lunes, 5 de diciembre de 2011

El oportuno libro II

La solidez que representa un documento escrito condensa cualquier tipo de memoria: esto es una verdad. Lo que queda fuera de él es tarea de antropólogos o de la tradición oral y puede ser otra verdad, o complementarse mutuamente. Eso lo sabía Herodoto desde que describió la guerra contra los medos, o cuando detalló las costumbres de los escitas.

Ordenar sistemáticamente los datos nos trae imágenes, símbolos y claves de otros tiempos que pueden servir para tener una visión desde arriba de la superficie; esa es una perspectiva, pero existen otras.

Para los fines de divulgación de la historia, realmente no es necesario que toda obra tenga el conjunto de citas, referencias y notas que sustenten la narrativa, tal es el caso de la obra Quintana Roo. Historia breve. Eso, evidentemente, no la hace menos científica: el orden de ideas centrales y sus argumentaciones están presentes, dando contundencia lógica al escrito.

De acuerdo con una periodización que marca Antonio Higuera en la segunda parte de Quintana Roo. Historia breve, entre 1926 y 1958 se consolidó el Territorio Federal. Las comunicaciones, infraestructura hidráulica y escuelas de nivel medio superior; la economía, el comercio de importación, la extracción de maderas y chicle, y socialmente la organización de cooperativas y el movimiento de la sociedad civil por defender el Territorio de Quintana Roo resultan características relevantes.

Fueron buenos y difíciles tiempos: entre desaparecer políticamente como entidad y ser destruida la capital por un huracán; y entre organizarse socialmente en torno al trabajo y contra la satrapía, se perfilaron así esos años de consolidación y dura prueba.

Para entonces, ya Payo Obispo tenía una población creciente y el comercio de importación era su eje económico; y los comerciantes, junto con los empresarios de la madera y el chicle, no únicamente coincidían como grupo de negocios, sino que en su momento se transformaron en un grupo de presión ante las decisiones federales. Comenzó la demanda por espacios de poder.

Son los tiempos, en los inicios de los años 30s, cuando Campeche sale a escena empujando un proyecto de anexión. Y son también los momentos organizativos del primer Comité Pro territorio de Quintana Roo. Entonces se mostró eficacia y una mayor voluntad.

Cozumel, Isla Mujeres y Payo Obispo se movilizan ante lo inevitable, pero en diciembre de 1931, Quintana Roo vuelve a desaparecer políticamente: de la Bahía de la Ascensión hacia el norte era de Yucatán y el sur pasó a ser de Campeche. Como dato curioso, las islas del norte, por algunos meses, quedaron al garete en la repartición, sin dar cuenta a nadie. Así, en esa situación pasaron cuatro años hasta que Lázaro Cárdenas restituye jurídicamente a Quintana Roo en su estatus y limites. Esta parte de la obra es muy interesante, ya que permite conocer las motivaciones y las formas de lucha de aquel comité. Ese movimiento social tenía, al parecer, las primeras raíces de una identidad política local, funcional en aquel momento.

Llegó por esos años la repartición masiva de la tierra, la administración de los recursos de propiedad colectiva: los ejidos. Los primeros, con Emilio Portes Gil, fueron Calderitas, Ramonal y Payo Obispo entre 1928 y 1930. Así lo consigna el Dr. Higuera

Hay que recordar que para esta iniciativa gubernamental los mayas se resistieron en un primer momento, por considerar que su territorio histórico, su espacio rebelde, estaba siendo intervenido. Queda para el registro el papel de convencimiento que realizaron los profesores y los primeros antropólogos como Alfonso Villa Rojas, misión que cumplieron a medias y tardíamente.

Con el gobierno de Rafael Melgar -además de organizarse las actividades productivas, chicleras y forestales-, se imprimió un sello nacionalista a la administración y al inconciente colectivo. El pertenecía al proyecto cardenista, al proyecto de crear una nación con todo y esa idea homogeneizante y centralizadora: se trataba “de apuntalar el carácter mexicano en la zona”, como dice Higuera Bonfil. Eso lo logró, sin duda: Quintana Roo miró hacia la nación, pero dio la espalda a sus relaciones con la frontera anglo y su mirada hacia el mar, algo de la pertenencia al Caribe se perdió.

Llegarían las administraciones de Gabriel Guevara cuando el Territorio ya tenía 18,300 habitantes; es también cuando se da un nuevo problema limítrofe con los otras entidades peninsulares: la de Margarito Ramírez y sus casi 15 años de gobierno donde se experimentan interesantes rejuegos políticos, donde se consolida la identidad cívica y se propicia una cohesión social que tiene altibajos en la relación con el poder. Es el tiempo cuando surgen los sentimientos de tener un gobernador quintanarroense.

El paso de Janet por la historia trajo dos efectos: en lo político y en la arquitectura urbana. Las acusaciones sobre el saqueo de la madera derribada por el huracán mermaron el capital del gobernador y Chetumal abandona la tradicional arquitectura caribeña y da paso a una modernidad ecléctica, pero resistente a los vientos.

A partir de ese meteoro llega la reconstrucción y la modernidad. Se inicia la colonización del campo, se acelera la construcción de carreteras –y las vías liquidas, se abandonan-, se profesionaliza el gobierno con Planes de Desarrollo Integral, llega el Censo de 1970 y la población ya está en los 88 mil habitantes, ya se rebasó el mínimo poblacional para ser un estado de la Federación.

Como bien relaciona el antropólogo Higuera Bonfil, a partir de 1974, ya como Estado Libre y Soberano, Quintana Roo conoce el impulso a grandes proyectos: el de plantación de caña de azúcar y arroz, el fomento del ganado vacuno, la explotación racional de las maderas preciosas, la apertura de áreas citrícolas, el crecimiento exponencial de la infraestructura turística, la creación de muelles para cruceros y la vinculación del turismo con el patrimonio cultural tangible.

Al mismo tiempo que se conocían nuevos proyectos y se experimentaba con modelos de desarrollo, otras alternativas económicas se perdieron como producto de los vaivenes y condiciones de la economía global: finaliza la exportación de la goma de chicle y terminan los privilegios de la zona libre de impuestos a productos de importación.

El académico de la Universidad de Quintana Roo cierra con un rápido análisis de las seis administraciones de gobierno estatal. Observa y registra la lucha electoral, la composición cambiante del Congreso, las elecciones en los ayuntamientos, la creación de nuevos municipios y trata de interpretar el péndulo del poder entre los proyectos de desarrollo y las regiones.

Me queda la firme idea que tanto Lorena Careaga, como Antonio Higuera, pensaron en la gran oportunidad de ofrecer una lectura didáctica y que fuera consumida masivamente por los quintanarroenses. Me parece que debe ser el libro que todo ciudadano debe leer para entender mejor a Quintana Roo en lo económico, en lo social, en lo cultural y en lo político. No hacerlo puede ser causa de desaciertos o desacuerdos.

El conocimiento de la historia de un estado tan joven con una historia vieja es fundamental para que todos nos identifiquemos. Parece un cliché o falso discurso, pero en Quintana Roo eso es necesario para entendernos mejor en nuestra diversidad cultural y que tengamos la posibilidad de un modelo ideal y equilibrado de desarrollo.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

El oportuno libro

Ella citó a Herodoto para recordar el origen de hacer historia y él habló de la premeditada inexistencia del aparato crítico de referencia. Esas frases fueron algunas de las que los autores de Quintana Roo, Historia breve, refirieron durante la presentación de la obra, allá en el vestíbulo del Congreso del Estado.

Lorena Careaga Viliesid y Antonio Higuera Bonfil son los autores de este pertinente libro que está escrito de una manera amena, sin un armazón rígido, como pensado para que todo interesado en una visión general del pasado de Quintana Roo pueda tener un cristal limpio.

A esta obra se pueden acercar estudiantes, académicos, intelectuales, funcionarios y, sobre todo, políticos de matriz reciente que necesitan conocer el pasado para que los proyectos futuros estén acompañados de una información precisa acerca de este espacio, de la sociedad y sus actores. Los que llegaron a Quintana Roo y para quienes la guía de turistas ya no es una prioridad, deberían tener al alcance de la mano esta obra cuya lectura desmiente que Quintana Roo comienza a partir de 1974, o que es con el crecimiento de la infraestructura y el éxito del turismo de formato masivo cuando se inició la historia.

El libro fue editado por El Colegio de México y el Fondo de Cultura Económica. Está dividido en dos grandes partes: La primera, escrita por la Dra. Careaga Viliesid, arranca desde la descripción geográfica y la comunidad biótica del espacio, hasta el fin de la Guerra de Castas en 1901. Transitando y tocando con reconocida capacidad de síntesis la historia de los mayas prehispánicos, la Conquista, la historia de aquellos náufragos, la fundación de Chactemal y las diversas rebeliones indígenas durante la Colonia.

La segunda parte de la obra inicia en 1902 y concluye en el 2010, cuando ya se conocía el nombre de Roberto Borge Angulo como candidato a la gubernatura. Es la parte que correspondió escribir a Antonio y es la que me interesa detallar porque de ella tuve detenida lectura.

Han transcurrido 109 años desde aquel día en que apareció el nombre Quintana Roo para un territorio geográfico de 50,844 Km. cuadrados y escasos 3 798 habitantes. Fue la primera decisión política que antecedió a la final del 8 de octubre de 1974. Sin embargo, el camino no fue llano, aunque así es nuestra topografía: la historia y los hombres nos dicen que los factores sociales, económicos y políticos se fueron imbricando para llegar al 74 y a este día 24 de noviembre del 2011.

Crear una nueva entidad no es exclusivo ni propio de un voluntarismo político; en ello concurren diversos factores. Aunque generalmente se ha tomado este caso como parte de una estrategia militar para controlar un territorio insumiso, el nacimiento del Territorio de Quintana Roo fue por una condición geopolítica, concretamente por su frontera con los intereses y pretensiones de Inglaterra; también como parte de la administración de su riqueza forestal, que ya era una mercancía mundial, y en donde las concesiones territoriales eran pieza del plan. Sin duda también fue una decisión vinculada a la colonización de esta lejana y periférica región, y posiblemente fue un movimiento de ajedrez de la federación ante los intereses de los grupos políticos y económicos yucatecos.

De esos primeros años es destacable el papel que desempeñó el militar de la marina José María de la Vega, el primer jefe político del Territorio, uno de los once que tuvo Quintana Roo y de quien poco nos acordamos. Como bien detalla el Dr. Higuera Bonfil, este jefe militar fue quien inició con la aplicación de la ley y disposiciones en 23 poblaciones, con quien se eligieron a las primeras autoridades municipales, quien organizó el territorio en tres distritos, ocho municipalidades y siete comisarías; el que comunicó con correos, telégrafos y caminos; el que creó algunas escuelas e instaló la primera biblioteca del Territorio en Bacalar; el que vigiló las concesiones de explotación chiclera y de maderas preciosas… todo ello con un presupuesto inicial de 60 mil pesos. Así comenzó la administración pública en Quintana Roo.

Como dato interesante para aquellos que siguen disfrutando la mantequilla azul y el queso de bola, fue con Ignacio Bravo, el segundo jefe político del Territorio, con quien llegaron los primeros productos extranjeros libres de impuestos. Desde allá viene parte de la nostalgia que caracteriza al sur.

La secuencia histórica que va reseñando el libro pasa a la década de 1910. Fueron los años de una revolución lejana, pero que repercutió en el relevo frecuente de los jefes políticos en el Territorio: diez jefes en siete años. Fue una década de cambios. Ya me imagino la extrañeza de los nueve o diez mil habitantes que vieron desaparecer políticamente el Territorio Federal en 1913 y despertar un día con gentilicio yucateco; como en 1915 la capital del Territorio pasó de Santa Cruz de Bravo a Payo Obispo y nuevamente volver a ser habitante del Territorio Federal de Quintana Roo; o cómo un presidente de México le otorga el grado de general y le entrega en concesión 20 mil hectáreas de selva a un cabo de las derrotadas fuerzas mayas. Eran las decisiones tomadas desde el centro, pero que aún no despertaban mayores sentimientos, pues la extracción del chicle o la construcción de escuelas y el arribo de decenas de maestros eran, tal vez, más importante.

