domingo, 7 de diciembre de 2008

El premio

Ese día preferimos sacrificar el descanso y decidimos ir juntos en un viaje relámpago. Algunos de ustedes comprenderán que existen esos momentos en que unas personas que ven el mundo y lo interpretan de manera particular, meten en una bolsa la muda de ropa y el cepillo dental para andar medio millar de kilómetros e ir a aplaudirle por una hora a un poeta.

El pasado 28 de noviembre le fue entregado al escritor maya Wildernain Villegas Carrillo el Premio Nezahualcóyotl de Literatura en Lenguas Mexicanas 2008. El importante premio lo otorga el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, a través de la Dirección General de Culturas Populares.

El evento, preciso y de buen gusto, se realizó en el centenario Teatro “José Peón Contreras” de la ciudad de Mérida, Yucatán. Las educadas voces de una soprano y de un barítono, acompañadas de una orquesta de cuerdas, interpretaron canciones en lengua maya; los conceptuosos discursos de María Antonieta Gallart y de Renán Guillermo y la lectura de poemas por Ofelia Medina y Wildernain, fue el programa de la ceremonia de música y palabra.

Satisfechos estaban Javier España, Ramón Iván Suárez, Norma Quintana, Toribio Cruz y Rodolfo Novelo. Valió la pena ese viaje, que generosamente facilitó la Secretaría de Cultura de Quintana Roo, para acompañar al galardonado.

El poemario premiado se titula Ukáay ch’i’bal (El canto de la estirpe). Su estructura la integran cuatro partes: "Resplandece la huella", "Juego primigenio", "Conjuros de la selva" y "Latidos del Mayab". En conjunto, es, como dice uno de los jurados, una muestra de poética exigente y cuidadosa.

Antes de Villegas Carrillo, en otras ediciones, once poetas indígenas ya han recibido este premio: Víctor de la Cruz (zapoteco), Librado Silva (nahua), Juan Gregorio Regino (mazateco), Natalio Hernández (nahua), Gabriel Pacheco (huichol), Patricio Parra (rarrámuri), Carlos Tachisave (mixteco), Javier Castellanos (zapoteco), Natalia Toledo (zapoteca), Mario Molina (zapoteco) y Juan Hernández (nahua).

Los elementos que permitieron que el jurado eligiera la obra del ex integrante del taller literario de Javier España, fueron el que “toma los lugares comunes y los trata de manera poética, novedosa, con imágenes y juegos de palabras retomadas de la tradición maya”, dice Teresa Dey, o que logró “fundir en crisol poético muy original y de alta calidad… sentimientos profundos y referentes culturales indígenas”, señala Patrick Johansson. Para el escritor nahua Juan Hernández, los poemas de Wildernain están “bien trabajados y colmados de imágenes que logró reflejar la ritualidad y riqueza cultural del pueblo maya”.

El ganador del Premio Nezahualcóyotl 2008 nació hace 27 años en Mérida y es de padres quintanarroenses. Con el bebé en brazos, don Guadalupe y doña María Hilaria se trasladan pronto a su lugar de residencia: Naranjal, municipio de José María Morelos; es aquí donde Wil comienza su andar por la tierra.

Recién tiene manejo de la palabra, el niño comienza a imitar a su mamá que le daba por componer e inventar canciones, mientras su padre le enseñaba los secretos del monte y de los dioses y su abuela Herminia le suministraba el orgullo de ser maya. Años más tarde, al imberbe le da por practicar declamando textos ajenos. Es hasta que llegan los estudios en el nivel secundaria cuando elabora su primer ensayo literario, tenía 14 años de edad. En el Colegio de Bachilleres de José María Morelos conoce a Toribio Cruz, que andaba promoviendo el arte de las letras y eso le confirma que tiene que seguir ese camino. En los primeros años del siglo XXI se traslada a Chetumal y se integra al Taller de Javier España; a partir de ese momento, sólo es cosa de ir puliendo el torrente de imágenes que sus poemas elaboraban.

Para llegar al Premio, Wildernain consiguió becas y espacios donde publicar. Fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Quintana Roo y sus escritos los ha publicado en las revistas Nikte' T'aan (Palabra en flor), Abisal y en el cuaderno U K'iinil Tsibo'ob (Sol de palabras).

Durante la ceremonia, al escritor le ganó un sentimiento que traía guardado desde hace siglos: “Que este galardón sea una ofrenda, a la estirpe que nunca se ha arrodillado, ni jamás se arrodillará ante la discriminación”. Y se mostró agradecido con sus fuentes inspiradoras: “Un gran reconocimiento a mis hermanos mayas de las comunidades que aún tienen la costumbre de transmitir leyendas, mitos y cuentos a través de la oralidad. De esa tradición emana la obra que hoy se festeja”.

Con la seguridad de su trabajo y de su calidad y con el pulso tomado a la interculturalidad de estos tiempos, el que trabaja como promotor cultural para la Secretaría de Cultura de Quintana Roo arrojó a los 500 espectadores sus palabras: “Algunos ven a las letras en lenguas indígenas como una creación de poco valor estético, es tiempo de que la literatura en lenguas indígenas sea considerada por todos parte de la nueva literatura universal, puesto que tiene la fuerza semántica, sintáctica y la creatividad suficientes. Además, es portadora de la profunda cosmovisión de los pueblos, de valores que tanto hacen falta en la actualidad”.

Fue la noche del heredero de una civilización que floreció hace 2 mil doscientos años en un territorio que se extendió por 250 mil kilómetros cuadrados de selva y llanura. Fue la noche de uno de aquellos que sabían escribir sobre piel, madera y piedra y que registraban su historia, rituales y genealogías del poder: “Venimos de los Dioses y hacia los Dioses vamos. Fuimos espiga, somos maíz…, seremos polen”.

El Premio Nazahualcóyolt constituye un reconocimiento a la dignidad de los pueblos indígenas, coincidía con Margarita Zarco y Enrique Martín, dos funcionarios de la cultura en Yucatán que tienen muy claro que no es posible pensar la Península sin el aporte histórico y cultural de los mayas.

En el trayecto a Mérida decidimos comer en Maní, por tres motivos así lo decidimos: el lugar tiene un buen restaurante de comida yucateca, porque históricamente fue sede del linaje de los Xiu, los últimos gobernantes mayas, y para admirar la arquitectura del convento de San Miguel Arcángel que data del siglo XVI.

Ya de regreso a Chetumal, no nos detuvimos en Maní. Pero al ver el letrero en la carretera con su nombre, recordé una versión de la historia: ahí, en 1562, fray Diego de Landa incineró vasijas, códices y todo aquello que llevara signos que hablaran de la historia de los mayas. Contradictoria actitud de una persona que luego se dedicó al estudio de la cultura maya y que, gracias a ello, con el tiempo Yuri Knorosov nos pudo ofrecer las claves epigráficas de lo que queda escrito en los restos arqueológicos.

Aquel acto inquisidor no puede ser reparado con ningún acto de contrición. Fue un gran atentado que para resarcir el daño se necesitarán muchas acciones culturales como el Premio Nezahualcóyotl y muchos escritores como Wildernain, un poeta maya quintanarroense de estos tiempos.

domingo, 23 de noviembre de 2008

La Revolución

Tengo dos referentes de aquel movimiento armado de 1910: el saber que medianamente he obtenido y el recuerdo que vivamente me heredaron.

Sobre la Revolución mexicana los estudios han sido prolíficos, al grado que a los historiadores que tratan, o trataron el tema, se les agrupa en cuatro bloques. En el primero aparecen Martín Luis Guzmán y José Vasconcelos; en el segundo grupo destaca Jesús Silva Herzog; en el tercer agrupamiento se encuentran Moisés González Navarro y Jesús Reyes Heroles y en la última generación de estudiosos están John Womack, Jean Meyer, Enrique Krauze, Friedrich Katz, Francois-Xavier Guerra y Héctor Aguilar Camín. Seguramente ya se está formando el quinto grupo; la tela da para más, especialmente el pedazo que cubre los primeros años posrevolucionarios.

Revisando, veo que fui un extremista: recuerdo las crónicas y narraciones de Martín Luis Guzmán y de Vasconcelos, por un lado; y las historias de los actores sociales de Womack, Krauze, Guerra y Aguilar, por el otro lado. Me brinqué a los demás, nada sé de ellos. De estos últimos, confieso que conocí algunos de sus aportes gracias a las sugerencias y a los préstamos que generosamente me hizo Carlos Macías Richard. Estas lecturas, hechas en la primera mitad de los noventas, sepultaron aquella idea de que la historia la hacen los pueblos y ahora podía ver la importancia que tenían los líderes y las élites.

Ya debe notarse que además de mucha bala y de un millón de muertos, la Revolución es una veta de estudio que no se ha terminado, menos ahora que cumplirá 100 años de su inicio.

De esos autores, el que mayor impacto me produjo fue Francois-Xavier Guerra, un historiador francés muerto hace seis años y que, además de su rigurosidad y objetividad científica, era un ferviente militante del Opus Dei. Vale la pena leer las palabras que por esta condición le dedicó In memoriam Jean Meyer.

Guerra escribió el ya clásico México: del Antiguo Régimen a la Revolución. En esta obra analiza los procesos que consolidaron el poder porfirista y los que produjeron su caída. Fuera de lo ortodoxo, el estudioso de Latinoamérica considera que la causa que derrumbó el sistema político de Porfirio Díaz fue su carácter personalista y la resistencia a formar serios y competitivos partidos políticos que permitieran la sucesión en el poder.

El conocimiento detallado que tenía Guerra de la figura del cacique a lo largo de varios estudios, le permitió entender el papel de Porfirio Díaz como un mediador entre universos culturales diferentes y opuestos: el cacique siempre tiene un pie en cada uno de los mundos y lo aprovecha para resolver la relación entre el gobierno y los sectores sociales. De cierta forma, esa tesis fue la que guió al investigador a establecer un modelo que “explicara el tipo de relaciones entre las sociedades tradicionales y el Estado moderno en países del Tercer Mundo”.

En la obra, el investigador del Institut des Hauttes Etudes de l’Amerique Latine indaga la contradicción entre el México moderno: “la convivencia dramática entre la modernidad jurídica y política cimentada hacia 1857 por hombres de la Reforma, y la inmensa ladera de una sociedad tradicional plagada de cotos”. Se interpreta que para Guerra, el régimen de Porfirio Díaz fue una mezcla de compromiso con esa modernidad pero en una ficción democrática.

Pero no se queda en el trabajo de fuentes y de análisis contextual; Guerra sintetiza lo que fue la Revolución. En un panel que compartió con Aguilar Camín, Enrique Florescano y Meyer en 1992, nos dice: “La Revolución mexicana es un mito fundador, es un mito no en el sentido peyorativo de la palabra, sino mito como creencia colectiva, que viene a consolidar esta memoria, que viene a consolidar esta identidad nacional”.

Y es cierto. La Revolución fue un hecho social real, traumático, pero que luego fue sistematizado en sus diversas partes y finalmente integrado a un discurso escolar y político. Todo ello sin una mayor exigencia analítica, sin una posible revisión de los escenarios históricos, de los hombres y las circunstancias.

Esa lectura de Francois-Xavier Guerra y los trabajos de Enrique Krauze me inquietaron y confortaron. Debido tal vez a que una parte de mÍ no proviene de un abolengo revolucionario, esos estudios me han permitido conocer los detalles, los actores sociales y las coyunturas culturales de aquel movimiento.

Innegablemente fue un movimiento justo y reivindicativo del México que no encontró vías para otra forma de lucha política y que entró en crisis por el empate entre lo tradicional y la modernidad.

Pero cuando se crece viviendo entre dos versiones de la historia; entre lo que te enseñan en la escuela y lo que te dice la abuela, el asunto es siempre un tema incómodo.

Sospecho que aquellos libros de educación primaria que se apoyaban en el nacionalismo revolucionario y la microhistoria familiar que la comías y cenabas, fueron causa de esa inquietud que ya fue resuelta por los investigadores de la cuarta generación.

