domingo, 30 de septiembre de 2007

Sociedad sustentable

Víctor Manuel Toledo tiene la gran ventaja de poseer y combinar perfectamente el conocimiento del biólogo y la sensibilidad del etnólogo. Recientemente estuvo en Chetumal para conocer y opinar sobre los efectos del huracán “Dean” en los recursos naturales y en las comunidades campesinas. Pocos pudieron escucharlo, pero sus ideas, en estos tiempos y circunstancias, son pertinentes para ponerlas en la mesa y analizarlas.

El investigador del Instituto de Ecología de la UNAM siempre, desde hace 35 años, se ha preocupado por los problemas de deforestación y deterioro ecológico. Ha sumado a esa preocupación la búsqueda de los efectos sociales de tales impactos y ha asumido que no se pueden estudiar y explicar esos procesos naturales sin entender sus relaciones con la sociedad, y a la inversa.

Su paso por la École des Hautes Études en Sciences Sociales en la álgida década de los setentas, le permitieron al biólogo sumar la visión de la economía política, de la sociología rural y de le etnología para transformarse en un ejemplo de los investigadores que realizan estudios y análisis interdisciplinarios.

El Doctor en Ciencias comenzó investigando la diversidad de especies en la selva de los Tuxtlas, Veracruz. Su estudio analizaba la multiplicidad de árboles tropicales utilizando la teoría de la información, algo similar a lo propuesto por antropólogos franceses cuando señalaban que todo conocimiento inicia con la observación y la clasificación del medio natural, con el llamado conocimiento de lo sensible.

Con esa primera investigación inició el modelo interpretativo de la biogeografía de los patrones de la biodiversidad de las regiones cálido-húmedas del país. Los subsecuentes proyectos y la formación académica de Toledo han llevado su trabajo al planteamiento de la etnoecología, una propuesta metodológica que sugiere la apropiación campesina de la naturaleza.

En su más reciente obra, Ecología, espiritualidad, conocimiento, el Premio al Mérito Ecológico en 1999, nos plantea en una serie de ensayos un diagnóstico de un mundo que se ha transformado en una “sociedad del riesgo”, producto, entre otras causas, del progresivo aceleramiento y complejidad que genera el proceso de globalización y sus impresionantes mecanismos tecnológicos, informáticos y económicos de los últimos 50 años, así como de la explosión demográfica.

El panorama para el mundo es incierto y confuso. Los “mecanismos perversos” de la sociedad globalizada deben ser reconocidos, expuestos y superados “para sustituirlos por un nuevo modelo societario y civilizatorio” al que el autor llama sociedad sustentable.

Para tener claro el objetivo de la construcción de una sociedad sustentable, se requiere “asumir una actitud que active nuestra capacidad transformadora y socializadora, y que nos dote de una nueva mística, de un cauto optimismo, de una nueva visión para la actividad social y política”. Para ello, es necesaria la adquisición de una nueva conciencia que nos indique sobre nuevos proyectos sociales y políticos que sean realmente alternativos, nos dice Toledo Manzur.

“El paraíso que ofrecía la civilización industrial es hoy una realidad reducida a un número limitado de seres humanos. Las tendencias del mundo globalizado han echado por tierra la promesa de un mundo mejor, con más progreso, justicia y seguridad para todos los miembros de la especie humana”. En esta perspectiva, para millones de personas marginadas de los beneficios del industrialismo, se vive en una sociedad de riesgo donde no hay oportunidades para satisfacer condiciones de bienestar y de calidad de vida: existimos en un mundo peligroso.

En la primera parte del libro, editado en el 2006, se nos plantean algunas claves que nos permiten visualizar el “caos contemporáneo” de esta sociedad en riesgo. El cuerpo del documento no tiene ninguna pretensión teórica y es más bien como un conjunto de ideas para presentarnos un estado de las cosas.

Los títulos son sugerentes y explicativos: La globalización del riesgo; La guerra biológica; Bioterrorismo, pesadilla de Occidente; La religión del automóvil; Los peligros de la carne; El riesgo ecológico: una amenaza global; Katrina: la venganza de Gaia.

Al alimón, tomo algunas ideas de esta parte del libro. “Junto a las mercancías y las informaciones ya globalizadas se ha esparcido un nuevo producto: el riesgo...”, ”La guerra biológica es sin duda la forma más perversa de autodestrucción que haya engendrado el ser humano convertido ya en un organismo suicida...”, ”Hemos sido testigos de la creación de acuerdos, manifiestos, legislaciones, instituciones, objetos, aparatos, máquinas y dispositivos para evitar el terrorismo en los principales países de Occidente. Casi sin excepciones ha sido la afirmación del pensamiento único...”, ”El mundo moderno, laico, racional y pragmático, tiene también sus deidades, a las cuales ha engendrado como símbolos inequívocos de su cosmovisión y de su práctica social: el automóvil es una de ellas...”, y “Los seres humanos organizados en sociedad afectan a la naturaleza (su estructura, su dinámica, su evolución) por dos vías: al apropiarse los elementos naturales (aprovechamientos de los recursos naturales) y al expulsar elementos ya socializados, pues al producir, circular, transformar y consumir, los seres humanos excretan materiales hacia la esfera de lo natural”.

Desalentador es el resultado de la lectura de la primera parte. La segunda, es de un moderado optimismo. Se nos invita a tomar conciencia como especie donde tengamos la capacidad de establecer ciertos consensos, coordinar acciones y construir expectativas y proyectos colectivos. Nos concita a tener una topoconciencia, esa que nos permite saber de nuestro propio cuerpo y de su ubicación en el espacio. Nos llama a rescatar la cronoconciencia, esa que nos impide ser unos mutilados de la pertenencia al tiempo y a los procesos históricos. Nos convoca a una ética por la supervivencia que nos permita como especie recobrar una percepción original del ser humano.

Víctor Toledo nos plantea cinco ejes para diseñar una sociedad sustentable. Es un compromiso que debemos asumir todos los que creemos en un mundo mejor y que consiste en construir una teoría y una práctica para un modelo societario alternativo.

El primero es el de la diversidad como tolerancia ideológica, religiosa cultural o política, es decir, en el pluralismo como esencia de la democracia. El segundo pilar es la autosuficiencia de los ciudadanos, las familias, las comunidades, las ciudades y las naciones en el aspecto energético, alimentario e hidráulico: ello permitirá el empoderamiento de los actores sociales y sus instituciones societarias. El tercer eje es la integralidad de la sociedad con la naturaleza, de terminar con esa tendencia de separación que nos impuso la civilización moderna: se debe llegar a un paradigma holístico que articule la realidad social y natural. El cuarto pilar es la equidad como un medio para eliminar todos aquellos mecanismos, procesos y justificaciones que mantienen la desigualdad en los ámbitos sociales, regionales, productivos, culturales y de género. Por último, Toledo plantea el eje de la democracia participativa como la vía donde se representen y expresen las necesidades y aspiraciones de la gente y “que el centralismo político y otros factores han hecho que la democracia formal pierda legitimidad”.

Víctor Toledo tiene como formación base a las ciencias biológicas, pero indudablemente es un hombre de sensibilidades y compromisos con su tiempo, con su sociedad y la naturaleza. Las tesis de Toledo son interdisciplinarias y con una perspectiva de intelectual de primer mundo. Nos queda como tarea revisar y, en su caso, aceptar sus justos planeamientos para entrarle a la cultura sostenbilista y superar nuestras crisis ambientales y sacar del callejón al pensamiento social. Eso, claro, si queremos seguir existiendo como especie, como individuos y como sociedades.

domingo, 23 de septiembre de 2007

La cantante

A principios de la década de los noventa, Adriana de la Cruz se esforzó por convencerme con hechos. Ya habíamos invertido mucho tiempo a lo largo de dos años en hablar de cuál debería ser la línea estratégica que debíamos privilegiar en la cultura: el trabajo con las bellas artes o el trabajo con las culturas populares. Ella se inclinaba por la primera, yo por la segunda.

Aunque nunca se dejaron de trabajar ambas líneas, nuestra excelente relación se enriquecía con esa sana polémica. La política cultural nacionalista de ese entonces, los aportes teóricos que en esos tiempos muchos intelectuales hacían sobre la cultura, la poca presencia del naciente CONACULTA en los estados, el apoyo irrestricto del gobierno estatal a nuestro quehacer y la formación y la trayectoria de cada uno de nosotros, era el ambiente propicio para defender esas causas.

La entonces Directora del IQC, era una convencida seguidora de masificar las bellas artes a través de la estimulación y la educación artística formal. Con el tiempo cosechó algunos frutos, como saber que el chetumaleño Javier Torres Maldonado –uno de los primeros alumnos de la Escuela Estatal de Música- era el compositor ganador del Premio Internacional Reina Elizabeth de Bélgica.

Pero Adriana ya no conoció a una cantante chetumaleña que en esos tiempos tomaba cursos del Lied alemán e interpretaba a Papagena en la opera “La flauta mágica” de Mozart, allá, en la Ciudad de México. De haber sabido de ella y habérmela presentado, la polémica entre nosotros hubiese terminado ipso facto.

Hace nueve años llegaron a Chetumal las primeras noticias del arte de la soprano Laura Chuc Aburto. Fue durante los festejos del Centenario de la fundación de la ciudad cuando algún político la conoció y la trajo a cantar a su tierra natal. Fue un excelente acierto.

Laura Chuc no es una improvisada. Se ha capacitado en las técnicas de música antigua y tomado talleres sobre fonética europea, así como cursos en The Israel Vocal Arts Institute; ha ganado los concursos de canto “Carlo Morelli” y el Nacional de Canto; ha participado en las óperas “La flauta mágica”, “Fausto”, “Rigoletto”, “Don Pasquale”, “La Bohemia”..., además de graduarse en el bel canto en la Escuela Superior de Música.

Su debut como cantante ocurrió en el Palacio de Bellas Artes en 1994, cuando interpretó el papel de Siebel, de la opera “Fausto”. Pero ella, sabedora de que la voz no sólo se educa para cantar a Shubert o a Wagner, ha ampliado su repertorio a la canción popular internacional y a la tradicional mexicana.

