Lentamente leemos los nombres de los muertos como si fuera un responso: Miguel Barandas, Jaime Pintado, Ana María Teuscher..., y otros treinta y tantos que aparecen en esa estela. Nos encontrábamos en el centro de la plaza donde hace 39 años, en la tarde de aquel miércoles, una multitud de estudiantes celebraban un mítin que de pronto fue disuelto por fuerzas militares. Pocholo, Renée y yo nos estremecemos y guardamos silencio ante aquellos 15 mil disparos. A ella se le mojan los ojitos por el recuerdo de Marietta.
Recuperados, pero cabizbajos, caminamos hacía las instalaciones de la antigua Secretaría de Relaciones Exteriores, evitando pisar mierdas de los mini Schnauzer que sacan a pasear los habitantes de los 130 semiabandonados edificios del complejo habitacional. En el trayecto nos detenemos a observar lo que queda del viejo asentamiento mexica que mandó edificar Huitzilopochtli y el templo católico de Santiago, construido en 1527 con el mismo tezontle volcánico que utilizaron los vencidos para sus dioses. Nos dirigíamos a una cita con Sergio Raúl Arroyo, Director del proyecto Centro Cultural Universitario Tlatelolco: nos quería explicar y mostrar lo que ahora hace.
El complejo arquitectónico de la ex Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) es impresionante. Es obra de Pedro Ramírez Vázquez. Data de 1965 y tiene en sus espacios la huella innegable de su estilo: mármol blanco y algunas paredes y techos cubiertas de prismas de madera. La torre de 22 pisos, el Salón Juárez, el Aula Magna, el Auditorio Alfonso García Robles y los salones de conferencias, son obra del arquitecto que también creó el Museo de Antropología, el Estadio Azteca, el Museo de Arte Moderno y la Basílica de Guadalupe: son ejemplos de la arquitectura del poder y de la dimensión de una visión de Estado.
Con los sismos de 1985, la torre de la SRE quedó afectada psicológicamente y paulatinamente el complejo se fue abandonando hasta que finalmente la Secretaría se trasladó en mayo del 2006 a la Plaza Juárez. Luego de pasar a manos del Gobierno del Distrito Federal, el complejo arquitectónico de Talatelolco fue entregado a la Universidad Nacional Autónoma de México en noviembre del año pasado para crear en ese lugar el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, el más importante y con mayor impacto en la zona norte de la Ciudad de México. “Aquí -mencionó en su momento el Rector Juan Ramón de la Fuente-, la Universidad Nacional tendrá una posibilidad de acercarse a los valores más profundos de la sociedad, su esencia e identidad y estará una vez más, como a lo largo de su historia, a la altura de las circunstancias”.
Y como van las ideas, los proyectos y las obras, el CCUT de la UNAM mostrará en octubre próximo, el día de su inauguración, que estará a la altura de las circunstancias, históricas primeramente.
Acompañado del Kinder Niños Héroes del 68, un joven y talentoso equipo de trabajo integrado por Alejandro García, museógrafo; Andrea Navarro, diseñadora; Miguel Ángel Vega, arquitecto; Ximena Molina, internacionalista; Juncia Avilés y Cintia Velázquez, historiadoras y el curador Álvaro Vázquez, Sergio Raúl se muestra paciente en guiarnos por todo el complejo y en darnos generosamente sus ideas y proyectos.
En los objetivos del CCUT, que depende directamente de la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM, destacan el “realizar un proyecto orientado a una mejor comprensión de la historia contemporánea de México, que implique el acercamiento a los valores más profundos de la sociedad...,” y transformarse en un “espacio para el desarrollo de proyectos culturales en el norte de la Ciudad de México como mecanismo educativo de cohesión e inclusión social”. Escuchar los objetivos en voz de uno de los integrantes del Consejo de la Crónica de la Ciudad de México y observar la urbe desde el helipuerto de la torre es ligar necesariamente la idea al espacio: la Guerrero, la Peralvillo, Santa María la Ribera, el Centro, San Simón, Atlampa..., son parte del área de influencia directa del proyecto, pero con alcance a toda la Ciudad y con conexión al ciberespacio: ¿3 o 10 o 100 millones de personas?
En los 35,000 metros cuadrados de construcción que comprende el complejo cultural, el equipo de trabajo está adecuando arquitectónica y museográficamente los espacios para poner en marcha el Memorial del Movimiento Estudiantil del 68, la Galería de Arte de la Colección Andrés Blaisten, la unidad de docencia, una unidad de seminarios con tres salones de conferencias y espacios para talleres artísticos, sociales y científicos.
Específicamente en el Memorial del 68 se detiene mi atención. Al parecer, se desea trascender a la memoria, a sus mitos y realidades, en algo que la coloque en una justa dimensión: en el fenómeno más importante de la segunda mitad del siglo XX que aportó nuevas formas morales y éticas a una sociedad tímida o sojuzgada por el autoritarismo y el cinismo político, como menciona en algún lugar Monsiváis.