Ahora sólo son anécdotas el cómo esa parte de la familia combatió a los zapatistas, luchó a sangre y fuego por que el pueblo no fuera tomado y las mujeres fueran respetadas. El que el tío-capitán murió en su cama maldiciendo a su primo Emiliano Zapata, o que el bisabuelo-coronel -“por quien llevas su gran nombre”-, no recibió cristiana sepultura porque murió peleando en la agreste campiña y se lo comieron los zopilotes, o que la abuela presumiera su escritura y su lectura de los clásicos que sólo la educación del Dios-Porfirio podía dar.

En fin. Un día encontré en el archivo Porfirio Díaz de la Universidad Iberoamericana cartas entre ellos y me di cuenta que sus amores y lealtades tenían raíces. Pero fue la guerra de ellos. No tengo problemas con las ideas del pariente Emiliano y estoy en paz con la memoria de la abuela.

La Revolución es parte de la historia de México y fue durante un largo tiempo un problema de historia personal, del inconsciente. En ocasiones los historiadores también hacen psicoterapia, y creo que no lo saben.

La Revolución mexicana es, como dice Arnaldo Córdova, un referente constante que permitió que “a su sombra” se pensara en el pasado y que en ella se finque nuestro desarrollo futuro. Pero es necesario que continúen los estudios, que se le siga revisando para no quedarnos en una historia patriotera, fácil y digerible que únicamente sirva para el discurso que nos identifica como un pueblo y una nación. De esta forma, sabremos qué queda, qué es vigente de su ideario en estos tiempos donde los mandatos del libre mercado le dejan muy poco margen al Estado y a su historia.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Los poetas

El auditorio no necesitaba ser más pequeño, no lo requeríamos: la palabra lo llenaba todo.

Escuchar a los poetas es algo que siempre reconforta. Son creadores que indagan en el lenguaje, que buscan permanentemente la perfección de un estilo, de una voz, de una tesitura, todo ello para crear estéticamente un modo de percibir el mundo.

Los bardos, en ocasiones, parecen seres transhumanos que intentan alcanzar una entidad metafenoménica. Son diferentes, no son simples ni en la escritura, ni en la lectura. Ellos buscan el brillo en la frase, un especial fulgor del sentido y el significado que, con cierto ritmo, nos toca el temperamento humano. Un viejo conocido alguna vez me comentó que un poema puede ser sencillo, pero jamás desciende a lo simple. Así son los poetas.

Por diferencia de unas horas, el pasado mes de octubre presentaron sus obras Jorge Pech Casanova y Javier España. El viaje en plenitud es la obra de Jorge y Sobre la tierra de los muertos es el poemario de Javier. Ambos libros tiene en común que son obras premiadas: el de Pech es ganador del Premio Iberoamericano de Poesía “Luis Rosado Vega” en el 2001 y el de España, como ya sabemos, fue el que obtuvo en el 2007 el Premio Internacional de Poesía “Jaime Sabines”.

El auditorio del Museo de la Cultura Maya fue el escenario donde escuchamos algunos poemas construidos por este par de amigos. Subrayo la palabra construir porque esas pequeñas obras literarias son estructuras hechas con los mejores materiales para ser leídas o escuchadas desde diversas perspectivas.

Los teleonómicos escritos de Jorge Pech los conozco desde los primeros años de los noventa, cuando Raúl Cáceres Carenzo y Javier España iniciaron con un taller literario en el antiguo Instituto Quintanarroense Cultura. Desde entonces, sé por donde anda el nacido en Mérida, Yucatán.

Pech ha ido construyendo su tesoro con cierta discreción, con algo de timidez, digamos; pero siempre con pasos seguros. Su hermano Cáceres Carenzo, en referencia al autor de El viaje en plenitud, generosamente dice que Jorge ha vivido y leído bien en estos años, muestra sus armas literarias que son: “conciencia de oficio, del sonido y el sentido de las palabras; conocimiento y obediencia a las fuentes actuantes en la poesía de nuestro tiempo: Saint-John Perse; los poetas ingleses, españoles y latinoamericanos; la historia alucinante de la prosa poética, es decir, del poema situado entre las cadencias de la versificación y esa antigua voluntad-acción de la palabra por la libertad, por una Libertad bajo palabra, como pide Octavio Paz”.

El poemario de Jorge Pech está dividido en varias secciones que, por su estilo y temática, parecen una bitácora que va recogiendo un andar por el mundo real y el mundo de las costumbres literarias: se da el lujo de pasar de un estilo a otro, sea como crítico, sea como poeta. Va un ejemplo de la sección Estos muertos hacen ruido:

“Judiciales y narcos trafican unidos, colaboran, / ríen juntos, / cobran y pagan lo que el negocio buenamente concede. / Vigilan con buen olfato, perspectiva y mano ancha / en retenes que abarcan mucho, aprietan poco, / prosperan más. / Vigilan todos: el narco al policía, el policía a sus ganancias, / el cómplice al socio. / Cumplen con ahínco: las comisiones, / los porcentajes, / los silencios. / Fallan a veces: boquean, / adeudan, /encarcelan, / delatan. / Cartuchos de 9 milímetros enmiendan las faltas, / corrigen traiciones”.

Ahora un ejemplo de la sección Lesiones y bendiciones:

“Relumbramos sin incendio en un ápice de la noche. / Sostenemos un instante en las manos: agua y viento. / Como el aire con un soplo vida escribe en la sangre, /nuestra voz se levanta en murmullos de crepúsculo. / Así atrista la mañana esa nube –y se deslíe.”

Creo que es en la sección titulada Progenie de inquietud es donde se establece antropológicamente una confesión del otro, o tal vez un reencuentro con el mismo poeta. Sólo un fragmento…

“A otra casa con los huesos de mi padre. / Atrás quedó la infancia y la ciudad de mi señor, hoy borrada y silenciosa. / Bajo techos de ramas, / pasan los días en la selva que oculta un sitio donde el alzar de nuevo los afectos, los lechos y la costumbre. / Mi madre está mirando el aguacero descender por la enramada, / y en sus cabellos grises se marchitan los recuerdos de otras lluvias apacibles. / ¿A dónde iremos a dejar los huesos de los mayores, nuestros huesos fatigados por la inquietud, / los desvelos húmedos de aflicción?”…

Es claro que Jorge Pech Casanova maneja la poesía y la crítica con la libertad que le permite una honestidad intelectual. En este sentido, Cáceres Carenzo encuentra en Thomas Eliot las frases adecuadas para ceñir el trabajo del también autor de La sabiduría de la emoción: “hacer lo útil, decir lo justo y contemplar lo bello”.

De la obra de Javier España hay que decir mucho también. Sobre la tierra de los muertos, merece una lectura detenida. No es una obra fácil, nada que se acerque a lo localista y pinturera, porque nunca está destinada para juegos florales de la ruralidad. Más adelante, ya con los ojos cerrados trataré de hablar, de escribir.

Allan Poe decía que el sentido de la belleza es un instinto inmortal arraigado en el espíritu del Hombre. La belleza es un gusto que se ubica entre el intelecto puro y el sentimiento moral, así describe la geografía de la mente. Y que la poesía no es simplemente la descripción de algo bello –“como el lirio que es reflejado en el agua”-; se trata de un entusiasmo, de una vehemencia, de una descripción fiel de las perspectivas y sonidos y fragancia y colores y sentimientos, que comparten en común el género humano. La labor del poeta es “un afán por dejar un testimonio de nuestra perdurable existencia. Es el mismo anhelo que siente la polilla por la estrella”.

La oportunidad de escuchar los trabajos de Jorge Pech y Javier España fue, sin exagerar, lo que alguna vez escribió Gastón Bachelard en Poética del espacio, fue como escuchar “las resonancias que se dispersan sobre los diferentes planos de nuestra vida en el mundo, la repercusión que nos llama a una profundización de nuestra propia existencia”.

domingo, 12 de octubre de 2008

Suicidio

Los amorosos y sus penas encuentran en una obra de Goethe la justificación a su decisión. Los que analizan a escala social pueden encontrar en Durkheim algunas explicaciones al fenómeno. Y para los sabuesos del inconciente, como J. Lacan, con esa acción el sujeto intenta reencontrar la imago de la madre. Pero, hay que reconocer que, a pesar de todo, poco sabemos de ellos, de sus razones y motivos para ejercer el suicidio.

El suicidio es un tema polémico desde siempre. Filosóficamente, es la máxima expresión de libertad del Hombre y es algo ajeno a los dioses, así se refería Platón sobre ello, en no recuerdo qué obra. Por el mismo camino le siguió Séneca, pero no así Aristóteles que lo condenaba diciendo que el suicidio era un atentado contra la propia vida, una deshonra y una manifestación de cobardía. Sócrates, simplemente se bebió la cicuta.

Luego llegarían los grandes pensadores de la iglesia católica como Agustín de Hipona y Tomás de Aquino que, apegándose a las escrituras, no encontraban justificación para tal acto. Por el contrario, decían que se atentaba al quinto Mandamiento: no matarás. Matarse así mismo se es homicida, pues nuestra vida no nos pertenece.

Debo confesar que soy un cínico y siento simpatía por Platón y Séneca; también por el renacentista Montaigne, por los ilustrados Hume y Kant, pero sobre todo por Schopenhauer y Nietzsche. Coincido que el suicidio no niega la vida, sino que la afirma, se “ama a la vida, pero no se acepta sus condiciones”, “no se renuncia a la voluntad de vivir, sino a la vida”, “nada hay en el mundo sobre lo cual tenga cada uno un derecho tan indiscutible como su propia persona y vida” (A. Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación. P. 305).

Y qué decir de Friedrich cuando dice en su Crepúsculo de los ídolos: “Morir con orgullo cuando ya no es posible vivir con orgullo. La muerte, elegida libremente, la muerte realizada a tiempo, con lucidez y alegría, entre hijos y testigos: de modo que aún resulte posible una despedida real, a la que asista todavía aquel que se despide, así como una tasación real de lo conseguido y lo querido, una suma de la vida”.

Recientemente tuve la oportunidad de esforzarme en ordenar estas ideas. Pero se me pidió que hablara sobre el suicidio entre los mayas prehispánicos y la verdad de eso poco conocía, porque poca es la información que existe. Los escritos que se refieren al tema son escasos y la ubicable puede estar interpretada o manipulada por los cronistas o religiosos de la Colonia. Uno de ellos es fray Diego de Landa.

Elsa Malvido es una de las pocas investigadoras que han trabajado el tema entre los mayas de antes. “El suicidio -aún visto como tabú en la actualidad- entre las culturas prehispánicas llegó a ser tolerado como defensa en situaciones extremas, al grado que los mayas contaban con una deidad femenina llamada Ixtab …”.

Malvido también señala que esta conducta se incrementó durante los años de la Conquista, como una opción para conservar el honor antes de caer en manos de los españoles. Algo así hicieron los judíos en Massada antes de entregar la fortaleza a los romanos o los habitantes de Cholula ante la derrota con los iberos. En estos casos, el suicido colectivo puede asumirse como un acto de heroísmo.

Algo interesante que menciona la investigadora del INAH -pero difícil de realizar hoy, salvo en casos de fanatismo religioso como lo sucedido en Guyana o Waco-, es que en aquel México: “… los casos de suicidio fueron tomados en ciertos momentos como un ritual, como en los entierros múltiples o sacrificios a manera de acompañamiento político y religioso de algún personaje de alto rango en su viaje al inframundo; también se dio en situaciones donde existía una obediencia ciega de los vasallos hacia sus gobernantes, quienes si les ordenaba quitarse la vida, lo hacían”. Hoy no puedo imaginarme las largas filas de implorantes solicitantes o sumisos suicidas por la muerte de algún gobernante.

El suicidio puede ser tomado de múltiples formas: como acto de libertad, como algo apegado a la razón genética del deprimido, como algo que libera al reprimido, como escape para el agobiante sentimiento de inferioridad, como solución a los problemas económicos o familiares, por la soledad y el silencio que acompaña a los carentes de identidad o, simplemente, por desamor, como el joven Werther de Goethe.

