Aquella tarde llegó con su hermano Juan en un Volkswagen safari. Iba como “cuentero”, a hablar sobre la historia oral maya y a cantar algunas canciones en el idioma de los primeros hombres que habitaron la Península. Fue en Felipe Carrillo Puerto, en 1989, cuando conocí al maestro Javier Gómez Navarrete.
En aquel entonces desconocía que Javier había nacido en Akil, Yucatán; que era uno de nueve hermanos; que estudió la primaria y secundaria en Mérida y que esa etapa de su vida fue de mucho trabajo para ayudar a la magra economía familiar: cortador de leña y boleador de zapatos. También desconocía que era un egresado de la normal rural de San Diego, Tekax y mucho menos me imaginaba de su licenciatura en historia, lograda en la Universidad Autónoma de Guerrero.
Mientras observaba esa figura relativamente alta, delgada, como la de un basquetbolista, y escuchaba su potente voz y articulado discurso, como la de un orador del ágora, me preguntaba: ¿de dónde salió?, ¿quién es esta persona que habla con tanto orgullo de su origen y cultura?
Por lo que decía aquella tarde, era evidente que él ya sabía que no existía “gente sin historia” y que el “antihistoricismo” del siglo XIX era un discurso en desuso. Era un historiador que trabajaba como fuente principal la tradición oral para reconstruir, a través del mito o la leyenda, un pasado que se transmitía de voz en voz y de generación en generación. Javier lo hacía tan bien, con tanto entusiasmo, que parecía que encarnaba a uno de aquellos nohoch mak de hace mil años.
Tiempo después compartimos en Chetumal el espacio laboral en el entonces Instituto Quintanarroense de la Cultura. Si no mal recuerdo, en esos días el investigador revisaba los dos libros que había escrito y publicado en la primera mitad de los años 80s. Eran los volúmenes del Método para el aprendizaje de la lengua maya. El maestro Gómez Navarrete sabía de la enorme importancia de generar materiales que permitieran enseñar y, con ello, preservar la lengua que él conoce, habla y escribe bien. Él no se instalaba en el discurso político de rescatar la lengua maya, él lo hacía, lo ponía en práctica. Como buen orfebre de la palabra y del discurso maya, él ya conocía los diccionarios, calepinos y cartillas habidos y por haber. Sumaba al conocimiento de los gramemas y mitemas mayas una postura intelectual que se le reconoce a nivel peninsular y nacional.
Así pasaban los días. Una mañana, el gobernador Miguel Borge nos comunica que existía el proyecto de construir el Museo de la Guerra de Castas, en el poblado de Tihosuco. Me piden que coordine la tarea. En el equipo de investigadores estaban Armando Escobar Nava, Renée Petrich, Berenice Keer y Javier Gómez. Ninguno de nosotros había hecho un museo. Con una breve capacitación de Cristina Payán, del Instituto Nacional de Antropología e Historia, y sobre la marcha, ese equipo supo lo que era escribir los guiones museológicos y museográficos y formar una colección. Recuerdo que la participación de Javier Gómez fue fundamental en ese proyecto. Pronto noté que se apasionó por personajes y acontecimientos de aquella lucha, que no dudo que esa experiencia fue el impulso inicial para que escribiera años después la novela histórica Cecilio Chí. En esas jornadas conocí al investigador de la historia regional y percibí su sensibilidad y compromiso por las luchas sociales.
Tiempo después, Javier y Armando Escobar encabezaron un grupo de trabajo para escribir el libro de texto Historia y Geografía de Quintana Roo. Ramón Iván Suárez, Suemy McLiberty, Juan Gómez y quien escribe, participamos. Javier se probó como líder, como pedagogo y como historiador y el resultado fue exitoso, ganamos el concurso nacional.
Posteriormente el maestro Gómez Navarrete emigra a la Universidad de Quintana Roo. Es el maestro de lengua maya de la máxima casa de estudios. Sin duda alguna, es aquí donde desarrolla todas sus capacidades como académico y cualidades como literato.
Siendo profesor-investigador de la UQROO escribe los libros de cuentos Voces sin tiempo y Relatos mágicos del Mayab y donde elabora un nuevo Método para el Aprendizaje de la Lengua Maya, en cuatro cursos.