Quiero destacar algo que menciona el autor y que considero un primer antecedente del INEGI, y de cómo para gobernar es necesario el dato estadístico y el conocimiento puntual de las condiciones de los recursos humanos y naturales: entre 1916 y 1917 una Comisión Geográfico-Exploradora, encabezada por Pedro Sánchez y Salvador Toscano, visita Quintana Roo. Su informe es de verdad muy interesante en lo social, en lo económico y en lo geográfico.

Para aquellos que les pueda interesar el dato, en 1917 el Territorio Federal de Quintana Roo conoce a su primer gobernador: Octaviano Solís, un ex preso político que fue inquilino de la cárcel de Santa Cruz de Bravo y que luego, casualmente, fuera apoyado por el padre de Nassim Joaquín. Pero lo interesante es que en escasos ocho años se suceden en el cargo doce gobernadores. Así de convulsos habrán estado los acomodos de los grupos políticos triunfantes de la Revolución Mexicana.

Es muy sano hablar de estos hechos apoyándonos en la historia, porque solo de esa forma podremos entender nuestras actuales circunstancias. La cultura y la identidad de nuestra sociedad tan diversa quedarían sin soportes sin el conocimiento de la Historia; ésta quedaría en el mito, en el rosario anecdótico o simplemente no podríamos explicarla en sus diversas facetas. Hacer esta tarea es reconocer quienes y cómo construyeron esta casa común, y también para entender los diversos proyectos económicos, sociales y políticos actuales.

domingo, 30 de octubre de 2011

Los muertos

Salvo escasas excepciones, no existe en la bibliografía conocida alguien que se atreva ir un poco más allá de la etnografía regional para explicarnos la idea de la muerte que se tiene en todo México. ¿Realmente veneramos o tenemos un amor por la muerte, como se dice del mexicano? Lo dudo.

La antropología se ha ocupado de la muerte en trabajos ya memorables, como Antropología de la muerte de Thomas Louis-Vincent o L’ échange symbolique et la mort, de Jean Baudrillard. En ellos se puede entender la idea y los tipos de la muerte en varias sociedades. También conocí el trabajo de una enfermera, que es coincidente con la ética médica: se percibe en el hombre la existencia de diversos cuidados culturales, de formas múltiples para entender y adaptarnos al mundo y eso significa que trabajamos culturalmente para vivir, no lo hacemos para morir.

Esta postura, ligada a las obras clásicas, nos hace pensar peregrinamente sobre la posibilidad de que el hombre ama la vida y que en su conocimiento de la muerte se desarrolla el enigma, la no explicación de las cosas y que sólo pueden ser entendible por la creencia y el ritual.

Al desarrollar una creencia, una explicación sobre la muerte, entonces comenzamos a aceptar algo que de entrada se rechaza: el temor; pero con la complicación y práctica de los rituales pareciera que eso es amor.

Nadie pone en duda el amor por sus familiares desaparecidos. Una joven antropóloga, compañera de tareas, define la razón de los rituales a los muertos en estos días: “por que les tenemos afecto a nuestros muertos, los recordamos, los invocamos, los sentimos presentes…”.

Es tan contundente esta razón ligada al sentimiento, que parece justificación suficiente para entablar un dialogo con la muerte. Pero sigo dudando.

Aceptamos la existencia de la muerte, algunos creyendo que es un estado transitorio y otros como algo definitivo. Imaginamos espacios, lugares donde se encuentra la muerte: el Mictlán, el Xibalbá, la isla de Leuca o el Limbo, y hasta describimos con algunos detalles esos lugares míticos. Pero esas elaboraciones generalmente están acompañadas de temor o de castigo.

Al ordenar los espacios de los vivos y los muertos, el hombre define su temporalidad en el mundo, su fragilidad y su unidemensionalidad; la trascendencia no es del hombre. En esa universalidad, existen tres posibilidades para relacionarnos con la muerte: la aceptamos, la negamos o negociamos con ella.

Los días de muertos en México son un tiempo para negociar con la muerte. Estos días entablamos una comunicación, un dialogo muy elaborado para que la muerte, representada en los familiares difuntos, visiten a los familiares vivos. Es mi certeza.

Revisemos algunos elementos comunicativos de los mayas actuales para estos días. Preparan y limpian la casa para recibir visitas. El primero de noviembre, en la iglesia maya, los especialistas y los pobladores destinan los actos y pensamientos a los niños finados: en el altar disponen velas de colores, elotes cocidos, calabaza y yuca en dulce, cítricos sin cáscara y trece jícaras con atole nuevo (en el nivel 13 del cielo está Hahal dios) y se ordenan dos largas sendas de flores multicolor a lo largo del piso de la iglesia. Se invocan con plegarias a los dioses y se ofrece a los niños muertos los alimentos. Se trata de un ritual colectivo, social.

Al siguiente día, los rituales se trasladan a la casas de los campesinos en un ritual íntimo, familiar. Se dispone una sencilla mesa con cuatro filas de elementos: la primera, con la Santísima cruz al centro, acompañada de albahaca y atados de tortillas; una segunda fila de jícaras conteniendo el alimento, chirmole de ave generalmente; una tercera fila de bebidas (atole o chocolate) y en la cuarta y última fila las velas negras. Tanto el número de velas, recipientes de bebidas y alimentos, así como los atados de tortillas, deben corresponder al número de muertos de la familia que, por su nombre, son invocados a comer con un canto llamado responso y la oralidad de la doctrina (conjunto de seis oraciones en maya y latín). Es el hanal pixan, la comida de las ánimas.

Afuera, en el pórtico de la casa, se cuelga un aro de bejuco que sostiene un recipiente con algunas piezas específicas del chirmole: pescuezo, rabadilla o alas. Es la ofrenda para el Yum solo (ánima sola), el personaje que conduce al grupo de familiares muertos a la casa familiar. El tipo de alimentos que se le ofrece es para que se “entretenga con los huesitos” y deje más tiempo y con tranquilidad a los muertos con su familia de vivos.

Posteriormente, ocho días después, los muertos son despedidos de la comunidad y de las casas familiares. Nuevamente se ofrecen plegarias y en la ofrenda se colocan los elaborados tamales horneados llamados chachakwuah. Los muertos se quedaron varios días visitando a los familiares: aceptaron la invitación a comer.

Esta es la sencilla forma de cómo los mayas del centro de Quintana Roo negocian con la muerte. No hay mayores elementos en la mesa de ofrendas, pero su complejidad y eficacia simbólica es evidente. En nada se parece, ni existen esos elementos estandarizados que son producto de un nacionalismo vasconcelista, donde aparecen calaveras de Guadalupe Posadas o esas imágenes propias de Janitzio o Mixquic y que representan ficticiamente al México adorador de la muerte.

Existen alrededor de sesenta trabajos publicados que integran la bibliografía sobre el tema del día de muertos en nuestro país. “Altares de muertos en Yucatán” de José Iturriaga, “Ceremonia de días de muertos” de Efraín Cortés, “Cuando los muertos regresan”, de Eduardo Sandoval, “Culto a los muertos de Lilian Scheffler, “Hanal pixan: alimento de las animas” de Teresa Ramayo, “La muerte: expresiones mexicanas de un enigma” de la UNAM, “Muerte al filo de obsidiana”, de Eduardo Matos…, son algunos trabajos de esa lista. La mayoría son textos muy específicos de las creencias y rituales que sobre los muertos practican decenas de grupos indígenas y algunos grupos urbanos en México. Eso nos permite concluir que en México existen 63 formas de negociar con la Muerte en estos días de noviembre.

Declarada como Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad por la Unesco en el 2003, la creencia y los rituales sobre los muertos en México son la suma de las formas del pensar indígena previo al siglo XVI y los dogmas de la evangelización española. Aquí se localiza la vieja práctica de entrega de dones agrícolas a muertos y a dioses prehispánicos y la integración del calendario litúrgico de Todos los Santos y Fieles Difuntos. Este puede ser el viejo fundamento del ritual, la creencia y la historia del día de los muertos en México.

domingo, 25 de septiembre de 2011

La semana

Si me preguntaran cómo me fue en la semana, me detendría un momento para responder. Hubo de todo. Estar en una reunión con Consuelo Sáizar, volver a saber de José Narro en menos dos semanas, ir a observar y escuchar la ópera Madame Butterfly y estar en un avión sin saber por un momento dónde terminará su vuelo, hizo que estos días valieran la pena por los diversos sentimientos y reflexiones encontradas.

Creo que fue por la novedad de haber cambiado mi antiguo cuaderno de notas por un discreto paperblanks, que compulsivamente anotaba y anotaba. Por eso el Diario de Campo tiene de todo en estos días, algo así como una miscelánea.

La Presidenta del Conaculta, la nayarita Consuelo Sáizar, es una mujer recia, de tiempos muy medidos y con un claro mapa mental de por dónde andan los dineros y los proyectos. ”No soy política, soy una intelectual eficiente”, así se definió en algún momento de la plática.

Asistí a esa reunión en Arenal 40, acompañando a Cora Amalia Castilla, la Secretaria de Cultura, quien llevaba un voluminoso paquete de 47 proyectos sobre desarrollo e infraestructura cultural para Quintana Roo. En esos expedientes había un abanico diverso: teatros, museos, casas de la cultura, atención a la cultura comunitaria maya, estación de radio intercultural, catálogo del patrimonio cultural intangible… Se trataba de ambiciosos documentos, pero apoyados en sistematizadas y bien argumentadas ideas.

La titular de cultura estatal había hecho un previo cabildeo con diputados y directivos culturales para tener datos duros para esa plática con Sáizar Guerrero. Se escucharon las propuestas quintanarroenses y se contrapuntearon con los intereses del Conaculta. La titular de la institución federal anotaba los puntos que más le interesaban: fue evidente su preferencia por los proyectos de infraestructura, de lo que quedará visible en el último año del actual Presidente de la República. En futuras semanas ya conoceremos el pedazo de cobija que nos tocará y qué podrá cubrir.


José Narro, el Rector de la UNAM, recientemente recibió el Doctorado por Causa de Honor por la Universidad de Quintana Roo. Aquí, en su visita a Chetumal, aprovechó para apapachar al puma Francisco Montes de Oca y al politécnico Miguel Borge. Rescato pasajes destacados de su discurso: “Lo quiero compartir (el reconocimiento) con todos aquéllos que a lo largo y ancho de nuestro país promueven a la educación superior pública..., con quienes creen que es posible una sociedad más justa, igualitaria y con menos contrastes.., con quienes piensan que una nación moderna, próspera y competitiva en el plano internacional, requiere de un fuerte impulso a la investigación científica en todas sus áreas y modalidades..., con quienes sostienen que el arte y la creación (la cultura) son indispensables en una sociedad humana”.

Ahora veo nuevamente a Narro Robles en el Palacio de Minería entregando once Honoris Causa a personalidades de las humanidades, la ciencia, la diplomacia y la cultura. Ahí estaba el cantautor Joan Manuel Serrat, el cineasta Carlos Saura, la escritora Margo Glantz, el sociólogo Pablo González Casanova, la geógrafa Teresa Gutiérrez Vázquez, el arquitecto Ricardo Legorreta, el astrónomo Manuel Peimbert, el neurocientífico Pablo Rudomín, el diplomático Fernando Solana, la historiadora Elisa Vargaslugo y la científica Mayana Zatz; todos con toga y birretes con flecos rojos o azules o dorados. El Rector habló de fortalecer nuestra identidad, de reforzar el orgullo nacional y de reanimar el sistema de valores laicos que hoy están debilitados en el país. También habló de cambiar el ambiente de polaridad y miedo, para avanzar en un modelo de desarrollo humano. El Rector Narro se vio presumido por lo que ha hecho la UNAM en 100 años y motivos le sobran.


Teresa Vicencio fue muy generosa con los funcionarios de cultura de Quintana Roo: les otorgó el palco 14 del Palacio de Bellas Artes para presenciar la ópera Madame Butterfly. Como me distraje y quería ir con la Nené, mi cuñadita Niki me consiguió boletos para luneta; es la ventaja de tener a un familiar tocando el chelo en el foso. Desde ahí, observé y escuché cómo pueden atentar con una obra clásica. Entendería a Giacomo Puccini si elevara una enérgica protesta desde ultratumba.