“En Quintana Roo hago poco de ópera, salvo recitales. Canto música nuestra, canción francesa o alemana; canto música internacional o mexicana de corte muy fino que tiene cierto grado de dificultad y que se adecua al bel canto”.

Ella sabe perfectamente que a 400 años de la primera ópera, el desarrollo del canto ha derivado en obras contemporáneas donde se retratan problemas actuales como la depresión o el secuestro con lenguajes musicales más complicados. “La música en estas obras es un poco compleja, no es totalmente tonal, no es tradicional; tiene un lenguaje más rebuscado y eso la aleja un poco de lo que estamos acostumbrados a escuchar. La ópera tradicional se ha ganado su lugar a pulso, ha sobrevivido el paso de los años y seguirá en cartelera un largo tiempo”.

Luego del siglo XIX, cuando la ópera tuvo su mejor momento, surgieron voces que se volvieron hitos al incursionar en la música popular. Para Laura Chuc, la reciente muerte de Luciano Pavarotti le despierta un sentimiento particular: “En el transcurso de la historia se ganan y pierden grandes personalidades, grandes puntas. El legado que Pavarotti dejó fue abrir las puertas de los teatros de ópera elitistas, salir de las cerradas salas de concierto... En un principio los puristas no estaban tan de acuerdo en popularizar la ópera, pero Pavarotti siempre lo hizo con un extraordinario nivel musical que logró acercar la música clásica a la popular y viceversa. En el momento que la gente no está familiarizada con la música culta y le cambias la presentación al plato, puede resultar bastante más atractivo”.

Educada, sin entrar en honduras, la cantante me explica algo que se vuelve evidente cuando las ondas hertzianas nos traen al oído a un desafinado cantante de moda. “A principios del siglo XX, los cantantes de ópera o profesionales eran los que cantaban la música de moda, después fue cambiando el gusto y llega a un momento en que realmente ya no era la voz por la voz, sino el rompimiento por cantar feo o cantar desafinado: es un rompimiento social, contra los cánones. A partir de allí, la música popular que estaba asociada al teatro y a la ópera se empieza a abrir, la brecha se fue haciendo grande, a tal grado de ahora sí hay una diferencia entre la música de los compositores cultos y la de nuestros compositores populares. Antes, la brecha no era tan marcada”. Esta reflexión me ejemplifica la distancia que hay entre la obra de Manuel Esperón, la educada voz de Jorge Negrete y lo obra de un desconocido compositor que interpreta un tal Cristian Castro.

Cuando no se tiene un conocimiento de la obra operística o cuando no se tiene tiempo ni de leer la sinopsis de ella, es común que a los diez minutos te olvides del canto y te concentres en la música, en la orquestación. Me puedo quedar con la obertura de “Tannhâuser”, pero nada entendí del texto del canto..., ¿qué hacer?. “La música clásica o culta es como un libro. Si se compra un libro y descubres que está en un idioma que no comprendes, te pierdes de la riqueza del libro y te quedas con el color de la portada o los esquemitas del diseño..., hay que tener una cultura previa para no enfrentarse solo a ese mundo. Hay que leer antes de escuchar la obra o asistir con alguien que te pueda orientar o explicar. Hay obras accesibles con historias muy sencillas por donde empezar, como “La Traviata” o “La Bohemia...”.

Laura es muy generosa. A mi relativo conocimiento del arte de la laringe, ella explica qué es la melodía, el ritmo, la expresión y la modulación en el canto: “el cantante es instrumento e instrumentista a la vez. La melodía es una sucesión de sonidos, es un sonido en el tiempo atrás de otro, puede haber una melodía cantable o tonal, como la voz humana o una flauta. La parte rítmica se refiere a los tiempos, cómo acomodamos o le damos orden a los tiempos: cuál es la duración de cada nota... corta, larga, intermedia. La dinámica de la música es la inflexión que se le pone: se puede jugar con la dinámica, pero no puedes cambiar el ritmo. La interpretación debe basarse con lo que está escrito y con lo que crees que quiso decir el compositor... En música cantada se manejan dos conceptos: el texto y el virtuosismo”.

Con una sólida cultura musical, la soprano chetumaleña sabe muy bien del riesgo de regresar a su tierra natal luego de varios años de trayectoria nacional. Sabe que el camino no es rápido y fácil y que su labor es como abrir surco en los poco acostumbrados oídos de sus paisanos.

En su andar se ha encontrado con el apoyo del Instituto Quintanarroense de la Cultura y con algunas iniciativas particulares de Cancún, pero se requiere mucho más. Busca constantemente a promoventes de su canto y a patrocinadores que le permitan hacer grabaciones de su arte. Es una tarea agotadora, pero se refresca cuando sabe que puede estar legando algo a la cultura y que su entusiasmo puede contagiar el gusto por el bel canto y la música de concierto. Hay que escuchar a Laura, ahora que Inocencio XI ya no existe y que nadie puede impedir que una mujer cante, ni que tampoco pueda ser sustituída por castrados.

lunes, 17 de septiembre de 2007

El periodismo

No era la idea hablar del primer cotidiano publicado, nada que tuviera que ver con una actitud de exégeta, ni discernir sobre los géneros, tampoco cuál es su futuro ante la cibernética, mucho menos de sus iconos; simplemente era tomar un café y conversar sobre el periodismo y su situación actual en Quintana Roo. Él era el experto.

Jorge Martínez Lugo es el Presidente del Colegio de Profesionistas en Comunicación del Estado de Quintana Roo y ahora es mi interlocutor. Acepta gustoso una charla de análisis.

Nuestra conversación comienza. El Maestro en Ciencias de la Comunicación por la UNAM lamenta que los investigadores le han dado la espalda al tema de escribir sobre la historia del periodismo en el Estado. Que éste tiene la fortaleza de ser plural en su oferta informativa y la debilidad de que atrás de cada medio está un grupo de poder político-económico. Sin embargo, existe la virtud de que la sociedad quintanarroense está madurando “con una inteligencia que los medios históricamente le han negado, pero que ahora (los medios) empiezan a darse cuenta que no pueden engañarla fácilmente....”. Hay “una sociedad que analiza y conoce las intenciones de cada grupo y hace su propia lectura e interpretación de los hechos y sus consecuencias”.

Creo, le expreso en esa charla, que hablar del periodismo es hablar de verdades y compromisos. Que mucho cuidado se debe tener en no ejercerlo con una carga de soberbia y prepotencia, ya que además de su influencia en la vida social y económica, sus repercusiones principales se dan en la esfera política y del poder.

El que ha sido catedrático en la Universidad Iberoamericana, expone su punto de vista: “El gremio y los medios de comunicación somos un sector que muy poco nos ocupamos de nosotros mismos: hay una alergia a autoanalizarnos. Por la naturaleza del trabajo, debemos ser una especie de vigilante social de las responsabilidades del gobierno y de las empresas -en Estados Unidos se le llama watchdog, un perro vigilante-, de lo que se hace bien y lo que se hace mal”.

“No somos un gremio que permita criticarnos a nosotros mismos. Quienes ejerceremos el periodismo somos personas privilegiadas e innegablemente representamos un poder. Ahora, hasta dónde se ejerce sana o profesionalmente ese poder, es otra cosa. En el gremio hay de todo: hay soberbios, hay críticos, hay influyentes..., pero no me atrevo a calificarnos de una manera en específico: como en todo, hay de todos”.

A algunos medios nacionales les cuesta trabajo sobrevivir debido a la poca publicidad que reciben. Mantienen cierta independencia editorial, pero son castigados económicamente. Es notorio que en nuestra provincia existen muchos medios que suplen la publicidad de las empresas para manejar la casi exclusiva publicidad del gobierno: viven del gobierno, no de la empresa que se publicita. Inserto ese tema en el diálogo. ¿En nuestro Estado cuál es la situación?

“En Quintana Roo ningún medio existe sin la publicidad del gobierno”, asegura el autor del libro Radio y televisión en el Sureste. “Es una afirmación que puedo hacer. Sin embargo, vivimos un periodismo plural, hay una variedad de periódicos en donde el lector puede escoger. Pero hay una dependencia muy marcada con respecto al gobierno... A nivel nacional, esa dependencia con el gobierno se diluye porque hay grupos empresariales o partidos o políticos de primer nivel que simpatizan con una u otra línea y pueden dar publicidad a algún medio. Lo anterior deriva en que unos gobernadores tienen mucho más control sobre los medios locales que el Presidente de la República sobre los medios nacionales”.

¿El periodismo es un buen negocio en Quintana Roo?

“Es un buen negocio porque es una forma de transferencia de recursos públicos a un medio privado y además te sirve como instrumento político”, asegura quien ha sido coordinador de oficinas de comunicación social de diversas instituciones públicas.

En un proceso de comunicación es importante la libertad. Es un principio que cualquier medio o periodista debe defender. ¿Pero cómo se relaciona la libertad y la autocensura cuando hay una dependencia económica?, le pregunto a Martínez Lugo.

“Hay un juego de libertades en esta dependencia, se le ha llamado colusión de intereses. Dentro de esa colusión la empresa puede hacer un espacio y un estilo, pero hay una libertad del periodista y el reportero: dentro de ese acotamiento hay espacios de libertades, el periodista se maneja en esas libertades movedizas”.

Ante esta situación, ¿dónde quedan los principios?, ¿qué pasa con la veracidad, la imparcialidad, la objetividad y la lealtad a la sociedad?, ¿cuáles son los medios que en Quintana Roo cumplen con estos principios?, inquiero al coautor de la obra ¿Televisión pública en México?.

“No puedo mencionar un medio, no se trata de eso. Las posiciones que asumen los periódicos son significativas y ahí se reflejan esos principios. El caso (Armando) Medina Millet es un ejemplo: un medio regional asumía y defendía la causa de Medina Millet y otro medio afirmaba que era culpable. Cuando se presentan estas coyunturas es cuando sale a flote, se hace evidente, la tendencia de un periódico y en ese sentido hay impunidad en la parcialidad”.

