron apareciendo los escritos de Juan de Díaz, Hernán Cortés, Gonzalo Fernández de Oviedo, Andrés de Tapia, Francisco López de Gomara, Bartolomé de las Casas, Nakuk Pech, Francisco Cervantes de Salazar, Bernal Díaz del Castillo, Diego de Landa y Diego López de Cogolludo. Luego hay que sumar los escritos de los exploradores de la civilización maya: Richard Owen, John Stephens, Frederick Catherwood, Désiré Charnay, Karl Sapper, Sylvanus Morley, Thomas Gann, Edward Thompson, Samuel Lothrop y el príncipe Guillermo de Suecia, entre otros.

En el momento de citar a la mejor historia de Yucatán del siglo XVI, coincido plenamente en que es la obra de Robert Chamberlain, The Conquest and Colonization of Yucatan 1517-1550. Esta investigación está apoyada en cronistas del virreinato, como en fuentes del siglo XX. Además, “Robert Chamberlain hizo extensivo un apropiado bastidor geohistórico para las provincias de Chetumal y Uaymil. Chamberlain manejó como nadie la información que ofrece la más completa crónica sobre la conquista española de los alrededores de Chetumal: la de Gonzalo Fernández de Oviedo”.

El investigador subraya que la franja con mayor cantidad de trabajos sobre Quintana Roo se han centrado en los mayas, principalmente los que se refieren a la guerra de castas, a su cultura, a su religiosidad y los cambios culturales y económicos.

De esta forma enlista a Alfonso Villa Rojas y Los elegidos de Dios, quien “nos legó un escrupuloso diagnóstico acerca del cambio social experimentado por los mayas del centro de Quintana Roo”.

Vendría luego el periodista estadounidense Nelson Reed que escribió La guerra de castas de Yucatán y que Carlos Macías define como “uno de los más vivos y convincentes relatos sobre las motivaciones de la resistencia maya, de su dramática evolución y del marco político y económico que acompaña su conclusión”.

Según Macías, llega, en orden secuencial, el trabajo de Victoria Bricker, El Cristo indígena, el rey nativo, cuyo objetivo fue analizar los orígenes y significados de las festividades y rituales mayas en Yucatán, Chiapas y en Guatemala… Aquí hay que mencionar que Macías omitió que previo al trabajo de Bricker, aparecieron dos obras de Miguel Alberto Bartolomé y Alicia Barabas: La resistencia maya. Relaciones interétnicas en el oriente de la Península de Yucatán y La dinámica social de los mayas de Yucatán: Pasado y presente de la situación colonial.

Bricker llegó a la conclusión de que gran parte de los ingredientes de la mitología y del ritual de los mayas que se considera previos a la conquista, tienen un origen definitivamente posterior…” Y el autor del ensayo cita algo de la antropóloga norteamericana “Al principio, ingenuamente supuse que el mito y la historia podrían distinguirse claramente. A posteriori descubrí, con gran sorpresa, que a menudo la historiografía tiene bases mitológicas”. Algo que ya Heródoto había señalado cientos de años atrás: no se puede evitar en la historia la influencia del mito
, ni de la narración de los hechos de los mismos.

Luego toca hablar de Conversaciones inconclusas de Paul Sullivan, quien se apoya en “los copiosos testimonios personales de intercambio y comunicación entre mayas y extranjeros. Es una afortunada propuesta ahistórica, fundada en la lingüística y la antropología, (donde) Sullivan rescata y ordena los hilos mayores del trato intercultural fluido, regular, que data de al menos tres generaciones entre mayas y extranjeros y que ha tenido como moneda de cambio la memoria, la profecía, las sensaciones de “esclavitud” y las esperanzas y desesperanzas de la paz, la guerra y la libertad”. Es una de las mejores obras de la antropología contemporánea maya. Tal vez merecía citar la última obra de Sullivan, Xuxub must die.