No todo era criticable de la puesta de Juliana Faesler, ni tampoco soy un experto en la materia. Escuché una orquesta clara y afinada, la voz que interpretaba a Cio-Cio-San no lastimaba mi oído, aunque por ahí leí que la soprano Maribel Salazar era mejor. Pero la escenografía conceptual, especialmente la plataforma giratoria, me incomodaban. “Ni un triste cerezo hay”, me comentó mi suegra y tenía razón. El tendedero de kimonos y que Butterfly sobreviviera cosiendo y lavando ajeno, molestó al crítico Lázaro Azar. Pero lo que a mí me impresionó fue el tremendo balazo con el que se suicida el koolaid de Pinkerton, fue impactante: qué manera de violar un guión, una partitura. A la salida, en la escalinata del Palacio, una distinguida pareja, ya mayor de edad, mentaba madres.


Lo había visto en películas, pero no me había tocado vivirlo. Un avión moderno y relativamente nuevo no podía aterrizar en el aeropuerto de Chetumal. Al más pequeño de la familia Airbus nomás no le bajaban las llantas. Se enfiló a la pista y descendió y descendió…, de pronto un acelerón y va de nuevo para arriba. ¿Se habrá metido una vaca, como sucedía en la pista de mi pueblo?, o ¿a un maquinista de una Caterpillar no le dieron el horario del avión?, reflexionaba mientras veía que ya estábamos arriba de territorio beliceño.

En el vuelo venían Héctor Aguilar Camín, Ángeles Mastretta, Rafael Pérez Gay, funcionarios de Cultura y del Conacyt quintanarroense y cien personas más. “El piloto nos informa que tenemos un problema en el tren de aterrizaje. No se preocupen, estamos preparados para este tipo de emergencias. Sigan las instrucciones que se les den”, se escuchó en la nave. Observé al mí alrededor y vi a algunos pasajeros persignarse. Pero no había pánico, nunca lo hubo, todos mantuvieron la ecuaninimidad. Ningún nervio se tensó, intuía que los pilotos ya habían pensado en alternativas incluyendo un tranquilo amarizaje en el territorio de los manatíes. En total, cuatro vueltas dio el avión sobre mi ciudad, consumía el combustible para quitarle riesgos a un posible aterrizaje forzoso. Finalmente el pepenkaa´k tocó pista y se quedó ahí, varado, sin dirección para ir a la terminal. La mayoría de los pasajeros aplaudieron y así terminó el vuelo 2445 de Interjet de ese viernes.

Fueron unos días con 24 horas, sin ninguna alteración en la medición que culturalmente le hemos dado al tiempo; fueron, hasta cierto punto, normales, salvo por el peso que le damos a nuestras experiencias y a la terquedad de regístrarlas.

domingo, 28 de agosto de 2011

Cine indigenista

Dejar correr la cinta para luego verte cómo caminas, cómo sonríes, cómo hablas, escuchar lo que piensas y ver lo que haces, eso no dejaba de sorprender. Es la construcción de una identidad a partir de la individualidad, de la particularidad: se trata de la mirada en el espejo. Ese fue el objetivo original de los primeros materiales del cine etnográfico de hace 50 años, de la antropología de la mirada.

Se toma a la antropóloga norteamericana Margaret Mead como el referente, que viaja hasta Samoa en los años 20s del siglo XX, para comenzar a hablar del empleo de las técnicas audiovisuales para los registros etnográficos; era también el uso de nuevas tecnologías para entender a las culturas y su diversidad.

En un principio fue la fotografía fija y el cine lo que servía para acompañar e ilustrar los textos y contextos; aún no se desarrollaba plenamente una disciplina con teoría y métodos propios que ahora, utilizando la multimedia, constituyen la antropología visual.

Será después de la Segunda Guerra Mundial cuando el cine comienza a ser plenamente utilizado con una idea clara para fines antropológicos. Sin temor a equivocarme, fue la corriente estructuralista la que elaboró toda una teoría de esa mirada antropológica. El holandés Luc de Heusch y los franceses André Leroi-Gourhan y Jean Rouch serán los que llevarán a comunidades africanas, principalmente, las cámaras Arriflex de 16 mm y las teorías para inclusive intentar registrar los sueños de los nativos.

En México, el cine de corte indigenista surgió junto al éxito de algunas obras de la llamada literatura indigenista. Ángel Menéndez y Nayar, Rosario Castellanos y Balún Canan y Francisco Rojas y El Diosero sirvieron para inspirar guiones a cineastas como Manuel Barbachano, que logró obras como Nazarin o aquella sorprendente parábola del niño tuerto de Tizimín.

En lo personal, mi primera experiencia con el cine etnográfico fue Nanuk, el esquimal. Aquel largometraje de 1922 de Robert Flaherty, que luego se transformó en polémica cuando se analizaba la neutralidad del autor bajo la óptica del discurso de Pierre Bourdieu. Después siguieron documentales sobre grupos tribales de Australia y de la selva amazónica que formaban parte del paquete didáctico que el maestro Jesús Jáuregui nos daba a todos los jóvenes estudiantes.

El Instituto Nacional Indigenista de la década de los años 50s realizó los primeros documentales para mostrar la realidad de pueblos indígenas, realidad totalmente desconocida para cualquier mexicano de esos tiempos que lo único en que pensaba era emigrar a la Ciudad de México o cruzar la frontera con Estados Unidos de Norteamérica. En ese entonces el Centro Coordinador Indigenista que dirigía Alfonso Villa Rojas registró fílmicamente a tzeltales y tzotziles. Más tarde se conocieron algunos materiales del Centro Coordinador de Guachochi, Chihuahua. Eran, hay que recordar, los años de la política indigenista del Estado de integrar a los indígenas al proyecto nacional, sin reconocer la diversidad. Los mexicanos tenían que pasar por el rasero de una identidad nacional única.

Por ahí también existe un filme indigenista con formato documental donde participan Rosario Castellanos, Gastón García Cantú y Fernando Espejo en la elaboración del guión, así como Nacho López en la filmación. Eran los finales de los años 50s. No recuerdo el nombre.

En la década de los 70s, con el gobierno populista de Luis Echeverría, la producción documental fue más ambiciosa, realizándose coproducciones con Cine Labor y la Secretaría de Educación Pública, como es el caso de las cintas Iñosavi, tierra de nubes, que documenta la organización social y económica de una población de la Mixteca Alta de Oaxaca y Xantolo, Día de Muertos, que muestra la celebración del Día de Muertos en Alahualtitla, Chicontepec, Veracruz.

En los últimos años de la década de los 70s, el Instituto Nacional Indigenista crea el Archivo Etnográfico Audiovisual. Un interesante proyecto que aglutinó a jóvenes investigadores y cineastas recién egresados del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC) y del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC-UNAM). Todo era nuevo: el concepto, los participantes y los equipos.

Los investigadores, antropólogos egresados de la Universidad Iberoamericana y de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, se encontraban con un tema más o menos novedoso: la antropología visual. Esa fue mi segunda experiencia con el cine etnográfico, pero ya no como espectador, sino como investigador. Se trataba de un ambicioso proyecto de Estado que pretendía registrar etnográficamente a los 56 grupos indígenas del país. Ya habían influido en ese espacio las propuestas de Rodolfo Stavenhagen, Alfonso Muñoz y Guillermo Bonfil.

Los cineastas, los jóvenes directores, que la mayoría provenían de un sector social acomodado, encontraron una gran oportunidad de hacer sus primeros trabajos profesionales que iban más allá de sus ejercicios de cortometraje de las escuelas. Era una buena oportunidad de imaginar y crear sin tener que buscar los millonarios financiamientos que en esos tiempos eran difíciles de conseguir para el cine mexicano. De este proyecto del Archivo Etnográfico Audiovisual del entonces INI, surgieron directores como Luis Mandoki, Federico Weingartshofer, Juan Francisco Urrusti, Henner Hofman, Federico Ludwik Margules, Brigitte Bloch, Heini Kuhlmann, Sybille Hayem y Sonia Fritz.

Aquel proyecto duró unos diez años, luego de que el INI decidió digitalizar y cambiar de formatos: pasar del film de 35 milímetros al cassete audiovisual VHS. Terminó una época interesante y se inició otra.

La nueva propuesta del INI de finales de los 80s fue dar una breve capacitación a jóvenes indígenas y dotarlos de una cámara de video en 8 mm. Ahora se trataba de que fueran ellos mismos quienes se filmaran, que ellos decidieran qué filmar, qué mostrar. La idea no era en absoluto cuestionable, algo de influencia había de la teoría de la autogestión de Guillermo Bonfil Batalla, pero técnica y estéticamente los materiales no se comparaban a aquella visión de que ellos fueran filmados por los cineastas del CCC y del CUEC. Si la memoria no falla, fue con las mujeres huaves de Oaxaca y purépechas de Michoacán donde inició esta nueva etapa.

Actualmente, toda esta experiencia del antiguo INI se puede encontrar en materiales en formatos DVD y que gracias a la iniciativa de Beatriz Alamilla, de la actual Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, en Quintana Roo, y a Karina Rivero, de la Secretaria de Cultura de Quintana Roo, comienzan a ser difundidas y proyectadas en varios lugares del estado.

La antropología visual tiene en el cine de corte indigenista un papel fundamental en la formación y reconocimiento de identidades colectivas y permite con sus materiales hacer un análisis crítico sobre los viejos estereotipos que se construyeron décadas atrás de los grupos indígenas del país.

Para ciertos académicos los materiales de este tipo siguen siendo objeto de debate, ¿dónde está la antropología: en el texto o en la imagen? El asunto ya no es tema epistemológico, sino dónde colocar el tripie de la DSLR y quién oprime el botón para que la realidad se registre.

domingo, 7 de agosto de 2011

El PED

La planeación es un principio administrativo que reconoce una problemática, recupera las experiencias anteriores, define nuevos objetivos e instrumenta las formas para lograrlos; no descubre el agua tibia, pero actualiza los marcos y las necesidades con base a la selección de un modelo de desarrollo.

Manuel Valencia me envió un ejemplar del Plan Quintana Roo 2011-2016, también conocido como el Plan Estatal de Desarrollo (PED), lo cual le agradezco. Es el documento que deberá guiar las obras y acciones del gobernador Roberto Borge y que se nutrió de las propuestas de ciudadanos que confían en la democracia participativa.

Aquí se reúnen, en algunos casos de manera puntual y en otros de manera general, las ideas y formulaciones que se recogieron y finalmente redactaron los responsables del Comité de Planeación para el Desarrollo.

Más allá de las propuestas expresadas, acopiadas y sistematizadas en 36 mesas temáticas implementadas en Chetumal, Cancún y Felipe Carrillo Puerto, con la participación de 2 mil 250 personas, el Plan es un instrumento de organización a futuro que cumple con la obligación que marca el artículo 9 de nuestra Constitución local y que mide el grado y los anhelos de la sociedad. Es también una hoja de ruta del gobernante que contempla objetivos y estrategias y que deberá amalgamar acciones, tiempos y recursos necesarios, con la finalidad de que Quintana Roo se desarrolle y crezca. Es, por decirlo coloquialmente, el instructivo para volar la nave y saber hacia dónde llevarla.

El Plan, recientemente dado a conocer, maneja cuatro aglutinantes ejes estratégicos para Quintana Roo: el Solidario, el Competitivo, el Verde y el Fuerte. El primero pretende encontrar soluciones a la problemática de la marginación y la desigualdad entre los grupos vulnerables; el segundo se dedicará a la infraestructura e inversión como palanca de desarrollo; el tercero trabajará la armonía entre el desarrollo y el medio ambiente y el cuarto define la coordinación entre las instituciones para dar seguridad y certeza jurídica a la ciudadanía.

