Ni me di cuenta. Me enteré ocho meses después que había muerto. Me causó cierta pena pues la había conocido a través de sus obras. A ella, a Sir Edmund Leach y a Claude Lévi-Strauss les debía sus aportes en esos años en que se elegía la escuela antropológica a seguir. Al menos, cuando Leach feneció, un puñado de estructuralistas le organizamos en 1991 un homenaje In memoriam y a Lévi-Strauss le seguimos admirando su obra y vitalidad, a pesar de que el año pasado cumplió 100 años de edad. En mayo del 2007 falleció Mary Douglas, una antropóloga inglesa que permitió entender, a través del simbolismo, los secretos bíblicos, el Levítico, específicamente.
Hay situaciones en el campo que no siempre tienen una rápida explicación. Se necesita tener mucha información de detalle para poder entender códigos y mensajes. En cierta teoría y metodología se utiliza lo que llamamos la contigüidad y secuencia, el orden que llevan la metáfora y la metonimia para entender algunos significados ocultos.
Cuando se observa que los mayas integran una pequeña porción de pollo a su ritual chirmole, hecho a base de puerco y de chile quemado, se tiene la primera explicación de que el puerco es una animal impuro, que carece de espíritu, y que el ave, que sí lo tiene, permite la sacralización del platillo y su ingesta en la fiesta, el matrimonio o en el día de muertos. Ellos tienen perfectamente clasificados los alimentos y sus propiedades, que no son físicas únicamente.
Lo mismo me sucedía de niño, recordaba. En aquella costa brava teníamos prohibido comer las patas de las gallinas o de los pollos. Aunque aquí no se trataba de lo puro y lo impuro en un contexto religioso, los mayores nos explicaban el por qué no debíamos comerlas: se nos educaba para ser valientes, poder responder a cualquier situación violenta y ello se asociaba con lo rojo, con la sangre. Así que necesitábamos comer alimentos que nos dieran valor. Y las patitas aquellas eran amarillas, el color que metonímicamente se relaciona con el miedo. También clasificábamos los alimentos.
Las normas dietéticas de cada cultura siempre son un interesante ejercicio a registrar. No solamente indica qué se debe y qué no comer, sino que también te marca espacio y tiempo.
Lo permitido y no permitido, lo puro e impuro, son parte de las creencias que tienen un orden simbólico. Todas esas formas de pensar, nuestras o de otros, tienen un sentido. Las explicaciones que damos a esas mentalidades no se basan en asuntos de misterio, de mística o de credulidad, son aproximaciones realistas a diferentes formas de vivir y de morir. Se requiere sensibilidad para entender diversas visiones del mundo y el cómo se fabrican esfuerzos para vivir en un grupo social determinado. Que nadie dude de la racionalidad del ritual que efectúa el hmen maya para controlar el clima, pedir que la lluvia caiga sobre el maíz y con ello afirmar entre su grupo el orden de la naturaleza.
Clasificar las cosas no es un sinsentido, cumple un cometido de organización.
Y así también las experiencias se ordenan. Cuando observé la norma dietética maya, inevitablemente me remití a la clasificación judía de los alimentos; para ellos también el cerdo es impuro. Pero sobre todo, a sus explicaciones contenidas en el Levítico.
Cuando se lee detenidamente la Biblia cristiana con ojos ajenos al dogma, sin ánimo de interpretar utopías, pronto se nota que hay dos historias, dos grandes libros: el antiguo y el nuevo testamento. Por el orden de la lectura uno imagina que el antiguo testamento es el más leído, pero en el México de mayoría católica se nota que es la segunda parte la preferida, ahí están sus bases de origen.
A la vez, el antiguo testamento se divide en el Pentateuco, que comprende a los libros Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, y una larga lista de textos de salmistas y profetas. Para los judíos, el Levítico es parte de la Torá.
De todos estos libros, el que mayormente me atrajo fue el Levítico. Algo paradójico era esa preferencia, pues mientras me daba la impresión de que me remitía a un núcleo de la religión, también sospechaba que recibía un trato de indiferencia: parecía que las mejores cosas de la Biblia se le atribuyen a otros libros.
Este libro habla de leyes culturales, que tienen que ver con los sacrificios y sus rituales; sobre la consagración del sacerdocio –recuérdese que el nombre del libro proviene, por estar dedicado a los levitas, a los rabinos de entonces que pertenecían a la tribu de los Levi; el Levítico es como un manual para ellos-; sobre la pureza en los animales, de los alimentos, de ciertas enfermedades, del matrimonio y de la santificación de las fiestas.
