No se busque en el Diccionario de la Real Academia el significado de esas palabras, no se encontrará. Es suficiente saber que sus inventores, los de la generación yeyé, le dieron significado. Quería decir algo así como placentero, agradable, mientras ellos liaban o aspiraban un churro de cannabis, en aquella trepidante década donde se mezclaba el rock, la minifalda, el pop art, los Beatles, el Peace and Love y Vietnam.
Además de ser nosotros unos desfasados semánticos, unos provincianos que al principio no entendíamos su música, ni fumábamos mota, no hemos reconocido suficientemente a aquellos jóvenes, a esa generación, que algo hizo por su sociedad. Una sociedad que ahora, 40 años después, discute la constitucionalidad de los matrimonios gay o la legalización de las drogas. Evidentemente, ellos iniciaron la posmodernidad y sus temas.
Aquella actitud abierta y desenfadada de esos jóvenes se vinculaba con una rebelión a la figura paterna o a la gubernamental. Rompieron con cierto conservadurismo, bajaron del pedestal a la autoridad y cuestionaron a los aparatos ideológicos de estado, como les decía Althusser. Para algunos fue Herbert Marcuse, para otros Carlos Marx, y otros tantos tenían a Siddartha Gautama como sus inspiradores. Luego llegó para muchos la represión y para otros la depresión con la muerte de algunos de sus ídolos, como Janis Joplin, Jimi Hendrix y Jim Morrison. Inició la desbandada y un contingente se fue a la militancia política, a la academia; otros se colocaron los audífonos de sus walkman o de sus Ipod, nomás para recordar el paraíso perdido de los años 60s.
No viví esos años, no soy parte de esa generación, pero les agradezco. Sólo así puedo entender ahora una parte de la discusión en torno a la legalización de las drogas. Aún no tengo clara una postura al respecto, pero el tema debe ser ampliamente discutido ante los contundentes 28 mil muertos que arroja la política punitiva en contra del llamado crimen organizado en los últimos cuatro años.
La parte que entiendo es la del fallecido economista Milton Fridman, maestro de los Chicago Boys. El Premio Nobel de Economía en 1972 decía, hace dos décadas, que si se legalizan las drogas el número de homicidios decrecería notablemente, se reduciría el número de reclusos y los criminalizados adictos podrían ser respetables ciudadanos.
Fridman reconocía que la legalización de las drogas podía posibilitar el aumento de personas consumidoras. Con esa acción se destruiría el mercado negro, los precios bajarían y la demanda aumentaría. Pero pedía reservas para llegar a esa conclusión. Advertía, sin ningún argumento terapéutico, que criminalizar las drogas conducía a que las personas pasaran de las dogas blandas a las drogas duras.
El economista prefería argumentar a favor de la libertad del ciudadano, pero del ciudadano consumidor: “se debe reconocer la importancia de los mercados y de la libre elección y soberanía del consumidor y llegar a descubrir el mal que se produce cuando se interfiere en ellos”. Se trata de un asunto de libertad.
Y también le endosa al gobierno la carga moral que significa la prohibición. Para Fridman, el gobierno que prohíba el consumo de drogas debe asumir los costos y la responsabilidad de los muertos que se generan. “Es un problema moral que el gobierno criminalice a la gente… por estar haciendo cosas que no aprobaríamos, pero que no hacen nada que dañe a otros”. Tal vez si el gobierno asumiera plenamente el asunto como de salud pública y no de seguridad pública, su carga moral no se teñiría de rojo, se quedaría atendiendo la prevención y a los adictos.
En conclusión, Milton Fridman -tan recurrido en estos días para argumentar a favor de la legalización de las drogas-, centra su postura que el Estado no tiene derecho a indicarle a los ciudadanos qué hacer y no hacer: son libres de fumar tabaco o de fumar mota. El ciudadano debe ser un responsable consumidor.
Hasta aquí es la parte que entiendo y apoyaría. Si todo se regula –el consumo y la venta- y se atiende como un problema de salud pública, es posible pensar en la legalización del consumo de drogas, advirtiendo que existe el fantasma de que el número de consumidores se dispare incontrolablemente y entonces en un futuro hablaremos de un fracaso.
Existen, por otra parte, argumentos sólidos que hacen pensar que la legalización de las drogas sería un error.
Uno de ellos es el que aporta el doctor Carlos Rodríguez Ajenjo, Secretario Técnico del Consejo Nacional contra las Adicciones. Para él, la adicción a las drogas pasa por el tipo de consumo que tengan las personas y este tiene los componentes o factores de riesgo, que son: el ambiente de la persona, los factores de protección y la presencia de la sustancia. Ante ello me pregunto: ¿cómo puede el adolescente mexicano tomar decisiones sobre las drogas si su información, su educación es pobre? No controlaría la etapa de prueba, ni la de la tolerancia y la adicción sería irremediable. Evidentemente está en desventaja ante la oferta de las drogas.
Rodríguez Ajenjo agrega que atrás de la enfermedad de la adicción existen intereses para preservarla, incrementarla, “intereses muy fuertes, tanto de tipo legal como es el caso del alcohol y el tabaco, e ilegal como es el caso de otro tipo de drogas y esto genera un negocio que no debemos olvidar”.
Otro argumento es el de Efraín Villanueva, directivo estatal en Quintana Roo de los Centros de Integración Juvenil, el cual es totalmente contario a la legalización de las drogas. El sociólogo Villanueva no ignora la situación internacional del tema, donde en 14 estados de la Unión Americana y en España se ha despenalizado el uso de la marihuana para usos médicos. Tampoco desconoce la experiencia emblemática en Holanda, donde esa medida no resolvió “el problema de seguridad, sino que por el contrario, el consumo entre las personas de 18 a 24 años de edad se triplicó entre 1984 y 1996, al pasar del 15 al 44%. Holanda vio incrementar el narcoturismo, así como el consumo de heroína, cocaína y el Sida, por lo que a partir de 2004 reconoció que el consumo de la mariguana no es inocuo ni para los abusadores ni para la comunidad”.
Villanueva está atento y sabe de la postura de los que han pronunciado recientemente a favor de la legalización de las drogas; uno de ellos, el historiador Héctor Aguilar Camín. “Desde una posición liberal, se escuchan argumentos respecto a la libertad de elección del individuo. A ellos les respondemos que las drogas atentan contra la libertad del individuo al producir dependencia”, remata Villanueva Arcos.
Es difícil por el momento tener una postura clara sobre la legalización de las drogas. Evidentemente es un asunto de salud pública que debe seguir siendo analizado y discutido. Saber si el control sobre las drogas es más dañino que los efectos que estas tienen en el individuo y en la sociedad, es el punto. Libertad individual o adicción es la disyuntiva que se presenta.
Qué lejos quedó aquella expresión, cándida tal vez, de shubidubi, del placer, del sentirse bonito. Ahora está presente la preocupación mientras leemos: “Narcobloqueos paralizan la ciudad de Monterrey”, y oprimimos para escuchar Picture yourself in a boat on a river / with tangerine trees and marmalade skies / somebody calls you, you answer quite slowly, / a girl with kaleidoscope eyes / cellophane flowers of yellow and green, / towering over your head / look for the girl with the sun in her eyes, / and she’s gone / Lucy in the sky with diamonds…
domingo, 8 de agosto de 2010
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