Cuando revisé por primera vez el Sistema de Información Cultural del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, no le di la atención que ahora le doy. Es como cuando, producto de la distracción que impone la prioridad no observas ni te detiene la importancia de lo cotidiano. Así nos perdemos de afanes que luego son necesarios.
En ese entonces la lectura estaba enfocada a la simple curiosidad de conocer lo que aportaba Quintana Roo en el plano nacional. Ahora, por circunstancias laborales o por el terco vicio de buscar similaridades o diferencias encuentro muy oportuna y de mayor utilidad la nueva revisión del Sistema.
Intuyo que también me hizo cambiar de óptica el que en un breve lapso haya realizado dos viajes; uno a Campeche y otro a Villahermosa. En ambos viajes surgían datos aislados, sueltos, de los quehaceres de las instituciones culturales del sureste mexicano. Era evidente que tenía que comprender los contextos mayores.
Y es que en veinticinco años los institutos culturales del sureste crecieron, pasaron de lo simple a lo complejo. De aquel 1983 cuando se crean los institutos culturales de Campeche y Yucatán y de aquel 1984 que marca el inicio del Instituto Quintanarroense de la Cultura, la infraestructura, los programas y proyectos han crecido cuantitativamente. Ya no es lo mismo administrar las diez casas de la cultura, el medio centenar de bibliotecas o las siete zonas arqueológicas de la primera mitad de los 80s, que los actuales 1900 espacios culturales que existen en Chiapas, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo. El aumento exponencial de la infraestructura cultural se explica ligando el crecimiento de la demanda de servicios culturales que trae consigo el normal comportamiento demográfico o los incontrolables flujos migratorios. En ese lapso, la población de Quintana Roo se multiplicó por seis veces.
Es oportuno aclarar que no es lo mismo hablar de infraestructura cultural que de patrimonio cultural. En este caso el patrimonio no es la propiedad que tiene la institución sobre ciertos bienes inmuebles. Algunos, aunque parezca increíble, lo siguen confundiendo.
El patrimonio cultural comprende la obra artística -sea de pintores, escultores, músicos, escritores, intelectuales-, así como la obra anónima de la creación popular. La lengua; las prácticas sociales de la ritualidad y las creencias; el conocimiento y la relación con la naturaleza y las maneras de mesa y sabores que pueda tener la ingesta para vivir: es lo que le llaman el patrimonio cultural inmaterial. También está lo hecho por el hombre en los lugares y en sus monumentos arquitectónicos, sea un fuerte militar o un sitio para adorar a los dioses: es lo que llaman el patrimonio cultural material. Finalmente, todo ello, lo tangible o lo intangible del patrimonio, es el conjunto de valores simbólicos que como cultura hemos creado.
En esos recientes viajes que les comentaba, percibí que los funcionarios de los estados del sureste sabían en detalle lo que tenían en sus entidades. Conocían qué les faltaba por hacer y qué por mantener. Parecía que los inventarios estaban al día.
Entonces me propuse indagar en los datos sistematizados con qué contaba Quintana Roo en el tema de la infraestructura cultural y cómo nos situábamos en relación con los estados de la Península. El vicio de la comparación estaba presente. Hacer este ejercicio no era ocioso, era conocer las fichas, las estampas y las canicas que teníamos y cuántas nos faltaban. Eso sí, hay que anteponer que nuestras calas históricas y los componentes sociales son ligeramente diferentes.
Para empezar, nosotros tenemos 132 espacios culturales, Campeche 115 y Yucatán 345. La tierra del Palmerín Pavia y Mediz Bolio nos gana en casi todo.
El desglose es como sigue. Los yucatecos tienen 53 museos, los campechanos cinco y nosotros diez. El ganón tiene 12 teatros, Campeche nueve y nosotros seis. En centros culturales: Yucatán 56, Campeche 14 y nosotros 16.
En bibliotecas, los yucatecos administran 159, los campechanos 55 y nosotros 50. En las fundamentales librerías seguimos en la misma tónica: 31 para los de Yucatán, ocho para los de la tierra del pan de cazón y nosotros, diez; incluyendo las de los Samborn’s en Cancún. ¿Le sigo, aunque luego recurramos al prozac o nos dediquemos a buscar como emparejarnos?
