domingo, 15 de enero de 2012

La discriminación

En las últimas semanas recibí tres documentos sobre la discriminación. Uno circulaba por las redes sociales (http://www.youtube.com/watch?v=Z341bBS7oj0), otro fue una nota informativa sobre un funcionario de la SEDESOL a quien le desagradaba el olor a sudor de las mujeres indígenas y el último se trata de la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México, que publica el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CNPD). Inevitable y obligadamente tenía que escribir sobre el tema.

Tal vez por ser un documento multimedia, el video que llegó por el Facebook es impactante; el dislate del funcionario que está acostumbrado a los buenos perfumes, fue indignante y los datos de la Encuesta son sorprendentes, nos pueden resultar cercanos.

El acto de distinguir, separar y hacer diferente una cosa de otra puede quedarse en un principio clasificatorio, de elemental lógica; pero eso, aplicado a los seres humanos, connota un prejuicio que se traduce en la vulneración de ciertos grupos sociales.

Raza o etnia, religión, condición socioeconómica, preferencia sexual, minusvalía, género y edad, son las principales categorías donde se manifiesta ese fenómeno que “niega el ejercicio igualitario de libertades, derechos y oportunidades a cualquier persona…”, según la CNPD.

Generalmente pensamos que la discriminación se ubica lejanamente en la relación xenofóbica entre naciones, en el conflicto con el extranjero migrante. Para algunos, la discriminación se queda en la escala de la relación entre grandes grupos sociales. Pero no es así, la dimensión es mucho más cercana.

Los pobres, los ancianos, los homosexuales, las mujeres, los discapacitados, son los depositarios de muchos prejuicios y estereotipos: se crea una imagen, se le asigna atributos, símbolos y significados; y ya se tiene una categoría discriminatoria perfectamente definida. Esta acción nos hace olvidar que nosotros mismos podemos ser objeto o se omite inconcientemente nuestra autoimagen.

Ha quedado atrás el encantador reconocimiento de que nuestro país, México, es lugar de la diversidad étnica y cultural; lo que queda por hacer es reconocer que difícilmente podremos armar ese rompecabezas si no atendemos la discriminación y la desigualdad. Pero ya hay un avance: somos diversos ante la ley.

El artículo 133 de nuestra Constitución Política, Declaraciones, Convenciones y disposiciones de la ONU, ya forman parte del andamiaje de instrumentos jurídicos para atender los derechos humanos y combatir la discriminación. Pero, al parecer, únicamente 12 estados de la República tienen cláusulas no discriminatorias en sus leyes. Habría que revisar en detalle el caso Quintana Roo, nuestra realidad más cercana.

La Encuesta Nacional sobre Discriminación levantada por la CNPD tuvo un diseño interesante. Se visitó a 13 mil 751 hogares, su aplicó en las 32 entidades federativas y 301 municipios. La muestra fue aleatoria, polietápica, estratificada y por conglomerados. De los resultados se definieron once regiones geográficas, diez zonas metropolitanas, cuatro tipos de localidad y cuatro zonas fronterizas. Quintana Roo quedó dentro de la región “Urbanización baja”, junto con Campeche y Yucatán. Y entre los múltiples resultados, se destacan algunos de ellos:

Somos los que mejor percibimos a nivel nacional de que los niños deben tener derechos. Los que opinan que los niños no tienen derechos por ser menores de edad están en Chihuahua, Sinaloa y Sonora. Pero no quedamos muy bien posicionados en la pregunta de ¿Se justifica pegarle a un niño para que obedezca?; nos superan de manera positiva Durango, Aguascalientes y San Luis Potosí.

En nuestra tolerancia religiosa, no estamos muy bien. Apenas el 60% defiende el derecho de los no católicos a vivir aquí y somos insuperables en decir que se debe reubicar a las personas protestantes en otra parte. Muestran mayor tolerancia las regiones de Tabasco - Veracruz y Aguascalientes - Querétaro, entre otras. Sin embargo, a nivel de barrio o de colonia –con nuestros vecinos cercanos-, somos muy tolerantes con las minorías religiosas.

Como región, estamos en cuarto lugar nacional donde se percibe que pertenecer a una minoría étnica es el principal factor de discriminación: grave. Nos superan las regiones de Tabasco – Veracruz y Distrito Federal - Estado de México. Pero resulta que es en nuestra región donde se percibe de mejor manera que la pertenencia étnica no impide tener las mismas oportunidades de trabajo; la región con la peor percepción es la de Hidalgo, Morelos, Puebla y Tlaxcala. A nivel nacional, las minorías étnicas opinan que es su lengua la principal causa de sus problemas.

Fuera de la regionalización, el mexicano tiene las siguientes percepciones y actitudes. Seis de cada diez connacionales considera que lo que más divide a la gente es la riqueza. Los partidos políticos son el segundo factor causante de división. La educación ocupa el tercer lugar; la repartición de apoyos gubernamentales el cuarto; las preferencias sexuales el quinto; las ideas políticas, el sexto…

Dentro de los diversos grupos vulnerables, los derechos que menos se respetan son hacia los homosexuales, migrantes e indígenas. El no tener dinero, la apariencia física, la edad y el sexo son las condiciones que más identifica la población como causantes de discriminación.

Son numerosos y preocupantes los resultados de la Encuesta y es imposible detallar todos ellos. Quedan en el tintero la situación de las mujeres, las personas adultas, los migrantes, los discapacitados…

En el 2005 se realizó la primera Encuesta, donde también participó la SEDESOL en su aplicación, y el resultado fue que somos una sociedad con intensas prácticas de exclusión, desprecio y discriminación hacia ciertos grupos. La discriminación, dice la CNPD, “está fuertemente enraizada y asumida en la cultura social y se reproduce por medio de valores culturales”.

La Encuesta y nuestras personales percepciones y actitudes se trasforman en un espejo para hacer evidente algo que se guarda en el silencio o la invisibilidad. Es un perfecto examen de conciencia donde la hipocresía o la doble moral no deberían tener cabida. Nos podríamos asustar de quiénes somos y qué debemos corregir, ante nosotros, ante la autoridad y ante la sociedad.

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