El Memorial “es una instalación con recursos multimedia, sin renunciar al objeto, que será maleable para ir incorporando información. Es una propuesta museográfica no conservadora, sino audaz y de ruptura, conceptos fieles a esas divisas de los jóvenes de entonces y de hoy. No se trata de hacer del Memorial un monumento necrológico; deberá ser una instalación dinámica que permita conocer el parteaguas político-social en el país: se trata de un desmontaje del Estado autoritario mexicano”, argumenta quien fuera Director del Instituto Nacional de Antropología e Historia del 2000 a 2005.
“El Memorial tiene un carácter plural: contendrá versiones, provengan de donde provengan. La historia del 68 se integra de múltiples versiones, de dificultades y de miedos. No se trata de hacer un reconocimiento endógeno, sino al momento de apertura al mundo: fue la primera expresión de interdependencia política moderna ante el mundo”.
En el Memorial del Movimiento Estudiantil del 68 estarán los testimonios de Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Gilberto Guevara Niebla, Jesús Martín del Campo, José Woldenberg, Luis González de Alba, José Luis Cuevas, Roger Bartra, Maria Teresa Juárez del Castillo, Raúl Álvarez Garín, y decenas de protagonistas, intelectuales, negociadores –como Jorge de la Vega y Fernando Solana-, y muchos otros, algunos de ellos anónimos.
Además, el Memorial contendrá miles de fotografías, grabados, manifiestos, volantes y diversa obra grafica; decenas de horas de películas, noticieros, documentales, discursos, comerciales y música de la época. Lo mismo se podrá ver aquella paloma olímpica diseñada por Beatrice Trueblood con su agregado chisguete de sangre en el pecho; escuchar When the music´s over de The Doors; que revisar la obra El hombre unidemesional de Herbert Marcuse, uno de los “filósofos de la destrucción” como les llamó el gobierno ordazista.
Nadie asegura que con el Memorial queden atrás los desencuentros entre Poniatowska y González de Alba, o los reclamos de Roberto Escudero a Guevara Niebla, o las recriminaciones a Sócrates Campos, o la imaginación y la tinta tirada junto a la sangre, ni tampoco la búsqueda insustancial de la precisión en el número de muertos o el por qué provocó la masacre el Batallón Olimpia.
Quedará el testimonio para no olvidar las causas y las consecuencias de un movimiento juvenil que se trasformó en la depositaria de los reclamos sociales y políticos que marcaron, a partir de entonces, la pauta política para este país. Y queda, como recordatorio a cualquier razón de Estado, que pueden más los contenidos genuinos y profundos de un reclamo político que la tentación de atentar contra ellos.
Recuperados, pero cabizbajos, caminamos hacía las instalaciones de la antigua Secretaría de Relaciones Exteriores, evitando pisar mierdas de los mini Schnauzer que sacan a pasear los habitantes de los 130 semiabandonados edificios del complejo habitacional. En el trayecto nos detenemos a observar lo que queda del viejo asentamiento mexica que mandó edificar Huitzilopochtli y el templo católico de Santiago, construido en 1527 con el mismo tezontle volcánico que utilizaron los vencidos para sus dioses. Nos dirigíamos a una cita con Sergio Raúl Arroyo, Director del proyecto Centro Cultural Universitario Tlatelolco: nos quería explicar y mostrar lo que ahora hace.
El complejo arquitectónico de la ex Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) es impresionante. Es obra de Pedro Ramírez Vázquez. Data de 1965 y tiene en sus espacios la huella innegable de su estilo: mármol blanco y algunas paredes y techos cubiertas de prismas de madera. La torre de 22 pisos, el Salón Juárez, el Aula Magna, el Auditorio Alfonso García Robles y los salones de conferencias, son obra del arquitecto que también creó el Museo de Antropología, el Estadio Azteca, el Museo de Arte Moderno y la Basílica de Guadalupe: son ejemplos de la arquitectura del poder y de la dimensión de una visión de Estado.
Con los sismos de 1985, la torre de la SRE quedó afectada psicológicamente y paulatinamente el complejo se fue abandonando hasta que finalmente la Secretaría se trasladó en mayo del 2006 a la Plaza Juárez. Luego de pasar a manos del Gobierno del Distrito Federal, el complejo arquitectónico de Talatelolco fue entregado a la Universidad Nacional Autónoma de México en noviembre del año pasado para crear en ese lugar el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, el más importante y con mayor impacto en la zona norte de la Ciudad de México. “Aquí -mencionó en su momento el Rector Juan Ramón de la Fuente-, la Universidad Nacional tendrá una posibilidad de acercarse a los valores más profundos de la sociedad, su esencia e identidad y estará una vez más, como a lo largo de su historia, a la altura de las circunstancias”.
