domingo, 11 de enero de 2009

La crisis

La economía como disciplina, institución y cotidiano ejercicio es lo que más cercano está al Hombre. Es a la primera que recurrimos cuando buscamos satisfacer las necesidades primarias. Ella siempre nos ha acompañado evolutivamente en todos nuestros comportamientos, desde que cazábamos y recolectábamos, hasta cuando utilizamos un instrumento de financiamiento a través del dinero. Pero ahora la economía es nuestra mayor incertidumbre.

Las malas señales del origen de esta crisis financiera comenzaron en agosto del 2007; en septiembre del 2008 el banco de inversión estadounidense Lehmann Brothers estaba en bancarrota y en noviembre ya todas las instituciones y gobiernos declaraban y actuaban con inyecciones ante el inevitable desplome. El sistema financiero entró en terapia intensiva. El pánico se apoderó de los inversionistas y miles de trabajadores comenzaron a conocer la cesantía.

La angustia se manifestó luego de la caída de las principales bolsas de valores del mundo en el mes de octubre y con las precauciones de inversionistas extranjeros que sacaron sus recursos de diversos mecanismos financieros. Para ese mes, de México salieron 22 mil 190 millones de dólares, recursos que son adicionales a los 18 mil millones de dólares que el gobierno mexicano utilizó de sus reservas para contener una abrupta devaluación del peso.

A pesar de estos indicadores, nadie se atrevía a hablar con claridad a los que nos movemos en la microeconomía. Tal parece que la consigna era utilizar un lenguaje optimista: “estamos preparados para enfrentar los efectos de la crisis”, podía escucharse en varias declaraciones. Mientras tanto, los precios de la mezcla mexicana del petróleo descendían y descendían dramáticamente.

En diciembre ya todo mundo hablaba de la recesión. La confianza en el sistema financiero ya no existía. El siempre prudente Fondo Monetario Internacional (FMI) ahora elaboraba proyecciones poco halagadoras para los próximos dos años: todos los países industrializados entrarían en recesión en el 2009: a nivel global sólo se crecerá en un 2% y México, según algunas asociaciones, tendrá un crecimiento negativo de -1%. En ese mes, 15 países europeos ya conocían la recesión.

A pesar de las inyecciones de enormes recursos para rescatar a bancos, pronto se entró en una fatiga: para la segunda mitad del último mes del 2008 había cierto desaliento. Al parecer, las medidas para enfrentar la crisis no estaban dando los resultados esperados y los signos vitales empeoraban. Los especialistas del FMI, como Dominique Strauss-Kahn, advertían de riesgos políticos, ya que ahora los mercados podían colapsarse y los estallidos sociales eran una posibilidad. El especialista sugería aplicarse a fondo en el gasto público en vivienda, dar apoyo a la población más pobre y otorgar estímulos fiscales, pero sin reducir los impuestos.

La estrategia de gobiernos e instituciones para las últimas semanas de diciembre era buscar estabilizar el sistema financiero y controlar la caída económica bajando las tasas de interés. Se probaba con todo, pero sin que la confianza fuese una aliada.

El historiador Niall Ferguson nos recuerda que el mundo financiero de hoy es resultado de cuatro milenios de historia económica. Desde que los usureros de Babilonia dieron nuevo uso al dinero, hasta que las familias del siglo XX se inclinaron por las inversiones en bienes raíces, largo ha sido el camino para intentar comprender cómo se llegó a esa caprichosa naturaleza de esa modalidad de la economía.

Sabemos que esta crisis no es la primera en este camino que termina en el capitalismo bajo la forma de globalización. En los últimos 138 años, el sistema económico ha sufrido 148 crisis, sea bajo la forma de recesión o de inflación. Entonces, si nuestro tejido cognitivo es resultado de la experiencia, de esa evolución, cabe la pregunta, ¿por qué no aprendemos de esta historia financiera?, ¿prevalece más nuestra euforia sobre el llamado “riesgo calculado”?

A nivel de gobierno también quedan interrogantes: si los gobiernos han intervenido inyectando recursos a los bancos o comprando activos, ¿hasta dónde es el margen de intervención, de regulación, para preveer las crisis como la actual? O acaso mi ingenuidad no me permite ver que esas regulaciones, esos controles del capital, han quedado en los años setentas y que ahora esas intervenciones millonarias de rescate son decisiones políticas, igual de equiparables a programas sociales llamados Acuerdos Nacionales a favor de la Economía Familiar y el Empleo?

La crisis comenzó con la caída de las bolsas y de ciertas mercancías como el petróleo, con las devoluciones de las monedas y con la depresión, pero aún se desconocen las repercusiones sociales que traerán la pérdida del trabajo y la inflación. Ya se prevé en México un bajo consumo, la disminución de las remesas y la disminución del turismo. Pero, ¿qué aumentará?... ¿los índices delictivos, la nómina del llamado crimen organizado?... De los índices de pobreza, eso no se duda.

Hay que recordar que la economía se ocupa de las transacciones de intercambio, del uso de los recursos escasos para la producción de mercancías y su distribución para el consumo –aunque también es economía administrar nuestro ritmo de respiración ante la escasez de oxigeno: el tiempo mismo y la vida son objeto de la economía por ser recursos escasos-; se ocupa también de las maneras de cómo la gente consigue sus recursos materiales para sobrevivir y, obviamente, de las riquezas. Pero poniendo las cosas en escala económica, ¿usted es de esa pequeña elite que invierte en la bolsa de valores o es de los que están atentos al precio de las tortillas y el jitomate? Dependiendo de su ubicación, así sentirá el impacto de la crisis financiera.

Como actor individual, relacionado con un sistema social y económico, que sabe de la crisis inflacionaria de los 70-80s, la nueva crisis me ha enseñado algo: siempre que utilizo el mecanismo de retirar billetes del cajero, reflexiono y me pregunto: la historia del dinero, de su larga evolución como describe Ferguson, nos ha traído a esta situación de desplome de toda clase de bienes: acciones, hipotecas, casas…, ¿cómo hacer para que esta economía y su cuerpo teórico identifique y tome decisiones racionales sin que nos perjudique?

Por el momento, me siento como el jamón del sándwich, en medio de una lucha financiera por el más apto, donde los contendientes me son desconocidos y lo peor: seré devorado sin que a ellos les interese qué es lo que quiero, ni mi proceder como parte del mundo descriptivo será tomado en cuenta por los normativos, por los prescriptivos de la economía.

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