Algunas estadísticas sobre el suicidio tienen indicadores y resultados interesantes: su presencia es mayor en los países ricos y desarrollados; es mayor la frecuencia en las grandes ciudades; se presenta mayormente cuando existe una ausencia de ideales y cuando la soledad por falta de familia obliga al aislamiento social: algo de esto último influye en los suicidas emigrantes.

Aquella invitación para hablar del suicidio fue para reunirme con una periodista, una religiosa, una funcionaria de políticas públicas asistenciales, un médico, un psiquiatra y una persona que había amenazado e intentado suicidarse en varias ocasiones. Esa noche aprendí de ellos.

La joven religiosa habló que la visión de la iglesia hacia el suicidio ya no es condenatoria: ya no los entierran bocabajo. La funcionaria del DIF habló con mucha convicción de un nuevo programa para disuadir las tendencias suicidas, llamado “El reto es vivir”. El médico, funcionario de un Comité de Prevención del Suicidio, aportó datos como que el 62 % de la población de Cancún padece algún tipo de depresión, que el 45% de los estudiantes padece baja autoestima y que el 85% de los suicidios se presentan en la llamada Franja Ejidal. El psiquiatra habló de las causas del suicidio: como resultado de un trastorno mental depresivo, donde la serotonina escasea, y que la depresión es multifactorial, sin descartar el genético. El frustrado suicida ligó sus intentos a una familia disfuncional y al consumo de alcohol y drogas. Y la periodista invitó a reflexionar sobre las causas sociales y culturales que son determinantes para casos como el de Cancún.

El tema fue tratado hace un siglo por Emilio Durkheim cuando hizo un comparativo del suicidio entre países con mayor o menor población de católicos y protestantes. El sociólogo, que estudió las bases de la estabilidad social en torno a los valores compartidos por un grupo o una sociedad, sabía que existen vínculos que dan cohesión y mantiene el orden social. La pérdida o ausencia de estos valores, sea de cualquier orden, conduce a la pérdida de estabilidad social y se crean sentimientos de ansiedad e insatisfacción en los sujetos. El suicidio, decía Durkheim, es el resultado de una falta de integración del individuo a la sociedad.

El suicidio es muerte. No soy un apologista de ello. Asumo que el reto es vivir. Pero creo que la muerte es el derrumbamiento de cualquier apariencia. Y que el morir, como bien decía aquel filósofo, es la posibilidad más propia de todo ser humano y la más propia de cada sujeto: es intransferible. Es lo que nos hace singular y nos humaniza. Para unos, el vivir, es una evasión a la muerte; para otros, la muerte es una posibilidad que podemos posponer.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Costa vieja

El piano de Bebo Valdés, el aire acondicionado y los 320 caballos de fuerza del vehículo pronto dejaron atrás la cómoda nostalgia por la cama de aquel sábado.

Carlos, Eric, Francisco y yo nos trepamos muy temprano en la Tahoe y tomamos la carretera hacia Majahual. El objetivo del viaje era ir a pescar y a supervisar el estado que guardaba un predio, propiedad de un amigo.

Llegando al entronque costero de Majahual, nos enfilamos rumbo al norte, hacia Punta Herrero, en la Biosfera de Sian Ka’an. Aquí comenzó lo interesante del viaje. Esa carretera de aproximadamente 50 kilómetros ya la había recorrido en dos ocasiones: la primera fue cuando levantaba una encuesta de asentamientos y cocales, acompañado de Renée y de mis tiernos hijitos; la segunda oportunidad fue en cumplimiento a una invitación a sacar langostas en la Bahía del Espíritu Santo y donde terminamos bebiéndonos todo el whisky con agua de coco. Pero eso había sucedido varios años atrás.

En las últimas salidas a la costa sur de Quintana Roo me había dedicado a conocer el tramo entre Majahual y Xcalak y en dos ocasiones había pernoctado en las excelentes cabañas de Manuel Valencia, en Xahuayxol, o simplemente montaba la tienda de campaña en cualquier playa.

Por momentos mangle…, selva mediana…, más mangle, lagunas y pantanos hacia la izquierda. Pronto nos cruzamos en el camino con un vehículo Gama Goat de la Marina, tan viejo y humeante que daba pena: era la patrulla contra las actividades del narcotráfico. Luego, también a la izquierda, pasamos por la resguardada e inutilizada aereopista de Pulticub, una obra del exgobernante Mario Villanueva. Hasta ahora, con 20 kilómetros recorridos, no había visto el mar, ni azules luces del mar Caribe. Pero no estaba lejos, lo olía.

Lo que si podía intuir era que la franja entre el humedal y la costa era estrecha y que cualquier posible hotel tipo Cancún o Riviera Maya, tendría problemas con la capacidad de carga habitacional, so pena de afectar el ecosistema.

Hacemos el obligado alto para tomar el desayuno que Esther nos había preparado. El alto fue donde se construye la nueva estación de acceso a la Reserva de la Biosfera. Ahí pude ver el mar. Fue la oportunidad para observar lo que había logrado la furia del huracán Dean: de una fuerte construcción de concreto sólo quedaba un inclinado baño con todo y sus azulejos bien pegados: escombros y piedras sustituían la arena que esperaba tocar.

La arena la encontramos más adelante en forma de dunas, a orilla de la estrecha carretera de tierra. A partir de ese punto, la vegetación era un triste paisaje. De aquellos increíbles cocales que fueron, junto con la pesca, la base económica de Quintana Roo hasta hace cuatro décadas, sólo quedaban espigados esqueletos de las palmeras. El amarillamiento del cocotero que produjo un ácaro traído entre el pasto de los campos de golf del norte, había dejado ese cementerio.

Debo decir que no todo eran difuntos cocales, de tramo en tramo aparecía la selva mediana y otra vez el mangle. También esporádicamente se veía alguna vivienda, pero solo habitada por el cuidador, alguna valiente mujer y el perro. Es básicamente una costa de hombres solos.

Ahora sí el camino corre paralelo, cerca del mar. Llegamos a Punta Mosquitero y la playa ha recuperado la arena y es ancha. Es una bella y abierta ensenada. De pronto, la carretera se termina, hay una fuerte reja de madera que la atraviesa. Hacia la izquierda hay un camino nuevo que serpentea bajo la exuberante vegetación. Alguien ha cercado una buena porción de la Reserva de la Biosfera y nos obliga a tomar el libramiento. Todo se ve muy reciente. Se dan sentimientos encontrados. Algo no está bien.

Finalmente llegamos al terreno del amigo. No es tan gran grande. Perfectamente limpio y con una playa tan ancha que se podría jugar un partido de futbol en ella. Aquí el huracán juntó toda la arena. Pero no había lancha, estaba en reparación y ello frustró la intención de arponear los boquinetes que nos esperaban.

¿Qué hacemos? Pregunta Carlos.

Decidimos seguir el camino hacia el norte. Nos proponemos visitar un bello faro de hierro que tenía algo de estilo francés, construido por Porfirio Díaz en 1909, y luego llegar a saludar a unos amigos pescadores de Punta Herrero.

¡¡ Alto!!, ¡¡ alto !! nos indica un oficial de la Marina, mientras otros hombres corrían a los parapetos con sus M16, listos a disparar. Y Charly no frenaba.

En ese mismo lugar donde ahora está el apostadero se erguía aquel faro, de los primeros que se instalaron en la costa quintanarroense. Ahora, simulando la forma de aquél, está uno nuevo: de concreto.

Dadas las explicaciones y pasado el mal momento, el oficial nos comenta que el faro lo desmanteló la SCT y se llevaron las piezas a Chetumal hacía seis años. Más tarde, los pescadores nos confirmaron la versión, pero agregaron que los sopletes no funcionaron, que hubo que emplear herramienta especial y que las piezas extraídas terminaron siendo utilizadas para la elaboración de las obras del corredor escultórico del Boulevard Bahía. ¿Será posible? Lo cierto es que alguien destruyó uno de los pocos monumentos históricos que tenía esta costa vieja.

Regresamos a aquella playa. Eric me ayuda a darle un buen baje a la botella de ron. Luego me sumerjo en el mar a conocer en detalle cómo funciona una trampa para escama que le llaman de “corazón y cola”. Es un artilugio de pesca muy eficiente de origen beliceño, hecho con varas y malla de gallinero. Son tan buenas estas trampas que llegan a atrapar hasta cuatro toneladas de pargo, jurel, macabí o mojarra en una semana. Un amigo conocedor de la costa me dice que antes, entre Xcalak y Punta Herrero, había hasta 100 trampas, ahora sólo quedan 15.

Decidimos regresar y a la altura de Mosquitero nos detenemos a comer en el único restaurante que hay en esos 50 kilómetros de costa. Hecho con madera playada, el lugar nos ofreció mero y langosta. Quedamos ahítos.

Mientras me tomaba una cerveza, enfriada en una gran hielera, y sentía como se dormía sobre mis pies La calabaza, una jabalí que un día salió huérfana de la selva y que la adoptó la pitbull del dueño del restaurante, me quedé tratando de resumir este breve viaje que me permitió recorrer una parte de la historia del Caribe mexicano. Un Caribe completamente diferente al norte turístico de Quintana Roo.

En 1940 había en la ahora llamada Costa Maya 12 asentamientos: Benque Soya, Gavilán, Cayo Judío, Tampalam, Majahual, Río Huach, Río Indio, San Miguel, Tanquila, Uvero, Xcalak y Punta Herrero.

Allá, en 1987, censé 40 ranchos copreros, vivían sus últimos días pues ya no había manera de que apareciera en el horizonte el “Tres Reyes”, el “María Fidelia”, el “Oscar Coldwell” o el “Marucha”. Nadie atracaba más para llevarse la copra y el pescado salado o ahumado. El romántico aislamiento y los viejos oficios de la costa sureña terminaron con la llegada de las carreteras y el turismo. Queda, eso sí, el recuerdo del viejo visitante que de vez en cuando regresa: el huracán.

domingo, 14 de septiembre de 2008

La arqueología II

Ellos deben tener muchas preguntas y para responder utilizan recurrentemente la analogía. ¿Qué cambio económico o político se dió para que se presentara tal crecimiento poblacional y esos tipos de asentamientos?, ¿cómo surge la desigualdad social y la complejidad del poder?, ¿cómo se revelan aquellas condiciones políticas y sociales en el registro arqueológico?, ¿bajo qué circunstancias se desarrolla la alfarería o la metalurgia en determinada sociedad?. Con ese tipo de retos, los arqueólogos deben tener a la pasión como una de sus principales características.

Es posible que por esa apasionante tarea, Adriana Velázquez Morlet, la directora del INAH Quintana Roo, siente algo de nostalgia por el trabajo de campo. “Sí, seguramente volveré algún día, no lo he dejado del todo, no he abandonado mi interés por la cerámica maya. Volveré”.

Mientras esa decisión llegue, la funcionaria sigue ofreciendo algo de lo aprendido en el gabinete y en las excavaciones. “Creo que mientras más nos adentramos al estudio de sitios específicos, como de regiones, resulta más claro de que existe una enorme complejidad desde tiempos muy tempranos, incluso desde el preclásico. A partir del 300 al 400 antes de Cristo, ya hay asentamientos en toda el área maya con una enorme diversidad y cada uno adaptándose a un medio ambiente distinto. Porque hay que señalar que el área maya con sus distintos medios ambientes desde las zonas secas de Yucatán hasta las selvas de Guatemala, requieren estrategias de adaptación muy distintas, modos de vida muy distintos. Entonces tenemos como resultado los estilos arquitectónicos muy variables…”

Me parece que ella, por esas conclusiones, es una fiel seguidora de la ecología cultural, ¿o tendrá algo de la teoría de sistemas en la aplicación de la variabilidad cultural?

Adriana Velázquez -para no ser etnocéntrica-, niega la influencia teotihuacana; prefiere hablar de una presencia teotihuacana y ésta se puede notar en Dzibanché. En este sitio se han encontrado algunos elementos que “si bien no son copias, sí son adaptaciones regionales a lo que seguramente era la moda, el estilo teotihuacano”.