Además de la licenciatura en historia, el que ha sido campeón en oratoria tiene una licenciatura en educación cívica y social por la Escuela Normal Superior de México y una maestría en ciencias sociales por la Escuela Normal Superior de Yucatán. Es también diplomado por la Sociedad General de Escritores de México y ha sido becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes como creador indígena en el género de novela.
Como promotor cultural, Gómez Navarrete es miembro fundador de la Academia de la Lengua y Cultura Maya de Quintana Roo, ha sido consejero del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas e integrante de la Comisión Dictaminadora del Programa de Escritores Indígenas del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.
Evocar y describir a la persona tiene una razón. En abril pasado, luego de la firma de un convenio de colaboración entre la Secretaría de Cultura y la Universidad de Quintana Roo, hablamos de las futuras acciones conjuntas: el necesario servicio social de los estudiantes, un ciclo de conferencias que arbitrariamente llamamos “Pensamiento y Obra” con la presencia de Enrique Krauze, Carlos Monsivaís, Rubén Bonifaz Nuño e intelectuales locales y regionales y un homenaje a Javier Gómez Navarrete.
El pasado jueves, el Auditorio de la Cultura Maya de Chetumal no permitía dar cabida a una persona más. Académicos, intelectuales, amigos, estudiantes, políticos y familiares se reunieron para rendirle un homenaje a Javier Gómez Navarrete. Fue un acto muy emotivo.
Así se cumplía con uno de los primeros acuerdos interinstitucionales y se reconocía a un hombre sabio y de bien. Se dice que en la antigua Grecia, los sabios eran coronados y puestos junto a los dioses y a las nueve hermanas musas, se tocaban con liras y siringas los mejores conciertos, se declamaban perfectos poemas y los coros entonaban himnos.
Esa noche, sencillamente la sociedad local le rindió un reconocimiento a una persona que comenzó caminando por las comunidades mayas, por la selva, huamiles, ramonales, sabanas, lagunas y cenotes, húmedos amaneceres de neblina, días de sol calcinante o de torrenciales aguaceros. Que conoció “el sonido crotálico de ajau kaan y el rugido del sol nocturno convertido en jaguar”, para luego transformarlo en poesía.
En aquel entonces desconocía que Javier había nacido en Akil, Yucatán; que era uno de nueve hermanos; que estudió la primaria y secundaria en Mérida y que esa etapa de su vida fue de mucho trabajo para ayudar a la magra economía familiar: cortador de leña y boleador de zapatos. También desconocía que era un egresado de la normal rural de San Diego, Tekax y mucho menos me imaginaba de su licenciatura en historia, lograda en la Universidad Autónoma de Guerrero.
Mientras observaba esa figura relativamente alta, delgada, como la de un basquetbolista, y escuchaba su potente voz y articulado discurso, como la de un orador del ágora, me preguntaba: ¿de dónde salió?, ¿quién es esta persona que habla con tanto orgullo de su origen y cultura?
Por lo que decía aquella tarde, era evidente que él ya sabía que no existía “gente sin historia” y que el “antihistoricismo” del siglo XIX era un discurso en desuso. Era un historiador que trabajaba como fuente principal la tradición oral para reconstruir, a través del mito o la leyenda, un pasado que se transmitía de voz en voz y de generación en generación. Javier lo hacía tan bien, con tanto entusiasmo, que parecía que encarnaba a uno de aquellos nohoch mak de hace mil años.
Tiempo después compartimos en Chetumal el espacio laboral en el entonces Instituto Quintanarroense de la Cultura. Si no mal recuerdo, en esos días el investigador revisaba los dos libros que había escrito y publicado en la primera mitad de los años 80s. Eran los volúmenes del Método para el aprendizaje de la lengua maya. El maestro Gómez Navarrete sabía de la enorme importancia de generar materiales que permitieran enseñar y, con ello, preservar la lengua que él conoce, habla y escribe bien. Él no se instalaba en el discurso político de rescatar la lengua maya, él lo hacía, lo ponía en práctica. Como buen orfebre de la palabra y del discurso maya, él ya conocía los diccionarios, calepinos y cartillas habidos y por haber. Sumaba al conocimiento de los gramemas y mitemas mayas una postura intelectual que se le reconoce a nivel peninsular y nacional.
