Nos faltaba conocer a uno de los genitores de Cancún. Se sospechaba de dónde venía y cuáles eran sus rasgos generales, pero en detalle, poco o nada sabíamos de él. Sin embargo, el pasado 30 de mayo, las 560 personas que estábamos reunidas en el Teatro Constituyentes del 74, de Chetumal, nos enteramos, vía la conferencia que dictó el senador Pedro Joaquín Coldwell, quién era el otro responsable de la creación del exitoso Centro Integralmente Planeado llamado Cancún.
En 1985, Fernando Martí publica Cancún, fantasía de banqueros, un libro que enseña con toda precisión cómo se gestó en los cerebros y en los escritorios el proyecto turístico más exitoso que conoce México.
En buena parte de la obra, Martí atribuye la autoría del proyecto Cancún a la iniciativa de los banqueros Ernesto Fernández Hurtado y Antonio Enríquez Savignac. Señala al inicio del libro: “Hacia mediados del sexenio de Díaz Ordaz, un grupo de banqueros mexicanos concibió un proyecto delirante: fundar una ciudad turística en plena selva, con el propósito fundamental de captar divisas”.
Era cierto. México transitaba en esos años por un crecimiento económico estable del 6% anual, pero engañoso. La industria se encontraba sobreprotegida, la población crecía, la paridad del peso frente al dólar era frágil, las importaciones eran mucho más que las exportaciones y la deuda externa crecía. Se necesitaba crear un nicho en el mercado internacional que permitiera captar muchas divisas. Y el turismo era la respuesta a la problemática económica.
En Cancún, fantasía de banqueros, se menciona cómo los funcionarios del Banco de México visitaron previamente los destinos que en ese momento eran exitosos: Florida, Hawai y el Caribe y se empaparon en el diseño de inversiones, del flujo de visitantes, de los ingresos per capita y del comportamiento del turismo en lugares como el Pacífico, el Magreb y el Mediterráneo. También tomaron nota del crecimiento de ofertas en Jamaica, en las Bahamas, Islas Vírgenes y Martinica, luego del cierre de playas y casinos en la Cuba socialista.
Con todo ese conocimiento del turismo internacional, y luego de que Enríquez Savignac, acompañado de Pedro Dondé Escalante, recorre palmo a palmo las costas mexicanas en 18 meses, de realizar el análisis del comportamiento climático, cercanía de fuentes de agua y de energía, condiciones demográficas e historia de las catástrofes regionales, se presenta la propuesta: desarrollar los centros turísticos de Los Cabos, La Paz, Puerto Escondido, Huatulco, Ixtapa y Cancún.
Planteado de esa manera y con la incipiente existencia de instituciones turísticas gubernamentales, que solamente se dedicaban a preparar y a ofrecer los atractivos del Acapulco de Miguel Alemán, parece convincente que Cancún fue obra exclusiva de audaces banqueros, que fue resultado de una visión económica, nada más.
Pero no fue así. También participó la geopolítica y la geoestrategia como la otra parte gestora y determinante. Eso fue lo que Pedro Joaquín expuso en la conferencia “El turismo y sus efectos en el desarrollo urbano de Quintana Roo: proyección histórica”.
Algunos de los datos expuestos por el político cozumeleño eran complementarios a los ofrecidos por Alfredo César Dachary en sus Estudios socioeconómicos preliminares de Quintana Roo, como los antecedentes históricos del turismo en Quintana Roo o los flujos de visitantes antes del surgimiento de Cancún. Pero el grueso de la ponencia fue novedoso.
Antes de que los banqueros -como atribuye Martí-, crearan Cancún, ya la Península yucateca recibía hasta 60 mil turistas al año atraídos por el patrimonio cultural de Chichón Itzá y Uxmal: dieciséis veces menos de lo que hoy recibe la zona arqueológica de Tulum.
Muchos de esos visitantes incursionaban en las islas de Cozumel e Isla Mujeres y pocos llegaban a conocer el establecimiento de Pablo Bush en Akumal. El mar y la playa del Caribe mexicano comenzaron a ser conocidos.
Lo que contribuyó a estar en condiciones de recibir a los primeros turistas en Quintana Roo fue la infraestructura aeroportuaria que los norteamericanos crearon durante la Segunda Guerra Mundial. Entre 1942 y 1945 se construyeron las pistas áreas de Cozumel, Chetumal, Mérida y Ciudad del Carmen como parte del Sistema de Defensa Atlántica: había que frenar el peligroso patrullaje de los U-Boot alemanes, que lo mismo surcaban las aguas costeras de Quintana Roo, como las de Yucatán. Sin así pretenderlo, la primera infraestructura turística de Quintana Roo fue producto de la geoestrategia militar. México no sólo canalizó cosechas agrícolas y petróleo al conflicto.
