Se notaba en el paisaje la ausencia de un espacio donde se estimulara la investigación académica y la reflexión intelectual sobre temas que nos ayudaran a entender los fenómenos sociales y culturales del dinámico y diverso Quintana Roo.
Ya habían egresado varias generaciones de jóvenes profesionistas de la Universidad de Quintana Roo y en la nómina de investigadores y académicos localizados en instituciones estatales, regionales y nacionales, como la UQROO, la Universidad del Caribe, el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, la Universidad Autónoma de Yucatán, el Colegio de la Frontera Sur, el Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales de la UNAM, la Universidad Autónoma de Campeche, la Universidad Autónoma de Chiapas, las Universidades Interculturales, ya sumaban varias decenas. También la presencia de intelectuales y escritores ya era notable en la región. Necesitábamos de todos ellos.
El siguiente paso era tener respuestas argumentadas, sin grandes hipótesis, para comprender el fenómeno migratorio de los indígenas en Quintana Roo. Ya no era suficiente conocer los números que arrojaba INEGI o escuchar el discurso de algún político para justificar la insuficiencia presupuestal. Se requería convocar a los académicos para que, con su solidez y coherencia, nos dieran nuevos datos teóricos y/o empíricos y los amarraran con sus afirmativas justificaciones. Requeríamos de la metodología y la reflexión.
Teníamos detectada la necesidad, la masa crítica y el primer tema. Así fue como nació, auspiciado por las autoridades culturales, el Premio Estatal de Ensayo Social Alfonso Villa Rojas. El nombre del proyecto era un homenaje al primer antropólogo social mexicano que en la década de los años 30s del siglo XX, realizó la primera estancia prolongada de trabajo de campo entre los mayas del centro de Quintana Roo y que se tradujo en una importante aportación científica, que se plasma en la ya clásica obra Los elegidos de Dios. Etnografía de los mayas de Quintana Roo.
Con grandes expectativas fue lanzada la primera convocatoria del Premio, con un estímulo de cincuenta mil pesos para el mejor ensayo y su publicación junto con los otros cuatro mejores trabajos. El tema fue La migración indígena en Quintana Roo.
La respuesta fue favorable. Investigadores quintanarroenses, yucatecos, chiapanecos, de la ciudad de México y veracruzanos participaron en el certamen. Con un jurado conformado por respetables investigadores, casi una veintena de ensayos fueron evaluados. La mayoría poseía las características requeridas: calidad, un buen desarrollo de ideas, una hipótesis, datos claros y una buena estrategia de cierre.
El ensayo seleccionado para recibir el Premio fue ¿Elegidos de Dios o expulsados del paraíso? Migración, etnicidad y desigualdad entre los mayas yucatecos en Quintana Roo, de Rodrigo Alejandro Llanes Salazar.
Los trabajos seleccionados por el jurado calificador para ser publicados junto con el ganador fueron: Entre Ulises y Penélope: migración indígena y profundización de las desigualdades, de Luis Sánchez Trujillo; El éxodo chiapaneco a Playa del Carmen: entre supervivencia y exclusión, de Gerardo Hernández Hernández; Los indígenas mayas, de elegidos de Dios a parias del vórtice migratorio, de Joaquín Quiroz Carranza y Citlalli Cantú Escalante y La encrucijada cultural: Procesos migratorios y de integración indígena en Quintana Roo, de Gabriel Vázquez Dzul.
Muy interesantes, pero con estructuras y argumentos diferentes son los trabajos que los prestigiosos académicos que integraron el jurado seleccionaron para premiar y publicar.
Por ejemplo, el de Rodrigo Llanes tiene una estructura formal, su narrativa es académica y su ensayo se trata del análisis de la migración de mayas de origen yucateco a las ciudades turísticas de Quintana Roo, después de la crisis henequenera: es evidente la perspectiva antropológica. Al leerlo, se pueden encontrar respuestas a ciertas interrogantes como ¿las prácticas culturales de los migrantes son o no afectadas con el cambio de residencia?, ¿con la migración se crean nuevas formas de etnicidad?, ¿la migración acentúa la desigualdad económica? o ¿los beneficios económicos producidos por el turismo satisfacen las necesidades de los migrantes indígenas?