Cada uno de los cuatro ejes contempla un detallado diagnóstico, objetivos, estrategias y líneas de acción. En total, son 29 objetivos, 108 estrategias y 443 líneas que definen el perfil de retos y necesidades y las intenciones para afrontarlos y resolverlos. El texto tiene un mismo y uniforme método de exposición, pero sin encontrarse, sin distinguirse en él el modelo prospectivo que se señala en el proceso de elaboración: no se definen escenarios. Es de notarse también que el eje llamado Solidario es el que más peso tiene en el documento con 10 objetivos, 43 estrategias y 204 líneas de acción, destacando vivienda, cultura y educación.

Hay puntos interesantes en el PED. Aunque la mayoría de los diagnósticos hablan de las fortalezas, pero sin destacar suficientemente las debilidades, y en algunos casos los datos del INEGI son la base para proyectar la realidad, no deja de resultar atractivo observar cómo se articula el diagnóstico a las propuestas de los funcionarios de gobierno, líderes y ciudadanos en general. Se puede encontrar aquí el esqueleto de las políticas públicas para los próximos años.

¿Cómo atender el desarrollo social y comunitario; la inequidad con la población indígena; el fortalecimiento del tejido familiar; la salud y la educación como indicadores tangibles de bienestar y crecimiento del individuo; la cultura y sus nuevos paradigmas como la diversidad e interculturalidad; la igualdad y los derechos de género; la juventud como principal sector demandante de satisfactores y espacio donde repercuten los principales problemas sociales, así como el crecimiento demográfico, la migración y el cambio de equilibrios entre lo rural y lo urbano?

¿Cómo encontrar propuestas viables de desarrollo equilibrado en regiones desiguales; incrementar la capacidad para la productividad y la competitividad local, regional y global y la definición de nuevos nichos o apuntalamiento de estrategias a los sectores económicos que van del mercado turístico a la economía de autoconsumo?

¿Cómo aplicar políticas sustentables donde el desarrollo económico no lesione al medio ambiente; prever medidas ante el cambio climático y sus afectaciones a la sociedad y a la economía; la expansión y especulación en los espacios de administración de propiedad colectiva o de interés social o natural y avanzar en la aplicación de normas que atiendan la justicia ambiental?

¿Cómo trabajar el entorno de la gobernabilidad con base a la ley y el respeto a los derechos de hombres y mujeres de Quintana Roo; la seguridad y la protección de los bienes, de la vida y el derecho del ciudadano; la estrategia ante las acechanzas de la delincuencia y el fortalecimiento de las finanzas y la economía del estado?

No es, como se imaginará, un documento común, ni debe quedarse en el resultado de una afanosa tarea de consulta ciudadana. Es un mapa y la guía de trabajo donde, con el tiempo, podremos ir conociendo los logros o los rezagos. También resulta ser un documento de estudio que puede compararse con los otros seis Planes que ya conoce el estado y la sociedad de Quintana Roo: ahí podemos ver los retos, las necesidades y las políticas públicas hacia la sociedad y la economía en una línea del tiempo.

Saber organizar y controlar el futuro es una tarea que va más allá de la idealización. Sin embargo, en el conocimiento de las amenazas para cualquier Plan, siempre existirán indicadores que deberán estar constantemente vigilados, como es el de la economía, que hoy, a nivel mundial pasa por el umbral de una crisis que se pronostica muy severa y que repercutirá en el encarecimiento de la deuda como principal característica y pondrá en duda la gobernabilidad en el principal país capitalista. Los efectos negativos de la globalización económica serán tema en los próximos meses y de ello conoceremos en el turístico Quintana Roo.

A lo anterior sume el año político nacional del 2012 y entonces tenemos un PED que tendrá que ajustarse a las posibilidades y realidades. Confiemos que el comportamiento de esos indicadores y variables no le resten efectividad al Plan, que dentro del diagnóstico, lo predictivo, se logre superar y se anticipe cualquier situación desafiante y permita un margen de maniobra suficiente para cumplir con los objetivos. Es un buen deseo, ya que nadie le apuesta a los efectos de la ineficiencia y a la improvisación. Por lo pronto, ya tenemos un Plan Estatal de Desarrollo.

domingo, 10 de julio de 2011

Los apellidos

La identidad mexicana tiene que ver con diversos aspectos: el histórico, el psicológico, el político y el social. La suma de estos aspectos nos hace singulares, diferentes. Sin embargo, pocas veces tratamos de conocernos, de descubrirnos: existe cierto temor al espejo, de reconocernos más allá de nuestra piel y descubrirnos en nuestras características.

Somos singulares y diferentes y eso significa que el mexicano no es igual entre sí; por el contrario, subyace la diversidad. Para empezar, cada quien tiene su propia historia y, por lo tanto, se dan diversos orígenes y perspectivas de vida. La elaboración de una historia común para todos siempre parte de encontrar respuesta a quiénes somos, de dónde venimos y para ello se construyen símbolos y discursos de corte nacionalista o localista: la identidad busca igualdad y homogeneidad en nuestro origen y permanencia histórica, pero sin incluir la desigualdad social.

Ya son harto conocidos los trabajos de Samuel Ramos, Octavio Paz y Roger Bartra que trabajan, desde diferente perspectiva, el asunto de la identidad del mexicano.

En su obra El perfil del Hombre y la cultura en México, Samuel Ramos considera que nuestra psique está definida por una serie de defectos donde prevalece la imitación a lo extranjero, la cual nos permite cubrirnos de apariencias para liberarnos del sentimiento de incultura: se tiene un complejo de inferioridad. De Octavio Paz y El laberinto de la soledad recordamos algo similar, pero destacando que a pesar de tener una gran riqueza histórica somos producto del choque cultural entre lo indígena y lo europeo y eso nos hace buscar constantemente una identidad en nuestra soledad, utilizando para ello diversas máscaras. Y Roger Bartra en La jaula de la melancolía le agrega un peso más a nuestra carga al darle un enfoque político, señalando que desde principios del siglo XX los dirigentes crearon a un mexicano dócil, pasivo y sumiso, con ello se “se ha inventado a un mexicano que es la metáfora del subdesarrollo permanente, la imagen del progreso frustrado”.

Parece que se está en una eterna búsqueda. ¿Quiénes y cómo somos? ¿Cuáles son nuestras circunstancias y nuestra mentalidad?

En la búsqueda del origen, casi siempre se trata de encontrar lo más cerca de lo lejano que queda en Europa. Y en ese hurgar, muchas personas creen encontrar en el apellido un vínculo que les certifique una parte de su mestizaje y que esconda su parte americana o africana, su primera y tercera raíz. Eso pasa en el común de los mexicanos, de nosotros.

En realidad, a la hora de determinar a cierto individuo en su componente étnico, el apellido pasa a un relativo lugar, no es determinante genéticamente, pero sí es importante como hilo conductor en búsqueda de blasones. Con lo mezclado que esta nuestro país, el saber la ascendencia de una persona por su apellido, no es lo más acertado: las evidencias fenotípicas siempre se anteponen al apellido. Me refiero a que se puede encontrar a personas con apellidos españoles, italianos, alemanes, etc., pero no necesariamente van a ser caucásicos. Sin embargo, en algunos grupos sociales o regiones del país el apellido es un determinante del componente étnico.

Por curiosidad, digamos, pero en el fondo motivados por encontrar distancia o diferencia con lo común, jalamos el hilo del apellido para ver hasta dónde se remonta y si en ello se localiza a algún personaje ilustre mucho mejor.

Pero, ¿qué tanto conocemos de los apellidos en México? Recientemente conocí un trabajo elaborado por Pablo Mateos, Richard Webber y Paul Longley de la University College London. En ese largo ensayo, los investigadores hacen un análisis geodemográfico de apellidos en México y los resultados son sumamente interesantes.

Buscando conocer la distribución actual de las frecuencias de apellidos en el país, de donde se puedan inferir los procesos migratorios, de interacción socio-cultural y demográfica, los investigadores realizaron un estudio comparativo con España y Estados Unidos de Norteamérica. Utilizando mapas autoasociativos Kohonen para la creación de clusters regionales, y empleando gráficas, mapas y tablas, se lograron conclusiones con base a los 100 apellidos más frecuentes a nivel nacional y en cada Estado.

No hubiese sido posible este trabajo hace veinte años, pues ahora con la ventaja de la digitalización de archivos históricos, la propagación de la Internet, el acceso a la información publica y el desarrollo de bases de datos y sistemas de información geográfica, como la del IFE o INEGI, este tipo y escala de estudios ya son posible.

“Analizar la estructura de la población a través de los nombres y apellidos tiene una historia en estudios de genética y de salud pública, desde el análisis de la endogamia en la Inglaterra del siglo XIX, hasta los recientes hallazgos genéticos de relaciones de cromosomas-Y y los potadores del mismo apellido”. Pero ahora también pueden ser útiles para conocer el origen étnico de la población, los flujos migratorios –tanto históricos, como contemporáneos- y hasta para usos de orden político.

Variados son los datos y conclusiones de este estudio. Pongo algunos ejemplos. Existe un estimado de más de 50 mil apellidos en México; en España existen más de 66 mil apellidos. Este dato es interesante, pues en Argentina existe una mayor diversidad de apellidos y ahí los 100 apellidos más frecuentes se presentan en el 29% de la población, en México se localizan en el 58% de sus habitantes y en España sus 100 apellidos más comunes está en el 40% de sus ciudadanos.

Los apellidos más frecuentes en México, no son necesariamente los más frecuentes en España, y a la inversa. Por ejemplo, Molina es más frecuente en España que en México. En España, los apellidos más frecuentes son Fernández o García, mientras que en México son Rodríguez o Hernández (Hernández, son hijos de Hernán; aquí algo de razón puede tener Octavio Paz con la presencia simbólica y violatoria de Hernán sobre la madre indígena mexicana).

La mayor parte de los 100 apellidos “mexicanos” llegaron en el periodo de la Colonia y muchos de ellos fueron impuestos bajo bautizo a los indígenas, suplantándoles sus apellidos originales, lo que hizo que en nuestro país el pool (stock) de apellidos sea más reducido que en España.

La investigación también arrojó interesantes mapas regionales de los apellidos en México. Los más frecuentes se localizan en el centro y oriente del país y los menos frecuentes en los estados de occidente, tales como Armenta, Quintero, Félix, Leyva, Lizárraga, Lugo y Bojórquez.
Un caso particular es la Península de Yucatán. Aquí se localiza un cluster con apellidos netamente indígenas de origen maya. Los apellidos mayas más frecuentes son Pech, Chan, Canul, May, Chi, Poot, Uc, entre otros.

Los apellidos son un interesante instrumento para realizar diversos estudios. Uno que falta por aplicar de manera amplia –el trabajo referido sólo lo hace en el caso de una Escuela Secundaria privada de la Ciudad de México-, es cómo se colocan en la estratificación socioeconómica. Conocemos treinta apellidos, encabezados por Slim, que controlan la vida económica del país, pero conocer en detalle cómo va descendiendo la cascada hasta llegar a los pobres, con nombre y apellido, es una tarea por realizar.

Ya no busque más los escudos de armas en ultramar, búsquese en el Registro Federal de Electores y en estudios como el citado: ahí posiblemente estará más cerca de encontrar parte de su identidad.

lunes, 30 de mayo de 2011

Las necesidades

En semanas pasadas, el investigador de El Colegio de México, Julio Boltvinik, escribió una serie de artículos sobre diversos autores que han trabajado la Teoría de las Necesidades. No tendría mayor importancia el punto si no fuera porque el tema está enfocado a presentar una perspectiva no económica para explicar cómo el ser humano obtiene sus satisfactores y cómo muchos individuos y grupos, en respuesta a sus necesidades, se han quedado en la supervivencia y la pobreza.

Boltvinik realiza una detallada revisión de varios textos de la psicología experimental y humanista, así como la obra de un viejo conocido: el antropólogo Bronislaw Gaspar Malinowski. Repito, la lectura hubiese pasado a cualquier archivo mental, pero coincidentemente esta semana nos llegan noticias del número de pobres en Quintana Roo, según el INEGI: 131 mil 468 habitantes son pobres extremos, el 10% de la población total de la entidad. Esto hace pensar sobre la pertinencia de la lectura.

