A Esperanza Brito, portaestandarte de aquel primer grupo de luchadoras
Existen, son reales y se encuentran en todos los ámbitos de influencia del poder económico, político, intelectual, religioso o militar. La composición de su liderazgo, la decisión que determina su acceso a posiciones de influencia y qué factores determinan su motivación ideológica, son relevantes pero pocos conocidos para el caso de México.
Las elites son tan importantes y determinantes que, según Edgard Muller y Mitchell Seligson, autores del artículo Civil culture and democracy: the question of causal relationships, son “las que tienen mayor capacidad que el público para influir en el tipo de gobierno que tendrá un país”. Esta afirmación nos permite imaginar y suponer que esos grupos, especialmente los de competencia económica y política, están por encima de muchos ejercicios democráticos. De ser así, se entendería que mecanismos como los sondeos de opinión dirigidos a las masas únicamente tienen como propósito la simulación o la confirmación de decisiones, en el mejor de los casos.
El año pasado, Roderic Ai Camp publicó en castellano Las Elites del Poder en México y es la primera investigación que no confunde elite con liderazgo, mucho menos con posiciones jerárquicas -aunque en muchas ocasiones los conceptos se pueden traslapar en la realidad-. El estudio permite conocer a esos sectores “de individuos de gran influencia cuyas decisiones determinan la asignación y la aplicación de los recursos importantes, así como las actitudes y la conducta de los ciudadanos”.
El análisis sociológico de las elites tiene ya tres décadas. La definición y apreciación de ellas ha variado a partir del aparato teórico vigente en el momento. Por ejemplo, en un principio, Wilfredo Pareto y Gaetano Mosca se limitaban a explicar ”las relaciones familiares, los puntos de vista y la praxis involucrados en las actividades que definen a un grupo como elite”, pero sólo para el caso norteamericano, donde los individuos eran principalmente dententores de puestos políticos o de altos mandos gerenciales.
El enfoque de Pareto y Mosca se apoyaba en que las elites “podían distinguirse de las no elites por su cultura mental, sus puntos de vista y percepciones del Mundo”
En esos mismos años la postura marxista reducía el análisis de las elites al papel y pertenencia a una clase social. Un recurrente argumento era decir que la clase gobernante no podría existir sin las instituciones, las cuales estaban “imbuidas” de los valores de clase, de la elite.
El trabajo de Ai Camp se centra en cuatro aspectos: establecer la existencia y características de la elite del poder en México; identificar los medios por los cuales las elites se vinculan; exponer la existencia de los mentores y su influencia en la formación de los círculos del poder, tomando en consideración las redes y el reclutamiento y, por último, estudiar las “fuentes de socialización en la formación de las ideas y las actitudes de la elite”.
La obra del investigador del Claremont McKenna College muestra resultados del trabajo realizado con 398 connotados integrantes de la elite mexicana entre 1970 y el 2000. Y los supuestos con que trabajó fueron tres: 1. Conocer la manera en que el estatus y las características de los padres afectan los valores individuales de la elite y el acceso de ésta a otras elites: la variable de antecedentes sociales es importante en la socialización de la elite. 2. A pesar de la importancia de los orígenes, esto no es suficiente para explicar el nivel de interacción e integración al interior de los grupos de liderazgo: los vínculos personales, a manera de redes, son determinantes y la familia es solamente un aspecto. 3. Existen numerosas grupos pequeños al interior de la elite dirigente: no es necesariamente un grupo cohesionado, específicamente el de los empresarios. Algunos resultados del estudio son los siguientes:
Los orígenes de las redes en los grupos de elite son diversos. Entre los empresarios, su origen es la familia y los consejos de administración, lo que representan, respectivamente un 45 y 37 %. Entre la elite política, el origen de la red se encuentra en una institución educativa y la carrera, representando el 61 y el 28 %. Entre los intelectuales, el origen de la red se ubica en la carrera, la colaboración en publicaciones y la institución educativa, reprensando el 33, 31 y 22 %.
En promedio, los cinco grupos de elite encuentran en la educación (41 %), la carrera (37 %) y la familia (22 %) el origen de sus redes.
La residencia de los integrantes de la elite del poder tiene un comportamiento interesante, aunque nada sorprendente. El 91 % de los políticos y el 92 % de los intelectuales se concentran en el Distrito Federal; los empresarios se localizan en el DF (66 %) y Monterrey (27 %); la elite militar en el DF (39 %) y el resto en todo el país, similar situación tiene el clero: el 8 % se localiza en el DF y el resto en todo el territorio nacional.