El especialista me corrige cuando le planteo que existen dos clases de periódicos: los pertenecientes a grupos familiares y los que son propiedad de grupos empresariales-políticos.

“Esa tipología ya quedó rebasada, ya hay una mezcla de las dos clases. El ejemplo de Televisa es claro. Lo que nos quedaba de periodismo empresarial y sano ya se acabó hace diez años con el Diario de Yucatán. Actualmente hay una transición en donde se tiene que volver a aceptar la relación de los medios de comunicación con el poder y con la sociedad: ahorita los medios son extensiones del poder, no son extensiones de la sociedad, no hay el wachtdog”.

En otro nivel de la plática, comentamos sobre el esfuerzo del reportero por ganar cotidianamente las ocho columnas como algo sano, ya que estimula la dedicación, la perseverancia y la tenacidad. Pero, según Martínez Lugo, tiene sus riesgos la carga que tiene el reportero, de cumplir su cuota diaria de tres o cuatro notas, ya que, en muchos casos, no importa la calidad, sino la cantidad: el “boletinazo” y el “banquetazo” predominan sobre el reportaje, el cual es el gran ausente en el periodismo en Quintana Roo.

Mucho quedó en el tintero, como bien intuía el comunicólogo, no es suficiente el espacio para exponer en profundidad y extensión lo que hablamos. Quedó, eso sí, la satisfacción de atreverse a hablar y a escribir de un asunto que a la sociedad le puede interesar.

Seguramente, para algunos conocedores del tema no es sorprendente; nada nuevo se puede agregar sobre la veracidad, el negocio y el entreveramiento que existe entre los medios de comunicación con la política y el poder. Puede ser asunto común y cotidiano este tipo de escarceos y distanciamientos, porque esa es la realidad en los juegos de la información y el poder: el periodismo y el poder político son parte de la misma dinámica, aunque existan intentos por tomar distancia de ello y la verdad vaya perdiendo posiciones en la lista de prioridades.

domingo, 9 de septiembre de 2007

La que nos libra

Mientras la escuchaba, estaba seguro de dos cosas. Que ella es una experta de la que mucho se dirá más adelante y que Mictlantecuhtli nunca se fue.

Hace una semana se presentó Ximena Chávez en el auditorio de la Universidad de Quintana Roo. La arqueóloga, de escasos treinta años, hablaba con seguridad y suficiencia sobre la muerte en los rituales del Templo Mayor de Tenochtitlan. El tema parecía muy específico, pero fue sorprendente cómo la académica engarzó argumentos arqueológicos, de la antropología física, de la etnología, de la historia y de la etnografía para describir y explicar creencias y rituales en torno a ese acontecimiento irrecusable entre los mexicas.

Invitada por el Centro INAH Quintana Roo, la ganadora del Premio Alfonso Caso por la mejor tesis de licenciatura en arqueología en el 2002, expuso aspectos novedosos sobre los sacrificios humanos y los tratamientos mortuorios en Tenochtitlan. Explicó los elementos y la colocación de ofrendas en el templo a Huitzilopochtli. Sin miramientos detalló las técnicas de los sacrificios por extracción de corazón. Con la frialdad de un diseccionador mostró las formas utilizadas en el sacrificio por decapitación para obtener cráneos trofeo, cráneos para el tzompantli y la factura de los cráneos máscara.

El Templo Mayor ubicado en el centro de la Ciudad de México fue el observatorio y el laboratorio que permitió ver a la investigadora un mundo sagrado que dio luz a pesar de la destrucción y el saqueo que realizaron los españoles en las tumbas de los templos para encontrar oro y joyas.

Toda la exposición fue una plétora de datos extraídos de códices como el Borgia o el Tudela, de referencias a aportes de Alfredo López Austin y de Eduardo Matos y, lo que más me sorprendió personalmente, fue el manejo de los teóricos como Arnold van Gennep, Víctor Turner o Louis Vincent Thomas. Demostró que “el comportamiento ceremonial no entra en el campo de las supersticiones, sino que es una llave a una lógica universal de la vida social”, como me comentó. No fue una exposición convencional de vestigios arqueológicos, ni tampoco un exclusivo análisis osteológico.

La maestra en antropología física, realizó también una revisión etnológica de la relación que existía en la cultura mexica entre los huesos y las semillas, del funeral como rito de paso y de las formas diferentes de morir, de los rituales funerarios y su correspondencia en la posición social, de algunos rituales subsecuentes como las reliquias de las lágrimas y de los huesos, de los muertos que se cremaban y de la relación de los hombres con los dioses de la muerte.

Ante un público que se dividía entre el pendiente por el huracán “Félix” que se aproximaba y la atención a la detallada exposición, la egresada de la ENAH mostró esa tarde que los rituales y las creencias funerarios resumen, como en toda sociedad, la preocupación por la desaparición, por la muerte del hombre. Ese destino definitivo se envuelve en un complicado entramado de rituales para disponer del cadáver, de socializar la partida o de ayudar al finado a incorporarse a alguno de los mundos de los muertos, como lo señala Vincent Thomas.

También fue evidente en la conferencia la presencia teórica de la llamada arqueología de la muerte, específicamente en el manejo del concepto diferenciación social. En este aspecto, la interpretación permite suponer que la persona social se reconoce en los rituales funerarios, de tal forma que se puede inferir estatus y ocupación a partir de su sepultura. Situación que es vigente para aquellos rituales, como los que se presentan en los cementerios actuales.

En algún momento de la presentación, cuando se hablaba de cómo en el pensamiento prehispánico la muerte tenía una función social amplia, holística, desde el calendario, la siembra, el nacimiento, los mitos, la poesía, la arquitectura y las demás expresiones plásticas, fue cuando ligué, amarré, lo que ya Matos ha dicho: que aquellos cultos tenían que ver más con la vida que con la muerte. Cuando se hablaba de las reliquias de los huesos como semejante a las semillas de los frutos o de las gramíneas, me preguntaba qué tanto queda de aquella creencia en la mentalidad campesina de hoy. Porque para nuestros viejos mexicanos, los huesos de los muertos eran como la simiente, el semen, el hueso que coagula y da vida.

Es obvio que la concepción cristiana de la muerte es diferente a aquella concepción indígena en la geografía de lo sagrado. Entre los nativos de América existía un dios creador y un dios de la muerte, Quetzalcóatl y Mictlantecuhtli es un ejemplo; entre los cristianos se menciona solamente al creador. En una se pueden ir al infierno o al cielo de una manera resucitada y en la otra partían al inframundo, sin una idea clara de la resucitación. Ambas, sin embargo coinciden en que existe una muerte biológica, una muerte social y una muerte simbólica. La primera, se asemeja a la muerte física de todo ser animal o vegetal; la segunda, a la que se da por exclusión: por la vejez o la jubilación y la última es aquella que está determinada por el cuerpo de mitos y creencias de una sociedad.

En este ámbito de la muerte simbólica es donde aún existen arrebatos y manifestaciones de la convivencia forzada y obligada de dos visiones de la muerte. En la visión de los antiguos mexicanos parece darse una relación más amorosa, de entendimiento de la dicotomía con la vida. En la visión europea se presenta la reacción de huida y que se resume en la frase de Bossuet: “los mortales se preocupan tanto de sepultar los pensamientos de la muerte, como de enterrar a los muertos mismos”.

Los mexicanos andamos cargando en nuestras espaldas con esas dos visiones de lo que sucede después de la muerte. La adoramos y queremos ver de vez en cuando a nuestros familiares idos invitándolos a comer; pero, al mismo tiempo, queremos mantener alejada a la reina del espanto.

Por eso es entendible que, en esa ambigüedad religiosa, surjan con gran fuerza y aceptación movimientos efervescentes como el de la Santísima Muerte, una mezcla de fanatismo, de religiosidad popular y de reminiscencias que vienen de lejos en el ser mexicano. La llamada “Blanca Mujer” parece tener parentesco con la sangrienta deidad que llamaban Mictlantecuhtli.

Cualquiera que sea la visón de la muerte que predomine en nosotros, es claro que, como lo señala Louis Vincent Thomas, luego de muertos lo que nos preocupa es sobrevivir en la memoria de los que aún quedan con vida, y en todo caso mantenernos parcialmente en el patrimonio genético que legamos a nuestra descendencia. Y es mejor tomarlo de esa manera, o bien aceptar lo que Jorge Luis Borges nos dice de ella: “La vida es corta y aunque las horas son tan largas, una oscura maravilla nos acecha, la muerte, ese otro mar, esa otra flecha que nos libra del sol y de la luna y del amor”.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Dean

Obligado es el tema como también lo es el no repetir lo ya dicho. Cuesta trabajo dejar a un lado la dura experiencia y poner adelante la dimensión social, política y económica que trajo el huracán que se presentó la madrugada del 21 de agosto en el sur de Quintana Roo.

Mientras lo escuchaba silbar y la flama de la vela titubeaba, afuera estaba Él, alevosamente destruyendo lo que tanto trabajo costó crecer y levantar. En esa leve claridad me volvieron nuevamente aquellas letras de Humberto Ak’abal de su Retoño Salvaje: “El rostro del viento traía la palidez del miedo y se desplomó contra la paredes del fondo de la casa”. Pero yo no tenía miedo, nadie lo tenía: había incertidumbre y expectación por lo que afuera sucedía y no podíamos ver. Nadie tenía miedo y la palidez era por esa luz dorada, cálida y viva.

El penoso recuento de daños comenzó rápidamente en tres escalas diferentes. Los árboles del huerto que ya daban frutos estaban agotados de oponer resistencia y yacían bocabajo, derrotados: el caimito, la guanábana, la granada, las palmeras, los plátanos, el nance, la guayaba componían un paisaje desolado. Los ornatos ficus y el bambú, el escandaloso gallinero y el vital depósito de agua estaban lastimados o destruidos. Era lo mío.

