domingo, 30 de octubre de 2011

Los muertos

Salvo escasas excepciones, no existe en la bibliografía conocida alguien que se atreva ir un poco más allá de la etnografía regional para explicarnos la idea de la muerte que se tiene en todo México. ¿Realmente veneramos o tenemos un amor por la muerte, como se dice del mexicano? Lo dudo.

La antropología se ha ocupado de la muerte en trabajos ya memorables, como Antropología de la muerte de Thomas Louis-Vincent o L’ échange symbolique et la mort, de Jean Baudrillard. En ellos se puede entender la idea y los tipos de la muerte en varias sociedades. También conocí el trabajo de una enfermera, que es coincidente con la ética médica: se percibe en el hombre la existencia de diversos cuidados culturales, de formas múltiples para entender y adaptarnos al mundo y eso significa que trabajamos culturalmente para vivir, no lo hacemos para morir.

Esta postura, ligada a las obras clásicas, nos hace pensar peregrinamente sobre la posibilidad de que el hombre ama la vida y que en su conocimiento de la muerte se desarrolla el enigma, la no explicación de las cosas y que sólo pueden ser entendible por la creencia y el ritual.

Al desarrollar una creencia, una explicación sobre la muerte, entonces comenzamos a aceptar algo que de entrada se rechaza: el temor; pero con la complicación y práctica de los rituales pareciera que eso es amor.

Nadie pone en duda el amor por sus familiares desaparecidos. Una joven antropóloga, compañera de tareas, define la razón de los rituales a los muertos en estos días: “por que les tenemos afecto a nuestros muertos, los recordamos, los invocamos, los sentimos presentes…”.

Es tan contundente esta razón ligada al sentimiento, que parece justificación suficiente para entablar un dialogo con la muerte. Pero sigo dudando.

Aceptamos la existencia de la muerte, algunos creyendo que es un estado transitorio y otros como algo definitivo. Imaginamos espacios, lugares donde se encuentra la muerte: el Mictlán, el Xibalbá, la isla de Leuca o el Limbo, y hasta describimos con algunos detalles esos lugares míticos. Pero esas elaboraciones generalmente están acompañadas de temor o de castigo.

Al ordenar los espacios de los vivos y los muertos, el hombre define su temporalidad en el mundo, su fragilidad y su unidemensionalidad; la trascendencia no es del hombre. En esa universalidad, existen tres posibilidades para relacionarnos con la muerte: la aceptamos, la negamos o negociamos con ella.

Los días de muertos en México son un tiempo para negociar con la muerte. Estos días entablamos una comunicación, un dialogo muy elaborado para que la muerte, representada en los familiares difuntos, visiten a los familiares vivos. Es mi certeza.

Revisemos algunos elementos comunicativos de los mayas actuales para estos días. Preparan y limpian la casa para recibir visitas. El primero de noviembre, en la iglesia maya, los especialistas y los pobladores destinan los actos y pensamientos a los niños finados: en el altar disponen velas de colores, elotes cocidos, calabaza y yuca en dulce, cítricos sin cáscara y trece jícaras con atole nuevo (en el nivel 13 del cielo está Hahal dios) y se ordenan dos largas sendas de flores multicolor a lo largo del piso de la iglesia. Se invocan con plegarias a los dioses y se ofrece a los niños muertos los alimentos. Se trata de un ritual colectivo, social.

Al siguiente día, los rituales se trasladan a la casas de los campesinos en un ritual íntimo, familiar. Se dispone una sencilla mesa con cuatro filas de elementos: la primera, con la Santísima cruz al centro, acompañada de albahaca y atados de tortillas; una segunda fila de jícaras conteniendo el alimento, chirmole de ave generalmente; una tercera fila de bebidas (atole o chocolate) y en la cuarta y última fila las velas negras. Tanto el número de velas, recipientes de bebidas y alimentos, así como los atados de tortillas, deben corresponder al número de muertos de la familia que, por su nombre, son invocados a comer con un canto llamado responso y la oralidad de la doctrina (conjunto de seis oraciones en maya y latín). Es el hanal pixan, la comida de las ánimas.

Afuera, en el pórtico de la casa, se cuelga un aro de bejuco que sostiene un recipiente con algunas piezas específicas del chirmole: pescuezo, rabadilla o alas. Es la ofrenda para el Yum solo (ánima sola), el personaje que conduce al grupo de familiares muertos a la casa familiar. El tipo de alimentos que se le ofrece es para que se “entretenga con los huesitos” y deje más tiempo y con tranquilidad a los muertos con su familia de vivos.

Posteriormente, ocho días después, los muertos son despedidos de la comunidad y de las casas familiares. Nuevamente se ofrecen plegarias y en la ofrenda se colocan los elaborados tamales horneados llamados chachakwuah. Los muertos se quedaron varios días visitando a los familiares: aceptaron la invitación a comer.

Esta es la sencilla forma de cómo los mayas del centro de Quintana Roo negocian con la muerte. No hay mayores elementos en la mesa de ofrendas, pero su complejidad y eficacia simbólica es evidente. En nada se parece, ni existen esos elementos estandarizados que son producto de un nacionalismo vasconcelista, donde aparecen calaveras de Guadalupe Posadas o esas imágenes propias de Janitzio o Mixquic y que representan ficticiamente al México adorador de la muerte.

Existen alrededor de sesenta trabajos publicados que integran la bibliografía sobre el tema del día de muertos en nuestro país. “Altares de muertos en Yucatán” de José Iturriaga, “Ceremonia de días de muertos” de Efraín Cortés, “Cuando los muertos regresan”, de Eduardo Sandoval, “Culto a los muertos de Lilian Scheffler, “Hanal pixan: alimento de las animas” de Teresa Ramayo, “La muerte: expresiones mexicanas de un enigma” de la UNAM, “Muerte al filo de obsidiana”, de Eduardo Matos…, son algunos trabajos de esa lista. La mayoría son textos muy específicos de las creencias y rituales que sobre los muertos practican decenas de grupos indígenas y algunos grupos urbanos en México. Eso nos permite concluir que en México existen 63 formas de negociar con la Muerte en estos días de noviembre.

Declarada como Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad por la Unesco en el 2003, la creencia y los rituales sobre los muertos en México son la suma de las formas del pensar indígena previo al siglo XVI y los dogmas de la evangelización española. Aquí se localiza la vieja práctica de entrega de dones agrícolas a muertos y a dioses prehispánicos y la integración del calendario litúrgico de Todos los Santos y Fieles Difuntos. Este puede ser el viejo fundamento del ritual, la creencia y la historia del día de los muertos en México.

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