Durante un tiempo existió una corriente en la arqueología, así como en otras disciplinas antropológicas, que consideraban prudente tomar distancia de la actividad y de la industria turística. Algunos por considerarla peligrosa para las culturas locales y otros por mantener el exclusivo espacio y status de la ciencia. Por eso, la pertinencia de hablar de la convivencia entre la arqueología, el patrimonio cultural, la ciencia y el turismo.

“Yo no encuentro inconvenientes, aunque sí han habido incompatibilidades. Actualmente la arqueología y el turismo forman ya un binomio inseparable. Lo que empezó como una pieza de soporte de la identidad mexicana, hoy se ha convertido en parte de una industria turística, porque el país, igual que el resto del mundo, se ha replanteado, se ha reformulado…”, afirma convencida la coautora de Zonas Arqueológicas. Yucatán.

La arqueología en Quintana Roo inició su presencia en 1911, con la llegada a Tulum de George Howe y William Parmelee, de la Universidad de Harvard. A partir de esa fecha, el registro en el libro de visitas es amplio.

“La arqueología del norte de Quintana Roo, es muy distinta a la del sur. En el norte del estado se tiene presencia del gobierno federal desde los años 30s…, aquí en el sur la presencia fue más dispersa porque era una tierra difícil de adentrarse…, es en 1937 cuando arriba la famosa Expedición Científica Mexicana donde está (Alberto) Escalona Ramos que ha de ser como un prócer de la arqueología estatal; también está en esa Expedición (César) Lizardi; ambos son como los pilares de lo que después sería la investigación mexicana en el sur de Quintana Roo… Hay otros personajes importantes para la arqueología de Quintana Roo, como Thomas Gann, que descubrió Dzibanché o como Raymond Merwin, que registró por primera vez Kohunlich. En los años 70s llega Víctor Segovia al sur y el Centro Regional del Sureste, con sede en Mérida, envía investigadores a Tulum, Cobá, San Gervasio, Xel Ha, El Meco…”, nos explica Velázquez Morlet.

Luego de la insurrección zapatista de 1994 y de los aportes de especialistas sobre derecho indígena, comunidades y personas demandan o hablan de la necesidad de participar en los beneficios que dejan las zonas arqueológicas, desde la visita gratis hasta participar en la administración de ellas. ¿Y sobre la participación social en los proyectos del INAH?

“Creo que son tareas pendientes. En ciertas cosas creo que se debe trabajar: la gestión, el acercamiento con las comunidades, el trabajo conjunto, en tener más información…, pero la custodia de los sitios arqueológicos creo que tiene que seguir siendo federal, porque es el patrimonio de todos los mexicanos y porque en estos momentos no están dadas las condiciones ni políticas, ni sociales, ni económicas para que una comunidad, un gobierno estatal o un municipio manejen el patrimonio”.

¿Y con los inversionistas, cómo es la relación?

“Lamentablemente los inversionistas se acercan a nosotros porque es un requisito. Algunos inversionistas ven los elementos arqueológicos dentro de sus predios como algo ornamental o un atractivo adicional en sus establecimientos…, definitivamente tenemos concepciones del mundo totalmente distintas y muchas veces incompatibles, pero sí creo que en algunos momentos sí podemos unir y trabajar temas a favor de nuevas políticas de turismo cultural”, manifiesta la funcionaria que abrió al público la zona arqueológica de Chacchoben.

Es hora de tocar la brasa ardiente, el polémico caso de Tulum. Aquí se juega la existencia de un Decreto y se pone en riesgo una zona de monumentos arqueológicos. Y Adriana Velázquez habla segura y firme.

En este caso, “nuestra política siempre ha sido muy discreta. Si hay una institución que ha estado permanentemente en Tulum dando seguimiento a las obras que se realizan, ha sido el INAH. Tenemos en nuestro ejercicio suspensiones de obras y denuncias desde 1990, incluso antes de nuestro decreto”. El decreto que crea la Zona de Monumentos Arqueológicos Tulum-Tankah, data de 1993 y el del Parque Nacional Tulum es de 1981.

“Lo que marca la ley es que nosotros vamos y suspendemos una construcción, entonces se inicia un procedimiento administrativo en el que el suspendido presenta los alegatos a su favor y en su momento el INAH Quintana Roo emite una resolución que posteriormente es reforzada por el Director General”.

“En este sentido tenemos 12 procedimientos en distinto grado de avance de obras suspendidas; te digo, algunas de hace muchos años y otras más recientes…, nuestra política institucional pues ha sido el de la defensa de la poligonal del área de monumentos, el no autorizar ninguna obra. Creo que hay una gran cantidad de espacio fuera de la poligonal donde se puede construir, desarrollar nuevos proyectos, pero estoy convencida de que Tulum debe quedar como una reserva”.

“Nosotros hemos respetado aquellas obras que ya estaban antes del decreto de 1993, que no son muchas. Lo que pasa es que al amparo de esta situación indefinida y de una política que no ha sido constante, pues se han otorgado permisos municipales, la misma SEMARNAT otorgó permisos y eso permitió que pequeñas construcciones que ya estaban, fueran siendo ampliadas poco a poco sin pedirle permiso a nadie”.

“Siempre he dicho que este es un momento como de coyuntura (para Tulum) en el que, si no se toma la decisión concertada de proteger, en cinco años ya no habrá nada que hacer, la zona estará destruida”.

domingo, 7 de septiembre de 2008

La arqueología

Los goodfellas le llamábamos en secreto “Merlo Perlas”. Y fue él quien nos enseñó que nunca hubo un emperador indígena, que los aztecas no existieron, que habría que observar la carga erótica en los códices prehispánicos y se tomó todo el tiempo para guiarnos por las entrañas de la enorme pirámide de Cholula: le fascinaba derruir falsas ideas y era un hombre de pico y pala.

El otro, circunspecto y con ese volumen de voz que sólo los españoles tienen, nos hizo leer a Gordon Childe y a entender la interacción entre el grupo humano y el medio ambiente: era lo contrario, todo un teórico y solemne académico. Ambos, Eduardo Merlo y José Luis Lorenzo eran, junto con Enrique Nalda, nuestros referentes de la arqueología mexicana, eran los tótems.

Esos recuerdos se desencadenaron luego de estar frente a Adriana Velázquez, la titular del Instituto Nacional de Antropología (INAH) en Quintana Roo. Ella, con ya 13 años al frente de la institución, ha practicado la disciplina y tiene una clara fotografía de la arqueología mexicana y, particularmente, de su historia en Quintana Roo.

No es preciso el dato de cuándo la arqueología comenzó a realizar trabajos científicos en México. Pero la primera evidencia que se me ocurre es cuando en el siglo XIX se crea, en tiempos de Guadalupe Victoria, el Museo de Antigüedades e Historia Natural. Ahí fue cuando el México independiente da a través de la museografía y la arqueología su primera reelaboración del pasado y donde el indio y sus restos materiales resultan ser parte del discurso y objeto fundacional de la historia.

Ya traigo lista la primera pregunta. El siglo XX fue el de las luces en la arqueología, ¿cuáles han sido los tres momentos más importantes de esta disciplina en México?

Adriana, mi atenta interlocutora, responde: “Sin duda yo creo que el primero es el proyecto de Manuel Gamio, en Teotihuacan, porque es el primer gran proyecto multidisciplinario. Gamio tenía una visión muy amplia de lo que era la investigación antropológica y arqueológica en México. Su magna publicación La población del valle de Teotihuacan, es el primer gran compendio arqueológico, etnográfico, de una región; fue de los primeros intentos por sistematizar de una manera científica la investigación arqueológica: ese fue un primer gran momento”.

“Después vinieron otros proyectos. Primero, con la Dirección de Estudios Arqueológicos -todavía no existía el INAH-, y a partir de 1939, creo que se presenta el segundo gran momento. Retomando las ideas de Vasconcelos, el proyecto cardenista impulsa el fortalecimiento de la identidad y se crea el INAH. A partir de esta plataforma es cuando se oficializa la protección del patrimonio. Si bien hay leyes que protegen el patrimonio desde la época de Maximiliano, es con la creación del INAH cuando ya hay realmente una política nacional de proteger, conservar y difundir el patrimonio de la nación. A partir de ese momento cuando lo mexicano, lo prehispánico, ocupa un lugar fundamental y hay un interés muy importante por realizar proyectos arqueológicos. Es durante esa época cuando se hacen proyectos en Yucatán, Veracruz, en el Occidente. Es una época en la que se produce mucha investigación; el mexicano visita las zonas arqueológicas y a partir de eso se genera una política de manejo público de estos espacios. Este es el segundo momento”.

“Un tercer momento es el de los años 80s, a partir del descubrimiento de la Coyoxauhtli. Se trata de la popularización de la arqueología, es donde el público, ya con los medios de comunicación más amplios, entiende lo que significa un proyecto arqueológico. Tal vez desde una perspectiva muy general, pero se da a conocer lo que significa un centro arqueológico como lo es el Templo Mayor, de Eduardo Matos”. Así, bien argumentada, responde la funcionaria a mi primera pregunta.

Es posible que la arqueología sea la disciplina de la antropología que primero se formó. Le ganó a la lingüística y a la etnología formal, aunque alguien dirá, que Herodoto ya era etnólogo. Comenzó rascándose así misma, buscando en las tierras europeas lo que había quedado derruido o bajo el suelo de aquellos romanos y griegos. Luego le dio por meterse a las cuevas a ver qué tan bien dibujaban y pintaban los que llegaron primero. Ahora los arqueólogos escarban y pueden reconstruir las prácticas formativas de viejas religiones y hasta leen la basura de sociedades modernas para explicar ciertos comportamientos.

Le preparo la segunda batería de preguntas a una de las contemporáneas investigadoras de Kohunlich. ¿Con qué expectativas arqueológicas llegaste a trabajar a la región? ¿Cuáles eran tus propósitos en el trabajo de campo y en el análisis? ¿Cuáles eran tus grandes preguntas sobre los mayas cuando llegaste a la región?.

“En un primer momento era conocer de manera más directa lo que eran los mayas y de ir a un sitio con preguntas muy particulares: ¿por qué la caída del clásico?, ¿por qué los estilos arquitectónicos?, ¿por qué los cruces de estilos cerámicos?. Llegar con preguntas muy específicas permitió avanzar en ideas sobre los patrones de asentamiento prehispánico… Ya en el trabajo en Kohunlich se da la oportunidad de conocer la profundidad cronológica de un sitio y con la excavación, empiezas a ver cambios en ciertas perspectivas: tienes datos más sólidos sobre la ocupación prehispánica de un sitio y empiezas a darte cuenta que muchas de las ideas que se manejaban en torno a Kohunlich, en torno a la región, y en general en torno a los mayas, pues se habían convertido en lugares comunes que no necesariamente eran correctos. Que la diversidad de los mayas era tal que no permitía plantearse planteamientos generales sobre la gente y la caída de los mayas. A partir de eso pues planteas nuevas preguntas y es lo que nos tiene aquí ahora, seguir planteando ideas”.

Ella, la funcionaria, había dicho algo que reafirma una idea que siempre había tenido. Es muy fácil agrupar la diversidad en torno a un concepto amplio: los mayas, los huastecos, los mixtecos, los nahuas… Pero, en una región tan amplia como la maya, ¿podía haber un centralismo cultural de lo maya sobre lo maya?, ¿hasta dónde se desarrollaron regiones particulares a partir de sus propios recursos, humanos y ambientales? Coincido con la arqueóloga, es posible que diversidad ya existiera desde entonces y no se puede hablar de una historia o un estilo único.

Un diálogo que nos explique dudas, preguntas, es siempre necesario. Más aún, cuando lo maya se ha metido en casi todos los discursos de académicos, políticos, e inversionistas.

Adriana Velázquez habla con mucha claridad, se siente segura de que a sus palabras son apoyadas por un conocimiento de una realidad concreta. Ella no ignora que en esta plana región ellos, los arqueólogos, se han ganado una presencia rehaciendo la historia, pero también hay que decir que otros de ellos han saqueado el patrimonio o espiado para gobiernos extranjeros.