Los cadáveres de cientos de postes de concreto con el alma de acero doblada y sus pelos metálicos y de plástico desperdigados por las anchas avenidas; los miles de buenos árboles muertos -que nos salvaron la vida-, lucían yertos sobre una alfombra de hojas; los parques y el agradable Boulevard hecho astillas; las bardas de dudosa construcción y las torres de radio y de televisión parecían modelitos a armar que un iracundo imberbe deshizo; las largas colas de gente pobre extendiendo sus manos para recibir comida, agua y techo: mi ciudad parecía una niña sucia y ultrajada, se veía lastimosa y triste. Era lo de mi comunidad.

La selva y su millón de hectáreas batidas por una podadora gigante, los volúmenes de maderas preciosas y de chicle caídos; sin aire se quedaron la economía forestal de muchas comunidades. Los maizales que ya jiloteaban, los plantíos de papaya, de piña y los cañaverales en pérdida total o parcial; las ovejas y muchos vacunos muertos de espanto; Bacalar y la pérdida de la denominación recién ganada de “pueblo mágico”; Mahahual y su muelle de cruceros -el dinamo de desarrollo para la Costa Maya-, arrasado, dejando a miles de trabajadores sin quehacer; las reservas ecológicas y las playas dañadas; los campesinos, pescadores y prestadores de servicios turísticos en la orfandad total. La infraestructura productiva y social, el equipamiento urbano y el patrimonio de miles de personas, dañada o destruida, sumando mil millones de pesos. Era lo de mi región.

Un saldo doloroso y terrible fue lo que dejó el paso del huracán Dean en Chetumal y todo el sur de Quintana Roo.

El asombro dura lo que tarda en pasar el viento. La preocupación dura lo que tardan en secarse los árboles y las hojas muertas. La reconstrucción dura lo que le queda de tiempo a este sexenio del gobierno estatal y depende de programas y proyectos de trabajo, voluntades políticas y suficiente flujo presupuestal.

No nos recuperaremos tan rápidamente como sucedió en Cancún con el Wilma, Chetumal y el sur de Quintana Roo tendrán otro ritmo e interés. Una cosa es limpiar y otra reconstruir. ¿Cuánto tiempo pasará para volver a presumir nuestra frondosa Chetumal?, ¿cuándo se recuperarán las playas y el turismo volverá a Mahahual?, ¿qué tiempo necesita la selva para reponer su flora y su fauna?, ¿cuánto pasará para que las comunidades mayas recuperen su pobreza?

El liderazgo y el compromiso mostrados por el gobernador Félix González, antes y después del huracán, tendrán mayor exigencia en la etapa de reconstrucción. No es lo mismo entregar una despensa que diseñar estrategias de desarrollo para un sur al que de pronto se le cayeron todas sus expectativas.

A nadie conviene que el gobierno y el Estado se tarden mucho tiempo remolcando al sur. Ya se tenía suficiente compromiso con la región indígena, como para que ahora se esté condenando a esta región golpeada a vivir sólo de la burocracia y del pequeño comercio. Ya se estaba avanzando, pero el huracán metió freno y nos echó para atrás.

Tampoco será justo dejar solo al gobierno con tremendo reto. Otros sectores sociales e instituciones tendrán que aportar ideas, trabajo y recursos. Puedo imaginarme que ahora sí es necesario que los empresarios aporten un punto porcentual más al impuesto sobre la nómina durante los próximos nueve años y que éste se destine para la reconstrucción del sur. Puedo imaginarme que las universidades y tecnológicos reorienten parte de sus proyectos para encontrar nuevas alternativas de desarrollo. Puedo imaginarme que las organizaciones sociales y políticas tendrán la oportunidad de pensar en la sociedad y dejar la exclusiva obsesión por el poder. Todos, sin ser demagogo, tendremos la posibilidad de hacer algo por el sur.

Socialmente, el huracán nos puede fortalecer luego de que curemos nuestras heridas económicas. Al momento se ha mostrado solidaridad vecinal y colaboración con las autoridades. En algo ayudarán a la moral y a la autoestima chetumaleña las frases hechas y la música vernácula, pero se necesitará más que eso para recuperar el tan sobado paraíso.

Políticamente, el huracán fortalecerá algunos liderazgos, pero también se pondrán en duda algunas actitudes y desempeños. Surgirán, sin pudor ni disimulo, el oportunismo y el populismo: muchos verán en los efectos del huracán la excelente oportunidad para posicionarse en la antesala electoral. Ganancia y pérdida política veremos en los futuros tiempos.

El huracán Dean nos ha dejado una dura experiencia y varias lecciones que hay que saber leer. No será nada interesante dejarlo exclusivamente en las efemérides y el anecdotario, si no apreciamos su faceta edificante.
También me parece injusto dejar de escribir sobre Mr. Dean y no mencionar y dejar testimonio de reconocimiento a ciertas instituciones y personas que en algo contribuyeron para salvarnos la vida, proteger nuestro patrimonio o que se aplicaron en tratar de que todo volviera a una normalidad cotidiana. A nuestro Sistema Estatal de Protección Civil, a los trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad, al Ejército y a la Marina, a los trabajadores de limpieza del Ayuntamiento de Othón P. Blanco, a Juan Pablo y Aurora, y a todos mis vecinos y amigos que se preocuparon por nosotros. Gracias.

Las elites

A Esperanza Brito, portaestandarte de aquel primer grupo de luchadoras

Existen, son reales y se encuentran en todos los ámbitos de influencia del poder económico, político, intelectual, religioso o militar. La composición de su liderazgo, la decisión que determina su acceso a posiciones de influencia y qué factores determinan su motivación ideológica, son relevantes pero pocos conocidos para el caso de México.

Las elites son tan importantes y determinantes que, según Edgard Muller y Mitchell Seligson, autores del artículo Civil culture and democracy: the question of causal relationships, son “las que tienen mayor capacidad que el público para influir en el tipo de gobierno que tendrá un país”. Esta afirmación nos permite imaginar y suponer que esos grupos, especialmente los de competencia económica y política, están por encima de muchos ejercicios democráticos. De ser así, se entendería que mecanismos como los sondeos de opinión dirigidos a las masas únicamente tienen como propósito la simulación o la confirmación de decisiones, en el mejor de los casos.

El año pasado, Roderic Ai Camp publicó en castellano Las Elites del Poder en México y es la primera investigación que no confunde elite con liderazgo, mucho menos con posiciones jerárquicas -aunque en muchas ocasiones los conceptos se pueden traslapar en la realidad-. El estudio permite conocer a esos sectores “de individuos de gran influencia cuyas decisiones determinan la asignación y la aplicación de los recursos importantes, así como las actitudes y la conducta de los ciudadanos”.

El análisis sociológico de las elites tiene ya tres décadas. La definición y apreciación de ellas ha variado a partir del aparato teórico vigente en el momento. Por ejemplo, en un principio, Wilfredo Pareto y Gaetano Mosca se limitaban a explicar ”las relaciones familiares, los puntos de vista y la praxis involucrados en las actividades que definen a un grupo como elite”, pero sólo para el caso norteamericano, donde los individuos eran principalmente dententores de puestos políticos o de altos mandos gerenciales.

El enfoque de Pareto y Mosca se apoyaba en que las elites “podían distinguirse de las no elites por su cultura mental, sus puntos de vista y percepciones del Mundo”

En esos mismos años la postura marxista reducía el análisis de las elites al papel y pertenencia a una clase social. Un recurrente argumento era decir que la clase gobernante no podría existir sin las instituciones, las cuales estaban “imbuidas” de los valores de clase, de la elite.

El trabajo de Ai Camp se centra en cuatro aspectos: establecer la existencia y características de la elite del poder en México; identificar los medios por los cuales las elites se vinculan; exponer la existencia de los mentores y su influencia en la formación de los círculos del poder, tomando en consideración las redes y el reclutamiento y, por último, estudiar las “fuentes de socialización en la formación de las ideas y las actitudes de la elite”.

La obra del investigador del Claremont McKenna College muestra resultados del trabajo realizado con 398 connotados integrantes de la elite mexicana entre 1970 y el 2000. Y los supuestos con que trabajó fueron tres: 1. Conocer la manera en que el estatus y las características de los padres afectan los valores individuales de la elite y el acceso de ésta a otras elites: la variable de antecedentes sociales es importante en la socialización de la elite. 2. A pesar de la importancia de los orígenes, esto no es suficiente para explicar el nivel de interacción e integración al interior de los grupos de liderazgo: los vínculos personales, a manera de redes, son determinantes y la familia es solamente un aspecto. 3. Existen numerosas grupos pequeños al interior de la elite dirigente: no es necesariamente un grupo cohesionado, específicamente el de los empresarios. Algunos resultados del estudio son los siguientes:

Los orígenes de las redes en los grupos de elite son diversos. Entre los empresarios, su origen es la familia y los consejos de administración, lo que representan, respectivamente un 45 y 37 %. Entre la elite política, el origen de la red se encuentra en una institución educativa y la carrera, representando el 61 y el 28 %. Entre los intelectuales, el origen de la red se ubica en la carrera, la colaboración en publicaciones y la institución educativa, reprensando el 33, 31 y 22 %.

En promedio, los cinco grupos de elite encuentran en la educación (41 %), la carrera (37 %) y la familia (22 %) el origen de sus redes.

La residencia de los integrantes de la elite del poder tiene un comportamiento interesante, aunque nada sorprendente. El 91 % de los políticos y el 92 % de los intelectuales se concentran en el Distrito Federal; los empresarios se localizan en el DF (66 %) y Monterrey (27 %); la elite militar en el DF (39 %) y el resto en todo el país, similar situación tiene el clero: el 8 % se localiza en el DF y el resto en todo el territorio nacional.