Si bien fue una “decisión del gobierno federal invertir en el turismo para captar divisas, había razones para pensar que existían factores de seguridad nacional para que se diera el surgimiento de Cancún”. Era necesario tener presencia en el Caribe: en 1959 había triunfado la revolución cubana y en 1961 se había declarado socialista: “la guerra fría llegó al corazón del Caribe”. Además, existían riesgos “de una crisis económica y social en el campo yucateco por el desplome de los precios internacionales del henequén, había preocupación del gobierno mexicano por la baja densidad poblacional en el litoral caribeño, localizado a 160 millas de Cuba y ya se habían dado la irrupción de brotes guerrilleros en Guerrero y Chihuahua”. Evidentemente eran factores contundentes que apoyan la tesis de Coldwell de que Cancún fue una medida de seguridad nacional, de engarzar la causalidad espacial de los sucesos políticos y los efectos futuros.
Por otro lado, no se debe olvidar que la revolución cubana dejó un vació en el mercado turístico que había que ocupar.
La parte final de la conferencia fue un llamado a no matar a la gallina de los huevos de oro, de cuidar a Cancún ante los problemas de migración, marginación, de deterioro social y de la falta de integridad al medio ambiente que se encuentra amenazada por el crecimiento anárquico y caótico. Luego propuso soluciones posibles...
Pero en esa parte de la exposición ya me encontraba algo distraído, absorto. Me ocupaban dos asuntos que habían provocado la conferencia. La primera era revisar si en esos tiempos la política era determinante para las estrategias económicas o si ya se daban decisiones económicas que subordinaban a la política. Eso lo ligaba a una frase que Fernando Martí había colocado en su ilustrativa obra y que decía: “La política es hija natural de los negocios”. Me detenía a pensar si ahora, con la exposición de Pedro Joaquín podría decirse: “los negocios son hijos naturales de la política”.
La otra ocupación era meter en el rompecabezas que ahora me ofrecía la conferencia un asunto que en su momento fue una simple anécdota de tres diversos amigos carrilloportenses, cazadores y recolectores de chicle ellos en sus años mozos. Me aseguraban que a principios de 1961 -cuando todavía hay suficiente humedad y mana el látex del chicozapote y cuando muchos tepezcuintles comen de los frutos de ese árbol-, observaron en la costa de la Bahía del Espíritu Santo ensayos de desembarco y disparos de armas de grupos de personas que “hablaban como cubanos” y que duraron una semana haciendo esos ejercicios. Era fantasía, me decía. “Qué se fumaron”, les preguntaba. No les dí mucha importancia.
Ahora tengo una certeza y una duda. Estoy cierto que Cancún surgió por una decisión política y por las circunstancias económicas: que tuvo padre y madre. Me quedo con la pena de que uno de aquellos informantes ya murió, el otro está enfermo y el último vive en alguna Región de Cancún, para poder tener mayores elementos y pensar que aquellos que “hablaban como cubanos” y hacían prácticas militares no dirigieron luego sus botes hacia Playa Girón. Ahora entiendo el peso de las decisiones de seguridad nacional de esos tiempos en estos lugares.
En 1985, Fernando Martí publica Cancún, fantasía de banqueros, un libro que enseña con toda precisión cómo se gestó en los cerebros y en los escritorios el proyecto turístico más exitoso que conoce México.
En buena parte de la obra, Martí atribuye la autoría del proyecto Cancún a la iniciativa de los banqueros Ernesto Fernández Hurtado y Antonio Enríquez Savignac. Señala al inicio del libro: “Hacia mediados del sexenio de Díaz Ordaz, un grupo de banqueros mexicanos concibió un proyecto delirante: fundar una ciudad turística en plena selva, con el propósito fundamental de captar divisas”.
Era cierto. México transitaba en esos años por un crecimiento económico estable del 6% anual, pero engañoso. La industria se encontraba sobreprotegida, la población crecía, la paridad del peso frente al dólar era frágil, las importaciones eran mucho más que las exportaciones y la deuda externa crecía. Se necesitaba crear un nicho en el mercado internacional que permitiera captar muchas divisas. Y el turismo era la respuesta a la problemática económica.
En Cancún, fantasía de banqueros, se menciona cómo los funcionarios del Banco de México visitaron previamente los destinos que en ese momento eran exitosos: Florida, Hawai y el Caribe y se empaparon en el diseño de inversiones, del flujo de visitantes, de los ingresos per capita y del comportamiento del turismo en lugares como el Pacífico, el Magreb y el Mediterráneo. También tomaron nota del crecimiento de ofertas en Jamaica, en las Bahamas, Islas Vírgenes y Martinica, luego del cierre de playas y casinos en la Cuba socialista.
Con todo ese conocimiento del turismo internacional, y luego de que Enríquez Savignac, acompañado de Pedro Dondé Escalante, recorre palmo a palmo las costas mexicanas en 18 meses, de realizar el análisis del comportamiento climático, cercanía de fuentes de agua y de energía, condiciones demográficas e historia de las catástrofes regionales, se presenta la propuesta: desarrollar los centros turísticos de Los Cabos, La Paz, Puerto Escondido, Huatulco, Ixtapa y Cancún.
Planteado de esa manera y con la incipiente existencia de instituciones turísticas gubernamentales, que solamente se dedicaban a preparar y a ofrecer los atractivos del Acapulco de Miguel Alemán, parece convincente que Cancún fue obra exclusiva de audaces banqueros, que fue resultado de una visión económica, nada más.