En la próxima entrega seguiremos con este diálogo donde se tratarán puntos como los detalles culturales de las antiguos mayas, la función científica y el papel colaboracionista con el turismo en la arqueología, la historia de la arqueología en Quintana Roo, la relación del INAH con los inversionistas turísticos y el caso Tulum.

domingo, 24 de agosto de 2008

El olvidado Mao

Siempre que veo una montaña de respetables dimensiones me acuerdo de Mao Tse Tung y del engaño que me hizo.

Fue en aquellos lejanos días en que había decidido dejarme crecer la barba cuando cayó en mis manos El libro rojo, una compilación hecha por el lambiscón de Lin Piao. Era un librito que contenía citas o pequeños relatos de Mao. La mayoría de los textos eran aburridos, insufribles y tenían un fin adoctrinador. Vagamente recuerdo uno de aquellos relatos.

Se trataba de una escena campirana donde Mao observaba que un anciano escarbaba en la base de una montaña, llenaba de tierra su carretilla y la transportaba a un distante valle donde vertía las rocas y la tierra. El octogenario iba y venía. Desde la sombra de un árbol un niño miraba el repetido y cansado ejercicio. Mao se acercó e interrogó al bisoño si sabía que hacía el anciano. El jovencito lo ignoraba. Mao llamó al viejo y le preguntó el por qué de esa fatigante y extraña rutina. El provecto respondió que esa montaña representaba el capitalismo que había que destruir, que había que quitar. Él sabía que el tiempo no le alcanzaría, pero estaba seguro que sus nietos algún día lograrían quitar esa montaña. A partir de ese momento, el niño se incorporó a la tarea de quitar la montaña. Esa era la historia.

Con el tiempo leí a Confucio y me encontré que Mao no había hecho mucho esfuerzo en acomodar una máxima del filósofo nacido hace 2500 años a sus propios intereses. “Transporta un puñado de tierra todos los días y construirás una montaña”. Mao me engañó como a un chinito.

Mao era hasta finales de los años setentas toda una referencia para hablar de China. Él interpretaba la milenaria historia y dictaba el futuro de esa comunista nación. Pero luego de su muerte en 1976, encarcelan a su mujer y a sus cercanos apologistas y comienza con Den Xiao Ping hasta el actual Hu Jintao una etapa de cambios que cuesta un poco de trabajo entender desde la lejanía.

En estas dos semanas los medios masivos e impresos nos mantuvieron al tanto de lo que sucedía en China, pero sólo en los deportes. Los recientes juegos olímpicos de Beijing (Pekín) nos volvieron la mirada a lo que sucede o podría estar sucediendo en ese enorme país, hoy la segunda potencia comercial del mundo.

Su nombre lo dice todo: “lo que está bajo el cielo”. Durante varios siglos, China se consideró a sí misma como el centro del universo. Tal vez su prolongado aislamiento obligaba al etnocentrismo; pero ahora es ya un actor y principal beneficiario de la globalización económica y, paradójicamente, el mundo occidental la ve con recelo y desea que el desarrollo de China se vea frenado.

Cuando se erigía la ciudad de Cnosos de la civilización minoica o cuando se levantaba el templo del Gran Jaguar en Tikal, ya en China había florecido y sucumbido la dinastía Xia en las márgenes del Río Amarillo. Los antecedentes de la antigua civilización china se remontan a cinco mil años antes de nuestra era. Después de los sumerios, fueron los chinos quienes primeramente configuraron institucionalmente a la sociedad.

A pesar de esa antigüedad, China se mantuvo miles de años gobernado por dinastías y bajo un sistema feudal. La última de esas dinastías, la Qing, de origen manchú, gobierna de 1644 hasta 1912, cuando el emperador Puyi es derrocado; agradezcamos a Hollywood y a Bertolucci por recordárnoslo. Los nuevos triunfadores instauran la República China con Sun Yat Sen y su partido, el Kuomintang. Luego gobernaría Chiang Kai Shek hasta que llega la revolución que encabeza Mao Tse Tung y el Partido Comunista y lo derrota en 1949; desde entonces se llama República Popular China.

China es un país enorme y diverso. Es el cuarto en tamaño y en su superficie habita la quinta parte de la población mundial. De la población total, 800 millones viven del trabajo agrícola. Al igual que México, China no es homogénea culturalmente, tiene 56 grupos étnicos con sus lenguas propias.

Pero ahora China está en los ojos y en la boca de todos. Logró atraer la atención del mundo. Y no serán sus 51 medallas de oro lo único que ganó. Será el régimen que encabeza Hu Jintao y Wen Jiabao el que se colgará otras medallas luego de hacer crecer el nacionalismo de los chinos: ahora tienen el reconocimiento internacional.

China y su gobierno sabrán manejar de hoy en adelante, a su antojo, las políticas de migración interna y las demográficas: llevarán a los campesinos pobres a las urbes y puertos para hacerlos obreros y comenzarán a reemplazar a su población que, debido a Mao, está envejeciendo.

Con la fuerza ganada, China ya podrá decidir, sin mayor presión, cómo llevar su crecimiento económico en relación con los costos ambientales. Ya sabrá si sigue poniendo sus fábricas junto a los ríos o arrojando dióxido de azufre a la atmósfera.

Con lo obtenido, también estará en relativa libertad de atender o abandonar la infraestructura social y lo que a occidente preocupa mucho: los derechos humanos. Ahí, el dueño y el gerente es el Partido Comunista y sus siete millones de afiliados, ellos sabrán si construyen más hospitales, escuelas y viviendas o mejor hacen aeropuertos, grandes rascacielos o trenes bala. Ellos sabrán ahora si le dan mayor atención a los reclamos de represión a disidentes o aceptan la oferta de Yahoo de operar en China a cambio de delatar a los disidentes en el Internet.

Con lo logrado en Beijing 2008, ahora China seguirá haciendo caso omiso de las acusaciones de robo de propiedad intelectual y de copia de patentes: total, fue la globalización la que no le puso reglas claras y la OMC sigue viéndola como un nuevo socio que exporta e inunda los mercados mundiales.

La China de hoy ya no es la del olvidado Mao, ya no puede ser descrito como un país comunista. Con frases como “La liberalización burguesa no significa tomar el camino capitalista. Nuestra tarea principal es construir el país, y las cosas menos importantes deberían subordinarse a eso. Aún si existe una buena razón para tenerlos, la tarea principal debe ser prioritaria. Ser rico es ser glorioso”, como decía Den Xio Ping, se desechó las propuestas del barbudo de Tréveris y comenzó su carrera de muchos kilómetros hacia la riqueza económica a costa de lo que sea.
Por algo no habrá promovido Mao el deporte de competencia y prefería el desfile de banderas rojas y cuadros calisténicos realizando imágenes revolucionarias. Por algo no quiso mandar a sus soldados a competir a Helsinki, Melbourne, Roma, Tokio, México, Munich y Montreal. Por algo lo olvidaron, también.

domingo, 10 de agosto de 2008

El Foro

Cuando la realidad, el análisis y las nuevas prácticas se conjuntan, el resultado puede ser novedoso e innovador. En la política cultural se tienen varias décadas formando ciertas realidades que ya es necesario revisar.

En el artículo El Estado y la Cultura, escrito por Lucina Jiménez y Enrique Florescano, y publicado en la revista Nexos en la edición de febrero pasado, ambos intelectuales nos ayudan a entender ciertas situaciones que van de lo posrevolucionario al papel de los ciudadanos en la cultura y dónde se presentaron algunos desafíos que están pendientes.

Luego de aquella época donde José Vasconcelos concibió un proyecto educativo y cultural que convocó a lo mejor de los educadores, pedagogos, escritores, poetas, pintores, escultores, antropólogos, abogados y arquitectos para hacer que la educación, la protección del patrimonio histórico y artístico, la enseñanza de las artes, la construcción de bibliotecas y el fomento a la lectura fueran la base del nacionalismo, el centralismo se transformó de “deformidad a un tumor”. Este es el primer factor desafiante.

Es conocido que de 1940 a 1980 ese nacionalismo paradigmático permitió un crecimiento de instituciones y acciones de forma acelerada, aunque concentrada en la capital del país. Además del centralismo, la cultura se volvió tarea exclusiva del gobierno. Lo que se hiciera por la cultura estaba directamente relacionada al presupuesto y a la voluntad política. Es el segundo aspecto a considerar.

Ahora, producto de un análisis retrospectivo y crítico, también se observa que existe un distanciamiento de algunas instituciones culturales con la sociedad. “Están más atentas a las señales de la burocracia política que a las necesidades de la población”. Es el tercer pendiente.

El último aspecto que está latente es la obsolescencia de las leyes que regulan la estructura cultural. “Se carece de un marco legal actualizado que fije una orientación y función social específica”.

Centralismo, dependencia, ajenidad y olor a rancio son los elementos de análisis que hoy están presentes para diseñar las nuevas acciones culturales.

Llegamos al 2008, donde nos rige un Plan Nacional de Desarrollo sobre cultura, apenas presentado en diciembre del 2007. Cuando participé en esos foros de consulta para definir el plan cultural del gobierno, recuerdo que todos evitamos ser cándidos o etéreos en nuestras palabras y dejamos de lado formulaciones como que la cultura es “la suma de lo mejor del pasado y del presente” o que es “el colorido de expresiones que distinguen al país en el mundo”.

Tiene razón Lucina Jiménez y Enrique Florescano. En la cultura, ¿cómo se puede hacer política pública para un “rico colorido”?.

Es evidente que existen grandes retos en el trabajo cultural. Lograr que la cultura tenga el mismo reconocimiento que la economía, el desarrollo tecnológico y el turismo, es uno de ellos. Elaborar un argumento mejor estructurado, “transversal, prospectivo y comunicable”, más allá del ámbito de las instituciones es otro reto.

Existen instancias de la cultura que tiene muy claro estas realidades, estos puntos de análisis y los retos. Saben de las limitaciones de la centralización y de los riesgos que ello significa para el patrimonio cultural y de las consecuencias de tener iniciativas civiles anémicas. Estas áreas quieren, intentan, llevar hasta sus últimas consecuencias la relación del Estado y la sociedad. Se afanan en diseñar nuevas prácticas donde la decisión no esté centralizada, donde el planteamiento sea de abajo hacia arriba y donde sean propuestas propias y cercanas.

Trazar esta política pública que trascienda los protocolarios convenios entre la federación y los estados, que haga que los acuerdos de crear fondos para apoyar a la cultura y a los creadores dejen de ser el fin y se dimensionen como un modesto medio y que los programas culturales regionales sean diseñados con los actores, es el espíritu. Tengo la sensación que es así como quiere hacer las cosas la Dirección de Vinculación del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA).

Cuando esta instancia presentó a las instituciones culturales de Yucatán, Campeche, Tabasco, Chiapas y Quintana Roo, la propuesta de crear un Programa de Desarrollo Cultural Maya a partir de realizar previamente un amplio Foro, se dibujó con claridad aquel anhelo de permitir la participación ciudadana, no sólo en calidad de espectadores.

Se planteó realizar el Foro Cultural de la Región Maya en Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo, para la primera semana de noviembre. Se definió como objetivo el que, a través de la participación de especialistas y actores, se identifiquen los procesos y expresiones culturales que caracterizan a la región y que puedan trasformarse en ejes estructurantes del desarrollo cultural regional.

La organización del Foro le corresponde a la Secretaría de Cultura de Quintana Roo, en coordinación con las instituciones culturales de los otros cuatro estados y el CONACULTA. La tarea será titánica por las condiciones logísticas de la sede y por la cantidad de participantes.

Se espera la participación de aproximadamente noventa especialistas de talla nacional y promotores culturales locales. Ellos trabajarán los aspectos de historia, región, lengua, ideología, sociedad y economía. Habrá mesas plenarias y de discusión donde queden perfectamente manifiestas las propuestas sobre los cambios y continuidades de los procesos culturales, las manifestaciones culturales preponderantes, la importancia de la lengua como sistema modelante primario de la cultura, de la naturaleza en la cosmovisión y las visiones comunitarias en el contexto de la sustentabilidad.

El Foro será un interesante ejercicio que permitirá tener un diagnóstico preliminar sobre la problemática cultural de la región, para posteriormente definir las perspectivas de acción.

