Trato de imaginarme la escena. Las sirenas ululaban, el suburbio de Traunstein y toda la ciudad de Munich apagaba las luces. La oscuridad del cielo solamente era surcada por los enormes haces de luz de los reflectores que buscaban la figura de los aviones B-29 norteamericanos. En el momento en que un haz se fijaba en una de esas naves, abajo, apresurados, gritando, cargando y apuntando, los servidores del Flak 88 alemán disparaban y volvían a gritar, cargar, apuntar y disparar...
De entre los seis servidores que generalmente tenía cada cañón, figuraba un joven bávaro de 16 años, llamado Joseph Alois Ratzinger que, al igual que todos los artilleros, tenía miedo. El miedo no era saber que la fábrica de la BMW fuera destruida; el miedo era ver que sólo uno de los 3 mil proyectiles disparados pegaba en el blanco y en cambio las baterías enmudecían y sus servidores morían por las explosiones de las bombas aéreas.
El joven Ratzinger debió tener miedo, no a Dios, sino a aquellos aviones. Él era un joven seminarista que fue enrolado por la Wehrmacht y que en esos momentos su mejor escudo para las esquirlas de las explosiones era rezar: Credo in unum Deum, Patrem omnipotentem, factorem caeli et terrae, visibilium omnium et invisibilium. Et in unum Dominum Iesum Christum, Filium Dei unigenitum, et ex Patre natum ante omnia saecula. Deum de Deo, lumen de lumine, Deum verum de Deo vero, genitum, non factum, consubstantialem Patri: per quem omnia facta sunt. Él era católico, no protestante luterano, y por ello rezaba en latín, no en alemán.
A 63 años de aquellos acontecimientos, Joseph Alois Ratzinger, mejor conocido como el Papa Benedicto XVI, el 2650 soberano de la Iglesia católica, recientemente ha decretado utilizar mayormente el idioma latín en las misas. Nuevamente se escuchará en los templos el idioma de Horacio.
Fue en el Concilio Vaticano II (1962-1965) cuando el latín fue reemplazado en la liturgia católica por los idiomas locales. Como resultado de aquel Concilio también se abandonó el uso obligado del velo en las mujeres, el cura dejó de oficiar dando la espalda a los feligreses, cayó en desuso el púlpito, se extendió la mano a otras religiones y se retiraron textos que eran principalmente ofensivos a los judíos.
No es clara la idea de retomar el latín en la liturgia cristiana. El principal argumento del Pontífice es el “reconciliarse con los tradicionalistas” que quedaron inconformes con las reformas de aquel Concilio, sin importar ahora aquel acercamiento con los judíos y que las progresistas reformas impulsadas por Juan XXIII queden atrás.
Aunque las autoridades del Vaticano aseguran que los rezos donde había pasajes en los que se afirmaba que los judíos viven en la ceguera y en la oscuridad y se oraba para que “el Señor nuestro Dios saque el velo de sus corazones y ellos puedan reconocer a nuestro Señor Jesucristo”, no se volverán a utilizar; la desconfianza ya está sembrada.
Viví de niño esos sentimientos. Mi abuela, fiel católica, tenía una confusión con respecto a los judíos. No tenía un sentimiento antisemita, que es de origen racial; sino un sentimiento antijudío que es de origen religioso, que en alguna parte de su vida abrigó, ya que la religión de ellos, decía, estaba equivocada y había que refutarla. Esa confusión la demostró en una conversación que tuvimos en 1973, durante la guerra del Yom Kipur.
A ella le dí los detalles del conflicto y de las primeras victorias egipcias y sirias sobre Israel. Estaba muy atenta. Repentinamente, con voz segura y fuerte dijo: “ganará Israel por que es el pueblo del Señor”. Le recordé que ella había hablado de que los judíos mataron al hijo de Dios: “No importa, lo que lo hicieron; ya están muertos, y además en nuestros rezos ya no debemos hablar de ello”, y luego se hincó a orar por Israel en latín, en el idioma de Dios. La verdad, no creo que su oración haya suplido la eficacia de los Phantom israelíes.