Pero no fue así. También participó la geopolítica y la geoestrategia como la otra parte gestora y determinante. Eso fue lo que Pedro Joaquín expuso en la conferencia “El turismo y sus efectos en el desarrollo urbano de Quintana Roo: proyección histórica”.
Algunos de los datos expuestos por el político cozumeleño eran complementarios a los ofrecidos por Alfredo César Dachary en sus Estudios socioeconómicos preliminares de Quintana Roo, como los antecedentes históricos del turismo en Quintana Roo o los flujos de visitantes antes del surgimiento de Cancún. Pero el grueso de la ponencia fue novedoso.
Antes de que los banqueros -como atribuye Martí-, crearan Cancún, ya la Península yucateca recibía hasta 60 mil turistas al año atraídos por el patrimonio cultural de Chichón Itzá y Uxmal: dieciséis veces menos de lo que hoy recibe la zona arqueológica de Tulum.
Muchos de esos visitantes incursionaban en las islas de Cozumel e Isla Mujeres y pocos llegaban a conocer el establecimiento de Pablo Bush en Akumal. El mar y la playa del Caribe mexicano comenzaron a ser conocidos.
Lo que contribuyó a estar en condiciones de recibir a los primeros turistas en Quintana Roo fue la infraestructura aeroportuaria que los norteamericanos crearon durante la Segunda Guerra Mundial. Entre 1942 y 1945 se construyeron las pistas áreas de Cozumel, Chetumal, Mérida y Ciudad del Carmen como parte del Sistema de Defensa Atlántica: había que frenar el peligroso patrullaje de los U-Boot alemanes, que lo mismo surcaban las aguas costeras de Quintana Roo, como las de Yucatán. Sin así pretenderlo, la primera infraestructura turística de Quintana Roo fue producto de la geoestrategia militar. México no sólo canalizó cosechas agrícolas y petróleo al conflicto.
Si bien fue una “decisión del gobierno federal invertir en el turismo para captar divisas, había razones para pensar que existían factores de seguridad nacional para que se diera el surgimiento de Cancún”. Era necesario tener presencia en el Caribe: en 1959 había triunfado la revolución cubana y en 1961 se había declarado socialista: “la guerra fría llegó al corazón del Caribe”. Además, existían riesgos “de una crisis económica y social en el campo yucateco por el desplome de los precios internacionales del henequén, había preocupación del gobierno mexicano por la baja densidad poblacional en el litoral caribeño, localizado a 160 millas de Cuba y ya se habían dado la irrupción de brotes guerrilleros en Guerrero y Chihuahua”. Evidentemente eran factores contundentes que apoyan la tesis de Coldwell de que Cancún fue una medida de seguridad nacional, de engarzar la causalidad espacial de los sucesos políticos y los efectos futuros.
Por otro lado, no se debe olvidar que la revolución cubana dejó un vació en el mercado turístico que había que ocupar.
La parte final de la conferencia fue un llamado a no matar a la gallina de los huevos de oro, de cuidar a Cancún ante los problemas de migración, marginación, de deterioro social y de la falta de integridad al medio ambiente que se encuentra amenazada por el crecimiento anárquico y caótico. Luego propuso soluciones posibles...
Pero en esa parte de la exposición ya me encontraba algo distraído, absorto. Me ocupaban dos asuntos que habían provocado la conferencia. La primera era revisar si en esos tiempos la política era determinante para las estrategias económicas o si ya se daban decisiones económicas que subordinaban a la política. Eso lo ligaba a una frase que Fernando Martí había colocado en su ilustrativa obra y que decía: “La política es hija natural de los negocios”. Me detenía a pensar si ahora, con la exposición de Pedro Joaquín podría decirse: “los negocios son hijos naturales de la política”.
La otra ocupación era meter en el rompecabezas que ahora me ofrecía la conferencia un asunto que en su momento fue una simple anécdota de tres diversos amigos carrilloportenses, cazadores y recolectores de chicle ellos en sus años mozos. Me aseguraban que a principios de 1961 -cuando todavía hay suficiente humedad y mana el látex del chicozapote y cuando muchos tepezcuintles comen de los frutos de ese árbol-, observaron en la costa de la Bahía del Espíritu Santo ensayos de desembarco y disparos de armas de grupos de personas que “hablaban como cubanos” y que duraron una semana haciendo esos ejercicios. Era fantasía, me decía. “Qué se fumaron”, les preguntaba. No les dí mucha importancia.
Ahora tengo una certeza y una duda. Estoy cierto que Cancún surgió por una decisión política y por las circunstancias económicas: que tuvo padre y madre. Me quedo con la pena de que uno de aquellos informantes ya murió, el otro está enfermo y el último vive en alguna Región de Cancún, para poder tener mayores elementos y pensar que aquellos que “hablaban como cubanos” y hacían prácticas militares no dirigieron luego sus botes hacia Playa Girón. Ahora entiendo el peso de las decisiones de seguridad nacional de esos tiempos en estos lugares.
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