Luego de conocer de manera general cómo ha caminado en ochenta años la política cultural del Estado mexicano y de también saber de los “tumores” que le han crecido a esa política pública, el tener la oportunidad de un Foro de estas características resulta alentador.

El Foro puede significar una nueva forma de construir algo que vincule el trabajo cultural con la democracia a través de las iniciativas de la sociedad civil. Puede ser una interesante visión estratégica que permita trabajar de manera coherente e integral.

Mi actitud hacia el Foro es una apuesta al deseo y no un adelanto displicente para impedir ser tocado por la candidez, luego de los meses y los días.

domingo, 13 de julio de 2008

El mito

Es posible que gane la decepción. Si espera leer sobre el gato negro, la herradura tras la puerta, el espejo roto o la sal derramada, mejor evite este texto. Tampoco es el espacio para el caballero Lohengrin o para La llorona, o para Pedro Infante o para Francisco Villa; no, no debe confundirse el tema con la superstición, la leyenda o los personajes. Se trata de algo que sistematiza y ordena la memoria, que habla de la llegada de los tiempos o circunstancias primordiales, que nos transporta del mundo sagrado al nuestro y que, sobre todo, es de carácter social y colectivo: el mito.

El mito es un relato que lo mismo puede hablar de temas fabulosos como la creación del universo, de héroes culturales, de dioses, de hechos que no pertenecen a la historia y que quedaron en la memoria fundacional, de conductas humanas, de la llegada de nuevos tiempos y hasta de asuntos escatológicos como el origen del último tramo intestinal de tan mala fama: el culo.

Para un filósofo como Nietzsche, el mito está fuera de la filosofía. Interpretándolo un poco, se trata de algo paradigmático que nada tiene que ver con la razón filosófica que finalmente es vertedera de la historia. Hay que recordar que para este alemán la historia de la filosofía no trata del progreso, sino una forma de ver la decadencia del mundo, al cual pertenece el mito. Al mito no hay que encuadrarlo en la racionalidad, sino en el empirismo puro, en la lógica de lo sensible y lo concreto. El mito es un justificador de las cosas y los acontecimientos.

El mito es un discurso, son palabras que marcan cierto orden simbólico en los diversos grupos humanos o para toda la humanidad. Para algunos antropólogos como Claude Levi Strauss, el mito tiene una estructura única que lo hace universal. Este antropólogo desarrolla un método para analizar el mito que no es propicio para este espacio: habla de mitantes, mitemas, pares binarios de oposición, etc. Algo verdaderamente interesante, pero complejo. Su afán por encontrar constantes universales en la cultura lo llevó a recopilar, comparar y analizar centenares de mitos americanos que los reunió en cuatro volúmenes publicados en castellano por el Fondo de Cultura Económica.

El mito funciona, es eficaz para explicar las cosas que no pasan por la probeta de un laboratorio. Se me ocurren algunos ejemplos: la regla de la prohibición del incesto dentro de nuestras relaciones de parentesco, la visión mesiánica de los mayas sobre la llegada de la guerra y el origen de nuestros anos.

No tengo idea de cuán difundido y conocido sea en nuestra sociedad el mito de griego de Edipo Rey, aquel personaje hijo de Layo y Yocasta que fue abandonado por sus padres luego de que el oráculo de Delfos pronosticara gran desgracia con su nacimiento. El niño Edipo creció con padres adoptivos hasta que un día, a pesar de ser advertido, decide regresar a su natal Corinto. En el camino mata a un personaje que le disputaba el tránsito en un estrecho camino. Posteriormente se encuentra con La Esfinge y descifra un viejo enigma. Como premio por resolverlo, se casa con la reina de Tebas, quien recién había enviudado; con ella procrea varios hijos. Pero pronto vinieron pestes y hambrunas en el reino. Consultando al oráculo y realizando investigaciones para conocer la causa de las desgracias, Edipo se entera que aquel personaje que había matado fue su padre y su esposa Yocasta, era su madre. Yocasta se suicida y Edipo se extrae los ojos y es desterrado. Se dice que murió en Ática, aunque también se sospecha que vaga por el mundo, ciego, sin la posibilidad de ver los incestos que cometen los hombres.

El mito de Edipo es la base simbólica que los hombres han establecido para reglamentar sus relaciones de parentesco. Es una regla universal el permitir que nuestras hijas y hermanas circulen fuera del grupo, para que ego tenga derecho a una hija o a una hermana de otro grupo. No puede haber reproducción al interior, no se permiten las relaciones endogámicas. Actualmente algunos académicos y psicoanalistas todavía discuten si esa prohibición en la reproducción es cultural o también biológica. Ese mito ha servido a Jacques Lacan a postular al “Edipo freudiano”, que confirma el orden simbólico de las relaciones y no como avatar del desarrollo biológico.

El segundo ejemplo está basado en la desesperanza de estos tiempos, pero se necesitará una crisis mayor para resolverla.

Estaba recién llegado con ellos, con los mayas, y el tema de su historia era fascinante, especialmente el de la guerra de castas. Daba por hecho que aquello había tenido un punto final, pero pronto supe que no era así: en el mundo mítico, la guerra continuará, volverá. Para ellos, el tiempo es cíclico, retorna, es como un espiral, como la cuerda de un tornillo y en esos futuros tiempos reinará la abundancia y la justicia.

Ellos hablan de un viejo gobernante que regresará a dirigirlos: Tutul Xiu. Este personaje desapareció con sus mejores hombres cuando la conquista española fue una realidad. Con sus valientes, Tutul Xiu se introdujo en una gruta que tiene final bajo el mar y que este lugar se ubica por el rumbo de Tulum. El héroe estará de regreso cuando se cumplan ciertas condiciones en el mundo actual de los mayas. Cuando ello suceda, “en el año dos mil y pico”, habrá una carrera de caballos que partirá de Cobá a Chichén Itzá. La pista será una soga tendida entre esos lugares y sobre ella correrán los competidores. Por el lado del enemigo correrá un caballo y por el lado de los mayas correrá una ardilla. Sobre sus lomos se atará un cimero de tortillas recién hechas y el acicate es llegar rápido a la meta, con las tortillas todavía calientes. En la meta estarán esperando el gobernante Tutul Xiu y el gobernante de los mexicanos. Terminada la carrera comenzará la guerra y “esta vez sí ganaremos por que de nuestro lado estarán los hombres de piedra, nuestros dioses, que cobrarán vida y ¿quién puede matar a una dios o a un animal de piedra”?

El último ejemplo de un mito es la historia de Puito. En gran medida este mito se relaciona con el origen de los alimentos y con la “perfección” anatómica del Hombre. Es un mito de los indios de la selva amazónica, lo leí en una de las Mitológicas de Levi Strauss y más o menos lo recuerdo.

En los primeros tiempos, el Hombre sufría mucho. A pesar de la abundancia de alimentos, ellos padecían grandes problemas. Desde que amanecía, todos trabajaban para vivir; pero también todo el día les acompañaba una preocupación dolorosa. Luego de trabajar, se servía colectivamente la comida: carnes, frutas y vegetales. Pero al atardecer, todos ellos se revolcaban en el suelo de dolor. Gemían lastimosamente. Solamente un personaje no padecía el sufrimiento: Puito. Él, por el contrario, se reía y se burlaba de todos ellos. No dejaba de señalarlos y brincar de gusto ante la escena. Puito era el único ser que tenía ano y los demás no. Era el único que podía excretar el resto de los alimentos, mientras que los otros solo eructaban y muchos cólicos tenían. Todos los días se repetía la escena: los hombres en el sufrimiento y Puito se burlaba y se peía en sus rostros. Un día los hombres se pusieron de acuerdo. Capturaron a Puito y lo mataron. Lo cocinaron y se repartieron su cuerpo. Lo comieron y a partir de ese momento todo el mundo tuvo ano y pudo excretar. La felicidad llegó al Hombre. Se dice que a partir de la porción de Puito que a cada quien le tocó en aquella comida, de ese tamaño es su ano.

Leer o escuchar mitos no es un asunto de pasatiempos. Es conocer cómo el Hombre ha elaborado piezas discursivas para demostrar o justificar los hechos importantes de su historia, de nuestra historia, y de sus costumbres, creencias, normas y de su existencia como ser cultural.

domingo, 29 de junio de 2008

Inventario

Cuando revisé por primera vez el Sistema de Información Cultural del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, no le di la atención que ahora le doy. Es como cuando, producto de la distracción que impone la prioridad no observas ni te detiene la importancia de lo cotidiano. Así nos perdemos de afanes que luego son necesarios.

En ese entonces la lectura estaba enfocada a la simple curiosidad de conocer lo que aportaba Quintana Roo en el plano nacional. Ahora, por circunstancias laborales o por el terco vicio de buscar similaridades o diferencias encuentro muy oportuna y de mayor utilidad la nueva revisión del Sistema.

Intuyo que también me hizo cambiar de óptica el que en un breve lapso haya realizado dos viajes; uno a Campeche y otro a Villahermosa. En ambos viajes surgían datos aislados, sueltos, de los quehaceres de las instituciones culturales del sureste mexicano. Era evidente que tenía que comprender los contextos mayores.

Y es que en veinticinco años los institutos culturales del sureste crecieron, pasaron de lo simple a lo complejo. De aquel 1983 cuando se crean los institutos culturales de Campeche y Yucatán y de aquel 1984 que marca el inicio del Instituto Quintanarroense de la Cultura, la infraestructura, los programas y proyectos han crecido cuantitativamente. Ya no es lo mismo administrar las diez casas de la cultura, el medio centenar de bibliotecas o las siete zonas arqueológicas de la primera mitad de los 80s, que los actuales 1900 espacios culturales que existen en Chiapas, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo. El aumento exponencial de la infraestructura cultural se explica ligando el crecimiento de la demanda de servicios culturales que trae consigo el normal comportamiento demográfico o los incontrolables flujos migratorios. En ese lapso, la población de Quintana Roo se multiplicó por seis veces.

Es oportuno aclarar que no es lo mismo hablar de infraestructura cultural que de patrimonio cultural. En este caso el patrimonio no es la propiedad que tiene la institución sobre ciertos bienes inmuebles. Algunos, aunque parezca increíble, lo siguen confundiendo.

El patrimonio cultural comprende la obra artística -sea de pintores, escultores, músicos, escritores, intelectuales-, así como la obra anónima de la creación popular. La lengua; las prácticas sociales de la ritualidad y las creencias; el conocimiento y la relación con la naturaleza y las maneras de mesa y sabores que pueda tener la ingesta para vivir: es lo que le llaman el patrimonio cultural inmaterial. También está lo hecho por el hombre en los lugares y en sus monumentos arquitectónicos, sea un fuerte militar o un sitio para adorar a los dioses: es lo que llaman el patrimonio cultural material. Finalmente, todo ello, lo tangible o lo intangible del patrimonio, es el conjunto de valores simbólicos que como cultura hemos creado.

En esos recientes viajes que les comentaba, percibí que los funcionarios de los estados del sureste sabían en detalle lo que tenían en sus entidades. Conocían qué les faltaba por hacer y qué por mantener. Parecía que los inventarios estaban al día.

Entonces me propuse indagar en los datos sistematizados con qué contaba Quintana Roo en el tema de la infraestructura cultural y cómo nos situábamos en relación con los estados de la Península. El vicio de la comparación estaba presente. Hacer este ejercicio no era ocioso, era conocer las fichas, las estampas y las canicas que teníamos y cuántas nos faltaban. Eso sí, hay que anteponer que nuestras calas históricas y los componentes sociales son ligeramente diferentes.

Para empezar, nosotros tenemos 132 espacios culturales, Campeche 115 y Yucatán 345. La tierra del Palmerín Pavia y Mediz Bolio nos gana en casi todo.

El desglose es como sigue. Los yucatecos tienen 53 museos, los campechanos cinco y nosotros diez. El ganón tiene 12 teatros, Campeche nueve y nosotros seis. En centros culturales: Yucatán 56, Campeche 14 y nosotros 16.