Estoy completamente de acuerdo con Mary Douglas cuando ella encuentra en el Levítico características como que en él “se revela una religión moderna, que legisla a favor de la justicia entre las personas, entre Dios y su pueblo y entre el pueblo y los animales”.
Para la autora de Los lele de Kasai, Pureza y peligro, Símbolos naturales y El Levítico como literatura, en el libro en referencia “sale a la superficie una clara sensación de alianza con Dios, no bajo la forma de un tratado, sino más bien en tanto principio de una relación feudal: de los vasallos que dan ofrendas a su Señor”. Pero también se observa la vulnerabilidad de los seres vivos, su debilidad, su maligna tendencia a oprimirse unos a otros, el afán predatorio de los humanos, la alianza con Dios y su protección a cambio de obediencia.
En el Levítico no sólo se intuye esa relación del hombre y Dios, se encuentra también un paralelismo con el Deuteronomio cuando clasifican los animales. En el primero dice: “de entre todos los animales terrestres podréis comer cualquiera animal de pezuña partida en dos mitades y que rumie” y en el segundo dice: “esto son los animales que podréis comer: buey, carnero, cabra, ciervo…”. Ambos coinciden que no se puede comer la liebre, pues aunque rumia, no tiene la pezuña hendida: es impura. Al cerdo no le dan ninguna posibilidad pues, aunque tiene la pezuña partida, no rumia; no se puede comer por impuro y ni siquiera su cadáver se puede tocar.
Ordenar y clasificar a los animales cuadrúpedos en rumiantes y no rumiantes, de pezuña hendida y no, animales de manada o rebaños, de cascos enteros, de garras, que se arrastran…, peces sin escamas, etc., es toda una taxonomía de lo puro y lo impuro.
“… entre las aves, tendréis por inmundas, y no podrán comer por ser abominables: el águila, el buitre, el halcón…, los cuervos, el avestruz, la gaviota, el cisne, el pelícano, la garza en todas sus especies…”, así lo dice el Levítico. El pollito y la gallina si son puros. Entonces, ¿los mayas leyeron el Levítico o simplemente se confirma una coincidencia entre culturas diferentes?.
La lectura de los trabajos de Mary Douglas permite agilizar la comprensión de textos sagrados. Pero también sería inimaginable entender signos y significados, que se encuentran aparentemente dispersos e inconexos en las culturas, sin la previa explicación de los códigos, que no siempre están abiertos para todos.
Hay situaciones en el campo que no siempre tienen una rápida explicación. Se necesita tener mucha información de detalle para poder entender códigos y mensajes. En cierta teoría y metodología se utiliza lo que llamamos la contigüidad y secuencia, el orden que llevan la metáfora y la metonimia para entender algunos significados ocultos.
Cuando se observa que los mayas integran una pequeña porción de pollo a su ritual chirmole, hecho a base de puerco y de chile quemado, se tiene la primera explicación de que el puerco es una animal impuro, que carece de espíritu, y que el ave, que sí lo tiene, permite la sacralización del platillo y su ingesta en la fiesta, el matrimonio o en el día de muertos. Ellos tienen perfectamente clasificados los alimentos y sus propiedades, que no son físicas únicamente.
Lo mismo me sucedía de niño, recordaba. En aquella costa brava teníamos prohibido comer las patas de las gallinas o de los pollos. Aunque aquí no se trataba de lo puro y lo impuro en un contexto religioso, los mayores nos explicaban el por qué no debíamos comerlas: se nos educaba para ser valientes, poder responder a cualquier situación violenta y ello se asociaba con lo rojo, con la sangre. Así que necesitábamos comer alimentos que nos dieran valor. Y las patitas aquellas eran amarillas, el color que metonímicamente se relaciona con el miedo. También clasificábamos los alimentos.
Las normas dietéticas de cada cultura siempre son un interesante ejercicio a registrar. No solamente indica qué se debe y qué no comer, sino que también te marca espacio y tiempo.