El origen socioeconómico de la actual elite del poder en México desmiente aquella idea que se tenía que toda ella provenía de la clase alta. La elite política proviene de la clase trabajadora en un 24 %, de la clase media en un 70 % y de clase alta en un 6 %. Los intelectuales, de la clase trabajadora en un 14 %, de la clase media un 70 % y de la clase alta un 16 %. Los integrantes de la elite empresarial provienen de la clase trabajadora en un 9 %, de la clase media un 31 % y la clase alta un 60 %. El grueso de la elite militar proviene de la clase media y el 36 % de la clase trabajadora. El clero se distribuye equitativamente en las tres clases sociales.

La socialización a través de la educación es muy importante en la elite del poder mexicano. Es también en la educación donde se encuentra el mayor número de mentores y reclutadores de los miembros de las elites. Pero es significativa la diferencia de niveles educativos entre los diversos grupos de la elite. Por ejemplo, los políticos se concentran en un 46 % en el nivel licenciatura y 24 % en maestría; los intelectuales en un 34 % en nivel doctorado y 28 % en secundaria. La elite militar se concentra en un 60 % en el nivel licenciatura y el clero en el doctorado con un 44 %.

Una parte importante en la obra de Roderic Ai Camp se refiere al papel del mentor. Estos actores son importantes para determinar muchas de las características de la elite en el poder. El mentor es un trabajador experimentado que generalmente ya pertenece a la elite y que establece relaciones con sus pupilos para luego incorporarlos. El mentor encuentra motivación en diversas razones: transmitir conocimientos, formales o informales, y aumentar la capacidad y posibilidades de éxito de su estudiante o pupilo para que luego sustituya a su progenitor.

Especialmente en México y en el sector público se presenta esta figura del protector individual. Es lo que antropológicamente se le llama una relación clientelar y lo que vulgar y coloquialmente define lealtades.
Algo que finalmente hay que señalar. A partir del año 2000, con la llegada al poder de tendencias políticas y económicas que venían creciendo desde los albores de la década de los noventa, surgen nuevos liderazgos distintos a los últimos treinta años del siglo pasado que seguramente formarán o fortalecerán a ciertos tipos de elites en el poder. El reto es mantener el pluralismo y la competitividad en todas las facetas de la sociedad para que la importancia de las elites tenga un peso real y relativo y para que su influencia, necesaria por naturaleza, no sea determinante en primera y última instancia en la vida del mexicano.

Memoria y trascendencia

Lentamente leemos los nombres de los muertos como si fuera un responso: Miguel Barandas, Jaime Pintado, Ana María Teuscher..., y otros treinta y tantos que aparecen en esa estela. Nos encontrábamos en el centro de la plaza donde hace 39 años, en la tarde de aquel miércoles, una multitud de estudiantes celebraban un mítin que de pronto fue disuelto por fuerzas militares. Pocholo, Renée y yo nos estremecemos y guardamos silencio ante aquellos 15 mil disparos. A ella se le mojan los ojitos por el recuerdo de Marietta.

Recuperados, pero cabizbajos, caminamos hacía las instalaciones de la antigua Secretaría de Relaciones Exteriores, evitando pisar mierdas de los mini Schnauzer que sacan a pasear los habitantes de los 130 semiabandonados edificios del complejo habitacional. En el trayecto nos detenemos a observar lo que queda del viejo asentamiento mexica que mandó edificar Huitzilopochtli y el templo católico de Santiago, construido en 1527 con el mismo tezontle volcánico que utilizaron los vencidos para sus dioses. Nos dirigíamos a una cita con Sergio Raúl Arroyo, Director del proyecto Centro Cultural Universitario Tlatelolco: nos quería explicar y mostrar lo que ahora hace.

El complejo arquitectónico de la ex Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) es impresionante. Es obra de Pedro Ramírez Vázquez. Data de 1965 y tiene en sus espacios la huella innegable de su estilo: mármol blanco y algunas paredes y techos cubiertas de prismas de madera. La torre de 22 pisos, el Salón Juárez, el Aula Magna, el Auditorio Alfonso García Robles y los salones de conferencias, son obra del arquitecto que también creó el Museo de Antropología, el Estadio Azteca, el Museo de Arte Moderno y la Basílica de Guadalupe: son ejemplos de la arquitectura del poder y de la dimensión de una visión de Estado.

Con los sismos de 1985, la torre de la SRE quedó afectada psicológicamente y paulatinamente el complejo se fue abandonando hasta que finalmente la Secretaría se trasladó en mayo del 2006 a la Plaza Juárez. Luego de pasar a manos del Gobierno del Distrito Federal, el complejo arquitectónico de Talatelolco fue entregado a la Universidad Nacional Autónoma de México en noviembre del año pasado para crear en ese lugar el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, el más importante y con mayor impacto en la zona norte de la Ciudad de México. “Aquí -mencionó en su momento el Rector Juan Ramón de la Fuente-, la Universidad Nacional tendrá una posibilidad de acercarse a los valores más profundos de la sociedad, su esencia e identidad y estará una vez más, como a lo largo de su historia, a la altura de las circunstancias”.

Y como van las ideas, los proyectos y las obras, el CCUT de la UNAM mostrará en octubre próximo, el día de su inauguración, que estará a la altura de las circunstancias, históricas primeramente.

Acompañado del Kinder Niños Héroes del 68, un joven y talentoso equipo de trabajo integrado por Alejandro García, museógrafo; Andrea Navarro, diseñadora; Miguel Ángel Vega, arquitecto; Ximena Molina, internacionalista; Juncia Avilés y Cintia Velázquez, historiadoras y el curador Álvaro Vázquez, Sergio Raúl se muestra paciente en guiarnos por todo el complejo y en darnos generosamente sus ideas y proyectos.

En los objetivos del CCUT, que depende directamente de la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM, destacan el “realizar un proyecto orientado a una mejor comprensión de la historia contemporánea de México, que implique el acercamiento a los valores más profundos de la sociedad...,” y transformarse en un “espacio para el desarrollo de proyectos culturales en el norte de la Ciudad de México como mecanismo educativo de cohesión e inclusión social”. Escuchar los objetivos en voz de uno de los integrantes del Consejo de la Crónica de la Ciudad de México y observar la urbe desde el helipuerto de la torre es ligar necesariamente la idea al espacio: la Guerrero, la Peralvillo, Santa María la Ribera, el Centro, San Simón, Atlampa..., son parte del área de influencia directa del proyecto, pero con alcance a toda la Ciudad y con conexión al ciberespacio: ¿3 o 10 o 100 millones de personas?

En los 35,000 metros cuadrados de construcción que comprende el complejo cultural, el equipo de trabajo está adecuando arquitectónica y museográficamente los espacios para poner en marcha el Memorial del Movimiento Estudiantil del 68, la Galería de Arte de la Colección Andrés Blaisten, la unidad de docencia, una unidad de seminarios con tres salones de conferencias y espacios para talleres artísticos, sociales y científicos.

Específicamente en el Memorial del 68 se detiene mi atención. Al parecer, se desea trascender a la memoria, a sus mitos y realidades, en algo que la coloque en una justa dimensión: en el fenómeno más importante de la segunda mitad del siglo XX que aportó nuevas formas morales y éticas a una sociedad tímida o sojuzgada por el autoritarismo y el cinismo político, como menciona en algún lugar Monsiváis.

El Memorial “es una instalación con recursos multimedia, sin renunciar al objeto, que será maleable para ir incorporando información. Es una propuesta museográfica no conservadora, sino audaz y de ruptura, conceptos fieles a esas divisas de los jóvenes de entonces y de hoy. No se trata de hacer del Memorial un monumento necrológico; deberá ser una instalación dinámica que permita conocer el parteaguas político-social en el país: se trata de un desmontaje del Estado autoritario mexicano”, argumenta quien fuera Director del Instituto Nacional de Antropología e Historia del 2000 a 2005.

“El Memorial tiene un carácter plural: contendrá versiones, provengan de donde provengan. La historia del 68 se integra de múltiples versiones, de dificultades y de miedos. No se trata de hacer un reconocimiento endógeno, sino al momento de apertura al mundo: fue la primera expresión de interdependencia política moderna ante el mundo”.

En el Memorial del Movimiento Estudiantil del 68 estarán los testimonios de Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Gilberto Guevara Niebla, Jesús Martín del Campo, José Woldenberg, Luis González de Alba, José Luis Cuevas, Roger Bartra, Maria Teresa Juárez del Castillo, Raúl Álvarez Garín, y decenas de protagonistas, intelectuales, negociadores –como Jorge de la Vega y Fernando Solana-, y muchos otros, algunos de ellos anónimos.

Además, el Memorial contendrá miles de fotografías, grabados, manifiestos, volantes y diversa obra grafica; decenas de horas de películas, noticieros, documentales, discursos, comerciales y música de la época. Lo mismo se podrá ver aquella paloma olímpica diseñada por Beatrice Trueblood con su agregado chisguete de sangre en el pecho; escuchar When the music´s over de The Doors; que revisar la obra El hombre unidemesional de Herbert Marcuse, uno de los “filósofos de la destrucción” como les llamó el gobierno ordazista.

Nadie asegura que con el Memorial queden atrás los desencuentros entre Poniatowska y González de Alba, o los reclamos de Roberto Escudero a Guevara Niebla, o las recriminaciones a Sócrates Campos, o la imaginación y la tinta tirada junto a la sangre, ni tampoco la búsqueda insustancial de la precisión en el número de muertos o el por qué provocó la masacre el Batallón Olimpia.
Quedará el testimonio para no olvidar las causas y las consecuencias de un movimiento juvenil que se trasformó en la depositaria de los reclamos sociales y políticos que marcaron, a partir de entonces, la pauta política para este país. Y queda, como recordatorio a cualquier razón de Estado, que pueden más los contenidos genuinos y profundos de un reclamo político que la tentación de atentar contra ellos.

El idioma de Dios

Trato de imaginarme la escena. Las sirenas ululaban, el suburbio de Traunstein y toda la ciudad de Munich apagaba las luces. La oscuridad del cielo solamente era surcada por los enormes haces de luz de los reflectores que buscaban la figura de los aviones B-29 norteamericanos. En el momento en que un haz se fijaba en una de esas naves, abajo, apresurados, gritando, cargando y apuntando, los servidores del Flak 88 alemán disparaban y volvían a gritar, cargar, apuntar y disparar...