En bibliotecas, los yucatecos administran 159, los campechanos 55 y nosotros 50. En las fundamentales librerías seguimos en la misma tónica: 31 para los de Yucatán, ocho para los de la tierra del pan de cazón y nosotros, diez; incluyendo las de los Samborn’s en Cancún. ¿Le sigo, aunque luego recurramos al prozac o nos dediquemos a buscar como emparejarnos?

En galerías y en auditorios es donde somos los campeones. Quintana Roo tiene diez galerías, Yucatán nueve y Campeche cuatro. Acá nosotros tenemos 15 auditorios, los yucatecos nueve y los campechanos siete. Lo que no saben es que les metimos el del CONALEP y el del Colegio de Bachilleres.

Los de la tierra del faisán y el venado y los de la ciudad amurallada están empatados en declaratorias de Patrimonio de la Humanidad que otorga la UNESCO: tienen dos cada uno y nosotros solamente a la Reserva de la Biosfera de Sian Ka´an.

En zonas arqueológicas abiertas al público están adelante los campechanos: ellos tienen 17, los yucatecos 16 y nosotros 13.

En la publicación de libros y revistas ahí andamos, nos defendemos aunque nos ganan. Tenemos 71 títulos publicados y Yucatán y Campeche 81 y 93, respectivamente. En festivales los yucatecos nos ponen una felpa, tienen ocho y los campechanos y nosotros dos. Pero donde no se tientan el corazón es en las convocatorias a concursos, premios y bienales: Yucatán tiene 21, Campeche 11 y nosotros tres.

Mucho trabajo tenemos para aumentar nuestros espacios culturales y disminuir el rezago cultural. Con programas y proyectos se debe lograr. Pero también hay que dejar un guardadito para mantener la infraestructura, por que ésta se deteriora o se vuelve obsoleta con el tiempo. Como se verá, el trabajar con la cultura es tener imaginación, creatividad, pero también recursos para la pintura, las escobas, la fibra óptica y los sistemas digitales.

A ello sume los imprevistos de la naturaleza: huracanes o inundaciones. Ahí nos pegan y nos pueden retrasar años de trabajo. Véase el caso de la importante infraestructura que dejó Enrique González Pedrero en Tabasco: teatros, museos centros de investigación y biblioteca dañados y paralizados por la subida del agua. Es una enorme pena.

Tener actualizado el inventario para mantenerlo, mejorarlo y aumentarlo es una tarea grande y de mucho empeño. Ahí también, en esos esfuerzos que poco conocemos, se trabaja para que la cultura tenga un lugar digno. El inventario cultural no es para mantenerlo en bodega, ni que se cubra de polvo; debe ser una prioridad cotidiana que no merece la distracción, aunque a veces las nuevas ideas corran aladamente por delante.

martes, 17 de junio de 2008

Es deseable

Se le atribuye a Jorge Luis Borges una definición de la democracia muy aplaudida: “es una superstición muy difundida, un abuso de la estadística”. Borges, al igual que Octavio Paz, levantaba mucho polvo cuando hablaba de política.

Apenas habían pasado 24 horas cuando ya tenía en mis manos la Iniciativa de Reforma Energética del presidente Felipe Calderón. Me interesó desde el momento en que se presentó públicamente. Pausada y sin interrupción la leí. Tocaba un asunto importante y sensible: modificar el artículo 27 constitucional en materia del petróleo para permitir la participación de capital privado y poner a PEMEX acorde con los tiempos económicos, con la tecnología y con la inversión.

El artículo 27 de la Constitución establece que el recurso del petróleo es del dominio directo de la Nación y cuyas características son la inalienabilidad e imprescriptibilidad; es decir, nunca deben dejar de ser propiedad y dominio del Estado. También ese artículo dispone que el petróleo y todos los carburos de hidrógeno sólidos, líquidos o gaseosos, no pueden ser concesionados ni cedidos en contrato y que solamente la Nación esta facultada para realizar su explotación.

Previo al lanzamiento de la Iniciativa, la Secretaría de Energía y algunos columnistas comenzaron a manejar argumentos como “en el periodo que va de 1979 al 2004, la producción de crudo de Petróleos Mexicanos pasó de 1.5 a 3.4 millones de barriles diarios, alcanzando su máximo en ese último año. Sin embargo, a partir de ese momento la producción de petróleo ha venido disminuyendo de manera preocupante, en consistencia con la caída en la producción del yacimiento de Cantarell, que en 2004 alcanzó su mayor producción, con 2.1 millones de barriles diarios, representando el 63 por ciento del total nacional” o “es claro que México requiere elevar la velocidad a la que descubre nuevos yacimientos e incorporar reservas, de manera que se pueda revertir la declinación en la producción”. El panorama así planteado era catastrófico.

Como se conoce, rápidamente los legisladores del Frente Amplio Opositor reaccionaron a lo que consideraron un intento de privatizar el patrimonio nacional. Tomaron las tribunas del Senado y de San Lázaro y negociaron el abandono de ellas luego de que todas las fuerzas políticas aceptaron realizar un Debate sobre la Reforma Energética.

Para el Debate se programaron 22 foros con especialistas. A la fecha ya vamos a la mitad de la presentación de los paneles y ya se han escuchado interesantes opiniones, aunque para Felipe Calderón solamente se han discutido cuestiones históricas, cuestiones que tienen que ver con la ideología y que tienen que ver con la política, pero sin rebatir lo central de su propuesta. O bien el presidente minimiza lo dicho en los foros, o bien los ponentes son de quinta pues no han entendido lo medular de la Iniciativa.

¿Qué se ha dicho en los foros? Indudablemente no se tiene suficiente espacio, ni se tiene vocación de estenógrafo para reproducir todas las ideas vertidas en el patio central de Xicoténcatl No. 9. Sin embargo, rescato algunos argumentos y posturas.

Lorenzo Meyer propone el análisis de variables que tienen que ver con nuestro nacionalismo, con la petrolización del fisco y de la participación de la sociedad en el debate. Llama a convencer y no sólo a vencer, de lo contrario habría una polarización e inestabilidad política. El investigador de El Colegio de México se opone a la Iniciativa y para ello se apoya en la historia política del petróleo.

Carlos Elizondo Mayer-Serra se mostró a favor de modificar la Constitución y con ello apoya la Iniciativa: “el fondo de la discusión no es la constitucionalidad de una u otra propuesta de reforma. El fondo es una decisión política, soberana, sobre qué hacer con el más estratégico de nuestros recursos. El fondo son las implicaciones de reformar o no reformar o el sentido de una u otra reforma. Si los fines que acordamos democráticamente exigen un cambio constitucional, llevémoslo a cabo”. Total, el artículo 27 ya se ha modificado 16 veces, una más no es ninguna.

Héctor Aguilar Camín reconoció que PEMEX tiene las amarras de la corrupción y la ineficiencia y que la mitología nacionalista y la debilidad fiscal impiden hablar del petróleo y de PEMEX como debe ser: una materia prima y una empresa. Agrega que la mitología nacionalista nos impide alterar los principios constitucionales y los principios simbólicos que permiten una visión de la industria petrolera. La mitología, dice el chetumaleño, es apasionado constitucionalismo y rechazo a la privatización. Él no cree que la Iniciativa privatice a PEMEX.

Juventino Castro, Ministro en retiro de la Suprema Corte de Justicia, se declara un modesto abogado y pide no confundir la tesis de la propiedad. “La propiedad no es un derecho natural que desde su origen perteneciera al ser humano..., según nuestro Pacto la propiedad de las tierras y aguas es, en su origen, propiedad de la Nación, o sea del pueblo mexicano y existen propiedades –según mandatos constitucionales-, que no pueden en forma alguna ser transmitidas a los particulares, porque son base y el sustento de nuestra identidad, nuestra estabilidad y el progreso de la Nación”.

De uno y otro bando se han manifestado. Pero a lo largo de las jornadas va quedando la sensación que son más los que argumentan en contra de la Iniciativa de la Reforma Energética. Al menos en el patio de Xicoténcatl, parece ser que la propuesta de Felipe Calderón no las tiene consigo.

El Debate termina el día 22 de julio y no queda claro que se hará con la riqueza de los argumentos. No se ve aún el tren de aterrizaje para que se tomen decisiones. Ya se acerca el día de pasar a otra etapa y ahora se sacan a relucir citas de artículos constitucionales como el 26, el 41, el 42, el 71 y el 72 para hablar de una consulta ciudadana o de dejar que sea el Congreso de la Unión quien decida sobre la Iniciativa.

Quisiera retomar de Carlos Elizondo la idea de que en el fondo será una decisión política la que decida el futuro de la Reforma Energética. Y por ello es necesario pensar en nuestra democracia. Grandes cambios han existido en el vocabulario en la teoría democrática, irrupciones ideológicas en la democracia se han presentado, pero debe quedar claro que la realidad y el ideal ya no dan para más en la construcción de abstracciones normativas obsoletas.

Es deseable que empecemos a hablar de democracia participativa. Sin que se supla a la democracia representativa -sino que se le complemente-, la democracia participativa podría ser la solución a problemas como el decidir qué hacer con la Iniciativa de la Reforma Energética. Es una modalidad operativa que permitiría que a través de un referéndum todos los interesados manifestáramos nuestra postura.

Finalmente sería relativo el resultado del referéndum, lo importante es crear nuevas formas de participación. Eso es lo deseable. Al final del ejercicio podremos saber si somos capaces de seguir manejando los hechos y los valores como factores constitutivos de la democracia o nos quedaremos en el consuelo poético de que ella sólo “es una superstición muy difundida, un abuso de la estadística”.

domingo, 1 de junio de 2008

Culturas populares

Cuando a los 15 años de edad salí de aquel pueblo costero, había dejado atrás muchos sentimientos y amores. Se quedaron los padres y hermanos, los amigos y las primeras novias. Prácticamente ya no regresé a aquel Macondo en el mar Pacífico. Salí porque ya no había nada que hacer allá y además notaba que la muerte le ganaba la carrera a la vida. Gabriel y Salomón me habían enseñado todo lo que sabían. Yo quería ser filósofo, estaba seguro de ello. Luego todo cambió.

Me entretuve por ahí, fui a los mercados fenicios y adquirí algo de nácar, coral, ámbar ébano, perfumes voluptuosos y hasta con algunos cíclopes y lestrigones me pelié, como dice el buen Cavafis. Todo fue rápido e intenso. Luego me confundí. Giré la cabeza hacia ambos lados: nadie estaba junto a mí; era un sobreviviente. Miré atrás y empecé de nuevo. En cuanto se rebasan los límites de la aldea local, el mundo de las pertenencias se vuelve complejo: mi identidad ya no era geográfica, ni psicológica.

En ese andar, ni aquel dueño de la fábrica que no recuerdo su nombre, ni Beatrice, ni nadie pudieron lograr lo que ella pudo: “eso de la filosofía es bueno para saber, pero no para hacer; estudia algo que te sirva para entender a los grupos vivos y actuantes”. Le hice caso y desde entonces estoy cerca de la cultura popular.

Aceptado el cambio, fue con aquel refugiado argentino como aprendí que los despliegues de jergas no funcionan en los trabajos culturales si primero no se entiende que un hombre sin aceptación de su cultura es un ser manejable. El de Tucumán me advirtió que vendrían tiempos de lucha contra nuestras culturas, que eso era parte de una mutación antropológica: “los mutantes van a tratar de destruir lo que resta del homo sapiens, intentarán destruir al único animal que se preocupa por el sentido de las cosas, y eso hay que impedirlo a cualquier costo”.

Para no aceptar el perder una sola batalla, se pensaba que era necesaria la acción práctica. Era imprescindible formar a promotores culturales, a todo un ejército de ellos; capacitarlos en la teoría; que reconocieran qué se podía rescatar, qué se debía promocionar, qué difundir y que desarrollar en cada cultura.

Al pensar de esa forma, la cultura popular pronto se me hizo plural en la medida que entendí que no era lo mismo que el singular de la cultura nacional. Todos empezamos al revés, primero nos hicimos nacionales y luego particulares y locales: la pirámide estaba invertida y nuestra identidad estaba artificiosamente construida. Queríamos la unicidad sin reconocer la diversidad. Así estaba todo en aquellos años.