En galerías y en auditorios es donde somos los campeones. Quintana Roo tiene diez galerías, Yucatán nueve y Campeche cuatro. Acá nosotros tenemos 15 auditorios, los yucatecos nueve y los campechanos siete. Lo que no saben es que les metimos el del CONALEP y el del Colegio de Bachilleres.
Los de la tierra del faisán y el venado y los de la ciudad amurallada están empatados en declaratorias de Patrimonio de la Humanidad que otorga la UNESCO: tienen dos cada uno y nosotros solamente a la Reserva de la Biosfera de Sian Ka´an.
En zonas arqueológicas abiertas al público están adelante los campechanos: ellos tienen 17, los yucatecos 16 y nosotros 13.
En la publicación de libros y revistas ahí andamos, nos defendemos aunque nos ganan. Tenemos 71 títulos publicados y Yucatán y Campeche 81 y 93, respectivamente. En festivales los yucatecos nos ponen una felpa, tienen ocho y los campechanos y nosotros dos. Pero donde no se tientan el corazón es en las convocatorias a concursos, premios y bienales: Yucatán tiene 21, Campeche 11 y nosotros tres.
Mucho trabajo tenemos para aumentar nuestros espacios culturales y disminuir el rezago cultural. Con programas y proyectos se debe lograr. Pero también hay que dejar un guardadito para mantener la infraestructura, por que ésta se deteriora o se vuelve obsoleta con el tiempo. Como se verá, el trabajar con la cultura es tener imaginación, creatividad, pero también recursos para la pintura, las escobas, la fibra óptica y los sistemas digitales.
A ello sume los imprevistos de la naturaleza: huracanes o inundaciones. Ahí nos pegan y nos pueden retrasar años de trabajo. Véase el caso de la importante infraestructura que dejó Enrique González Pedrero en Tabasco: teatros, museos centros de investigación y biblioteca dañados y paralizados por la subida del agua. Es una enorme pena.
Tener actualizado el inventario para mantenerlo, mejorarlo y aumentarlo es una tarea grande y de mucho empeño. Ahí también, en esos esfuerzos que poco conocemos, se trabaja para que la cultura tenga un lugar digno. El inventario cultural no es para mantenerlo en bodega, ni que se cubra de polvo; debe ser una prioridad cotidiana que no merece la distracción, aunque a veces las nuevas ideas corran aladamente por delante.
En ese entonces la lectura estaba enfocada a la simple curiosidad de conocer lo que aportaba Quintana Roo en el plano nacional. Ahora, por circunstancias laborales o por el terco vicio de buscar similaridades o diferencias encuentro muy oportuna y de mayor utilidad la nueva revisión del Sistema.
Intuyo que también me hizo cambiar de óptica el que en un breve lapso haya realizado dos viajes; uno a Campeche y otro a Villahermosa. En ambos viajes surgían datos aislados, sueltos, de los quehaceres de las instituciones culturales del sureste mexicano. Era evidente que tenía que comprender los contextos mayores.
Y es que en veinticinco años los institutos culturales del sureste crecieron, pasaron de lo simple a lo complejo. De aquel 1983 cuando se crean los institutos culturales de Campeche y Yucatán y de aquel 1984 que marca el inicio del Instituto Quintanarroense de la Cultura, la infraestructura, los programas y proyectos han crecido cuantitativamente. Ya no es lo mismo administrar las diez casas de la cultura, el medio centenar de bibliotecas o las siete zonas arqueológicas de la primera mitad de los 80s, que los actuales 1900 espacios culturales que existen en Chiapas, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo. El aumento exponencial de la infraestructura cultural se explica ligando el crecimiento de la demanda de servicios culturales que trae consigo el normal comportamiento demográfico o los incontrolables flujos migratorios. En ese lapso, la población de Quintana Roo se multiplicó por seis veces.
Es oportuno aclarar que no es lo mismo hablar de infraestructura cultural que de patrimonio cultural. En este caso el patrimonio no es la propiedad que tiene la institución sobre ciertos bienes inmuebles. Algunos, aunque parezca increíble, lo siguen confundiendo.