De entre los seis servidores que generalmente tenía cada cañón, figuraba un joven bávaro de 16 años, llamado Joseph Alois Ratzinger que, al igual que todos los artilleros, tenía miedo. El miedo no era saber que la fábrica de la BMW fuera destruida; el miedo era ver que sólo uno de los 3 mil proyectiles disparados pegaba en el blanco y en cambio las baterías enmudecían y sus servidores morían por las explosiones de las bombas aéreas.

El joven Ratzinger debió tener miedo, no a Dios, sino a aquellos aviones. Él era un joven seminarista que fue enrolado por la Wehrmacht y que en esos momentos su mejor escudo para las esquirlas de las explosiones era rezar: Credo in unum Deum, Patrem omnipotentem, factorem caeli et terrae, visibilium omnium et invisibilium. Et in unum Dominum Iesum Christum, Filium Dei unigenitum, et ex Patre natum ante omnia saecula. Deum de Deo, lumen de lumine, Deum verum de Deo vero, genitum, non factum, consubstantialem Patri: per quem omnia facta sunt. Él era católico, no protestante luterano, y por ello rezaba en latín, no en alemán.

A 63 años de aquellos acontecimientos, Joseph Alois Ratzinger, mejor conocido como el Papa Benedicto XVI, el 2650 soberano de la Iglesia católica, recientemente ha decretado utilizar mayormente el idioma latín en las misas. Nuevamente se escuchará en los templos el idioma de Horacio.

Fue en el Concilio Vaticano II (1962-1965) cuando el latín fue reemplazado en la liturgia católica por los idiomas locales. Como resultado de aquel Concilio también se abandonó el uso obligado del velo en las mujeres, el cura dejó de oficiar dando la espalda a los feligreses, cayó en desuso el púlpito, se extendió la mano a otras religiones y se retiraron textos que eran principalmente ofensivos a los judíos.

No es clara la idea de retomar el latín en la liturgia cristiana. El principal argumento del Pontífice es el “reconciliarse con los tradicionalistas” que quedaron inconformes con las reformas de aquel Concilio, sin importar ahora aquel acercamiento con los judíos y que las progresistas reformas impulsadas por Juan XXIII queden atrás.

Aunque las autoridades del Vaticano aseguran que los rezos donde había pasajes en los que se afirmaba que los judíos viven en la ceguera y en la oscuridad y se oraba para que “el Señor nuestro Dios saque el velo de sus corazones y ellos puedan reconocer a nuestro Señor Jesucristo”, no se volverán a utilizar; la desconfianza ya está sembrada.

Viví de niño esos sentimientos. Mi abuela, fiel católica, tenía una confusión con respecto a los judíos. No tenía un sentimiento antisemita, que es de origen racial; sino un sentimiento antijudío que es de origen religioso, que en alguna parte de su vida abrigó, ya que la religión de ellos, decía, estaba equivocada y había que refutarla. Esa confusión la demostró en una conversación que tuvimos en 1973, durante la guerra del Yom Kipur.

A ella le dí los detalles del conflicto y de las primeras victorias egipcias y sirias sobre Israel. Estaba muy atenta. Repentinamente, con voz segura y fuerte dijo: “ganará Israel por que es el pueblo del Señor”. Le recordé que ella había hablado de que los judíos mataron al hijo de Dios: “No importa, lo que lo hicieron; ya están muertos, y además en nuestros rezos ya no debemos hablar de ello”, y luego se hincó a orar por Israel en latín, en el idioma de Dios. La verdad, no creo que su oración haya suplido la eficacia de los Phantom israelíes.

Las reformas del Concilio Vaticano II fueron una gran apertura a los nuevos tiempos. Roma ya no podía seguir poniendo costales de arena en cimeros más altos para detener la fuerte corriente del modernismo. La Iglesia, dicen algunos teólogos, “aceptó a partir de ese momento su condición de peregrina al lado del resto de la humanidad”. Las realidades terrenales eran más cercanas y la Iglesia se presentó como la de todos, en particular como la iglesia de los pobres.

Sin pensarlo mucho, fue gracias a esa moderna apertura y a mis propios intereses que me dediqué con gran libertad a trabajar el Levítico, el tercer libro del Pentateuco, y que contiene las prescripciones rituales que debían poner en práctica los sacerdotes de la tribu de Leví y que me las encuentro en mi vida diaria o con las comunidades campesinas. Algo gané de ese clima transformador.

¿Cuál fue la razón fundamental de volver a escuchar el latín en la religión católica?, no lo sé con certeza. ¿Fue satisfacer a un numeroso grupo de tradicionalistas que encabezaba el difunto arzobispo Marcel Lefebvre?, ¿fue posesionarse políticamente como religión ante el creciente poder de otras religiones?, ¿estarán concientes del paso y del riesgo de la enorme cantidad de trásfugas a otras alternativas religiosas donde sí se entiende el idioma del hombre?.

Para ciertos católicos, como los mayas del centro de Quintana Roo, el asunto les tiene sin cuidado. Ellos seguirán en sus iglesias y con sus propios sacerdotes rezando: Kayumenech ti k¡ane, kilichkunsik ak'¡aba, bey kawayik yo'osa, utsin tawo'olal tech ti lu'um, bey ti k¡an, sansamal u k'in to'on Wa be'le kasa'asik si'ipil, ah si'ipilex to'on, bix awilik lu'ubul, ti tun táaba, hebak lukeso'on, ichi lobilo'on. Amen Jesús.

El latín, el críptico idioma de Dios, resucita luego de 43 años. Debido a la iniciativa de Benedictus XVI, tendremos que buscar aquellos misales y comenzar a leer, por el simple afán cultural, aquella antífona:
In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amen.

Para los que sabemos ahora la historia nos quedan preguntas: ¿Cuál habrá sido el papel y la postura de Joseph Alois Ratzinger en aquel Concilio Vaticano II y qué opinará de aquel silencio del Vaticano en la Segunda Guerra Mundial respecto al Holocausto, mientras él servía a un ruidoso cañón antiaéreo alemán Flak 88?

El hermano

En ese entonces se realizaban tan fieros combates y toma de ciudades que echaban por tierra el decreto oficial que dos años antes el gobernador yucateco, Santiago Méndez, había hecho del supuesto fin de la Guerra de Castas. En 1857, los mayas habían tomado Peto y Tekax y destruido la sureña Chichanhá. En 1858, los mayas insurrectos inician la construcción de la iglesia Balam Nah de la antigua Noh Cah Santa Cruz (hoy Felipe Carrillo Puerto): la cruz hablaba con vigor y sus órdenes guerreras se cumplían eficazmente.

Nelson Reed describe que el 20 de febrero de 1858, al amparo de las sombras de la noche, 1,500 mayas al mando de Venancio Puc atacaron Bacalar. En menos de media hora los rebeldes rompieron la resistencia de los 300 soldados de la guarnición: pocos se salvaron; los que lo hicieron llegaron al Río Hondo y, entregando sus armas a los soldados ingleses, pidieron la protección de la Corona británica. En Bacalar, días después, y ante la azorada mirada de tres oficiales ingleses del Regimiento de las Indias Occidentales, que pretendían rescatar con 4 mil pesos a los sobrevivientes, Venancio Puc ordenaba la ejecución de decenas de mestizos y blancos que no alcanzaron a salir del poblado antes del ataque. La ley de “ojo por ojo y diente por diente” se cumplía con precisión.

Lo que no vieron aquellos ingleses, ni sobreviviente alguno, es que, sigilosamente, con sumo cuidado y respeto, los mayas se llevaron de Bacalar algo de gran valor para ellos, algo tan importante que les ayudaría a que la vida siguiera y el futuro estuviese asegurado. Se llevaron como botín de guerra algo que nadie de Bacalar recuerda, pero que los mayas tienen muy presente cada mañana y cada 24 de junio.

Me regreso en la memoria. En los inicios de la década de los ochenta del siglo pasado, en la etapa formativa, se nos pidió leer la obra de Miguel Alberto Bartolomé y Alicia Barabas: “La resistencia maya”. Al margen de las diversas polémicas que suscitó la lectura del texto, especialmente porque se sentía el forzamiento de la realidad a los conceptos, había un capítulo titulado “Los herederos de los itzaes”, donde se hablaba de la demografía de los poblados mayas que tributaban religiosamente a los santuarios de Xcacal Guardia, Chan Cah Velacruz y Chunpóm.

En esa parte del libro, los antropólogos argentinos detallaban que en 1970 eran 2,807 los mayas que, de diversos pueblos, dependían de Xcacal; 1,401 dependían religiosamente de Chan Cah y 638 tributaban a Chunpóm. Todos ellos, de una forma u otra, se organizaban bajo el sistema de “guardias” para proteger y venerar a la Santísima cruz. Sin embargo, mencionaban -con algunas imprecisiones que conocí después-, que existían otros pueblos macehuales que se organizaban en torno al culto de Juan de la Cruz, que carecían del sistema de “guardias”, pero que este estaba reemplazado por un sistema de procesiones.

Llamó mucho la atención el dato puesto que, hasta donde conocí después, los santuarios mayas no tenían un sistema de procesiones como sucedía en santuarios de otros lugares como Chalma, en el Estado de México o la Villa de Guadalupe, en el DF. Salvo una salida anual que realizaban algunos mayas a Xoken, Yucatán, o una peregrinación que hacían de Xcacal a Tulum, nada más había.

Bartolomé y Barabas tenían cierta razón, pero no del todo. Ellos mencionaban que la cabecera del culto estaba en el poblado de Kopchén, que allí se guardaba la imagen de Juan de la Cruz y que portaba una cruz en la mano. Que la cruz se le quitaba a la imagen y con ella se realizaba una procesión por varios poblados cercanos entre el 22 de abril hasta el 28 de mayo.