Abraham Maslow, Edward Deci y Richard Ryan son los psicólogos que revisa el investigador del Colmex, señalando que Maslow fue influenciado por la antropología social malinowskiana para crear la corriente de psicología humanística, la cual se enfoca a la autorrealización, a la salud, a la creatividad, al desarrollo del ser y a la existencia humana.

Los estudios de Deci y Ryan son recientes y arrancan de situaciones contemporáneas: la violencia como lugar común, la alienación y falta de afecto de las personas, la obesidad y la anorexia como epidemias y la irresponsabilidad como algo generalizado. Aquí ya no funcionan los controles, la autoridad está rebasada. Ante ello surge la distinción de dos tipos de conductas humanas: la controlada y la autónoma.

En la controlada, se ubican las personas alineadas, sumisas y obedientes; en la conducta autónoma se pueden encontrar a las personas que asumen su actividad con un sentido de interés y compromiso, son personas auténticas.

Posteriormente, Ryan y Aislinn Sapp desarrollan el concepto de bien-estar, la cual se basa en la Teoría de la Autodeterminación. Sobre la satisfacción de necesidades psicológicas el ser se desarrolla. Pero estas necesidades y su satisfacción intrínseca están en relación con un entorno cultural, social. La felicidad del ser no se queda en lo hedónico; necesariamente lo psicológico está ligado a lo biológico, a lo que se necesita para nutrirse. Si existe una privación de bienes, llámese agua por ejemplo, se presenta una “degradación del crecimiento y deterioro de la integridad”. Esto es ya perfectamente medible para entender al individuo y a su grupo. Por lo tanto, son las condiciones sociales las que facilitan o impiden que el bien- estar se logre.

La Teoría de la Autodeterminación junta determinantes psicológicas y físicas y toma en cuenta las condiciones sociales que, en conjunto, permiten el “crecimiento psicológico óptimo, integridad y bienestar”. Del otro lado se encuentra la desmotivación, la degradación y la infelicidad, las cuales se transforman en pobreza, que a la larga mata.

Los nutrientes psicológicos para que los seres puedan prosperar, resume Boltvinik, son autonomía, aptitud y sociabilidad. Es decir, capacidad a autorregular las acciones propias, propensión a sentirse capaces de lograr resultados y estar conectado socialmente.

Entonces ya podemos llegar a primeras conclusiones. Deben ser las mismas sociedades las que promuevan esos nutrientes. Todo está en que sean felices y tengan cubiertas sus necesidades. Lo que falta por agregar son otras condiciones existentes, como la discriminación, y otras facetas de la intolerancia que impiden ser felices, desmotivan y degradan. La frustración y la fragmentación pueden ser indicadores que también contribuyen a la pobreza.

Una de las tesis fundamentales de la citada Teoría que reseña Boltvinik es que “la razón por la cual las personas están dispuestas a adoptar e internalizar los valores culturales de su medio, es que al hacerlo así satisfacen necesidades”. ¿Cómo podríamos aplicar esta tesis en sociedades indígenas, hoy tendientes a una hibridación? Se requieren reforzar muchas áreas: autoestima e identidad, entre otras. Las culturas y las estructuras económicas no son iguales, así lo menciona el relativismo cultural y eso puede justificar para muchos un estado de cosas.

En la segunda parte del análisis destaca el reconocimiento que hace a la antropología social y, especialmente, al antropólogo polaco Malinowski. Por esa sorpresiva referencia al autor de Los argonautas del Pacífico sur es que hubo que desempolvar aquel texto de 1944, titulado Una teoría científica de la cultura.

Aquel padre del funcionalismo antropológico elaboró también una concepción de las necesidades, partiendo, dice Boltvinik, de una visón biologicista.
“Tenemos que basar nuestra teoría de la cultura en el hecho que todos los seres humanos pertenecen a una especie animal. El hombre como organismo tiene que existir en condiciones que no sólo aseguren la sobrevivencia, sino que permitan un metabolismo sano y normal. Por naturaleza humana, por tanto, entendemos el determinismo biológico que impone a toda civilización y a todos los individuos la realización de ciertas funciones corporales como respirar, dormir, descansar, nutrirse, excretar y reproducirse.”

Malinowski elabora una serie de secuencias vitales que “se encuentran incorporadas a todas las culturas”. A es la columna de impulso, B de acto y C de satisfacción. Pongo tres ejemplos: al impulso de respirar, corresponde el acto de inhalar oxígeno y con ello se satisface la eliminación de CO2 en los tejidos. Al impulso de hambre, corresponde el acto de ingestión de alimentos para satisfacer la saciedad. Es evidente que la imaginaria tabla se refiere a la satisfacción de impulsos individuales.

Para pasar a lo social o cultural, el antropólogo elabora dos columnas, donde en una están las Necesidades básicas y en otra las Respuestas culturales. Van otros tres ejemplos: a la Necesidad del Metabolismo, corresponde la Respuesta del Aprovisionamiento; a la Necesidad de la Reproducción, corresponde la Respuesta cultural del Parentesco y a la Necesidad de Salud, corresponde la Respuesta de Higiene.

De esta forma se puede observar que la cultura tiene un valor para la supervivencia biológica. En la medida en que el ordenamiento de las necesidades aumenta y se ordenan, se pasa de las Necesidades básicas a las Necesidades derivadas o imperativas. En este sentido, ya los imperativos tienen respuestas de otro orden. Por ejemplo, al imperativo de tener un aparato de útiles y bienes de consumo, la respuesta está en la Economía; o al imperativo humano para mantener las instituciones y proveer de conocimientos, se encuentra en la Educación.

Este ejercicio de Boltvinik permite la siguiente pregunta: si las necesidades se ordenan progresivamente, ¿en qué nivel queda la satisfacción de la necesidad artística? Es claro que en sociedades desarrolladas, donde la ingesta de alimentos, la salud y la vivienda están satisfechas, la posibilidad de acceder al arte ya es una necesidad básica; pero no sucede lo mismo con sociedades periféricas, como la nuestra, donde el disfrute de los bienes culturales se encuentra al final de la lista de las necesidades derivadas o secundarias.

Conocer y revisar estas teorías sobre las necesidades permite ver que no son únicamente los indicadores para el desarrollo, como los factores alimentarios, de capacidades y patrimoniales, los exclusivos a atender en el desarrollo social. No está de más conocer viejos y nuevos enfoques para tener una estrategia integral.

domingo, 10 de abril de 2011

El relevo

En un discurso dictado en 1973, durante la clausura de un evento de las juventudes priístas, Jesús Reyes Heroles decía: “Las nuevas generaciones están desempeñando un papel muy importante en la renovación o reforma política nacional, siguiendo lo que ya en México es una tradición: el entreveramiento de generaciones, su enlace, que ha permitido a nuestro país mantener la movilidad política, la continuidad y la innovación, conjugando los ímpetus juveniles con la seriedad y prudencia que da la experiencia”.

En aquel acto político, el ideólogo que pronunció esas palabras tenía 52 años de edad y quienes lo escuchaban rondaban entre los 20 y 25 años. Con el tiempo, varios de esos muchachos llegaron a ser gobernadores, diputados, senadores o dirigentes nacionales.

Años más tarde, en el 2007, en su discurso de toma de protesta como dirigente nacional de su partido, Beatriz Paredes se refería a lo saludable que era abrir las puertas a las nuevas generaciones. Ella había sido uno de aquellos destinatarios del discurso de Reyes Heroles. Además, Paredes Rangel había llegado a la gubernatura de Tlaxcala a los 34 años: sabía el significado de aquellas palabras. En ese contexto, el entreveramiento generacional tenía que ser apoyado, tratando de formar nuevas generaciones con una visión clara y comprometida sobre lo que debía ser el Estado mexicano del siglo XXI. Y subrayaba que esto era un asunto serio, que debía manejarse con responsabilidad, sin ningún oportunismo, y citaba a Reyes Heroles:

“Combatiremos cualquier barrera para el ascenso político de las nuevas generaciones; combatiremos barreras protectoras que impidan el descenso de los que, por incapacidad o falta de corrección en sus actuaciones, deban descender…”.

“… No creo en los conflictos generacionales. Casi siempre los conflictos generacionales encubren conflictos reales, materiales, de la sociedad. A través de la lucha generacional se puede desviar la atención sobre los problemas fundamentales de México. Hay viejos que ven estos problemas y tratan de resolverlos; hay jóvenes que también se enfrentan a los problemas; hay jóvenes y viejos que resuelven su situación personal, se acomodan y olvidan los problemas de la sociedad mexicana. Jóvenes y viejos de este Partido debemos ocuparnos de los conflictos reales, que están en la entraña de nuestra sociedad, de las contradicciones no abordadas, de las injusticias no eliminadas, de los problemas que no se tocan por temor a los intereses creados y de las reformas que no se han emprendido por timidez y miedo a lo nuevo”.

Por haber mantenido durante muchos años el poder presidencial, de saber cómo son las sucesiones en los gobiernos y los tiempos biológicos de los gobernantes desde la época de Emilio Portes Gil, el PRI se permitía este tipo de reflexiones. No significa que otros partidos políticos no hayan pensado sobre este tema, pero el pequeño detalle es que no han contado con el tiempo de poner en práctica el relevo generacional en el poder público. Sería interesante conocer qué opinaban sobre ese punto Manuel Gómez Morín o Heberto Castillo Martínez.

Toda esta remembranza tiene que ver con el reciente traspaso de estafeta en el gobierno estatal de Quintana Roo.

Quintana Roo, un estado joven -de la misma edad que Baja California Sur-, ha tenido siete gobernadores. Jesús Martínez Ross gobernó de 1975 a 1981 y tenía 40 años de edad cuando llego a la gubernatura. Pedro Joaquín Coldwell de 1981-1987, contaba con 30 años cuando protestó como gobernador. Miguel Borge Martín de 1987 a 1993, había cumplido 43 años de edad cuando asumió el poder. Mario Villanueva Madrid de 1993 a 1999, tenía 44 años cuando llegó a ser el cuarto gobernante. Joaquín Hendricks Díaz de 1999 a 2005 fue gobernador y tenía 47 años cuando protestó como gobernante. Félix González Canto gobernó de 2005 a 2011 y contaba con 36 años de edad cuando asume el gobierno estatal. Y el séptimo gobernador electo de Quintana Roo es Roberto Borge Angulo quien gobernará del 2011 al 2016; tiene 31 años de edad.

Si las generaciones biológicas se miden cada 30 años, nos encontramos exactamente en un relevo en el poder y en la llegada de una nueva generación de políticos. Los primeros gobernantes de la entidad tienen la edad para ser, simbólicamente, los padres de los jóvenes que llegan a la administración pública.

Roberto Borge, el nuevo Gobernador de Quintana Roo, tiene la responsabilidad de mostrar que los jóvenes están preparados para resolver los problemas de una sociedad cada vez más compleja. Conoce los retos que tiene que enfrentar: seguridad, competitividad, educación, adicciones y el desarrollo armónico de las regiones. Y también preveer los retos que traen las contingencias climáticas y el comportamiento de la macroeconomía nacional y global; para lo primero, necesitará una bola de cristal y todo el ímpetu; para lo segundo, una precisa prospectiva que le permita controlar escenarios. Él lo sabe.

También seguramente conoce que la forma de gobernar para dirigir, controlar y administrar los recursos y las instituciones tiene sus resultados. En cierta ocasión un político me explicaba el secreto de la forma de gobernar. Decía que una cosa es saber a qué estas obligado y otra es saber marcar un estilo, poner tu sello. Y lo ejemplificaba: “Tirar chapopote y tender líneas de agua y luz, es la obligación de cualquier gobernante; pero saber cuál es el área de oportunidad o los temas sociales que te diferenciarán o te distinguirán de otros gobernantes, es la parte creativa y la que finalmente te dará la calificación en lo inmediato y a largo plazo: es intentar un paradigma”. Ese político que hablaba está arriba de los sesenta años y es la generación de la experiencia. Ahí podría estar un ejemplo de las palabras de Jesús Reyes Heroles y el entreveramiento generacional.