El país era otro, su perspectiva histórica y cultural también. Todavía quedaban resabios de la política cultural de Vasconcelos; aún teníamos miradas piadosas pero integrativas hacia el indio de bronce; nuestra lengua nacional era el castellano y lo demás eran dialectos; habían clases sociales y una categoría social marginal: el indio; lo desigual sólo era aceptado como reto para impulsar lo moderno y el desarrollo nacional; la pluralidad quedaba en lo étnico, pero no permeaba a las otras culturas: no se reconocía la existencia de la triara evolutiva de etnia-clase-nación; no existían leyes que reconocieran las diferencias culturales; el centralismo definía en soledad la política cultural, creando relaciones unilaterales y paternalistas, y solamente se identificaba a las bellas artes como el objetivo para hacernos universales culturalmente: lo demás era folklore o tradicional.

Primero abandonaremos viejas ideas. Volveremos a revisar la historia local, la conformación social, las formas de pensar y hacer y trabajaremos el conjunto de valores y ethos comunes. Pensaremos como hombres locales, sin dejar de relacionarnos con la aldea global. Retomaremos las cuentas y pensaremos que el maya es uno de los 400 grupos étnicos de Latinoamérica, pero la suma partirá con ellos. Tomaremos en cuenta a otros grupos escondidos o desconocidos: colonos rurales, emigrantes, pescadores y sectores populares urbanos.

Confirmaremos la idea de que la cultura no es exclusivamente el desarrollo educativo y lo comprendido en las bellas artes. Dejaremos por sentado que la diversidad puede ser un principio de identidad, eso no se revisará. Reconoceremos al pluralismo como forma de democracia cultural. No negaremos que existe un mercado de bienes culturales, pero trabajaremos por que los productos locales no queden en desventaja. Pediremos a los medios masivos una tregua y una alianza: que den espacio y valor a las culturas populares. Estaremos presentes en los proyectos educativos que tengan que ver con la cultura.

Las culturas populares
son entidades vivas y dinámicas que no se quedan en el encasillamiento de lo “auténtico” o lo “verdadero”. Las entenderemos como al conjunto de procesos de creación cultural surgidos directamente de los grupos populares -sean indígenas, campesinas o urbanos-, de sus tradiciones propias y apropiadas y de su genio creador histórico y cotidiano.

No nos meteremos a escarbar y abrir polémicas innecesarias entre cultura “alta” y cultura “baja”, ni tampoco nos entreteneremos en relacionarla con las fuerzas hegemónicas, ni las subalternidades. Sabemos de las apropiaciones y despojos que se han hecho de ellas, de la violencia simbólica que han sufrido, pero no estamos para atizar la lumbre. Le vamos a entrar a la industria cultural y a la formación de públicos, sin olvidar que debemos distinguirnos de la cultura de masas. Todo ello apegado a lo que digan los planes nacionales y estatales. Haremos lo que las normas y funciones culturales nos permitan hacer, lo demás estará en nuestro íntimo espacio de la utopía. Esto último será para otro momento, otro lugar y otra situación.

Ya confesé lo que creo de las culturas populares, ahora que me dicen que debo trabajar por ellas. Ya me comprometí. Deseo que al final entregue buenas cuentas a la sociedad y a los que confiaron en una persona que a los 15 años abandonó Macondo y que desea ser parte de una comunitas de voluntades.

Ahora le agradezco a Renée por convencerme de estudiar algo que me acercara a lo que hace la gente; a Adolfo, por enseñarme que la lucha es con los mutantes que quieren vestir al mundo de una sola forma; a Félix, el que ahora gobierna el lugar donde vivo; a Manuel, que dirige el lugar donde trabajo; a Oscar por sus generosas e inmerecidas palabras y a los amigos y camaradas que están allí y son mi apoyo. Vamos a ver qué podemos lograr en esto de trabajar por las culturas populares en Quintana Roo.

sábado, 24 de mayo de 2008

Memoria roja

Fue circunstancial. El día de mi cumpleaños no sabía que autoregalarme y terminé donde siempre inicio: la librería. Entre cimeros de libros me llamó la atención el título y la portada de uno de ellos. El autor era de nombre y apellido alemanes y en el diseño de la portada destacaba una escurriente mancha de sangre. Memoria roja. Historia de la guerrilla en México (1943-1968), de Fritz Glockner, es la ficha parcial. Fue un encuentro no deliberado.

Es coyuntural. Ahora que el Ejército Popular Revolucionario, el grupo guerrillero que se constituyó en 1994 e hizo su aparición pública en 1996, está ganando los espacios mediáticos a partir de su propuesta de diálogo con el gobierno federal, es interesante conocer algo de historia de los movimientos armados en México. Es oportuno leerlo y hablar del tema.

No es un libro único y que lo diga todo. Es claro que el escritor no tiene a la narrativa como su mejor aliada, muestra algunas dificultades: no es literato, es un historiador que curiosamente -salvo el primero de cinco capítulos-, no cita, no entrecomilla, a sus fuentes. “…aún cuando los tradicionales buscadores de éstas sugieran falta de verosimilitud, de rigor académico o seriedad de mi parte, les recuerdo que al final vienen las fuentes, la bibliografía, la hemerografía, los documentos, las entrevistas realizadas”, advierte el autor.

Lo anterior, me recordó otra lectura que de manera tangencial está relacionada con la motivación de Glockner por hacer este libro. La obra que recuerdo también está escrita por otro historiador que hace uso de la prosa literaria: La Guerra de Galio, de Héctor Aguilar Carmín.

En La Guerra de Galio -al margen de que el personaje Carlos García Vigil y sus amores no cuajan del todo y donde sobresale el papel de Octavio Sala, el férreo defensor del papel de la prensa y su lucha contra el burócrata Galio Bermúdez-, se detalla en un pasaje del libro el asesinato del guerrillero Julio Abrantes.

Lo interesante es que luego de unos dimes y diretes entre Aguilar Camín y Fritz Glockner, el primero reconoce implícitamente que la ficticia descripción de la muerte de Abrantes, corresponde a la real muerte de Napoleón Glockner, el padre de Fritz.

La muerte de Napoleón Glockner, miembro de las Fuerzas de Liberación Nacional, sucedida en 1974, fue el resorte que hizo investigar y escribir a Fritz Glockner Memoria roja: “...cuando la historia toca a tu puerta y se mete sin pedir permiso, te avasalla, te restriega un torbellino en plena cara y te obliga, de alguna manera, a involucrarte en el tema”.

El libro es una narración de hechos armados y movilizaciones políticas sucedidos en el país en un periodo de 25 años. Inicia con el levantamiento campesino de Rubén Jaramillo y la toma insurgente del poblado de Tlaquiltenago, en el estado de Morelos, y termina con la radicalización de grupos de estudiantes durante el movimiento de 1968, en la ciudad de México.

Entre esos dos eventos, el autor aborda, en desiguales niveles de profundidad, la incursión del ejército en las instalaciones del Instituto Politécnico Nacional en 1956; la movilización magisterial y de telegrafistas en 1958 y la lucha sindical y salarial de los ferrocarrileros en 1958 y 1959. Con estos acontecimientos, el autor señala que se inicia la pérdida de vigencia de la Revolución Mexicana, ya que aquel movimiento “se estancó en retóricas de campaña, en actos oficialistas, en demagogia y lecciones de historia patria”. En el desarrollo de estos puntos, Glockner comienza a mostrar su postura ideológica como narrador de la historia.

En contexto, lo que era innegable es que la forma de responder a las demandas de los trabajadores correspondía a la actitud y al discurso de la Guerra Fría, donde el gobierno, los líderes “charros” y los empresarios llamaban a defender a la patria de las acechanzas comunistas. La triunfante revolución cubana animaba a la los líderes del Partido Comunista y del Partido Obrero Campesino de México a construir enlaces en los diferentes movimientos y, por otro lado, el gobierno y los empresarios se alertaban y endurecían sus respuestas. Se destaca que es en estos movimientos donde se inician como líderes Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, que posteriormente optarían por la lucha armada.

Iniciando la década de los 60s, se forma la Asociación Cívica Guerrerense, que originalmente abanderaba las demandas de campesinos arroceros, copreros y ajonjolineros, y, por otro lado, se suceden tomas de latifundios en Chihuahua con la subsecuente represión, la muerte de campesinos y la aparición de líderes como Arturo Gámiz y Pablo Gómez. En esos momentos, señala el autor, la palabra izquierda comienza a llenar los discursos en universidades, en gremios y políticos.

En 1961, luego de la adopción del socialismo como forma de gobierno en Cuba, en México se organiza la Asamblea Nacional de Fuerzas Democráticas que posteriormente da paso al Movimiento de Liberación Nacional. Concurren a la Asamblea figuras como Enrique González Pedrero, Víctor Flores Olea, Carlos Fuentes, Pablo González Casanova, Heberto Castillo, Rubén Jaramillo y Genaro Vázquez. Es la primera organización de izquierda no partidista, en el país.

En 1962 es asesinado en Xochicalco, Morelos, Rubén Jaramillo y su familia. El líder agrario había mantenido por casi veinte años una lucha por el cumplimiento de viejas demandas zapatistas y de cooperativismo obrero en el naciente ingenio de Zacatepec. Gradualmente, debido a una constante persecución, su postura se fue radicalizando políticamente y llega a proclamar el Plan de Cerro Prieto donde desconoce los poderes federales y el orden político, social y económico del país. El gobierno nunca cumple su palabra en las negociaciones con él, a pesar de las intervenciones de Lázaro Cárdenas, viejo amigo de Jaramillo.

La obra de Fritz Glockner muestra que las represiones sucedidas en Chihuahua y en Guerrero con la muerte de campesinos y el encarcelamiento de sus líderes, crea las condiciones para el surgimiento de los primeros grupos guerrilleros rurales. Son los primeros años del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz.

En Chihuahua, luego de varios años de lucha por derechos agrarios, Arturo Gámiz y varios seguidores deciden iniciar la lucha armada. El 23 de septiembre de 1965 atacan el cuartel militar de Madera, Chihuahua. El asalto es un fracaso y Gámiz y otros siete atacantes mueren.

En 1966, el periodista Víctor Rico Galán organiza el Movimiento Revolucionario del Pueblo. Es el primer grupo armado urbano. Nunca entra en acción pues pronto es infiltrado y desarticulado.

En 1968 Genaro Vázquez es liberado a sangre y fuego luego de varios meses de prisión. Él y su organización entran en la clandestinidad y crean la organización guerrillera Asociación Cívica Nacional Revolucionaria. Previamente, en 1967, Lucio Cabañas forma el Partido de los Pobres.

Durante el movimiento estudiantil de 1968, algunos grupos de estudiantes se radicalizan, según Fritz Glockner tomando testimonios de Jorge Poo. Un grupo, Comando Urbano Lacandones, siente la necesidad de tomar venganza por los actos represivos y se arma. Nunca actúan como grupo guerrillero, sino como grupo de autodefensa.

Sin embargo, según Glockner, para esas fechas, varios estudiantes inician contactos con universitarios de la Patricio Lumumba y logran viajar a Corea para adiestrarse en tácticas guerrilleras. Forman el Movimiento de Acción Revolucionaria. Pronto son infiltrados y la mayoría detenidos a su regreso a México en 1969.

Sergio Aguayo, en su libro La Charola, revela documentos desclasificados del CISEN y en uno de lo anexos transcribe un manuscrito de Mario Acosta Chaparro, donde para la década de los 60s menciona a 8 grupos guerrilleros con 661 integrantes. Agrega, a lo dicho por Glockner, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria Estudiantil y la Liga Leninista Espartaco.

La obra Memoria roja, es un intento por sistematizar una historia poco conocida. Un tema que los historiadores “borran u omiten los hechos no convenientes, condenados al olvido”. Es la “parte de la historia de los vencidos”, en un momento en donde la memoria de las nuevas generaciones no alcanza para recordar la década de los sesentas, mucho menos para conocer los antecedentes de los grupos que desde entonces eligieron la lucha armada para resolver los problemas de México.