Las reformas del Concilio Vaticano II fueron una gran apertura a los nuevos tiempos. Roma ya no podía seguir poniendo costales de arena en cimeros más altos para detener la fuerte corriente del modernismo. La Iglesia, dicen algunos teólogos, “aceptó a partir de ese momento su condición de peregrina al lado del resto de la humanidad”. Las realidades terrenales eran más cercanas y la Iglesia se presentó como la de todos, en particular como la iglesia de los pobres.
Sin pensarlo mucho, fue gracias a esa moderna apertura y a mis propios intereses que me dediqué con gran libertad a trabajar el Levítico, el tercer libro del Pentateuco, y que contiene las prescripciones rituales que debían poner en práctica los sacerdotes de la tribu de Leví y que me las encuentro en mi vida diaria o con las comunidades campesinas. Algo gané de ese clima transformador.
¿Cuál fue la razón fundamental de volver a escuchar el latín en la religión católica?, no lo sé con certeza. ¿Fue satisfacer a un numeroso grupo de tradicionalistas que encabezaba el difunto arzobispo Marcel Lefebvre?, ¿fue posesionarse políticamente como religión ante el creciente poder de otras religiones?, ¿estarán concientes del paso y del riesgo de la enorme cantidad de trásfugas a otras alternativas religiosas donde sí se entiende el idioma del hombre?.
Para ciertos católicos, como los mayas del centro de Quintana Roo, el asunto les tiene sin cuidado. Ellos seguirán en sus iglesias y con sus propios sacerdotes rezando: Kayumenech ti k¡ane, kilichkunsik ak'¡aba, bey kawayik yo'osa, utsin tawo'olal tech ti lu'um, bey ti k¡an, sansamal u k'in to'on Wa be'le kasa'asik si'ipil, ah si'ipilex to'on, bix awilik lu'ubul, ti tun táaba, hebak lukeso'on, ichi lobilo'on. Amen Jesús.
El latín, el críptico idioma de Dios, resucita luego de 43 años. Debido a la iniciativa de Benedictus XVI, tendremos que buscar aquellos misales y comenzar a leer, por el simple afán cultural, aquella antífona: In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amen.
Para los que sabemos ahora la historia nos quedan preguntas: ¿Cuál habrá sido el papel y la postura de Joseph Alois Ratzinger en aquel Concilio Vaticano II y qué opinará de aquel silencio del Vaticano en la Segunda Guerra Mundial respecto al Holocausto, mientras él servía a un ruidoso cañón antiaéreo alemán Flak 88?
De entre los seis servidores que generalmente tenía cada cañón, figuraba un joven bávaro de 16 años, llamado Joseph Alois Ratzinger que, al igual que todos los artilleros, tenía miedo. El miedo no era saber que la fábrica de la BMW fuera destruida; el miedo era ver que sólo uno de los 3 mil proyectiles disparados pegaba en el blanco y en cambio las baterías enmudecían y sus servidores morían por las explosiones de las bombas aéreas.
El joven Ratzinger debió tener miedo, no a Dios, sino a aquellos aviones. Él era un joven seminarista que fue enrolado por la Wehrmacht y que en esos momentos su mejor escudo para las esquirlas de las explosiones era rezar: Credo in unum Deum, Patrem omnipotentem, factorem caeli et terrae, visibilium omnium et invisibilium. Et in unum Dominum Iesum Christum, Filium Dei unigenitum, et ex Patre natum ante omnia saecula. Deum de Deo, lumen de lumine, Deum verum de Deo vero, genitum, non factum, consubstantialem Patri: per quem omnia facta sunt. Él era católico, no protestante luterano, y por ello rezaba en latín, no en alemán.
A 63 años de aquellos acontecimientos, Joseph Alois Ratzinger, mejor conocido como el Papa Benedicto XVI, el 2650 soberano de la Iglesia católica, recientemente ha decretado utilizar mayormente el idioma latín en las misas. Nuevamente se escuchará en los templos el idioma de Horacio.
Fue en el Concilio Vaticano II (1962-1965) cuando el latín fue reemplazado en la liturgia católica por los idiomas locales. Como resultado de aquel Concilio también se abandonó el uso obligado del velo en las mujeres, el cura dejó de oficiar dando la espalda a los feligreses, cayó en desuso el púlpito, se extendió la mano a otras religiones y se retiraron textos que eran principalmente ofensivos a los judíos.