Otro documento, el de Luis Antonio Sánchez, es también digno de detenida lectura. Sin dejar la academia, Sánchez deja que su pluma se deslice entre metáforas literarias, atrapa, aunque por momentos suelta andanadas de un materialismo histórico actualizado a las circunstancias migratorias, concretamente como una forma del devenir capitalista, la acumulación de capital y la transferencia de costos que la fuerza de trabajo del migrante permite: se percibe un enfoque sociológico. Sin embargo, los argumentos y conclusiones de Sánchez son diferentes a los de ensayo de Llanes. Tomando el caso de la migración de indígenas chiapanecos a Playa del Carmen, menciona que existe una trasformación de las identidades culturales y ello no significa un avance, sino una profundización de la explotación y la desigualdad.
Será necesario leer con detalle cada uno de los ensayos que serán publicados; el de Quiroz y Cantú, el de Hernández y el de Vázquez Dzul son de excelente factura y con buenos aportes. Ahí podremos encontrar nuevos argumentos o releer otros no tan novedosos, pero que es necesario difundir para entender un poco más el fenómeno migratorio en Quintana Roo.
En un futuro, de mantenerse la continuidad y seguir ofreciendo interesantes documentos académicos, el Premio Estatal de Ensayo Social Alfonso Villa Rojas se puede transformar en un instrumento que permita, a través del conocimiento científico, la actualización y definición de mejores políticas públicas en la agenda de desarrollo social.
Temáticas como nuevas culturas e identidades, religión popular y nuevas alternativas, grupos vulnerables y derechos humanos, tradición y modernidad, sociedad y medio ambiente, valores y adicciones y todo aquello que engarce la glocalización y lo global que genera la actividad económica del turismo, son fenómenos que requieren ser conocidos con mayor detalle. Pero ese nuevo conocimiento de poco servirá si no logramos ofrecerlo como útil para el diseño de políticas y estrategias adecuadas, donde el gobierno y la sociedad participen en una distribución de responsabilidades y la solución a satisfactores de los ciudadanos que vivimos en el estado con el mayor dinamismo económico y social del país. Este puede ser el mejor ensayo que hagamos.
domingo, 5 de diciembre de 2010
domingo, 14 de noviembre de 2010
El mal
Pandora sabía las consecuencias de aquel acto. La obra de Vulcano, la mujer de barro, nos engañó con su belleza y así Zeus se vengó de Prometeo y de nosotros.
Actualmente, la vida cotidiana está saturada de información poco optimista. La violencia y los desastres ocupan las conversaciones, las páginas de los medios impresos y los espacios de radio y televisión. Pareciera que el mal domina todo. Pero, ¿qué es eso a lo que los creyentes recurren inmediatamente como obra del diablo para explicarlo?
Un filósofo alemán, nacido hace sesenta y cinco años, autor de ¿Cuánta globalización podemos soportar? y Nietzsche. Biografía de su pensamiento, nos habla con enorme erudición sobre el mal, no como concepto, sino como ese algo amenazador que le cierra el paso a la conciencia libre y nos sumerge en un sinsentido, en el caos y hace ver negra nuestra existencia.
Rudiger Safranski escribió hace diez años para Tusquets la obra El mal o El drama de la libertad. En diecisiete capítulos, el autor nos toma de la mano y nos lleva por un camino que inicia con los mitos de origen y llega hasta la confrontación freudiana con el encantamiento religioso del Hombre. Es mucho lo que se ha pensado sobre el mal, desde Hesiodo hasta Kant o Nietzsche.
“El mal pertenece al drama de la libertad humana”, nos dice Safranski sin que todavía conozcamos la dimensión de lo que nosotros mismos hemos creado. Desde que el Hombre abandona el nivel de la naturaleza y asume la conciencia de su ser, comenzó una caída libre en el tiempo: tenemos un pasado opresivo, un “presente huidizo” y un futuro amenazante. Esa conciencia se volvió problemática cuando eligió la libertad.
Podríamos ser concientes y pensar en lo trascendente, ir más allá de nuestra realidad y descubrir la nada o tal vez un Dios, pero no: decidimos transformarnos en seres unidimensionales y eso nos acongoja, no nos reconforta. Las diversas religiones nacen de eso: de la falta de ser.