Las formas de sucesión del poder tienen su historia. En viejos tiempos mexicanos, desde Acamapichtli hasta Cuauhtémoc, pasando por Itzcóatl, Axayácatl, Moctezuma y otros tlatoanis mexicas, el poder se heredaba a través del linaje. Pero dos atributos debían poseer estos gobernantes: el conocimiento de los rituales para un gran panteón de dioses y con ello garantizar la estabilidad y bienestar de su pueblo y tener las cualidades de un buen guerrero.

O también podemos citar la antigua tradición de Europa occidental, desde Julio César Augusto hasta Carino, pasando por Tiberio, Claudio, Tito, Trajano, Marco Aurelio y otros, donde el acceso al poder se daba a través de la elección del Senado, el cual estaba compuesto por los patricios. Aunque el trono no podía ser heredado, casi siempre los césares influían en quiénes podían sucederlos. Las principales cualidades eran conocer el Derecho romano y ser buenos estrategas militares, aunque también hubo una época de anarquía, donde estas cualidades y las formas no se respetaron.

Pero estamos en el México posmoderno iniciando la segunda década del siglo XXI y hablamos de un relevo en el poder en Quintana Roo, donde las tendencias de diverso orden de la creciente cibersociedad, sean económicas, tecnológicas, educativas, culturales, ambientales, demográficas y de bienestar en general, requieren mantenerse en sintonía con las formas democráticas de la política. Es deseable que así sea para que vaya, “junto con pegado”, una adecuada pauta y una puntual lectura de la realidad y las necesidades de una joven entidad, tremendamente dinámica y exigente.

domingo, 13 de marzo de 2011

El caribeño II

Ahora es común hablar del Caribe mexicano, pero antes de Cancún, solamente los isleños y los del sur sabían de este mar. Lo conocían porque ahí pescaban, navegaban y en su costa vivían, secaban la carne del coco y compartían historias en la soledad, en el aislamiento.

Esta parte de la Península es una fracción de la parte continental de la cuenca del Caribe que tenía muy deshabitadas sus costas e islas hasta antes de la Guerra de Castas. A lo largo de estos últimos 150 años, sus habitantes se habían comportado y organizado de varias formas: extraían esponja, pescaban tortugas, especies de escama y caracol o en sus costas cortaban palo de tinte y obtenían copra. Y más cercanamente en el tiempo, colocaban trampas antillanas y de sombra para capturar langostas; mientras, en el interior, los mayas cortaban caoba y extraían la resina del chicle.

Fidel Villanueva, el caribeño que no únicamente sabe de pesca y agua potable, nos ayuda a recordar cómo se repoblaron las islas del Caribe mexicano: “Todo mundo pasa por acá a partir del 13 de marzo de 1848 con la toma de Valladolid por los mayas. Pobres y ricos huyen como pueden y así llegan encuerados hasta El Cuyo. Los batallones de Mérida se habían desbalagado. Barcos de Cuba y de Campeche acarreaban gente, otros vienen a pie y otros nadando por la costa. Buscaban las islas porque los mayas no tenían barcos y es así como llegan a fundar el pueblo de Isla Mujeres. En 1866 los militares realizan un censo, habían 427 habitantes en la isla; ya se daba una consolidación, una estabilización de la población, porque acá llegaron a haber 1,800 personas, pero muchas emigraron a Cozumel o al lado inglés (Belice) durante la guerra”.

Antes del decreto de creación del estado de Quintana Roo, en 1971, cuando se construyó el primer hotel de Cancún, era muy diferente el paisaje y la actividad de los hombres y mujeres del mar y del interior. Entonces, poco más de 88 mil seres se asentaban en el Caribe mexicano y de ellos, el 78 % se localizaba en la selvática zona centro y en la delegación de Payo Obispo. Actualmente las proporciones se han invertido: el norte continental y las islas representan el 72 % de la población total y la actividad económica preponderante dejó de ser la pesca y el comercio.

El arribo del turismo a las islas fue gradual. En un inicio los visitantes eran regionales y algunos norteamericanos que aprovecharon la infraestructura aeroportuaria que habían instalado los estadounidenses en la isla de Cozumel para patrullar el Caribe durante la Segunda Guerra Mundial. “Llegaron a partir de que se abrió la carretera de Chemax a Puerto Juárez, la cual se inició entre 1950 o 53 y para 1956 ya la terrecería estaba lista. Eso hizo que a nivel regional la gente se acercara a espiar el mar. Antes había canoas que para Semana Santa promovían viajes de placer a Holbox o Isla Mujeres, partiendo de Progreso, Yucatán. Era un turismo regional, no de masas”, recuerda el Cronista de la isla. “Venían por la comida típica y las playas. Pero hay que señalar que eso trajo al principio un impacto psicológico en los isleños: la gente pernoctaba, se quedaba, y ellos se sintieron desplazados en sus espacios, se sintieron invadidos en su intimidad, porque antes los únicos caminos eran los del mar”.

La presencia de los primeros turistas incrementó la población de las islas de manera exponencial. “En 1950 había 645 habitantes; para 1960, diez años más tarde, se registran 2,225 habitantes en Isla Mujeres: la carretera los trajo”. Para Fidel Villanueva, son los albores de los 70s los que marcan el desplazamiento de las actividades tradicionales por el turismo: “Para 1974 se crea la primera colonia popular y poco antes se había inaugurado el primer gran hotel, el Zazil-ha. La fisonomía del pueblo pesquero de 1850, comenzó a cambiar”. En este nuevo modelo económico “mucho mérito tuvo José Jesús Lima y sus contactos con Miguel Alemán, Lázaro Cárdenas e importantes inversionistas”.

La historia turística de la isla está ligada a la historia política de otra isla vecina. Hubo factores que hicieron que el turismo se “desviara” al naciente Cancún y a las islas. “Don José Lima tuvo la visión de iniciar con las inversiones, pues observó lo que sucedía con la revolución de Fidel Castro, lo de la crisis de los misiles del 62…, los norteamericanos ya no iban a Cuba; fue cuando empezó todo esto del turismo: fue el darle a los gringos una alternativa a tiro de piedra. Y así es como don Pepe le compra a don Ausencio Magaña, un señor que vendía paletas, la Punta norte de la isla en 80 mil pesos para poner lo que hoy es el hotel Avalon”.

Y es así como se da la transformación de aquel Caribe: lo tradicional da paso a la modernidad, la pesca pasó a ser una actividad secundaria y el turismo comenzó a marcar el ritmo en el Caribe mexicano. “Eso es interesante. Ese cambio o rompimiento del que hablas tiene nombre y apellidos en una isla donde todos nos conocíamos. Los Magaña representaban la actividad pesquera, marítima, y los Lima a los turisteros”.

Mientras Fidel simplemente tomaba agua y su interlocutor mojito tras mojito, transcurría el mediodía viendo pasar yates y veleros que se dirigían al puerto de abrigo, aventando sus olas a la semihundida Sultana, la hermanita de la ya desaparecida La novia del mar, naves emblemáticas de Isla Mujeres, de otros tiempos.

El Cronista por momentos meditaba, hacía pausas, como recordando datos que amigos como Tere Gamboa o Michel Antochiw le han proporcionado para enriquecer los archivos que avalan sus palabras. “Mi pasión, además del mar, ha sido la investigación histórica, la recopilación de datos. Después de leer aquellas Biblias varias veces, un día en la secundaria el profesor Salvador Lizárraga me dijo: ‘óyeme Fidel, por qué todo el tiempo andas con esos libros, se burlan de tí, nunca vas a entender a Dios’. Y me dio un libro que por ahí has de tener entre los tuyos. Eso me influyó, y desde entonces definí mi personalidad; me olvidé de la religión, y de Dios sólo me acuerdo cuando estoy a once mil metros de altura o cuando me he extraviado en el mar”.

En 1990 se había llegado a un balance poblacional entre el norte y el sur-centro de Quintana Roo, pero a partir de ese año el fiel comienza a deslizarse hacia donde la industria turística se ha desarrollado. La población se desplazó, también la economía y para varios observadores, el poder hace lo mismo. Por eso hay que escuchar a ellos, a los que vivieron otros tiempos. Cierto, tienen cierta nostalgia en su hablar, pero solo así podemos entender el lugar donde vivimos.

Fidel, el caribeño, sabe de este mar, de estas tierras: de los asentamientos mayas de la costa y de los canoeros que iban hasta Honduras, de los discípulos de Henry Morgan y de cómo llegó el turismo a su isla. Pero sobre todo, sabe de cómo se extraía la esponja por Isla Contoy, cuándo se comenzó a capturar la tortuga con redes, cómo los isleños intercambiaban con los cubanos sardina para carnada por anzuelos hechos en Oslo, Noruega; pero principalmente, sabe cómo quema el sedal cuando el mero de diez kilos se quiere escapar.

domingo, 6 de marzo de 2011

El caribeño

Mientras lo escuchaba hablar, allá en El Varadero de Burgos, recordaba aquellos testimonios que recogió Luis María Gatti cuando preparaba la exposición La vida en un lance y el libro Obreros del mar. Eran esos años de la primera mitad de los 80s, cuando la cultura popular amplió su campo conceptual y de trabajo a los pescadores.

El testimonio de él, así como fue registrado el de Rafael Burgos, José Magaña y Buenaventura Delgado de Isla Mujeres, Juan Rivero de Xcalak y Satur Coral de Holbox, debió ser objeto de aquel equipo de investigadores que integró Guillermo Bonfil y Lourdes Arizpe para recorrer los litorales del país y conocer a los que “agarraban pescados”, secaban el coco, sembraban chinchorros y que lo hacían por necesidad y con pasión.

De esos hombres y mujeres del Caribe quedan pocos. Ya las nuevas actividades turísticas los han atarrayado o las especies cada día están más lejos y escasas. Fidel Villanueva es un caribeño de aquellos tiempos.

Propicié el encuentro porque me parecía que el chetumaleño reunía algunos procesos de la vida en la costa, tenía la cualidad de sumar a la anécdota el dato que le da la tarea de organizar la microhistoria y por el simple hecho de recordar a aquellas familias pioneras de los últimos años del Territorio Federal y de los primeros del Estado.

No nació en la isla donde ahora vive, sino en la costa sur de Quintana Roo. Su padre, Fidel Villanueva Martínez, fue agricultor y hombre de mar que, desde tempana edad, se llevó a la familia a vivir a Río Wach, abajito de Mahahual. “Ahí estábamos en la costa, en un cocal del tío Valerio Rivero, que fue Prefecto Político en tiempos del Territorio. Ahí estuvimos haciendo copra, pesca y agricultura detrás de la costa, aprovechando la sabana, hasta que llegó el Janet…”.

Entre sembrar y cosechar papayas, sandías y plátanos, bajar cocos y pescar boquinetes, chakchí, caracol y langostas en un bote de vela, así pasó la familia buenos años “El cocal daba veinte toneladas de copra al mes, el tío le hacia un buen pago a mi papá. También vivíamos de playar hule y lacre, eran años posteriores a la guerra (Segunda Guerra Mundial). Todo eso se recogía y se vendía al doble del precio de la copra. Se tenían ingresos extras. Recuerdo cuando mi padre escarbaba con un alambre algunas nueces de coco, les hacía una ranura, ponía nuestros nombres y las metía en un enorme baúl: eran cocos rellenados con monedas de oro y plata..., pero todo desapareció con el Janet y eso nos obligó regresar a Chetumal, bajo un techo de paja, hacinados, y comiendo durante meses plátano verde del sembradío del abuelo Chono que respetó el huracán. A partir de ahí empezó una vida sumamente difícil y muy pobre”. Es de imaginarse la angustia de Efigenia Madrid Santín protegiendo a la familia del silbante viento y el hambre.

Fueron años donde atarrayar chihuas en la bahía y vender las sartas, era la forma de sobrevivir. “Lanzando la tarraya desde el muelle fiscal hasta el rancho de Lucio Osorio, así nos manteníamos en esa época de ruina”.

