La identidad mexicana tiene que ver con diversos aspectos: el histórico, el psicológico, el político y el social. La suma de estos aspectos nos hace singulares, diferentes. Sin embargo, pocas veces tratamos de conocernos, de descubrirnos: existe cierto temor al espejo, de reconocernos más allá de nuestra piel y descubrirnos en nuestras características.
Somos singulares y diferentes y eso significa que el mexicano no es igual entre sí; por el contrario, subyace la diversidad. Para empezar, cada quien tiene su propia historia y, por lo tanto, se dan diversos orígenes y perspectivas de vida. La elaboración de una historia común para todos siempre parte de encontrar respuesta a quiénes somos, de dónde venimos y para ello se construyen símbolos y discursos de corte nacionalista o localista: la identidad busca igualdad y homogeneidad en nuestro origen y permanencia histórica, pero sin incluir la desigualdad social.
Ya son harto conocidos los trabajos de Samuel Ramos, Octavio Paz y Roger Bartra que trabajan, desde diferente perspectiva, el asunto de la identidad del mexicano.
En su obra El perfil del Hombre y la cultura en México, Samuel Ramos considera que nuestra psique está definida por una serie de defectos donde prevalece la imitación a lo extranjero, la cual nos permite cubrirnos de apariencias para liberarnos del sentimiento de incultura: se tiene un complejo de inferioridad. De Octavio Paz y El laberinto de la soledad recordamos algo similar, pero destacando que a pesar de tener una gran riqueza histórica somos producto del choque cultural entre lo indígena y lo europeo y eso nos hace buscar constantemente una identidad en nuestra soledad, utilizando para ello diversas máscaras. Y Roger Bartra en La jaula de la melancolía le agrega un peso más a nuestra carga al darle un enfoque político, señalando que desde principios del siglo XX los dirigentes crearon a un mexicano dócil, pasivo y sumiso, con ello se “se ha inventado a un mexicano que es la metáfora del subdesarrollo permanente, la imagen del progreso frustrado”.
Parece que se está en una eterna búsqueda. ¿Quiénes y cómo somos? ¿Cuáles son nuestras circunstancias y nuestra mentalidad?
En la búsqueda del origen, casi siempre se trata de encontrar lo más cerca de lo lejano que queda en Europa. Y en ese hurgar, muchas personas creen encontrar en el apellido un vínculo que les certifique una parte de su mestizaje y que esconda su parte americana o africana, su primera y tercera raíz. Eso pasa en el común de los mexicanos, de nosotros.
En realidad, a la hora de determinar a cierto individuo en su componente étnico, el apellido pasa a un relativo lugar, no es determinante genéticamente, pero sí es importante como hilo conductor en búsqueda de blasones. Con lo mezclado que esta nuestro país, el saber la ascendencia de una persona por su apellido, no es lo más acertado: las evidencias fenotípicas siempre se anteponen al apellido. Me refiero a que se puede encontrar a personas con apellidos españoles, italianos, alemanes, etc., pero no necesariamente van a ser caucásicos. Sin embargo, en algunos grupos sociales o regiones del país el apellido es un determinante del componente étnico.
Por curiosidad, digamos, pero en el fondo motivados por encontrar distancia o diferencia con lo común, jalamos el hilo del apellido para ver hasta dónde se remonta y si en ello se localiza a algún personaje ilustre mucho mejor.
Pero, ¿qué tanto conocemos de los apellidos en México? Recientemente conocí un trabajo elaborado por Pablo Mateos, Richard Webber y Paul Longley de la University College London. En ese largo ensayo, los investigadores hacen un análisis geodemográfico de apellidos en México y los resultados son sumamente interesantes.
Buscando conocer la distribución actual de las frecuencias de apellidos en el país, de donde se puedan inferir los procesos migratorios, de interacción socio-cultural y demográfica, los investigadores realizaron un estudio comparativo con España y Estados Unidos de Norteamérica. Utilizando mapas autoasociativos Kohonen para la creación de clusters regionales, y empleando gráficas, mapas y tablas, se lograron conclusiones con base a los 100 apellidos más frecuentes a nivel nacional y en cada Estado.
No hubiese sido posible este trabajo hace veinte años, pues ahora con la ventaja de la digitalización de archivos históricos, la propagación de la Internet, el acceso a la información publica y el desarrollo de bases de datos y sistemas de información geográfica, como la del IFE o INEGI, este tipo y escala de estudios ya son posible.
“Analizar la estructura de la población a través de los nombres y apellidos tiene una historia en estudios de genética y de salud pública, desde el análisis de la endogamia en la Inglaterra del siglo XIX, hasta los recientes hallazgos genéticos de relaciones de cromosomas-Y y los potadores del mismo apellido”. Pero ahora también pueden ser útiles para conocer el origen étnico de la población, los flujos migratorios –tanto históricos, como contemporáneos- y hasta para usos de orden político.
Variados son los datos y conclusiones de este estudio. Pongo algunos ejemplos. Existe un estimado de más de 50 mil apellidos en México; en España existen más de 66 mil apellidos. Este dato es interesante, pues en Argentina existe una mayor diversidad de apellidos y ahí los 100 apellidos más frecuentes se presentan en el 29% de la población, en México se localizan en el 58% de sus habitantes y en España sus 100 apellidos más comunes está en el 40% de sus ciudadanos.
Los apellidos más frecuentes en México, no son necesariamente los más frecuentes en España, y a la inversa. Por ejemplo, Molina es más frecuente en España que en México. En España, los apellidos más frecuentes son Fernández o García, mientras que en México son Rodríguez o Hernández (Hernández, son hijos de Hernán; aquí algo de razón puede tener Octavio Paz con la presencia simbólica y violatoria de Hernán sobre la madre indígena mexicana).
La mayor parte de los 100 apellidos “mexicanos” llegaron en el periodo de la Colonia y muchos de ellos fueron impuestos bajo bautizo a los indígenas, suplantándoles sus apellidos originales, lo que hizo que en nuestro país el pool (stock) de apellidos sea más reducido que en España.
La investigación también arrojó interesantes mapas regionales de los apellidos en México. Los más frecuentes se localizan en el centro y oriente del país y los menos frecuentes en los estados de occidente, tales como Armenta, Quintero, Félix, Leyva, Lizárraga, Lugo y Bojórquez.
Un caso particular es la Península de Yucatán. Aquí se localiza un cluster con apellidos netamente indígenas de origen maya. Los apellidos mayas más frecuentes son Pech, Chan, Canul, May, Chi, Poot, Uc, entre otros.
Los apellidos son un interesante instrumento para realizar diversos estudios. Uno que falta por aplicar de manera amplia –el trabajo referido sólo lo hace en el caso de una Escuela Secundaria privada de la Ciudad de México-, es cómo se colocan en la estratificación socioeconómica. Conocemos treinta apellidos, encabezados por Slim, que controlan la vida económica del país, pero conocer en detalle cómo va descendiendo la cascada hasta llegar a los pobres, con nombre y apellido, es una tarea por realizar.
Ya no busque más los escudos de armas en ultramar, búsquese en el Registro Federal de Electores y en estudios como el citado: ahí posiblemente estará más cerca de encontrar parte de su identidad.
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