martes, 30 de octubre de 2007

Los Testigos

Antes los veía con más frecuencia. No es que ahora sean menos, por el contrario son 600 mil en todo el país, pero tal vez se dieron cuenta de que no había manera de que aceptara su oferta y mejor prefirieron caminar esos sábados, con sus sombrillas, su amabilidad y sus folletos por otros caminos. Ahora, en buen plan, Ajax, Mambo y yo los extrañamos.

Los Testigos de Jehová nacen de la especulación profética del arribo a Tierra de Cristo en una fecha precisa, de la selección 144 mil fieles que serán salvados e integrarán un gobierno celestial luego de una batalla entre las fuerzas de Satán y Jesucristo (el Armagedón) y que por mil años ese gobierno de Cristo se instalará en el cielo. El ultimo libro de la Biblia, el Apocalipsis, en su capítulo 7 y los versículos del 1 al 8, tendrá vigencia en el planeta. Es decir que la visita se anuncia con toda anticipación y que no fácilmente serán considerados los más de 6 mil millones de impuros por no tener tarjeta con las iniciales RSVP: méritos tendrán que hacer para ganarse el paraíso terrenal que Adán y Eva conocieron. Es un discurso que mezcla la esperanza y el miedo para estimular la convicción y la competencia por un lugar entre los privilegiados.

Advierto que para nada pretendo discutir el tema religioso, ello iría en contra de mi principio de que así como existe una diversidad cultural, también se presenta un variado menú de ideas religiosas. Ellos están en su derecho de ganarse un pedazo del mercado ideológico y cada quien escoge cómo quiere pensar, cada quien tiene su verdad.

Desde hace doce años, el antropólogo Antonio Higuera se ha dedicado a trabajar y a explicarnos cuál es la doctrina, la organización y la historia de este grupo en México y en Chetumal. Ha sido una seria y escrupulosa investigación donde la divisa inicial ha sido el respeto, la no calificación del dogma y la práctica. Actitud que contrasta con aquella que mantenían muchos científicos sociales que en la década de los setentas, e incluso de los ochentas, satanizaban y condenaban a todo grupo religioso que no fuera el que constituía la pretendida identidad nacional: el catolicismo.

En la primera parte de su libro A Dios las deudas y al alcalde las jaranas, Higuera Bonfil retoma la tipificación que hace J. Valderrey del mundo religioso no católico latinoamericano para ubicar a Los Testigos de Jehová. La clasificación considera a todas las organizaciones que se escindieron a partir de 1517 con la Reforma de Martín Lutero.

En un primer grupo están los que genéricamente se les llama protestantes o evangélicos, sean luteranos, presbiterianos, calvinistas, metodistas, etc. También aquí se ubica el llamado protestantismo de santificación: Iglesia del Nazareno, Iglesia de Dios, entre otras, y el pentecostalismo: Asambleas de Dios, iglesias apostólicas, etc. Todas ellas tienen a la Biblia como único texto normativo.

Como parte de ese primer grupo se encuentran “los que han surgido como grupos disidentes del protestantismo y que tienen, además de la Biblia, otros textos normativos”. A este grupo pertenecen los mormones y los Testigos de Jehová.

En un segundo bloque están, por un lado, “los grupos que proceden de la tradición judeo-cristiana, pero no de la Reforma: judíos, ortodoxos y otras disidencias”; por otro lado, están las “religiones de origen precolombino o africano y/o sincretismos indocristianos o afroamericanos como el vudú y la santería, candomblé y unbanda, así como grupos espiritistas” y, por ultimo, “corrientes o grupos de procedencia oriental o sincretismos de varias tradiciones religiosas… como la secta Moon, los Hare Krishna, ciencia cristiana y otras”.

Dogmáticamente, los Testigos de Jehová se consideran una Nación, algo independiente del resto de la humanidad. Ellos son, de acuerdo con el investigador de la UQROO, herederos del pacto que Dios realizó con los israelitas, pero que estos al no poderlo cumplir, lo asumieron los Testigos como el pueblo elegido.

Ello explica el por qué la agrupación religiosa no se siente obligada a reconocer a gobierno hecho por los hombres, ni a sus símbolos. “Los esfuerzos del hombre por gobernarse en independencia de Dios han sido un terrible fracaso. Han resultado en gran sufrimiento para la humanidad. El hombre ha dominado al hombre para perjuicio suyo explica la Biblia”, cita que toma Antonio Higuera de la publicación “Usted puede vivir” de la Sociedad Watch Tower.

Los poco más de 600 mil integrantes de Testigos de Jehová reconocidos en México tienen una organización y una disciplina admirable. Respetan en sumo grado la compleja jerarquía establecida y ello, junto a un intenso activismo, los hace eficientes. En grado ascendente se organizan en siete niveles: el bautizado publicador, la congregación, el circuito, el distrito, la sucursal, la zona y la central de la organización mundial que se localiza en Brooklyn, N.Y.

A diferencia de otros grupos religiosos, el éxito en la prédica de las ideas y el incremento de la nómina en los Testigos de Jehová se debe al uso de medios de comunicación. Desde el folleto La Atalaya –primer contacto personal entre los predicadores y la sociedad-, hasta el uso de cine, radio, video, libros y discos, han sido utilizados con mucho provecho para sus intereses. La excepción está en el uso de la televisión, reticencia no explicada, como señala Higuera Bonfil en su artículo Uso de medios y expansión religiosa.

El proyecto religioso de los Testigos de Jehová surgió de un norteamericano llamado Charles Russell en 1879 y fue lo más exitoso que hizo. Anteriormente fue acusado de vender falsas curas para el cáncer y de ofrecer un trigo milagroso a precio escandaloso. Pero eso ahora no se puede usar en contra, tal y como sucedía antes de 1992 cuando México tenía una marcada legislación anticlerical que era aplicada principalmente a los grupos protestantes: “no se trata de la misma manera a un elefante que a las moscas”, como alguna vez mencionó el nuncio apostólico Jerónimo Prigione.

Desde hace quince años ya todo puede ser legal para las 1716 minorías religiosas. Algunas tendrán sus excesos como el negarse a respetar a los símbolos nacionales o el ejercer conductas contrarias a la salud o realizar presión moral o violencia física a sus miembros para alcanzar ciertos objetivos. Ni la Comisión Nacional de Derechos Humanos, ni la Secretaría de Salud han podido tener una postura clara al respecto. Ni tampoco la ley se ha atrevido a sancionar la pederastia que algunos líderes religiosos practican. Falta, evidentemente perfeccionar aquella Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público.

Por lo pronto, si usted no pertenece ni a la tribu de Aser, ni a la de Simeón, ni a los Leví..., mejor acérquese a la NASA o comience una vida entregada a la lectura, a la interpretación y a la práctica de la fe, porque el mundo se va a acabar y sólo hay 144 mil pases seguros para salvarse. Señor, ruega por nosotros...

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