El origen socioeconómico de la actual elite del poder en México desmiente aquella idea que se tenía que toda ella provenía de la clase alta. La elite política proviene de la clase trabajadora en un 24 %, de la clase media en un 70 % y de clase alta en un 6 %. Los intelectuales, de la clase trabajadora en un 14 %, de la clase media un 70 % y de la clase alta un 16 %. Los integrantes de la elite empresarial provienen de la clase trabajadora en un 9 %, de la clase media un 31 % y la clase alta un 60 %. El grueso de la elite militar proviene de la clase media y el 36 % de la clase trabajadora. El clero se distribuye equitativamente en las tres clases sociales.
La socialización a través de la educación es muy importante en la elite del poder mexicano. Es también en la educación donde se encuentra el mayor número de mentores y reclutadores de los miembros de las elites. Pero es significativa la diferencia de niveles educativos entre los diversos grupos de la elite. Por ejemplo, los políticos se concentran en un 46 % en el nivel licenciatura y 24 % en maestría; los intelectuales en un 34 % en nivel doctorado y 28 % en secundaria. La elite militar se concentra en un 60 % en el nivel licenciatura y el clero en el doctorado con un 44 %.
Una parte importante en la obra de Roderic Ai Camp se refiere al papel del mentor. Estos actores son importantes para determinar muchas de las características de la elite en el poder. El mentor es un trabajador experimentado que generalmente ya pertenece a la elite y que establece relaciones con sus pupilos para luego incorporarlos. El mentor encuentra motivación en diversas razones: transmitir conocimientos, formales o informales, y aumentar la capacidad y posibilidades de éxito de su estudiante o pupilo para que luego sustituya a su progenitor.
Especialmente en México y en el sector público se presenta esta figura del protector individual. Es lo que antropológicamente se le llama una relación clientelar y lo que vulgar y coloquialmente define lealtades.
Algo que finalmente hay que señalar. A partir del año 2000, con la llegada al poder de tendencias políticas y económicas que venían creciendo desde los albores de la década de los noventa, surgen nuevos liderazgos distintos a los últimos treinta años del siglo pasado que seguramente formarán o fortalecerán a ciertos tipos de elites en el poder. El reto es mantener el pluralismo y la competitividad en todas las facetas de la sociedad para que la importancia de las elites tenga un peso real y relativo y para que su influencia, necesaria por naturaleza, no sea determinante en primera y última instancia en la vida del mexicano.
Existen, son reales y se encuentran en todos los ámbitos de influencia del poder económico, político, intelectual, religioso o militar. La composición de su liderazgo, la decisión que determina su acceso a posiciones de influencia y qué factores determinan su motivación ideológica, son relevantes pero pocos conocidos para el caso de México.
Las elites son tan importantes y determinantes que, según Edgard Muller y Mitchell Seligson, autores del artículo Civil culture and democracy: the question of causal relationships, son “las que tienen mayor capacidad que el público para influir en el tipo de gobierno que tendrá un país”. Esta afirmación nos permite imaginar y suponer que esos grupos, especialmente los de competencia económica y política, están por encima de muchos ejercicios democráticos. De ser así, se entendería que mecanismos como los sondeos de opinión dirigidos a las masas únicamente tienen como propósito la simulación o la confirmación de decisiones, en el mejor de los casos.
El año pasado, Roderic Ai Camp publicó en castellano Las Elites del Poder en México y es la primera investigación que no confunde elite con liderazgo, mucho menos con posiciones jerárquicas -aunque en muchas ocasiones los conceptos se pueden traslapar en la realidad-. El estudio permite conocer a esos sectores “de individuos de gran influencia cuyas decisiones determinan la asignación y la aplicación de los recursos importantes, así como las actitudes y la conducta de los ciudadanos”.
El análisis sociológico de las elites tiene ya tres décadas. La definición y apreciación de ellas ha variado a partir del aparato teórico vigente en el momento. Por ejemplo, en un principio, Wilfredo Pareto y Gaetano Mosca se limitaban a explicar ”las relaciones familiares, los puntos de vista y la praxis involucrados en las actividades que definen a un grupo como elite”, pero sólo para el caso norteamericano, donde los individuos eran principalmente dententores de puestos políticos o de altos mandos gerenciales.
El enfoque de Pareto y Mosca se apoyaba en que las elites “podían distinguirse de las no elites por su cultura mental, sus puntos de vista y percepciones del Mundo”
En esos mismos años la postura marxista reducía el análisis de las elites al papel y pertenencia a una clase social. Un recurrente argumento era decir que la clase gobernante no podría existir sin las instituciones, las cuales estaban “imbuidas” de los valores de clase, de la elite.