La magra economía se complementaba con otras actividades humildes, pero honestas: “Vendí pepitas, limpié zapatos, vendí chicles en el cine Ávila Camacho, en el Aguilar, descalzo, con la ropa abierta…, y así te vas proponiendo hacer algo, ser alguien”. De esta forma lo describe Fidel, hombre que conserva el color de la piel tostada por el sol de la costa y que nos pone a pensar en las penurias que pasaron los chetumaleños luego de que su ciudad y la costa fueran destruidas por un meteoro.

Ya con catorce años cumplidos, el ahora Cronista de Isla Mujeres, practicó la albañilería, apicultura, “forrador de autos”, carbonero, sacapiedras, calero…, era el hijo mayor de trece hermanos y sobre él se cargaban muchas responsabilidades. Pero llegaron los años del estudio, las oportunidades y la superación. El hombre se aleja de las aguas saladas y sus pescaditos y se transforma en un experto en el agua dulce, en el agua potable. Con estudios de educación secundaria logra colocarse como ayudante de químico en la planta de agua potable de Chetumal.

“Miguel Villanueva Sosa me empezó a enseñar a destilar agua y luego aprendí mucho de colorimetría, hacer análisis fisicoquímicos y bacteriológicos y demás. Lugo estudié para mecánico y electricista, que era lo que se requería en la planta con tantos motores y bombas y sistemas electromecánicos un tanto complejos”. A los 17 años ya era jefe de la planta y de la zona de pozos y para 1974, el año de la creación del estado de Quintana Roo, él logra ser el supervisor de sistemas de agua en toda la entidad.

Fue así como, con un buen cúmulo de experiencia y conocimientos, deja su región, su lugar de origen, y se traslada a Isla Mujeres en 1980. Va como responsable de la gerencia del sistema de agua potable de la Isla, se lo había pedido Pedro Joaquín y él, bien disciplinado, comienza una estancia y un trabajo que lo llevaría años después a la Presidencia Municipal.

Fidel llega a la isla cuando se vivían momentos convulsos. Los jóvenes isleños de la cooperativa pesquera Patria y Progreso se rebelaban al control que había ejercido durante mucho tiempo una familia. Así se registra parte del testimonio de Rafael Burgos en el libro Obreros del mar: “Cuando empezó la lucha de los pescadores, yo dije que participaría en esa lucha. Era el momento de tomar una decisión y de que nosotros los jóvenes cambiáramos la vida de este pueblo, que hagamos de las cooperativas lugares de trabajadores, de obreros del mar y no cooperativas de caciques ni de dictadores”.

En esas condiciones políticas, Fidel no llega a un lecho de rosas. “Me vine a hacer cargo del sistema; me acuerdo que me lo entregaron a balazos, así eran esos tiempos. Aquí la cosa estaba caliente, era el rompimiento, era un parteaguas en la pesca y, de cierta forma, la eterna lucha entre los turisteros y los pescadores”.

Ya establecido, atendiendo el suministro del agua que se trae entubada de la parte continental, de la facturación y los servicios domiciliarios, al parecer a Fidel le comienza a atraer la historia del lugar. Inicia una interesante etapa de rastreo de documentos en Chetumal, en Mérida y en el Archivo General de la Nación, para conocer en dónde estaba parado y exponer a los isleños los orígenes y lo hechos de la historia cotidiana. El de atender la lectura y buscar causas ya lo traía desde que era niño cuando leyó dos veces la Biblia de los adventistas, y una y media vez la Biblia de los católicos. Así comenzó su pasión por la historia, recuerda el isleño, el caribeño.

domingo, 13 de febrero de 2011

La tesis de Amaya

Ella será la culpable de que ahora siempre trate de encontrar la perspectiva. Al inicio parecía que las ciencias exactas y el racionalismo habían triunfando sobre mi parte contemplativa. Eso me preocupó, más cuando observaba que en el neo-expresionismo no se juega claramente con puntos, líneas y polígonos. Al final, respiré tranquilo.

“La Amayita” -como le dice su jefe-, ya se tituló de matemática. Le sobra inteligencia y tiene una cierta candidez al opinar; nunca la escucharé cáustica. Me cae muy bien.

La nieta de refugiados republicanos, de alemanes, suizos y yucatecos, hizo una tesis que aún no termino de asimilar del todo y eso me obliga a releerla. Pero de lo que entendí en la primera lectura, me atrevo a escribir. Advierto: no son mis terrenos.

El trabajo me llamó la atención porque está aplicado a la pintura. Se trató de tener como referencia dos obras pictóricas para explicar la aplicación de la óptica geométrica en el arte, la perspectiva, en otras palabras.

Para lograr lo anterior, la joven matemática revisa la historia de la visión, la percepción y la representación pictórica. Se remonta a la obra de Marco Vitruvio Polión, al concepto griego de logos optike y al mismo Plinio y su Historia Natural, donde rebate a los egipcios que aseguran que las “razones de la visión” se ubican miles de años antes de que apareciese la pintura en Grecia: Plinio menciona a “Siciona o Corinto como los lugares donde se descubrió la práctica de la pintura… al dibujar el contorno de la sombra proyectada por un hombre”. En lo personal, me remito a las pinturas en las cuevas de Altamira y aunque no recuerdo la figura humana, y sí del bisonte, ya había un registro de la visión, pero sin ser bidimensional.

En esa primera parte de la tesis también se utiliza el texto Óptica de Euclides. Aquí es donde aparecen los elementos de la óptica geométrica: líneas paralelas, líneas ortogonales y líneas diagonales. Estos elementos, dice Amaya, junto con el uso de sombras y zonas más iluminadas, constituyen el naturalismo óptico: de todos los elementos sumados, resulta un punto de vista o sistema perspectivo. Por ahí menciona que esos elementos euclidianos permiten objetos bidimensionales, pero debido a las leyes de la óptica y a los procesos de percepción de nuestra visión son transformados en sólidos tridimensionales. Aquí está el reto y el talento de los grandes pintores posteriores al siglo XV.

En esta parte del escrito hay citas rescatables y de especial significancia en el contexto de la retórica aristotélica o del ars poética de Horacio: “Nuestra reacción ante el próximo amanecer es diferente si se nos dice que será una mañana del color de un cielo rosado, a que si escuchamos que será un cielo colorado”. O a Simónides: “la pintura es poesía muda, la poesía es una pintura que habla”. Retórica e imagen.

En la segunda parte aparece León Battista Alberti, un pensador del siglo XV, quien decía, entre otras cosas: “el propósito de la perspectiva es reproducir lo que está frente al ojo: el pintor se ocupa de representar lo que puede ver” o “lo real deberá parecer tan real como le sea posible”. Es en el Renacimiento donde se da la geometrización de la pintura y con ello tratar de tener una copia naturista de la apariencia.

Alberti se ocupa de la perspectiva, “de ver claramente”. Con constantes referencias a los axiomas y postulados de Euclides, el genovés dice cosas como: “Un punto es un signo que no se puede separaren partes”, “Puntos dispuestos en fila de manera continua forman una línea”, “Muchas líneas unidas, como hilo en una tela, dan lugar a una superficie”. También habla del contorno de la superficie y a los tres tipos de superficies: la uniforme y plana, la hinchada y esférica y la hueca y cóncava. Y estas superficies están relacionadas con los cambios de posición e iluminación. Todo esto se juzga a través de la visión.

Es aquí donde la matemática Amaya comienza a urdir la trama sobre la que apoyará posteriormente sus ejemplos explicativos y comprobatorios. El arquitecto, sacerdote y teórico del arte Battista Alberti le da unas herramientas, otras se las dio Euclides, Al-Kindi, Erazmus Witelo y John Pecham. Aparecen los rayos y la pirámide visual, el elemento geométrico llamado cuadrivio y todo ello para hablar de la superficie de la pintura. Un cúmulo de elementos difíciles de explicar y que se acompañan de diagramas. Ya aparecen las matemáticas.

Es un capítulo clave del documento y rico en información. Aparecen Platón y Sócrates para explicar la teoría de la semejanza entre un objeto y su representación: a describir una realidad, algo que también los científicos sociales deben manejar bien.

Para ilustrar y comenzar a aplicar la propuesta de tesis, la ahora matemática de la Facultad de Ciencias de la UNAM utiliza dos capítulos. Uno está dedicado a analizar La flagelación de Cristo, una obra pictórica de Piero Della Francesca y el otro capítulo analiza La Santísima Trinidad, un fresco del pintor Tommaso di ser Giovanni Mone Cassai, quien se hacía llamar Massacio.

En ambos casos, Amaya Olaizola despliega todo su instrumental para analizar con el método obtenido de los teoremas de Alberti las reglas de la perspectiva. Viene entonces un complicado análisis geométrico lleno de diagramas y fórmulas que sólo ellos entienden.

Al final, la matemática menciona que, a pesar del análisis de la geometría en las obras, la mayoría de los artistas no “maniatan” su creatividad a los postulados de los teóricos de la perspectiva. La hipótesis es que “el artista no se sujeta a los dictados de la teoría (porque) los tratados sobre perspectiva plantean todos los teoremas para un solo ojo, y esto conlleva a algunas limitantes en el trabajo del artista”. Más adelante, la científica menciona que “con el paso del tiempo y el surgimiento de otras corrientes pictóricas y nuevas disciplinas científicas se gestó una disyuntiva que prevale en nuestros días y que toca a la representación de la realidad a partir de dos visiones: por un lado, la que se plasma en un modelo geométrico y por otro, la proveniente de la sensibilidad del artista”. La epistemología en el arte no se ha agotado y se necesitó realizar un trabajo sobre casos del Renacimiento para demostrarlo.

Realizar un análisis de este tipo utilizando la óptica geométrica, una representación pictórica de luz y del espacio, como representación de la visión, no es frecuente. Utilizar teoremas, postulados, cálculos y fórmulas para aplicarse al arte, parecía algo de otro mundo totalmente incompatible. Hoy, gracias a la tesis de Amaya, observo que no es así. La realidad es una y puede tener diversas percepciones y representaciones, a pesar de que poseemos dos ojos; eso lo sabemos.

domingo, 23 de enero de 2011

El escritor II

Indudablemente lee y escribe, pero sus interpretaciones no son fieles a la partitura. Se toma libertades que no a todo el auditorio le parecen plenamente armoniosas. Así sucede con el ensayo Breve discurso sobre la cultura, de Mario Vargas Llosa, publicado en Letras Libres en su número 139.

En ese texto, el novelista peruano critica el concepto cultura que tanto a sociólogos y antropólogos les ha tomado 140 años en construir, y se conforma con percepciones del siglo XV, separando a las artes, específicamente a la literatura, de la cultura.

En otra parte de su ensayo, el autor de Conversación en la catedral, se esmera en cuestionar a dos pensadores franceses de la segunda mitad del siglo XX: a Michel Foucault y a Jacques Derrida, usando argumentos pueriles como jugadores de ideas y malabaristas de circo que “divierten y hasta maravillan pero no convencen”. Me parece que en este terreno, el que resulta un funambulista de las palabras es Vargas Llosa.

La crítica no es patrimonio exclusivo de una forma de pensar o de interpretar el mundo, mayormente cuando ésta toca el terreno filosófico, en ello es libre el autor del ensayo. Pero es extraño que en el terreno de la crítica literaria, el respetable novelista intente una paráfrasis, pero sin tocar lo conceptual, las construcciones intelectuales de sus víctimas. Tal vez los puntos de apoyo que encontró fue que es válido mezclar sentimientos e ideas para dar forma a un texto. Faltó fondo.

Pensar que la Cultura (con mayúscula) ha perdido jerarquía ante el reconocimiento de las culturas (en plural), es la parte inicial y motivacional del mencionado ensayo. El autor se va hasta el Renacimiento para localizar que, entonces, la cultura la integraba la literatura y las artes. Luego agrega que durante la Ilustración se le suman la ciencia y los descubrimientos. Para Mario Vargas Llosa la cultura se define a partir de los “rangos sociales”, entre los que la cultivan y la enriquecen con sus aportes; por el contario, aquellos que “la despreciaban o ignoraban” eran los excluidos social y económicamente: toda una visón clasista de la cultura. Él conoce los significados de la cultura hegemónica y las culturas subalternas y también muestra filiación al Romanticismo del siglo XVIII.