El mal, dice el filósofo que también escribió sobre Martin Heidegger, “no se halla entre los temas a los que podamos enfrentarnos con una tesis, o con una solución al problema”. Para explicarnos nuestro mundo actual y el mal debemos tener diferentes perspectivas.
Todo comenzó con el mito sobre nuestra libertad. Es curioso que para aquellos griegos que hablaron de dioses incestuosos como Gea, Urano, Cronos y Zeus; de las generaciones de oro, plata y bronce y de la aparición de los hombres nacidos de la tierra y no de dioses, se permitiera la conciencia de la libertad, pero en el cristianismo no. Prometeo nos liberó antes, pero después algo sucedió.
Aristóteles y Platón fueron los primeros filósofos en reflexionar sobre el mal, porque ellos también iniciaron la reflexión sobre la naturaleza del Hombre. Nuestra naturaleza es abierta por el ejercicio del conocimiento y la voluntad libre, eso nos hace diferentes a la naturaleza inorgánica, a las plantas y a los animales.
En esa definición se sucedieron diálogos, reflexiones y opiniones. La clave estaba en que para los pensadores griegos, el Hombre puede y debe regirse por sí mismo; aunque Sócrates lo hace desde una perspectiva empírica y Platón desde el idealismo.
Safranski nos ayuda a recordar cómo en los griegos el mal fue un dualismo con el bien. Y la verdad sorprende cómo en esos tiempos Platón argumentaba que lo contrario al bien es la rebelión, el orden perturbado: la conservación del orden era fundamental para mantener el bien. La institución de las costumbres era fundamental.
No es sobrante mencionar que el sofista Trasímaco argumentaba sobre el origen del desorden: la concentración del poder ilimitado y donde los fuertes defienden ante los débiles su bienestar. Sócrates añade en tono de réplica que el orden se encuentra débilmente sustentado en una rebelión demorada, ya que la enemistad entre dominados y dominadores está en torno al poder.
“Una opinión sólo se convierte en verdad cuando hace verdadero al Hombre, y esto significa cuando lo conduce al bien”, decía Sócrates. En aquellos tiempos, el que alguien actuara en el terreno del bien o del mal, era un asunto del conocimiento suficiente o insuficiente. Pareciera que el mal era exonerado de responsabilidad.
Sócrates servía a un Dios con nombre: Apolo, el cual era venerado en Atenas y era, entre otras cosas, el protector contra el mal, contra la falta de conocimiento. En ese contexto y tenor discutían los griegos.
Pero llegó Agustín de Hipona y con él el pecado original como gran culpa de la Humanidad. Nacimos marcados por el mal y sólo un Dios puede resolvernos el problema. Es la trascendencia la solución y protección a nuestros males y a la maldad.
Largos han sido los siglos hablando del tema. Max Weber considera que el rechazo religioso del mundo comienza con el sufrimiento de la injusticia, la caducidad, la inseguridad y la frustración de expectativas. Para Friedrich Schelling el hombre se convierte en traidor a lo universal, al principio superior de la vida (el Espíritu Santo), porque la “angustia de la vida” lo expulsa del centro que es regla, orden y forma: esa perversión es el origen mal. No debemos, dice Schelling, traicionar la necesidad metafísica y caer en las luchas de la autoafirmación. Algo similar plantea Arthur Schopenhauer.
Thomas Hobbes confía en las instituciones, las que “dan duración, firmeza y límites a los asuntos humanos”. Los límites compiten con el drama humano de la libertad, pues en ellos se encuentra la voluntad de distinguirse y la enemistad humana. Luego de la fracasada torre de Babel, Immanuel Kant sometió el sueño de la unidad pacífica humana a la razón: no hay otra forma de mantener la unidad, decía. Por lo contario, J. J. Rousseau soñó con que el Hombre ofrezca mayor entrega: la llamada voluntad general. El filósofo francés reconoce que el Hombre carga con un pecado original que es el conocimiento, ya que éste engendra diferencias. Él, ingenuamente, buscaba el retorno a la naturaleza.
Y así se podría seguir hablando del excelente trabajo de Rudiger Safranski, que busca ontológicamente las ideas y las reflexiones, así como las referencias hacia entidades metafísicas que expliquen el mal. Desfilan el Marqués de Sade, Flaubert, Baudelaire, Sartre, Bataille, Goethe, Heidegger, Nietzsche y Freud.