El trabajo de Ai Camp se centra en cuatro aspectos: establecer la existencia y características de la elite del poder en México; identificar los medios por los cuales las elites se vinculan; exponer la existencia de los mentores y su influencia en la formación de los círculos del poder, tomando en consideración las redes y el reclutamiento y, por último, estudiar las “fuentes de socialización en la formación de las ideas y las actitudes de la elite”.
La obra del investigador del Claremont McKenna College muestra resultados del trabajo realizado con 398 connotados integrantes de la elite mexicana entre 1970 y el 2000. Y los supuestos con que trabajó fueron tres: 1. Conocer la manera en que el estatus y las características de los padres afectan los valores individuales de la elite y el acceso de ésta a otras elites: la variable de antecedentes sociales es importante en la socialización de la elite. 2. A pesar de la importancia de los orígenes, esto no es suficiente para explicar el nivel de interacción e integración al interior de los grupos de liderazgo: los vínculos personales, a manera de redes, son determinantes y la familia es solamente un aspecto. 3. Existen numerosas grupos pequeños al interior de la elite dirigente: no es necesariamente un grupo cohesionado, específicamente el de los empresarios. Algunos resultados del estudio son los siguientes:
Los orígenes de las redes en los grupos de elite son diversos. Entre los empresarios, su origen es la familia y los consejos de administración, lo que representan, respectivamente un 45 y 37 %. Entre la elite política, el origen de la red se encuentra en una institución educativa y la carrera, representando el 61 y el 28 %. Entre los intelectuales, el origen de la red se ubica en la carrera, la colaboración en publicaciones y la institución educativa, reprensando el 33, 31 y 22 %.
En promedio, los cinco grupos de elite encuentran en la educación (41 %), la carrera (37 %) y la familia (22 %) el origen de sus redes.
La residencia de los integrantes de la elite del poder tiene un comportamiento interesante, aunque nada sorprendente. El 91 % de los políticos y el 92 % de los intelectuales se concentran en el Distrito Federal; los empresarios se localizan en el DF (66 %) y Monterrey (27 %); la elite militar en el DF (39 %) y el resto en todo el país, similar situación tiene el clero: el 8 % se localiza en el DF y el resto en todo el territorio nacional.
El origen socioeconómico de la actual elite del poder en México desmiente aquella idea que se tenía que toda ella provenía de la clase alta. La elite política proviene de la clase trabajadora en un 24 %, de la clase media en un 70 % y de clase alta en un 6 %. Los intelectuales, de la clase trabajadora en un 14 %, de la clase media un 70 % y de la clase alta un 16 %. Los integrantes de la elite empresarial provienen de la clase trabajadora en un 9 %, de la clase media un 31 % y la clase alta un 60 %. El grueso de la elite militar proviene de la clase media y el 36 % de la clase trabajadora. El clero se distribuye equitativamente en las tres clases sociales.
La socialización a través de la educación es muy importante en la elite del poder mexicano. Es también en la educación donde se encuentra el mayor número de mentores y reclutadores de los miembros de las elites. Pero es significativa la diferencia de niveles educativos entre los diversos grupos de la elite. Por ejemplo, los políticos se concentran en un 46 % en el nivel licenciatura y 24 % en maestría; los intelectuales en un 34 % en nivel doctorado y 28 % en secundaria. La elite militar se concentra en un 60 % en el nivel licenciatura y el clero en el doctorado con un 44 %.
Una parte importante en la obra de Roderic Ai Camp se refiere al papel del mentor. Estos actores son importantes para determinar muchas de las características de la elite en el poder. El mentor es un trabajador experimentado que generalmente ya pertenece a la elite y que establece relaciones con sus pupilos para luego incorporarlos. El mentor encuentra motivación en diversas razones: transmitir conocimientos, formales o informales, y aumentar la capacidad y posibilidades de éxito de su estudiante o pupilo para que luego sustituya a su progenitor.
Especialmente en México y en el sector público se presenta esta figura del protector individual. Es lo que antropológicamente se le llama una relación clientelar y lo que vulgar y coloquialmente define lealtades.
Algo que finalmente hay que señalar. A partir del año 2000, con la llegada al poder de tendencias políticas y económicas que venían creciendo desde los albores de la década de los noventa, surgen nuevos liderazgos distintos a los últimos treinta años del siglo pasado que seguramente formarán o fortalecerán a ciertos tipos de elites en el poder. El reto es mantener el pluralismo y la competitividad en todas las facetas de la sociedad para que la importancia de las elites tenga un peso real y relativo y para que su influencia, necesaria por naturaleza, no sea determinante en primera y última instancia en la vida del mexicano.
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