Lo permitido y no permitido, lo puro e impuro, son parte de las creencias que tienen un orden simbólico. Todas esas formas de pensar, nuestras o de otros, tienen un sentido. Las explicaciones que damos a esas mentalidades no se basan en asuntos de misterio, de mística o de credulidad, son aproximaciones realistas a diferentes formas de vivir y de morir. Se requiere sensibilidad para entender diversas visiones del mundo y el cómo se fabrican esfuerzos para vivir en un grupo social determinado. Que nadie dude de la racionalidad del ritual que efectúa el hmen maya para controlar el clima, pedir que la lluvia caiga sobre el maíz y con ello afirmar entre su grupo el orden de la naturaleza.
Clasificar las cosas no es un sinsentido, cumple un cometido de organización.
Y así también las experiencias se ordenan. Cuando observé la norma dietética maya, inevitablemente me remití a la clasificación judía de los alimentos; para ellos también el cerdo es impuro. Pero sobre todo, a sus explicaciones contenidas en el Levítico.
Cuando se lee detenidamente la Biblia cristiana con ojos ajenos al dogma, sin ánimo de interpretar utopías, pronto se nota que hay dos historias, dos grandes libros: el antiguo y el nuevo testamento. Por el orden de la lectura uno imagina que el antiguo testamento es el más leído, pero en el México de mayoría católica se nota que es la segunda parte la preferida, ahí están sus bases de origen.
A la vez, el antiguo testamento se divide en el Pentateuco, que comprende a los libros Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, y una larga lista de textos de salmistas y profetas. Para los judíos, el Levítico es parte de la Torá.
De todos estos libros, el que mayormente me atrajo fue el Levítico. Algo paradójico era esa preferencia, pues mientras me daba la impresión de que me remitía a un núcleo de la religión, también sospechaba que recibía un trato de indiferencia: parecía que las mejores cosas de la Biblia se le atribuyen a otros libros.
Este libro habla de leyes culturales, que tienen que ver con los sacrificios y sus rituales; sobre la consagración del sacerdocio –recuérdese que el nombre del libro proviene, por estar dedicado a los levitas, a los rabinos de entonces que pertenecían a la tribu de los Levi; el Levítico es como un manual para ellos-; sobre la pureza en los animales, de los alimentos, de ciertas enfermedades, del matrimonio y de la santificación de las fiestas.
Estoy completamente de acuerdo con Mary Douglas cuando ella encuentra en el Levítico características como que en él “se revela una religión moderna, que legisla a favor de la justicia entre las personas, entre Dios y su pueblo y entre el pueblo y los animales”.
Para la autora de Los lele de Kasai, Pureza y peligro, Símbolos naturales y El Levítico como literatura, en el libro en referencia “sale a la superficie una clara sensación de alianza con Dios, no bajo la forma de un tratado, sino más bien en tanto principio de una relación feudal: de los vasallos que dan ofrendas a su Señor”. Pero también se observa la vulnerabilidad de los seres vivos, su debilidad, su maligna tendencia a oprimirse unos a otros, el afán predatorio de los humanos, la alianza con Dios y su protección a cambio de obediencia.
En el Levítico no sólo se intuye esa relación del hombre y Dios, se encuentra también un paralelismo con el Deuteronomio cuando clasifican los animales. En el primero dice: “de entre todos los animales terrestres podréis comer cualquiera animal de pezuña partida en dos mitades y que rumie” y en el segundo dice: “esto son los animales que podréis comer: buey, carnero, cabra, ciervo…”. Ambos coinciden que no se puede comer la liebre, pues aunque rumia, no tiene la pezuña hendida: es impura. Al cerdo no le dan ninguna posibilidad pues, aunque tiene la pezuña partida, no rumia; no se puede comer por impuro y ni siquiera su cadáver se puede tocar.
Ordenar y clasificar a los animales cuadrúpedos en rumiantes y no rumiantes, de pezuña hendida y no, animales de manada o rebaños, de cascos enteros, de garras, que se arrastran…, peces sin escamas, etc., es toda una taxonomía de lo puro y lo impuro.
“… entre las aves, tendréis por inmundas, y no podrán comer por ser abominables: el águila, el buitre, el halcón…, los cuervos, el avestruz, la gaviota, el cisne, el pelícano, la garza en todas sus especies…”, así lo dice el Levítico. El pollito y la gallina si son puros. Entonces, ¿los mayas leyeron el Levítico o simplemente se confirma una coincidencia entre culturas diferentes?.
La lectura de los trabajos de Mary Douglas permite agilizar la comprensión de textos sagrados. Pero también sería inimaginable entender signos y significados, que se encuentran aparentemente dispersos e inconexos en las culturas, sin la previa explicación de los códigos, que no siempre están abiertos para todos.
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