domingo, 14 de septiembre de 2008

La arqueología II

Ellos deben tener muchas preguntas y para responder utilizan recurrentemente la analogía. ¿Qué cambio económico o político se dió para que se presentara tal crecimiento poblacional y esos tipos de asentamientos?, ¿cómo surge la desigualdad social y la complejidad del poder?, ¿cómo se revelan aquellas condiciones políticas y sociales en el registro arqueológico?, ¿bajo qué circunstancias se desarrolla la alfarería o la metalurgia en determinada sociedad?. Con ese tipo de retos, los arqueólogos deben tener a la pasión como una de sus principales características.

Es posible que por esa apasionante tarea, Adriana Velázquez Morlet, la directora del INAH Quintana Roo, siente algo de nostalgia por el trabajo de campo. “Sí, seguramente volveré algún día, no lo he dejado del todo, no he abandonado mi interés por la cerámica maya. Volveré”.

Mientras esa decisión llegue, la funcionaria sigue ofreciendo algo de lo aprendido en el gabinete y en las excavaciones. “Creo que mientras más nos adentramos al estudio de sitios específicos, como de regiones, resulta más claro de que existe una enorme complejidad desde tiempos muy tempranos, incluso desde el preclásico. A partir del 300 al 400 antes de Cristo, ya hay asentamientos en toda el área maya con una enorme diversidad y cada uno adaptándose a un medio ambiente distinto. Porque hay que señalar que el área maya con sus distintos medios ambientes desde las zonas secas de Yucatán hasta las selvas de Guatemala, requieren estrategias de adaptación muy distintas, modos de vida muy distintos. Entonces tenemos como resultado los estilos arquitectónicos muy variables…”

Me parece que ella, por esas conclusiones, es una fiel seguidora de la ecología cultural, ¿o tendrá algo de la teoría de sistemas en la aplicación de la variabilidad cultural?

Adriana Velázquez -para no ser etnocéntrica-, niega la influencia teotihuacana; prefiere hablar de una presencia teotihuacana y ésta se puede notar en Dzibanché. En este sitio se han encontrado algunos elementos que “si bien no son copias, sí son adaptaciones regionales a lo que seguramente era la moda, el estilo teotihuacano”.

Durante un tiempo existió una corriente en la arqueología, así como en otras disciplinas antropológicas, que consideraban prudente tomar distancia de la actividad y de la industria turística. Algunos por considerarla peligrosa para las culturas locales y otros por mantener el exclusivo espacio y status de la ciencia. Por eso, la pertinencia de hablar de la convivencia entre la arqueología, el patrimonio cultural, la ciencia y el turismo.

“Yo no encuentro inconvenientes, aunque sí han habido incompatibilidades. Actualmente la arqueología y el turismo forman ya un binomio inseparable. Lo que empezó como una pieza de soporte de la identidad mexicana, hoy se ha convertido en parte de una industria turística, porque el país, igual que el resto del mundo, se ha replanteado, se ha reformulado…”, afirma convencida la coautora de Zonas Arqueológicas. Yucatán.

La arqueología en Quintana Roo inició su presencia en 1911, con la llegada a Tulum de George Howe y William Parmelee, de la Universidad de Harvard. A partir de esa fecha, el registro en el libro de visitas es amplio.

“La arqueología del norte de Quintana Roo, es muy distinta a la del sur. En el norte del estado se tiene presencia del gobierno federal desde los años 30s…, aquí en el sur la presencia fue más dispersa porque era una tierra difícil de adentrarse…, es en 1937 cuando arriba la famosa Expedición Científica Mexicana donde está (Alberto) Escalona Ramos que ha de ser como un prócer de la arqueología estatal; también está en esa Expedición (César) Lizardi; ambos son como los pilares de lo que después sería la investigación mexicana en el sur de Quintana Roo… Hay otros personajes importantes para la arqueología de Quintana Roo, como Thomas Gann, que descubrió Dzibanché o como Raymond Merwin, que registró por primera vez Kohunlich. En los años 70s llega Víctor Segovia al sur y el Centro Regional del Sureste, con sede en Mérida, envía investigadores a Tulum, Cobá, San Gervasio, Xel Ha, El Meco…”, nos explica Velázquez Morlet.

Luego de la insurrección zapatista de 1994 y de los aportes de especialistas sobre derecho indígena, comunidades y personas demandan o hablan de la necesidad de participar en los beneficios que dejan las zonas arqueológicas, desde la visita gratis hasta participar en la administración de ellas. ¿Y sobre la participación social en los proyectos del INAH?

“Creo que son tareas pendientes. En ciertas cosas creo que se debe trabajar: la gestión, el acercamiento con las comunidades, el trabajo conjunto, en tener más información…, pero la custodia de los sitios arqueológicos creo que tiene que seguir siendo federal, porque es el patrimonio de todos los mexicanos y porque en estos momentos no están dadas las condiciones ni políticas, ni sociales, ni económicas para que una comunidad, un gobierno estatal o un municipio manejen el patrimonio”.

¿Y con los inversionistas, cómo es la relación?

“Lamentablemente los inversionistas se acercan a nosotros porque es un requisito. Algunos inversionistas ven los elementos arqueológicos dentro de sus predios como algo ornamental o un atractivo adicional en sus establecimientos…, definitivamente tenemos concepciones del mundo totalmente distintas y muchas veces incompatibles, pero sí creo que en algunos momentos sí podemos unir y trabajar temas a favor de nuevas políticas de turismo cultural”, manifiesta la funcionaria que abrió al público la zona arqueológica de Chacchoben.

Es hora de tocar la brasa ardiente, el polémico caso de Tulum. Aquí se juega la existencia de un Decreto y se pone en riesgo una zona de monumentos arqueológicos. Y Adriana Velázquez habla segura y firme.

En este caso, “nuestra política siempre ha sido muy discreta. Si hay una institución que ha estado permanentemente en Tulum dando seguimiento a las obras que se realizan, ha sido el INAH. Tenemos en nuestro ejercicio suspensiones de obras y denuncias desde 1990, incluso antes de nuestro decreto”. El decreto que crea la Zona de Monumentos Arqueológicos Tulum-Tankah, data de 1993 y el del Parque Nacional Tulum es de 1981.

“Lo que marca la ley es que nosotros vamos y suspendemos una construcción, entonces se inicia un procedimiento administrativo en el que el suspendido presenta los alegatos a su favor y en su momento el INAH Quintana Roo emite una resolución que posteriormente es reforzada por el Director General”.

“En este sentido tenemos 12 procedimientos en distinto grado de avance de obras suspendidas; te digo, algunas de hace muchos años y otras más recientes…, nuestra política institucional pues ha sido el de la defensa de la poligonal del área de monumentos, el no autorizar ninguna obra. Creo que hay una gran cantidad de espacio fuera de la poligonal donde se puede construir, desarrollar nuevos proyectos, pero estoy convencida de que Tulum debe quedar como una reserva”.

“Nosotros hemos respetado aquellas obras que ya estaban antes del decreto de 1993, que no son muchas. Lo que pasa es que al amparo de esta situación indefinida y de una política que no ha sido constante, pues se han otorgado permisos municipales, la misma SEMARNAT otorgó permisos y eso permitió que pequeñas construcciones que ya estaban, fueran siendo ampliadas poco a poco sin pedirle permiso a nadie”.

“Siempre he dicho que este es un momento como de coyuntura (para Tulum) en el que, si no se toma la decisión concertada de proteger, en cinco años ya no habrá nada que hacer, la zona estará destruida”.

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