Y como van las ideas, los proyectos y las obras, el CCUT de la UNAM mostrará en octubre próximo, el día de su inauguración, que estará a la altura de las circunstancias, históricas primeramente.
Acompañado del Kinder Niños Héroes del 68, un joven y talentoso equipo de trabajo integrado por Alejandro García, museógrafo; Andrea Navarro, diseñadora; Miguel Ángel Vega, arquitecto; Ximena Molina, internacionalista; Juncia Avilés y Cintia Velázquez, historiadoras y el curador Álvaro Vázquez, Sergio Raúl se muestra paciente en guiarnos por todo el complejo y en darnos generosamente sus ideas y proyectos.
En los objetivos del CCUT, que depende directamente de la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM, destacan el “realizar un proyecto orientado a una mejor comprensión de la historia contemporánea de México, que implique el acercamiento a los valores más profundos de la sociedad...,” y transformarse en un “espacio para el desarrollo de proyectos culturales en el norte de la Ciudad de México como mecanismo educativo de cohesión e inclusión social”. Escuchar los objetivos en voz de uno de los integrantes del Consejo de la Crónica de la Ciudad de México y observar la urbe desde el helipuerto de la torre es ligar necesariamente la idea al espacio: la Guerrero, la Peralvillo, Santa María la Ribera, el Centro, San Simón, Atlampa..., son parte del área de influencia directa del proyecto, pero con alcance a toda la Ciudad y con conexión al ciberespacio: ¿3 o 10 o 100 millones de personas?
En los 35,000 metros cuadrados de construcción que comprende el complejo cultural, el equipo de trabajo está adecuando arquitectónica y museográficamente los espacios para poner en marcha el Memorial del Movimiento Estudiantil del 68, la Galería de Arte de la Colección Andrés Blaisten, la unidad de docencia, una unidad de seminarios con tres salones de conferencias y espacios para talleres artísticos, sociales y científicos.
Específicamente en el Memorial del 68 se detiene mi atención. Al parecer, se desea trascender a la memoria, a sus mitos y realidades, en algo que la coloque en una justa dimensión: en el fenómeno más importante de la segunda mitad del siglo XX que aportó nuevas formas morales y éticas a una sociedad tímida o sojuzgada por el autoritarismo y el cinismo político, como menciona en algún lugar Monsiváis.
El Memorial “es una instalación con recursos multimedia, sin renunciar al objeto, que será maleable para ir incorporando información. Es una propuesta museográfica no conservadora, sino audaz y de ruptura, conceptos fieles a esas divisas de los jóvenes de entonces y de hoy. No se trata de hacer del Memorial un monumento necrológico; deberá ser una instalación dinámica que permita conocer el parteaguas político-social en el país: se trata de un desmontaje del Estado autoritario mexicano”, argumenta quien fuera Director del Instituto Nacional de Antropología e Historia del 2000 a 2005.
“El Memorial tiene un carácter plural: contendrá versiones, provengan de donde provengan. La historia del 68 se integra de múltiples versiones, de dificultades y de miedos. No se trata de hacer un reconocimiento endógeno, sino al momento de apertura al mundo: fue la primera expresión de interdependencia política moderna ante el mundo”.
En el Memorial del Movimiento Estudiantil del 68 estarán los testimonios de Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Gilberto Guevara Niebla, Jesús Martín del Campo, José Woldenberg, Luis González de Alba, José Luis Cuevas, Roger Bartra, Maria Teresa Juárez del Castillo, Raúl Álvarez Garín, y decenas de protagonistas, intelectuales, negociadores –como Jorge de la Vega y Fernando Solana-, y muchos otros, algunos de ellos anónimos.
Además, el Memorial contendrá miles de fotografías, grabados, manifiestos, volantes y diversa obra grafica; decenas de horas de películas, noticieros, documentales, discursos, comerciales y música de la época. Lo mismo se podrá ver aquella paloma olímpica diseñada por Beatrice Trueblood con su agregado chisguete de sangre en el pecho; escuchar When the music´s over de The Doors; que revisar la obra El hombre unidemesional de Herbert Marcuse, uno de los “filósofos de la destrucción” como les llamó el gobierno ordazista.
Nadie asegura que con el Memorial queden atrás los desencuentros entre Poniatowska y González de Alba, o los reclamos de Roberto Escudero a Guevara Niebla, o las recriminaciones a Sócrates Campos, o la imaginación y la tinta tirada junto a la sangre, ni tampoco la búsqueda insustancial de la precisión en el número de muertos o el por qué provocó la masacre el Batallón Olimpia.
Quedará el testimonio para no olvidar las causas y las consecuencias de un movimiento juvenil que se trasformó en la depositaria de los reclamos sociales y políticos que marcaron, a partir de entonces, la pauta política para este país. Y queda, como recordatorio a cualquier razón de Estado, que pueden más los contenidos genuinos y profundos de un reclamo político que la tentación de atentar contra ellos.
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