Juan de la Cruz es un personaje que existió. Fue un líder religioso de los mayas que interpretaba y escribía las cartas de la Santísima cruz durante aquellos años de la guerra. Aún se le recuerda en algunas oraciones de los sacerdotes mayas por ser el autor del testamento. Pero la imagen no era de Juan de la Cruz, ni tenía una cruz, ni recorría en esas fechas los poblados. Hasta aquí la historia y el recuerdo.

En términos demográficos, un asentamiento de entre 50 y 300 habitantes se le llama aldea. El asentamiento en referencia recién ha dejado de ser aldea, pues apenas sobrepasa los 350 pobladores. Lo atraviesa una carretera y está rodeado de monte alto, de selva. La modernidad aparentemente le está ganando a la tradición, pues son pocas las mujeres que portan su hipil y las bicicletas son reemplazadas por motocicletas chinas marca Kazuki. Eso sí, pocos son los que hablaban un castellano fluído; las mujeres menos.

Era el 24 de junio y se realizaba la fiesta principal del santo del pueblo. Los rituales habían comenzado un mes atrás. Inicia, ciertamente con una peregrinación de la Vara -no de aquella cruz que mencionan los antropólogos-, que recorre una decena de poblados donde recibe grandes ofrendas: maíz, gallinas, velas... Con esas ofrendas se realiza la fiesta anual.

La iglesia maya es de planta absidal y techo de palma de guano. Los oficiantes y organizadores de la serie de rituales que componen la fiesta son hombres del poblado y de otros que son cercanos: son los nukuch máako’ob y sus diversas especializaciones. La música maya, el maya pax, suena y suena, acompañando día y noche a la fiesta. Son diversos y complejos los ritos y todo se torna sagrado: la palabra, los alimentos, la corrida de toros, la danza..., el tiempo. Todo termina con el gran lòoh, la convocatoria a la lluvia para que el maíz crezca sano y en abundancia. Todos los santos son llamados para que así sea, a los yúuntzilo’ob, a la Santísima y al santo patrón se lo piden el sacerdote maya y el hmen.

Al entrar descalzo a aquel espacio sagrado, se entra a otro mundo. El olor a copal quemado, el tan-tan del tambor y el sonido chillón del violín, las rítmicas plegarias que provienen de la gloria, la devoción de los que caminan arrodillados y la creencia que impregna el ambiente son conmovedores.

De pronto, la mirada se queda fija en una imagen de buen tamaño que preside el altar. Rodeado de cruces y otras pequeñas imágenes antiguas, sobresale una deidad a quien veneran todos los presentes. Es San Juan Bautista. “Es el hermano del que está en Bacalar, de San Joaquín”, me dice un maya que había conocido mientras ayudaba a moler cantidades industriales de plátano y camote que se regalaba en ese momento como dulce a todos los creyentes. “Fue durante la guerra cuando se trajo aquí. Es milagroso y es el que nos ayuda a que la milpa se dé bien”.

El ataque rebelde a Bacalar en aquel febrero de 1858 no sólo tenía como objetivo tomar una posición estratégica y de negociación directa con los ingleses de la antigua Honduras británicas, sino que también era llevarse sigilosamente a la imagen de San Juan Bautista, una pieza tallada en madera de más o menos 1.60 metro de altura, un personaje barbado, con su falda verde tachonada de estrellas, su vara con cintas multicolores y en la siniestra sosteniendo a un cordero. Una pieza del arte colonial que bien pudieron haber elaborado en la segunda mitad del siglo XVIII, o principios del XIX, artesanos españoles o yucatecos.
Una imagen verdaderamente bella y milagrosa que permite mantener la esperanza en el trabajo y la vida de los mayas de la región de Kopchén y que hace 149 años fue tomada por las manos libres que de quienes sostenían en la otra un machete de tres libras que se “ataba con una correa al antebrazo, para que, aún empapado con la sangre de sus víctimas, el arma no resbalara de su mano”.

La mirada francesa

En el camarote escribió en su diario de campo, de un solo jalón, algo que ponía fin a una tradición donde habían participado personajes como Louis Antoine de Bougainville, el que localizó la bugambilia en Sudamérica, y de James Cook, el descubridor de Australia: “odio los viajes y los exploradores..., la aventura no cabe en la profesión del etnografo; no es más que una carga que entorpece el trabajo eficaz”. Así lo asentó mientras terminaba su cotidiano vasito de ron y con ello daba fin a la larga época de los viajes de exploración donde frecuentemente los europeos se encontraron con el buen salvaje.

La llegada de Claude Lévi-Satruss a la costa brasileña en 1941, a bordo del Capitain Paul-Lemerle, significó el arribo a América de la etnología francesa que ya nunca más permitió que los libros hablaran de la lista de cajas que se llevaban, las fechorías del perrito de a bordo y la mezcla insípida de información del mundo que no terminaba de ser conocido. Con Tristes trópicos, la obra etnográfica del padre del estructuralismo francés, se inició la presencia intermitente por varios años y ahora permanente de la analítica mirada francesa en nuestro continente.

Cabe mencionar que antes de la etnología levistrossiana, ya habían llegado a las bibliotecas mexicanas las obras de los sociólogos franceses que en gran medida ayudaron, junto con la lingüística de Ferdinand de Saussure, a construir las novedosas propuestas del judío-francés. Emilie Dukheim, Marcel Mauss, George Bataille y Roger Caillois, ya habían ocupado sus lugares.

A 65 años de la presencia de etnólogos franceses en nuestro continente, existe hoy en París un destacado grupo de investigadores que se han dedicado a trabajar la etnología del Amazonas. “No se trata sólo de un área geográfica, sino que es un grupo con aportes conceptuales y teóricos, ya que la mayoría fueron alumnos de Lévi-Strauss especializados en análisis de mitología”, me explica Valentina Vapnarsky, etnoetnolingüista del Centre National de la Recherche Scientifique.

Incluyendo a la figura destacada de Phillippe Descola, el grupo realiza trabajos en Ecuador, Perú, Colombia y Brasil. Sus estudios ”se caracterizan por criticar la oposición entre cultura y naturaleza. Realizan un trabajo muy fino con mucha etnografía y que se vinculan a la teoría del perceptivismo que desarrolla el brasileño Eduardo Viveiros de Castro”, menciona Vapnarsky. “Otros investigadores como Anne Christine Taylor o Jean Pierre Chaumeil, que investiga sobre la memoria histórica, la relación mito e historia, el chamanismo, el ritual y la percepción y las emociones”.

La disciplina francesa ha realizado estudios en diversas áreas geográficas del planeta, como en Oceanía, con el grupo CREDO, donde participa Maurice Godelier, que se aplica en temas de organización social y ritual.

“La experiencia y los resultados que arrojan estos grupos de estudio que trabajan diversas áreas geográficas y con diversas disciplinas nos nutre -en teoría y en técnicas- a nosotros, a los antropólogos mayistas”.

Los etnólogos franceses que trabajan en Centroamérica y en particular con poblaciones mayas se han destacado por su “pluridisciplinariedad”. Según la investigadora del CNRS, son veinte o treinta mayistas con disciplinas diversas, pero muy vinculadas.

“Lingüistas, etnólogos, arqueólogos, epigrafistas y etnohistoriadores como Aurore Monod Becquelin, Colette Grinevald, Alain Breton, Perla Petrich, Pierre Becquelin, Dominique Michelet, Claude Baudez, Charlotte Arnauld, Philippe Nondedeo, Jean-Michel Hoppan. formaron desde la década de los ochenta un grupo que se ha transformado en un sólido equipo de mayistas con buen presupuesto y con bastantes estudiantes, consolidando un grupo multidisciplinario que no se da en ninguna otra parte”, señala con cierto orgullo Valentina Vapnarsky.

Este grupo de investigadores franceses especializado en la cultura y la sociedad maya, ha publicado una versión del Rabinal Achí; elaborado diccionarios de varias lenguas mayences; estudia y publica la poética contemporánea maya; realiza estudios etnológicos de los mayas de Quintana Roo, Chiapas y Guatemala y desarrolla trabajos arqueológicos en Campeche y Guatemala.

La escuela francesa de etnología (en Francia a la antropología se le llama etnología, para diferenciarse de la antropología social inglesa y de la antropología cultural norteamericana) tiene una larga cauda de excelentes teóricos que han mostrado especial apego al trabajo etnográfico. Antes de los trabajos de parentesco y mitología realizados por Lévi-Strauss y de los llamados africanistas que encabezaron Lévy-Bruhl y Griaule, ya existían los precedentes, aunque antagónicos, de Mauss y van Gennep, quienes fueron los que en realidad distinguieron los trabajos entre los etnólogos y los folkloristas. Luego llegarían, a partir de los años sesenta, los aportes de Godelier, Clastres, de Heusch, Meillassoux, Rey, Segalel y Sperber.

“Hoy, hay muchas vertientes teóricas en la etnología francesa”, nos comenta la que es considerada como la mejor lingüista especializada en el idioma maya peninsular y en el casi extinto maya-itzá. Por ejemplo, “Dan Sperber –el padre de la antropología simbólica cognitiva- está dedicado a la cognición y a la filosofía y recién publicó un libro sobre la epidemiología de la cultura. Él ha abandonado el campo, la etnografía, y eso lo ha excluido del grupo de los etnólogos: él va a otra cosa”.

Philippe Descola es actualmente uno de los etnólogos más activos/reconocidos. “Es director del Laboratorio de Antropología Social, fundado por Levi-Strauss, y como ocupo L-S la cátedra de antropología Social en el Collage de France, Descola tiene la Cátedra de Antropología de la naturaleza en esa misma institución. Él es un descendiente del estructuralismo, es muy refinado y mantiene aquella visión comparativa y universal, ha hecho trabajo de campo entre los Achuar de Ecuador pero se ha destacado últimamente por su trabajo comparativo sobre categorías y ontologías, manejando como Levi-Strauss datos de miles de monografías de todas partes del mundo. ”.

