“Los secretos están sobrestimados. Todo el mundo tiene más de un secreto. A la gente, en su condición ciudadana, le interesa un informe de la corrupción. Pero a la gente, en su condición de aburrida, le gusta que le cuenten historias… Lo real es más aburrido que la ficción”, así dice Julio Villanueva, el maestro de la crónica. Lo siguiente que describo, no pretende ser un entretenimiento: es la historia parcial de un hecho.
En el año de 1971 John Lennon grabó Imagine, Pablo Neruda ganó el Nóbel de literatura y Cassius Clay derrotó a Joe Frazier. A mediados de ese año me encontraba casualmente en la Ciudad de México, por unos días.
Aquel triste 10 de junio había amanecido medio nublado. Cuando me levanté, mis jóvenes tíos -el menor de ellos apenas me lleva cuatro años de edad- ya estaban esperándome para desayunar. Habían preparado, recuerdo bien, la cecina, el jocoque y el queso fresco que les había llevado de la costa: todos somos de allá y habíamos crecido juntos.
El Niño Henry, el más pequeño, el que siempre se proponía como tarea diaria encontrar respuesta a fenómenos culturales, aventó la pregunta:
-¿Qué significará el Corpus Christi?, ¿por qué este día va la gente a la Catedral con sus niños vestidos de inditos y todos compran unas mulitas hechas de hoja de maíz?.
Algo dijimos de tenía que ver con la eucaristía y que ese día se festejaba a los que se llaman Manuel…, también uno de nosotros dijo que eso era una ociosidad y con ello se dio fin a la intención por saber algo más de las costumbres que reproducimos sin saber, sin conocer los significados.
Por la tarde, el sol entraba plenamente al departamento del edificio de cinco pisos en la Calzada de Los Gallos, esquina con Instituto Técnico (hoy Circuito Interior). Desde el ventanal se observaba con todo detalle el campo donde entrenaban Las Águilas Blancas, el mejor equipo de fútbol americano que tenía el Politécnico. También se podía ver la Vocacional seis, la escuela técnica Wilfrido Massieu, la escuela de Medicina y la de Administración y sobresalía más allá la antena del Canal 11: era el Casco de Santo Tomás.
De pronto escuché: “¡¡el pueblo unido jamás será vencido!!” y “¡¡presos políticos libertad!!”. Bajé la mirada y por la avenida caminaban centenares de estudiantes, eran muchos, bien vigorosos y felices iban. Seguí con los ojos a una muchacha de pantalones morados y blusa blanca, era la más atractiva del contingente. No sabía que pasaba. Eran, aproximadamente, las cuatro de la tarde.
- “Vienen de Zacatenco, ya se están concentrando. Habrá una marcha de estudiantes hacia el Zócalo. Piden la libertad de los presos que todavía quedan del 68, se solidarizan con la lucha en la Universidad de Nuevo León y exigen aumento de presupuesto a las universidades”, me informó el mayor de mis parientes: La Changa, en honor a su vellosidad corporal.
- “Ni se te ocurra ir. Estás muy chamaco para eso. Además yo no puedo acompañarte, tengo cita con mi “pior es nada”, atajó.
Me le quedé mirando. Realmente no quería ir porque ya había pasado por esas en el 68, estaba escarmentado. Recuerdo aquel día en que los tres llegaron al pueblo llenos de miedo, ya que se habían involucrado en el movimiento estudiantil y la policía había aprehendido a un primo de ellos.
Tengo muy presente la regañada que les recetó Rafael, el hermano de mi abuela, hombre que parecía un rabino y que había participado en la Revolución: “No me gusta lo que hicieron. No se fueron a México a andar de revoltosos; se fueron a estudiar, cabroncitos. Pero lo que más me encabrona es que se vengan a refugiar bajo las enaguas de su mamá y de su abuela. Mañana mismo se me regresan a seguir lo que empezaron, en esta familia no ha habido ningún jotito y no los habrá. Que Dios los bendiga”. Y se tuvieron que regresar.
Hacia las cinco de la tarde, La Changa y yo subimos a la azotea del edificio para observar la marcha que saldría por Díaz Mirón, daría vuelta sobre San Cosme y de ahí derechito al Zócalo. No tengo idea cuántos manifestantes eran, pero varios miles, calculaba. Llevaban mantas, algunas pancartas y se escuchaba la voz de alguien que a través de un equipo de sonido los animaba con las consignas.
La nutrida columna comenzó a avanzar… No sé cuánto tiempo pasó. Sin embargo, en un instante todos los sonidos cambiaron: se escucharon disparos, algunas veces con cadencia y otras veces aislados…
- ¡¡Están disparando!! ¡¡Alguien está disparando!!
- No te preocupes, son cohetes. No creo que nuevamente quieran un dos de octubre los del gobierno.
- No jodas tío, no son cohetes, eso son descargas de fusil y de pistola…
Bajamos al departamento y nos mantuvimos atentos y con cuidado junto al ventanal. Sobre la avenida Instituto Técnico observamos como corrían en sentido contrario los centenares de muchachos que poco antes vimos alegremente marchar. Llevaban en el rostro el pavor, algunos habían perdido los zapatos, varias jovencitas lloraban, se jalaban de los brazos para no detenerse en su huida, y de pronto ví cómo entre tres llevaban cargando a la muchacha de pantalones morados, pero ahora su blusa blanca lucía una flor roja de sangre, en el pecho…¡¡Putísima, qué es esto!!...
Al día siguiente, muy temprano, compré varios periódicos. “Doce muertos el resultado de un enfrentamiento entre estudiantes”. No lo creía.
-“Fueron los Halcones los que mataron a los muchachos”, me lo dijo gratuitamente el vendedor del puesto de periódicos.
- “A esos cabrones los entrena el Departamento (del Distrito Federal) por la Magdalena Mixuca. Les enseñan manejo de armas, karate y kendo y además les pagan bien”.
- “¿Y usted cómo lo sabe?”, le pregunté.
- “Mi sobrino es uno de ellos. Es El Duffy Estudiaba aquí en la Voca, era un porro. Al rato viene por mí, vamos a festejar a Manuel, a su papá. Ayer no pudo, tenía trabajo el hijo de la chingada”.
En ese caso, me preguntaba: ¿podrá la historia oral tener mayor peso que lo que se escribe? Por el momento, con este recuerdo no tuve escapatoria del pasado y la realidad puede ser más contundente que la ficción.
Hoy, a 39 años de aquella tarde, nadie ha puesto el punto final de aquella historia. Se sabe que fueron setenta los muertos y quiénes fueron los culpables, pero algunos de ellos siguen libres, siguen vivos.
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