No es clara la idea de retomar el latín en la liturgia cristiana. El principal argumento del Pontífice es el “reconciliarse con los tradicionalistas” que quedaron inconformes con las reformas de aquel Concilio, sin importar ahora aquel acercamiento con los judíos y que las progresistas reformas impulsadas por Juan XXIII queden atrás.
Aunque las autoridades del Vaticano aseguran que los rezos donde había pasajes en los que se afirmaba que los judíos viven en la ceguera y en la oscuridad y se oraba para que “el Señor nuestro Dios saque el velo de sus corazones y ellos puedan reconocer a nuestro Señor Jesucristo”, no se volverán a utilizar; la desconfianza ya está sembrada.
Viví de niño esos sentimientos. Mi abuela, fiel católica, tenía una confusión con respecto a los judíos. No tenía un sentimiento antisemita, que es de origen racial; sino un sentimiento antijudío que es de origen religioso, que en alguna parte de su vida abrigó, ya que la religión de ellos, decía, estaba equivocada y había que refutarla. Esa confusión la demostró en una conversación que tuvimos en 1973, durante la guerra del Yom Kipur.
A ella le dí los detalles del conflicto y de las primeras victorias egipcias y sirias sobre Israel. Estaba muy atenta. Repentinamente, con voz segura y fuerte dijo: “ganará Israel por que es el pueblo del Señor”. Le recordé que ella había hablado de que los judíos mataron al hijo de Dios: “No importa, lo que lo hicieron; ya están muertos, y además en nuestros rezos ya no debemos hablar de ello”, y luego se hincó a orar por Israel en latín, en el idioma de Dios. La verdad, no creo que su oración haya suplido la eficacia de los Phantom israelíes.
Las reformas del Concilio Vaticano II fueron una gran apertura a los nuevos tiempos. Roma ya no podía seguir poniendo costales de arena en cimeros más altos para detener la fuerte corriente del modernismo. La Iglesia, dicen algunos teólogos, “aceptó a partir de ese momento su condición de peregrina al lado del resto de la humanidad”. Las realidades terrenales eran más cercanas y la Iglesia se presentó como la de todos, en particular como la iglesia de los pobres.
Sin pensarlo mucho, fue gracias a esa moderna apertura y a mis propios intereses que me dediqué con gran libertad a trabajar el Levítico, el tercer libro del Pentateuco, y que contiene las prescripciones rituales que debían poner en práctica los sacerdotes de la tribu de Leví y que me las encuentro en mi vida diaria o con las comunidades campesinas. Algo gané de ese clima transformador.
¿Cuál fue la razón fundamental de volver a escuchar el latín en la religión católica?, no lo sé con certeza. ¿Fue satisfacer a un numeroso grupo de tradicionalistas que encabezaba el difunto arzobispo Marcel Lefebvre?, ¿fue posesionarse políticamente como religión ante el creciente poder de otras religiones?, ¿estarán concientes del paso y del riesgo de la enorme cantidad de trásfugas a otras alternativas religiosas donde sí se entiende el idioma del hombre?.
Para ciertos católicos, como los mayas del centro de Quintana Roo, el asunto les tiene sin cuidado. Ellos seguirán en sus iglesias y con sus propios sacerdotes rezando: Kayumenech ti k¡ane, kilichkunsik ak'¡aba, bey kawayik yo'osa, utsin tawo'olal tech ti lu'um, bey ti k¡an, sansamal u k'in to'on Wa be'le kasa'asik si'ipil, ah si'ipilex to'on, bix awilik lu'ubul, ti tun táaba, hebak lukeso'on, ichi lobilo'on. Amen Jesús.
El latín, el críptico idioma de Dios, resucita luego de 43 años. Debido a la iniciativa de Benedictus XVI, tendremos que buscar aquellos misales y comenzar a leer, por el simple afán cultural, aquella antífona: In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amen.
Para los que sabemos ahora la historia nos quedan preguntas: ¿Cuál habrá sido el papel y la postura de Joseph Alois Ratzinger en aquel Concilio Vaticano II y qué opinará de aquel silencio del Vaticano en la Segunda Guerra Mundial respecto al Holocausto, mientras él servía a un ruidoso cañón antiaéreo alemán Flak 88?
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