Sobre el trabajo etnológico que realizan con los mayas, especialmente de Quintana Roo, la investigadora comenta que desarrollan estudios del discurso ritual. Se trabaja el concepto de paralelismo, que es un procedimiento retórico muy conocido de los mayas. “El paralelismo parece invadir todos los discursos rituales, lo encuentra en diversos géneros y se ha trabajado en la epigrafía, la iconografía y la arquitectura; es un procedimiento de construcción de significado y a la vez un procedimiento de dinamismo de la tradición. Estamos también trabajando el tema de la variación – no se confunda con variante-. En el discurso y el estilo maya hay mucha repetición, pero nunca es exactamente idéntico, esas variaciones tienen distintos valores y en ocasiones operan cambios de categoría. Esto nos ayuda mucho para entender la construcción de las identidades y la identidad maya”.

“Le hemos dedicado tiempo e interés a lo sagrado: es un tema que impregna a toda la cultura maya, que tiene acepciones distintas y que hemos visto que es intangible, etérea, que en general no hay entidades sagradas de manera estable por definición, pero es una cualidad de la multifuncionalidad: en la arqueología eso se está aplicando eficazmente”.

Mientras escucho atentamente las últimas palabras de Vapnarsky, trato de tener una apretada síntesis de lo hecho por los franceses en América. Evidentemente, como lo muestran también los ahora 13 años de estudios de campo de Vapnarsky entre los Mayas de Quintana Roo, es un fuerte trabajo etnográfico que luego se filtra en finos conceptos analíticos. Desde aquellos mitos nambikuara que explicaban, a través de la antropofagia, el origen del ano en los seres humanos y que analizó Lévi-Strauss para posteriormente interesar y ser utilizado por el psicoanalista Jacques Lacan; hasta el estudio de las variaciones discursivas que el hmen maya practica en cada rezo “para luego encontrar los distintos valores preformativos que se ligan a la finalidad del ritual o simplemente cambiar el orden de las cosas para que otros shamanes no encuentren ese camino”, me permito dar valor y respetar el trabajo de estos científicos.
Al final de la plática sólo me resta observar el color café claro y las encrespadas pestañas de los ojos de la generosa investigadora. Son unos ojos por donde la investigación pasa, que representa la mirada distante de Francia en América y que inauguró un anciano que hoy tiene 99 años de edad.

El padre desconocido

Nos faltaba conocer a uno de los genitores de Cancún. Se sospechaba de dónde venía y cuáles eran sus rasgos generales, pero en detalle, poco o nada sabíamos de él. Sin embargo, el pasado 30 de mayo, las 560 personas que estábamos reunidas en el Teatro Constituyentes del 74, de Chetumal, nos enteramos, vía la conferencia que dictó el senador Pedro Joaquín Coldwell, quién era el otro responsable de la creación del exitoso Centro Integralmente Planeado llamado Cancún.

En 1985, Fernando Martí publica Cancún, fantasía de banqueros, un libro que enseña con toda precisión cómo se gestó en los cerebros y en los escritorios el proyecto turístico más exitoso que conoce México.

En buena parte de la obra, Martí atribuye la autoría del proyecto Cancún a la iniciativa de los banqueros Ernesto Fernández Hurtado y Antonio Enríquez Savignac. Señala al inicio del libro: “Hacia mediados del sexenio de Díaz Ordaz, un grupo de banqueros mexicanos concibió un proyecto delirante: fundar una ciudad turística en plena selva, con el propósito fundamental de captar divisas”.

Era cierto. México transitaba en esos años por un crecimiento económico estable del 6% anual, pero engañoso. La industria se encontraba sobreprotegida, la población crecía, la paridad del peso frente al dólar era frágil, las importaciones eran mucho más que las exportaciones y la deuda externa crecía. Se necesitaba crear un nicho en el mercado internacional que permitiera captar muchas divisas. Y el turismo era la respuesta a la problemática económica.

En Cancún, fantasía de banqueros, se menciona cómo los funcionarios del Banco de México visitaron previamente los destinos que en ese momento eran exitosos: Florida, Hawai y el Caribe y se empaparon en el diseño de inversiones, del flujo de visitantes, de los ingresos per capita y del comportamiento del turismo en lugares como el Pacífico, el Magreb y el Mediterráneo. También tomaron nota del crecimiento de ofertas en Jamaica, en las Bahamas, Islas Vírgenes y Martinica, luego del cierre de playas y casinos en la Cuba socialista.

Con todo ese conocimiento del turismo internacional, y luego de que Enríquez Savignac, acompañado de Pedro Dondé Escalante, recorre palmo a palmo las costas mexicanas en 18 meses, de realizar el análisis del comportamiento climático, cercanía de fuentes de agua y de energía, condiciones demográficas e historia de las catástrofes regionales, se presenta la propuesta: desarrollar los centros turísticos de Los Cabos, La Paz, Puerto Escondido, Huatulco, Ixtapa y Cancún.

Planteado de esa manera y con la incipiente existencia de instituciones turísticas gubernamentales, que solamente se dedicaban a preparar y a ofrecer los atractivos del Acapulco de Miguel Alemán, parece convincente que Cancún fue obra exclusiva de audaces banqueros, que fue resultado de una visión económica, nada más.

Pero no fue así. También participó la geopolítica y la geoestrategia como la otra parte gestora y determinante. Eso fue lo que Pedro Joaquín expuso en la conferencia “El turismo y sus efectos en el desarrollo urbano de Quintana Roo: proyección histórica”.

Algunos de los datos expuestos por el político cozumeleño eran complementarios a los ofrecidos por Alfredo César Dachary en sus Estudios socioeconómicos preliminares de Quintana Roo, como los antecedentes históricos del turismo en Quintana Roo o los flujos de visitantes antes del surgimiento de Cancún. Pero el grueso de la ponencia fue novedoso.

Antes de que los banqueros -como atribuye Martí-, crearan Cancún, ya la Península yucateca recibía hasta 60 mil turistas al año atraídos por el patrimonio cultural de Chichón Itzá y Uxmal: dieciséis veces menos de lo que hoy recibe la zona arqueológica de Tulum.

Muchos de esos visitantes incursionaban en las islas de Cozumel e Isla Mujeres y pocos llegaban a conocer el establecimiento de Pablo Bush en Akumal. El mar y la playa del Caribe mexicano comenzaron a ser conocidos.

Lo que contribuyó a estar en condiciones de recibir a los primeros turistas en Quintana Roo fue la infraestructura aeroportuaria que los norteamericanos crearon durante la Segunda Guerra Mundial. Entre 1942 y 1945 se construyeron las pistas áreas de Cozumel, Chetumal, Mérida y Ciudad del Carmen como parte del Sistema de Defensa Atlántica: había que frenar el peligroso patrullaje de los U-Boot alemanes, que lo mismo surcaban las aguas costeras de Quintana Roo, como las de Yucatán. Sin así pretenderlo, la primera infraestructura turística de Quintana Roo fue producto de la geoestrategia militar. México no sólo canalizó cosechas agrícolas y petróleo al conflicto.

Si bien fue una “decisión del gobierno federal invertir en el turismo para captar divisas, había razones para pensar que existían factores de seguridad nacional para que se diera el surgimiento de Cancún”. Era necesario tener presencia en el Caribe: en 1959 había triunfado la revolución cubana y en 1961 se había declarado socialista: “la guerra fría llegó al corazón del Caribe”. Además, existían riesgos “de una crisis económica y social en el campo yucateco por el desplome de los precios internacionales del henequén, había preocupación del gobierno mexicano por la baja densidad poblacional en el litoral caribeño, localizado a 160 millas de Cuba y ya se habían dado la irrupción de brotes guerrilleros en Guerrero y Chihuahua”. Evidentemente eran factores contundentes que apoyan la tesis de Coldwell de que Cancún fue una medida de seguridad nacional, de engarzar la causalidad espacial de los sucesos políticos y los efectos futuros.

Por otro lado, no se debe olvidar que la revolución cubana dejó un vació en el mercado turístico que había que ocupar.

La parte final de la conferencia fue un llamado a no matar a la gallina de los huevos de oro, de cuidar a Cancún ante los problemas de migración, marginación, de deterioro social y de la falta de integridad al medio ambiente que se encuentra amenazada por el crecimiento anárquico y caótico. Luego propuso soluciones posibles...

Pero en esa parte de la exposición ya me encontraba algo distraído, absorto. Me ocupaban dos asuntos que habían provocado la conferencia. La primera era revisar si en esos tiempos la política era determinante para las estrategias económicas o si ya se daban decisiones económicas que subordinaban a la política. Eso lo ligaba a una frase que Fernando Martí había colocado en su ilustrativa obra y que decía: “La política es hija natural de los negocios”. Me detenía a pensar si ahora, con la exposición de Pedro Joaquín podría decirse: “los negocios son hijos naturales de la política”.

La otra ocupación era meter en el rompecabezas que ahora me ofrecía la conferencia un asunto que en su momento fue una simple anécdota de tres diversos amigos carrilloportenses, cazadores y recolectores de chicle ellos en sus años mozos. Me aseguraban que a principios de 1961 -cuando todavía hay suficiente humedad y mana el látex del chicozapote y cuando muchos tepezcuintles comen de los frutos de ese árbol-, observaron en la costa de la Bahía del Espíritu Santo ensayos de desembarco y disparos de armas de grupos de personas que “hablaban como cubanos” y que duraron una semana haciendo esos ejercicios. Era fantasía, me decía. “Qué se fumaron”, les preguntaba. No les dí mucha importancia.

Ahora tengo una certeza y una duda. Estoy cierto que Cancún surgió por una decisión política y por las circunstancias económicas: que tuvo padre y madre. Me quedo con la pena de que uno de aquellos informantes ya murió, el otro está enfermo y el último vive en alguna Región de Cancún, para poder tener mayores elementos y pensar que aquellos que “hablaban como cubanos” y hacían prácticas militares no dirigieron luego sus botes hacia Playa Girón. Ahora entiendo el peso de las decisiones de seguridad nacional de esos tiempos en estos lugares.