miércoles, 30 de noviembre de 2011

El oportuno libro

Ella citó a Herodoto para recordar el origen de hacer historia y él habló de la premeditada inexistencia del aparato crítico de referencia. Esas frases fueron algunas de las que los autores de Quintana Roo, Historia breve, refirieron durante la presentación de la obra, allá en el vestíbulo del Congreso del Estado.

Lorena Careaga Viliesid y Antonio Higuera Bonfil son los autores de este pertinente libro que está escrito de una manera amena, sin un armazón rígido, como pensado para que todo interesado en una visión general del pasado de Quintana Roo pueda tener un cristal limpio.

A esta obra se pueden acercar estudiantes, académicos, intelectuales, funcionarios y, sobre todo, políticos de matriz reciente que necesitan conocer el pasado para que los proyectos futuros estén acompañados de una información precisa acerca de este espacio, de la sociedad y sus actores. Los que llegaron a Quintana Roo y para quienes la guía de turistas ya no es una prioridad, deberían tener al alcance de la mano esta obra cuya lectura desmiente que Quintana Roo comienza a partir de 1974, o que es con el crecimiento de la infraestructura y el éxito del turismo de formato masivo cuando se inició la historia.

El libro fue editado por El Colegio de México y el Fondo de Cultura Económica. Está dividido en dos grandes partes: La primera, escrita por la Dra. Careaga Viliesid, arranca desde la descripción geográfica y la comunidad biótica del espacio, hasta el fin de la Guerra de Castas en 1901. Transitando y tocando con reconocida capacidad de síntesis la historia de los mayas prehispánicos, la Conquista, la historia de aquellos náufragos, la fundación de Chactemal y las diversas rebeliones indígenas durante la Colonia.

La segunda parte de la obra inicia en 1902 y concluye en el 2010, cuando ya se conocía el nombre de Roberto Borge Angulo como candidato a la gubernatura. Es la parte que correspondió escribir a Antonio y es la que me interesa detallar porque de ella tuve detenida lectura.

Han transcurrido 109 años desde aquel día en que apareció el nombre Quintana Roo para un territorio geográfico de 50,844 Km. cuadrados y escasos 3 798 habitantes. Fue la primera decisión política que antecedió a la final del 8 de octubre de 1974. Sin embargo, el camino no fue llano, aunque así es nuestra topografía: la historia y los hombres nos dicen que los factores sociales, económicos y políticos se fueron imbricando para llegar al 74 y a este día 24 de noviembre del 2011.

Crear una nueva entidad no es exclusivo ni propio de un voluntarismo político; en ello concurren diversos factores. Aunque generalmente se ha tomado este caso como parte de una estrategia militar para controlar un territorio insumiso, el nacimiento del Territorio de Quintana Roo fue por una condición geopolítica, concretamente por su frontera con los intereses y pretensiones de Inglaterra; también como parte de la administración de su riqueza forestal, que ya era una mercancía mundial, y en donde las concesiones territoriales eran pieza del plan. Sin duda también fue una decisión vinculada a la colonización de esta lejana y periférica región, y posiblemente fue un movimiento de ajedrez de la federación ante los intereses de los grupos políticos y económicos yucatecos.

De esos primeros años es destacable el papel que desempeñó el militar de la marina José María de la Vega, el primer jefe político del Territorio, uno de los once que tuvo Quintana Roo y de quien poco nos acordamos. Como bien detalla el Dr. Higuera Bonfil, este jefe militar fue quien inició con la aplicación de la ley y disposiciones en 23 poblaciones, con quien se eligieron a las primeras autoridades municipales, quien organizó el territorio en tres distritos, ocho municipalidades y siete comisarías; el que comunicó con correos, telégrafos y caminos; el que creó algunas escuelas e instaló la primera biblioteca del Territorio en Bacalar; el que vigiló las concesiones de explotación chiclera y de maderas preciosas… todo ello con un presupuesto inicial de 60 mil pesos. Así comenzó la administración pública en Quintana Roo.

Como dato interesante para aquellos que siguen disfrutando la mantequilla azul y el queso de bola, fue con Ignacio Bravo, el segundo jefe político del Territorio, con quien llegaron los primeros productos extranjeros libres de impuestos. Desde allá viene parte de la nostalgia que caracteriza al sur.

La secuencia histórica que va reseñando el libro pasa a la década de 1910. Fueron los años de una revolución lejana, pero que repercutió en el relevo frecuente de los jefes políticos en el Territorio: diez jefes en siete años. Fue una década de cambios. Ya me imagino la extrañeza de los nueve o diez mil habitantes que vieron desaparecer políticamente el Territorio Federal en 1913 y despertar un día con gentilicio yucateco; como en 1915 la capital del Territorio pasó de Santa Cruz de Bravo a Payo Obispo y nuevamente volver a ser habitante del Territorio Federal de Quintana Roo; o cómo un presidente de México le otorga el grado de general y le entrega en concesión 20 mil hectáreas de selva a un cabo de las derrotadas fuerzas mayas. Eran las decisiones tomadas desde el centro, pero que aún no despertaban mayores sentimientos, pues la extracción del chicle o la construcción de escuelas y el arribo de decenas de maestros eran, tal vez, más importante.

Quiero destacar algo que menciona el autor y que considero un primer antecedente del INEGI, y de cómo para gobernar es necesario el dato estadístico y el conocimiento puntual de las condiciones de los recursos humanos y naturales: entre 1916 y 1917 una Comisión Geográfico-Exploradora, encabezada por Pedro Sánchez y Salvador Toscano, visita Quintana Roo. Su informe es de verdad muy interesante en lo social, en lo económico y en lo geográfico.

Para aquellos que les pueda interesar el dato, en 1917 el Territorio Federal de Quintana Roo conoce a su primer gobernador: Octaviano Solís, un ex preso político que fue inquilino de la cárcel de Santa Cruz de Bravo y que luego, casualmente, fuera apoyado por el padre de Nassim Joaquín. Pero lo interesante es que en escasos ocho años se suceden en el cargo doce gobernadores. Así de convulsos habrán estado los acomodos de los grupos políticos triunfantes de la Revolución Mexicana.

Es muy sano hablar de estos hechos apoyándonos en la historia, porque solo de esa forma podremos entender nuestras actuales circunstancias. La cultura y la identidad de nuestra sociedad tan diversa quedarían sin soportes sin el conocimiento de la Historia; ésta quedaría en el mito, en el rosario anecdótico o simplemente no podríamos explicarla en sus diversas facetas. Hacer esta tarea es reconocer quienes y cómo construyeron esta casa común, y también para entender los diversos proyectos económicos, sociales y políticos actuales.

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