Es casual que esta semana haya leído el último libro de José Woldenberg y una entrevista a Héctor Aguilar Camín, hecha por José Luis Martínez. Es coincidente que ambos hablen de manera crítica de la izquierda mexicana. El primero lo hace mostrando algunos episodios en donde esa izquierda tuvo luces y sombras en las cuatro últimas décadas; el segundo, señalando que en el terreno de las ideas, la izquierda no se ha hecho una autocrítica, que comparte los mismos fundamentos nacionalistas revolucionarios que el PRI y que en la práctica resulta ser un “corporativismo de baja calidad” que tiene como proyecto mover al PAN e impedir el regreso del PRI. Uno de los citados se reconoce como liberal, a sabiendas que hoy al liberal se le tacha de derecha; el otro intelectual no lo dice, nadie le pregunta.
El libro El desencanto fue editado por Cal y Arena en el 2009, poco después de las elecciones federales intermedias y reeditado en el 2010. Fue comprado en la XXXII Feria Internacional del Libro de Minería y se quedó haciendo cola cinco meses en el primer nivel del librero.
El texto es de una factura interesante, inteligente, que atrapa. Se toma y en dos días se leen sus 377 páginas. En lo personal, lo que motivó su adictiva lectura fue que varios de esos pasajes eran conocidos a diferente distancia o de interés en su momento.
Nadie que viviera en el DF en los años 70s podía pasar sin saber que sucedía en las universidades y en las calles. Tampoco se desconocía la reforma política de 1977, impulsada por Jesús Reyes Heroles, y la posterior confluencia de organizaciones para formar el primer gran partido de izquierda. A 1500 kilómetros de distancia se sabía del movimiento encabezado por Carlos Imaz, Imanol Ordorika y Antonio Santos, que se opuso a las reformas de Jorge Carpizo, y del nacimiento del PRD y de aquella vertiginosa etapa con Cuauhtémoc Cárdenas. A menos kilómetros, nos enteramos con detalle del levantamiento zapatista y de la violencia política al interior del PRI. Y quién no recuerda la elección presidencial de 2006 y sus resultados.
Ese es uno de los pilares del libro. Woldenberg inventa a Manuel, un fallecido amigo suyo -que bien pudo ser en la vida real Pablo Pascual Moncayo, Manuel Martínez Peláez o el mismo Woldenberg Karakowsky- para narrar, para relatar, una historia de 35 años de la izquierda mexicana. El surgimiento del sindicalismo universitario y de otros sindicatos independientes; la creación en 1981 del Partido Socialista Unificado de México y la campaña de Arnoldo Martínez Verdugo; el movimiento huelguístico del Consejo Estudiantil Universitario en 1987; el surgimiento del PRD en 1989, su primer retroceso electoral en 1991 y su “actitud antigubernamental” que llevó a Adolfo Sánchez Rebolledo, Pablo Pascual Moncayo y a José Woldenberg a renunciar a su militancia; la creación del Instituto Federal Electoral en 1990 y su reconocida labor por la democracia electoral de aquella década; la insurrección del EZLN y la división en la izquierda: los que apoyaban la causa y los que negaban la violencia como vía para acceder al poder y, finalmente, los resultados del PREP en el 2006 y la reacción de la izquierda partidista ante la derrota.
Esa es la ruta y las paradas que tiene Manuel para hablar de los logros y los retrocesos de la izquierda que al final lo llevan a un desencanto.
De manera intercalada, el autor va colocando pequeños ensayos que supuestamente Manuel fue trabajando y reuniendo en su proceso de desesperanza. Se trata de siete científicos, escritores e intelectuales que terminaron abjurando -o suicidándose en el peor de los casos-, de la doctrina de Marx, luego de la experiencia soviética, principalmente.
Arthur Koestler. El novelista húngaro que luchó en la Guerra Civil española, el que escribió su desilusión en la obra El cero y el infinito. En ese libro, según Woldenberg, se ilustra “la forma en la que la Revolución (rusa) devora a sus creadores”. Koestler y su esposa deciden suicidarse en 1983, nos dice el autor, dejándonos la impresión de que fue orillado por el desencanto. Tenía leucemia y Parkinson, es la verdad.
Howard Fast. El militante escritor norteamericano, perseguido por el Macartismo, a quien el Partido le cuestionó su obra El Ciudadano Tom Paine por su tendencia trotskista y que terminó desilusionado luego del informe de Jruschov en el XX Congreso del PCUS.
André Gide. El escritor francés, premio Nobel, autor de Los monederos falsos, del que la iglesia católica prohibió la lectura de sus obras. El que luego de sus viajes a Moscú se deprime por uniformidad intelectual y la “desindividualización”, y al final por el culto a la personalidad de Stalin y la dictadura del Partido.
Ignazio Silone. El fundador del Partido Comunista Italiano, delegado en la Internacional, autor de la novela Fontamara. Después de un viaje a Moscú, rompe con Lenin y Trotsky por “su absoluta incapacidad para discutir lealmente las opciones contrarias a las suyas”. En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Silone edita diversas publicaciones con fondos de la CIA, pero eso no dice el libro.
Manuel también ordenó material de George Orwell, de José Revueltas y de Víctor Serge para documentar el desencanto. Aunque no me queda muy clara la inclusión de los dos primeros, pues Orwell no fue conocido como comunista y Revueltas, a pesar de la “visión reaccionaria, existencialista, derrotista, pequeñoburguesa” que en él pudieron ver sus compañeros a través de su obra Los días terrenales, nunca abandonó su militancia partidista. De Serge, el intelectual anarquista, sí es conocida su postura antiestalinista debido a la los privilegios degradantes de la burocracia.
En 1983 circulaba con Martha en su flamante Datsun azul por la avenida Churubusco. Ella venía del antiguo PC. No recuerdo cómo salió el tema, pero le comentaba que me encontraba decepcionado de la Unión Soviética, que no estaba de acuerdo con su burocracia, que nunca había entendido los procesos de Moscú y le argumenté el caso Lysenko, donde no debía mezclarse la ciencia con la política. Ella se orilló, encendió un cigarro, respiró hondo, y mirándome me dijo: “No esperaba eso de ti. Ahora sólo deseo que no resultes un revisionista, un reformista”. “Entonces espero el juicio sumario y el fusilamiento, camarada”, respondí. Me reí ante mi ocurrencia en contraste con el ceño y los labios apretados de mi querida amiga. Así se las gastaba esa izquierda, que ni siquiera era revolucionaria; pero dogmática, eso sí.
El libro El desencanto de José Woldenberg es un relato que por momentos parece un ensayo. Es un buen ejercicio personal por recordar algunos momentos de la izquierda en México, y por ser un esfuerzo memorioso e individual puede resultar parcial y subjetivo, ese es el riesgo. Es, por otro lado, un reconocimiento a los “distintos movimientos que apuntan precisamente al logro de una sociedad más equitativa y democrática…”.
Vale la pena ponerse esas gafas y revisar cómo en todo este tramo se fue pasando de la lucha de clases y la bandera de la desigualdad -que tanto le apasionaba a Martha- a objetivos más tangibles y realistas: el derecho de las mujeres, el derecho de las minorías homosexuales y otros que van cayendo en la canasta de los derechos individuales, junto a la defensa del estado laico, las luchas ambientalistas y del patrimonio cultural. Pero esa parte, esa lectura, falta.
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