Así pasaban los días. Una mañana, el gobernador Miguel Borge nos comunica que existía el proyecto de construir el Museo de la Guerra de Castas, en el poblado de Tihosuco. Me piden que coordine la tarea. En el equipo de investigadores estaban Armando Escobar Nava, Renée Petrich, Berenice Keer y Javier Gómez. Ninguno de nosotros había hecho un museo. Con una breve capacitación de Cristina Payán, del Instituto Nacional de Antropología e Historia, y sobre la marcha, ese equipo supo lo que era escribir los guiones museológicos y museográficos y formar una colección. Recuerdo que la participación de Javier Gómez fue fundamental en ese proyecto. Pronto noté que se apasionó por personajes y acontecimientos de aquella lucha, que no dudo que esa experiencia fue el impulso inicial para que escribiera años después la novela histórica Cecilio Chí. En esas jornadas conocí al investigador de la historia regional y percibí su sensibilidad y compromiso por las luchas sociales.
Tiempo después, Javier y Armando Escobar encabezaron un grupo de trabajo para escribir el libro de texto Historia y Geografía de Quintana Roo. Ramón Iván Suárez, Suemy McLiberty, Juan Gómez y quien escribe, participamos. Javier se probó como líder, como pedagogo y como historiador y el resultado fue exitoso, ganamos el concurso nacional.
Posteriormente el maestro Gómez Navarrete emigra a la Universidad de Quintana Roo. Es el maestro de lengua maya de la máxima casa de estudios. Sin duda alguna, es aquí donde desarrolla todas sus capacidades como académico y cualidades como literato.
Siendo profesor-investigador de la UQROO escribe los libros de cuentos Voces sin tiempo y Relatos mágicos del Mayab y donde elabora un nuevo Método para el Aprendizaje de la Lengua Maya, en cuatro cursos.
Además de la licenciatura en historia, el que ha sido campeón en oratoria tiene una licenciatura en educación cívica y social por la Escuela Normal Superior de México y una maestría en ciencias sociales por la Escuela Normal Superior de Yucatán. Es también diplomado por la Sociedad General de Escritores de México y ha sido becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes como creador indígena en el género de novela.
Como promotor cultural, Gómez Navarrete es miembro fundador de la Academia de la Lengua y Cultura Maya de Quintana Roo, ha sido consejero del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas e integrante de la Comisión Dictaminadora del Programa de Escritores Indígenas del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.
Evocar y describir a la persona tiene una razón. En abril pasado, luego de la firma de un convenio de colaboración entre la Secretaría de Cultura y la Universidad de Quintana Roo, hablamos de las futuras acciones conjuntas: el necesario servicio social de los estudiantes, un ciclo de conferencias que arbitrariamente llamamos “Pensamiento y Obra” con la presencia de Enrique Krauze, Carlos Monsivaís, Rubén Bonifaz Nuño e intelectuales locales y regionales y un homenaje a Javier Gómez Navarrete.
El pasado jueves, el Auditorio de la Cultura Maya de Chetumal no permitía dar cabida a una persona más. Académicos, intelectuales, amigos, estudiantes, políticos y familiares se reunieron para rendirle un homenaje a Javier Gómez Navarrete. Fue un acto muy emotivo.
Así se cumplía con uno de los primeros acuerdos interinstitucionales y se reconocía a un hombre sabio y de bien. Se dice que en la antigua Grecia, los sabios eran coronados y puestos junto a los dioses y a las nueve hermanas musas, se tocaban con liras y siringas los mejores conciertos, se declamaban perfectos poemas y los coros entonaban himnos.
Esa noche, sencillamente la sociedad local le rindió un reconocimiento a una persona que comenzó caminando por las comunidades mayas, por la selva, huamiles, ramonales, sabanas, lagunas y cenotes, húmedos amaneceres de neblina, días de sol calcinante o de torrenciales aguaceros. Que conoció “el sonido crotálico de ajau kaan y el rugido del sol nocturno convertido en jaguar”, para luego transformarlo en poesía.