El patrimonio cultural comprende la obra artística -sea de pintores, escultores, músicos, escritores, intelectuales-, así como la obra anónima de la creación popular. La lengua; las prácticas sociales de la ritualidad y las creencias; el conocimiento y la relación con la naturaleza y las maneras de mesa y sabores que pueda tener la ingesta para vivir: es lo que le llaman el patrimonio cultural inmaterial. También está lo hecho por el hombre en los lugares y en sus monumentos arquitectónicos, sea un fuerte militar o un sitio para adorar a los dioses: es lo que llaman el patrimonio cultural material. Finalmente, todo ello, lo tangible o lo intangible del patrimonio, es el conjunto de valores simbólicos que como cultura hemos creado.
En esos recientes viajes que les comentaba, percibí que los funcionarios de los estados del sureste sabían en detalle lo que tenían en sus entidades. Conocían qué les faltaba por hacer y qué por mantener. Parecía que los inventarios estaban al día.
Entonces me propuse indagar en los datos sistematizados con qué contaba Quintana Roo en el tema de la infraestructura cultural y cómo nos situábamos en relación con los estados de la Península. El vicio de la comparación estaba presente. Hacer este ejercicio no era ocioso, era conocer las fichas, las estampas y las canicas que teníamos y cuántas nos faltaban. Eso sí, hay que anteponer que nuestras calas históricas y los componentes sociales son ligeramente diferentes.
Para empezar, nosotros tenemos 132 espacios culturales, Campeche 115 y Yucatán 345. La tierra del Palmerín Pavia y Mediz Bolio nos gana en casi todo.
El desglose es como sigue. Los yucatecos tienen 53 museos, los campechanos cinco y nosotros diez. El ganón tiene 12 teatros, Campeche nueve y nosotros seis. En centros culturales: Yucatán 56, Campeche 14 y nosotros 16.
En bibliotecas, los yucatecos administran 159, los campechanos 55 y nosotros 50. En las fundamentales librerías seguimos en la misma tónica: 31 para los de Yucatán, ocho para los de la tierra del pan de cazón y nosotros, diez; incluyendo las de los Samborn’s en Cancún. ¿Le sigo, aunque luego recurramos al prozac o nos dediquemos a buscar como emparejarnos?
En galerías y en auditorios es donde somos los campeones. Quintana Roo tiene diez galerías, Yucatán nueve y Campeche cuatro. Acá nosotros tenemos 15 auditorios, los yucatecos nueve y los campechanos siete. Lo que no saben es que les metimos el del CONALEP y el del Colegio de Bachilleres.
Los de la tierra del faisán y el venado y los de la ciudad amurallada están empatados en declaratorias de Patrimonio de la Humanidad que otorga la UNESCO: tienen dos cada uno y nosotros solamente a la Reserva de la Biosfera de Sian Ka´an.
En zonas arqueológicas abiertas al público están adelante los campechanos: ellos tienen 17, los yucatecos 16 y nosotros 13.
En la publicación de libros y revistas ahí andamos, nos defendemos aunque nos ganan. Tenemos 71 títulos publicados y Yucatán y Campeche 81 y 93, respectivamente. En festivales los yucatecos nos ponen una felpa, tienen ocho y los campechanos y nosotros dos. Pero donde no se tientan el corazón es en las convocatorias a concursos, premios y bienales: Yucatán tiene 21, Campeche 11 y nosotros tres.
Mucho trabajo tenemos para aumentar nuestros espacios culturales y disminuir el rezago cultural. Con programas y proyectos se debe lograr. Pero también hay que dejar un guardadito para mantener la infraestructura, por que ésta se deteriora o se vuelve obsoleta con el tiempo. Como se verá, el trabajar con la cultura es tener imaginación, creatividad, pero también recursos para la pintura, las escobas, la fibra óptica y los sistemas digitales.
A ello sume los imprevistos de la naturaleza: huracanes o inundaciones. Ahí nos pegan y nos pueden retrasar años de trabajo. Véase el caso de la importante infraestructura que dejó Enrique González Pedrero en Tabasco: teatros, museos centros de investigación y biblioteca dañados y paralizados por la subida del agua. Es una enorme pena.
Tener actualizado el inventario para mantenerlo, mejorarlo y aumentarlo es una tarea grande y de mucho empeño. Ahí también, en esos esfuerzos que poco conocemos, se trabaja para que la cultura tenga un lugar digno. El inventario cultural no es para mantenerlo en bodega, ni que se cubra de polvo; debe ser una prioridad cotidiana que no merece la distracción, aunque a veces las nuevas ideas corran aladamente por delante.
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