Por lo tanto, la cultura es un ente al que el individuo tiene que acceder y del resultado del intento quedan los cultos y los incultos. La visión acumulativa de conocimientos y habilidades es la cultura, según el escritor peruano. De esta forma, sólo aquellos que perciban el manejo de los tiempos y narradores de Faulkner, comprendan la perspectiva en Velázquez, conozcan la ópera sobre el poeta y caballero Tannhäuser o se comuniquen con dios en varios idiomas -como aquella parábola de Monsiváis-, son cultos; los otros son un depravado resultado del “empastelamiento” que han hecho los antropólogos para entender y respetar a las sociedades “primitivas”, la cultura popular.

“Una cosa es creer que todas las culturas merecen consideración…, y otra, muy distinta, creer que todas ellas, por el mero hecho de existir, se equivalen”, menciona Vargas Llosa.

Nuestra concepción de cultura, esa que incluye a la diversidad, no es “angelical”, ni una forzada igualdad horizontal. Tampoco es concebible que la Cultura (individual, refinada y decimonónica) sea la meta a alcanzar de todos los pueblos, ni tampoco se ha disfrazado el concepto de cultura para integrar a los incultos.

En la antropología, la visión evolucionista de la cultura, esa que afirma que es global y general, perdió brillo desde tiempos de Franz Boas, allá a principios del siglo XX. Este antropólogo propuso que cada cultura es particular y no necesariamente debe recorrer un solo y mismo camino: es pertinente conocer la historia de cada cultura.

Después vinieron otras seis escuelas teóricas con sus definiciones, hasta que llegó la de Clifford Geertz, quien con notoria influencia weberiana, nos dice que la cultura es un sistema ordenado de significados y símbolos en cuyos términos tiene lugar la integración social. Es una propuesta que busca las formas que nos comunican, perpetúan y desarrollan nuestro conocimiento y actitudes hacia la vida. La cultura no pertenece a nadie en particular, es un producto social que requiere ser interpretada para entenderla.

Es complejo hablar de cultura, pero no por ello la debemos reducir a lo más simple. El reto es conocer la complejidad y ordenarla.

En el ensayo, que en su encabezado se presenta como una defensa de “la educación humanística y la capacidad que la literatura y la alta cultura tienen para transformar la vida…”, el merecido ganador del Nobel de Literatura cuestiona a Foucault y a Derrida.

Luego de ver en la televisión francesa un reportaje sobre la violencia interétnica en una escuela de un suburbio parisino, Vargas Llosa da un brinco para relacionar las imágenes y las declaraciones con la situación actual de la educación y específicamente la del maestro. Para ello, utiliza como puente y culpa a Michel Foucault.

Vargas Llosa señala que el filósofo sostenía que la enseñanza, junto con “la siquiatría, la religión, la justicia y el lenguaje” son parte de las estructuras del poder y que tiene la finalidad “de reprimir y domesticar el cuerpo social” y que esa postura, en el contexto de los movimientos sociales de 1968, tenía como propósito cuestionar a la autoridad. Afortunadamente, para el novelista eso no prosperó: “no acabó con la autoridad”, pero tuvo efectos negativos en la educación al despojar al maestro de credibilidad.

No sé que ensayo habrá leído Vargas Llosa, sospecho que Los intelectuales y el poder, porque ahí hay una referencia al mayo del 68. Pero en ese texto el filósofo precisamente habla de la negación del intelectual de colocarse delante de las masas, y, por el contrario, localizar las formas del poder –en el saber, en la verdad, en el discurso- para elaborar un mapa, una microfísica de éste. Esas masas no tenían necesidad de conocer cuáles eran las formas de dominación, las conocían.

En su pequeña obra Microfísica del poder, Foucault dice que "el poder no es un fenómeno de dominación masiva y homogénea de un individuo sobre los otros, de un grupo sobre otros, de una clase sobre otras; el poder contemplado desde cerca no es algo dividido entre quienes lo poseen y los que no lo tienen y lo soportan. No está nunca localizado aquí o allá, no está nunca en manos de algunos. El poder funciona, se ejercita a través de una organización reticular. Y en sus redes circulan los individuos, quienes están siempre en situaciones de sufrir o ejercitar ese poder, no son nunca el blanco inerte o consistente del poder ni son siempre los elementos de conexión. El poder transita transversalmente, no está quieto en los individuos".

Y así continúa el escritor. Luego le toca a Jacques Derrida, discípulo de Foucault. Apoyándose en un texto de Gertrude Himmelfarb, acusa al estructuralismo de Foucault y el deconstruccionismo de Derrida de “corrientes del pensamiento… frívolas y superficiales comparadas con las escuelas tradicionales de crítica literaria e histórica”.

El autor de La Fiesta del Chivo entiende por deconstrucción el “desmontar unos objetos verbales cuyo ensamblaje se considera, en el mejor de los casos, una intensa nadería formal, una gratuidad verbosa y narcisista…, es hacer de la crítica literaria una monótona masturbación”. No entendió a Derrida.

Derrida requirió comprender en detalle a J.J. Rousseau y a Ferdinand de Saussure para agregar ese nuevo concepto, fue una propuesta filosófica y lingüística para usos literarios. Se requería explicar la construcción de un concepto “desde la perspectiva histórica y acumulaciones metafóricas o metonímicas. De esta forma, la significación de un texto –periodístico o novela-, se puede ver que es resultado de “la diferencia entre las palabras empleadas, y no en referencia a las cosas que representan”.

Es cierto, muchas veces los asuntos académicos congelan y hacen abstractas las obras que se apoyan en la imaginación y se les priva de “su poderosa fuerza vital”. También es innegable que Mario Vargas Llosa es un osado intelectual responsable e inteligible. Pero, en este caso, no estuve de acuerdo con él y por ello, prefiero seguir leyendo su estupenda novela El sueño del celta.

domingo, 9 de enero de 2011

El escritor

Leí la entrevista en Perú21 del 3 de enero y entonces me animé a escribir sobre él. “Le encuentro faltas garrafales desde el punto de vista de cultura lingüística, y se las digo, premio Nobel y todo. Y es un gran escritor porque el genio no tiene nada que ver con la gramática. Vargas Llosa es un gran escritor, pero tuvo una formación mediocre”. El golpe de Martha Hildebrandt, la especialista en lingüística estructural, fue duro, seco, y parecía oportunista e inexplicable. Pero esa no era la primera crítica que recibía Mario Vargas Llosa.

En semanas pasadas, conversando con el escritor Carlos Torres, comentábamos el otorgamiento del Nobel al nacido en Arequipa. Hablamos breve y elogiosamente de algunas de sus obras, como La casa verde, La guerra del fin del mundo, Historia de Mayta y La Fiesta del Chivo. Nunca cuestionamos la calidad de esas novelas, mucho menos encontramos “faltas garrafales”, tal vez por no tener las herramientas de Hildebrandt, quien seguramente no estudió en “escuelitas de Cochabamba y Piura”.

En lo que sí coincidí con Torres fue que no era de nuestro agrado la postura política de Vargas Llosa y que en el género de ensayo el ganador del Premio Príncipe de Asturias cometía ligerezas, interpretaciones que no se podían dejar pasar.

Sobre el primer punto, comentamos que eso puede ser algo menor ante la monumentalidad de sus novelas, que finalmente eran posturas respetables, tal como sucedió con Jorge Luis Borges, el argentino autor de los poemas El Cómplice, Nubes, Poemas de los dones y El Golem y que merecía el Nobel que nunca le fue otorgado.

Pero en lo que sí no cedimos fue en estar en desacuerdo con algunos puntos de vista del novelista sobre otros escritores, lingüistas o filósofos que merecen respeto, por sus obras y por sus propuestas. El peruano es muy atrevido y da a sus palabras escritas tal contundencia como los marros que tiraron el Muro de Berlín; no sé si lo hace de esa manera por saber que los muertos no pueden hablar, ni rebatirlo.

La conversación con Carlos Torres terminó esa tarde con el préstamo de Las huellas de la voz, una obra antológica de Juan García Ponce publicada en el año 2000. “Lee el ensayo La ignorancia del placer. A ver que te parece”, sugirió el amigo. Luego de la lectura de ese ensayo, de la crítica de Hildebrandt y de releer un artículo de Mario Vargas Llosa titulado Breve discurso sobre la cultura, publicado en la revista Letras Libres en su número 139, resalto y comento algunas líneas.

En La ignorancia del placer, García Ponce no da uno, sino varios golpes con guante blanco en el rostro de Vargas Llosa. Después de la lectura del ensayo El placer glacial, donde Vargas Llosa revisa y opina sobre la primera novela de George Bataille, La historia del ojo, García Ponce pone los acentos sobre las íes.

El escritor yucateco inicia señalando que “con asombro, con irritación, con tristeza, pero con tenaz paciencia…” ha leído el trabajo del peruano sobre la novela del sociólogo francés. Le señala que no entendió la obra y, por lo tanto, su escrito es patético.

El autor de La vida perdurable reconocía en el ahora Nobel su dedicación como buen maestro de literatura para desmenuzar La historia del ojo, pero señala principalmente tres faltas en su ensayo:

Primero. El racionalismo y la laicidad de Vargas Llosa es incapaz de comprender la ausencia de Dios en Bataille, señala García Ponce. Esa ausencia se suple con lo sagrado y con su posible transgresión. Sin mencionarlo, García Ponce conocía la obra El erotismo, de Bataille y por eso, aquello que parecía casi pornográfico a los ojos de Vargas Llosa cuando menciona el “poder repulsivo y la violencia moral” de aquel episodio del “buen curita rubicundo de ojos de santo es masturbado…”, no es comprendido bajo aquella famosa frase de Bataille: la transgresión no es la negación de lo prohibido, sino que lo supera y lo completa.

Segundo. La modernidad de Vargas Llosa no le permite ver la “religiosidad” de Bataille, la búsqueda del “posible sentido de un mundo que se ha quedado sin centro, de una vida cuyo único y profundo valor es su propia fuerza”. Bataille venía de la sociología francesa, la de Marcel Mauss y Roger Callois, sabía de las consecuencias de su renuncia a Dios, pero también sabía de la existencia de lo sagrado. Por eso conocía los actos de sus personajes en su obra y no se trataba de “un juego de niños, irreflexivos, vehementes y caprichosos”, como vio Varga Llosa en una “mirada rápida y superficial”.

Tercero. La historia del ojo, dice García Ponce, “no quiere ser una buena novela, sino una novela perversa, una novela ofensiva…. Es una provocación y un insulto y un reto a nuestra normalidad”. Mario Vargas, el hombre moderno que no tiene prejuicios religiosos, hizo “un valeroso intento de enfrentar y mirar esta novela”, pero sus armas de la razón le impidieron ser tentado por el placer, se negó a hablar de “esas verdades profundas”. Se protegió y nos protege de la novela y nos comunica que “los hombres decentes no deben escribir sobre libros indecentes”, dice García Ponce.

George Bataille, además de novelista y sociólogo, fue poeta y ensayista. Tuvo la iniciativa de agrupar a grandes intelectuales como Gastón Bachelard y Roger Callois en torno a una publicación titulada Acéphale. Con Callois inició el análisis de la transgresión como un rompimiento de la normalidad, como el acceso momentáneo, temporal, a la liminidad: fueron ellos quienes aportaron elementos para la teoría de la fiesta, un espacio elaborado de transgresión. Las ideas de Bataille no fueron bien acogidas por el movimiento existencialista que encabezaba Jean Paul Sartre, habría que mencionar, pero sus aportes fueron aceptados por filósofos estructuralistas como Michael Foucault y Jacques Derrida.

Coincidentemente sobre estos últimos, Foucault y Derrida, Mario Vargas Llosa escribe críticamente en su ensayo Breve discurso sobre la cultura, publicado en la revista Letras Libres y del cual me ocuparé en la siguiente parte.

Tiene razón aquella lingüista: Mario Vargas Llosa es un gran escritor. No son exageradas las palabras de Peter Englund, Secretario de la Academia que concedió el Nobel: lo que distingue a Mario Vargas Llosa es su valentía. Aunque en algunas percepciones no se esté de acuerdo con él.