Luego Macías vuelve a dejar de lado un importante texto: An Epoch of Miracles, de Allan Burns, para pasar a hablar de las obras escrita por el arqueólogo Grant Jones: Maya Resistance to Spanish Rule and History on a Colonial Frontier y The Conquest of the Maya Kingdom. Entre otros puntos, “la obra de Jones aborda centralmente la evolución del intercambio en el corredor Bacalar-Tipú; revela una tradición interactiva que puede decirse que lo hermana más al Petén y a la porción sur de la llamada provincia maya de Uaymil (Chactemal), que a la provincia de Ecab”. Otro aporte de Jones consiste en actualizar el debate sobre la presumible ubicación y, ante todo, la función del señorío chetumaleño, donde sobresalen los asentamientos de Ichpatun, Oxtancah y la isla de Tamalcab.

En la exposición, merece una detenida nota a la obra de Lorena Careaga, quien en Hierofanía combatiente. Lucha, simbolismo y religiosidad en la guerra de castas analiza aspectos asociados con la azarosa vida en combate, tanto entre los mayas como entre los soldados del ejército mexicano. “También nos ofrece una reseña de la evolución del culto, desde su apogeo en la segunda mitad del siglo XIX, como en la actual población maya macehual de Quintana Roo”.

Me pareció un gran acierto que Macías Richard citara en esta revisión al estimado antropólogo suizo Ueli Hostettler. Un escrupuloso y exigente investigador que aportó una rica discusión conceptual con referentes históricos y etnológicos sobre la agricultura de la milpa y una peculiar división del trabajo, para descifrar las claves de su elaborada y convincente tipología sobre la estratificación social interna de los mayas actuales.

Continuando con los estudios realizados por extranjeros, se señala la contribución del canadiense Herman Konrad y la de los argentinos Alfredo César Dachary y Stella Arnaiz. Del primero rescata la hipótesis de que el declive de la civilización maya se debió a la adaptación a que los efectos ecológicos de las tormentas tropicales (huracanes) repercutieron en el éxito o fracaso de las estrategias de subsistencia de la población. De la conocida pareja de argentinos que laboraron en el desparecido CIQROO, se destaca el enfoque regional de sus estudios y donde marcan cinco etapas de la costa oriental de Yucatán. De cierta forma son coincidentes Macías y los Dachary en el uso del concepto de Caribe mexicano.

Finalmente, dentro de lo que llama “La nueva generación interior”, Carlos Macías menciona los trabajos que a partir de la década de los 80s desarrollaron Antonio Higuera, Luz del Carmen Vallarta y Gabriel Macías, pioneros en la organización del primer archivo documental para Quintana Roo. No deja de analizar brevemente las obras de estos historiadores y antropólogos que tienen que ver con la línea del origen cultural y político del nativismo, con el de la formación cultural e identitaria de los payobispenses y con el fino trabajo de colonización, flujos comerciales y la confirmación de que aquel “México selvático” estaba sustraído a las leyes e instituciones, de Gabriel Macías Zapata.

En este mismo grupo, Macías integra la obra de Martín Ramos que se especializa en los asuntos humanísticos y culturales que derivan de los temas educativos y literarios, tanto del tardío Caribe mexicano, como de la primera mitad de la historia de Quintana Roo.

El doctor de El Colegio de México deja su preocupación por cierta tendencia de interpretación histórica, misma que no ha encontrado un cauce afortunado. Y se refiere “a la tentación de forjar una historia estatal de Quintana Roo más allá de la propia existencia de Quintana Roo...” y para él, “es indudable que hacer historia de la costa oriental de Yucatán en los siglos XVI-XVIII, pensando que se está haciendo la historia de Quintana Roo, requiere de un gran esfuerzo de imaginación y autocomplacencia, así como de la necesaria sinceridad acerca de que se está trabajando para el consumo discursivo de lo quintanarroense”.

Indudablemente el ensayo recién publicado en la revista Relaciones de El Colegio de Michoacán es un buen ejercicio de revisión, un corte de caja, que nos deja el terreno allanado para saber qué falta por hacer y cómo se han hecho los estudios. Es, ciertamente, una revisión muy ordenada de autores y obras que han formado una urdimbre que nos ayuda a entender nuestro pasado.

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