Luego de su lectura, queda claro que al mal se le puede entender a través de la religión, de los filósofos y la moral o de los ideólogos y sus reflexiones paradigmáticas. Uno es libre, y ahí comienza el drama, de elegir la fuente que confirme nuestras opiniones y creencias. Pero lo real, lo que ha ganado la humanidad, es que hace mucho perdió la inocencia y la ignorancia.
Actualmente, la vida cotidiana está saturada de información poco optimista. La violencia y los desastres ocupan las conversaciones, las páginas de los medios impresos y los espacios de radio y televisión. Pareciera que el mal domina todo. Pero, ¿qué es eso a lo que los creyentes recurren inmediatamente como obra del diablo para explicarlo?
Un filósofo alemán, nacido hace sesenta y cinco años, autor de ¿Cuánta globalización podemos soportar? y Nietzsche. Biografía de su pensamiento, nos habla con enorme erudición sobre el mal, no como concepto, sino como ese algo amenazador que le cierra el paso a la conciencia libre y nos sumerge en un sinsentido, en el caos y hace ver negra nuestra existencia.
Rudiger Safranski escribió hace diez años para Tusquets la obra El mal o El drama de la libertad. En diecisiete capítulos, el autor nos toma de la mano y nos lleva por un camino que inicia con los mitos de origen y llega hasta la confrontación freudiana con el encantamiento religioso del Hombre. Es mucho lo que se ha pensado sobre el mal, desde Hesiodo hasta Kant o Nietzsche.
“El mal pertenece al drama de la libertad humana”, nos dice Safranski sin que todavía conozcamos la dimensión de lo que nosotros mismos hemos creado. Desde que el Hombre abandona el nivel de la naturaleza y asume la conciencia de su ser, comenzó una caída libre en el tiempo: tenemos un pasado opresivo, un “presente huidizo” y un futuro amenazante. Esa conciencia se volvió problemática cuando eligió la libertad.
Podríamos ser concientes y pensar en lo trascendente, ir más allá de nuestra realidad y descubrir la nada o tal vez un Dios, pero no: decidimos transformarnos en seres unidimensionales y eso nos acongoja, no nos reconforta. Las diversas religiones nacen de eso: de la falta de ser.
El mal, dice el filósofo que también escribió sobre Martin Heidegger, “no se halla entre los temas a los que podamos enfrentarnos con una tesis, o con una solución al problema”. Para explicarnos nuestro mundo actual y el mal debemos tener diferentes perspectivas.
Todo comenzó con el mito sobre nuestra libertad. Es curioso que para aquellos griegos que hablaron de dioses incestuosos como Gea, Urano, Cronos y Zeus; de las generaciones de oro, plata y bronce y de la aparición de los hombres nacidos de la tierra y no de dioses, se permitiera la conciencia de la libertad, pero en el cristianismo no. Prometeo nos liberó antes, pero después algo sucedió.
Aristóteles y Platón fueron los primeros filósofos en reflexionar sobre el mal, porque ellos también iniciaron la reflexión sobre la naturaleza del Hombre. Nuestra naturaleza es abierta por el ejercicio del conocimiento y la voluntad libre, eso nos hace diferentes a la naturaleza inorgánica, a las plantas y a los animales.
En esa definición se sucedieron diálogos, reflexiones y opiniones. La clave estaba en que para los pensadores griegos, el Hombre puede y debe regirse por sí mismo; aunque Sócrates lo hace desde una perspectiva empírica y Platón desde el idealismo.
Safranski nos ayuda a recordar cómo en los griegos el mal fue un dualismo con el bien. Y la verdad sorprende cómo en esos tiempos Platón argumentaba que lo contrario al bien es la rebelión, el orden perturbado: la conservación del orden era fundamental para mantener el bien. La institución de las costumbres era fundamental.
No es sobrante mencionar que el sofista Trasímaco argumentaba sobre el origen del desorden: la concentración del poder ilimitado y donde los fuertes defienden ante los débiles su bienestar. Sócrates añade en tono de réplica que el orden se encuentra débilmente sustentado en una rebelión demorada, ya que la enemistad entre dominados y dominadores está en torno al poder.
“Una opinión sólo se convierte en verdad cuando hace verdadero al Hombre, y esto significa cuando lo conduce al bien”, decía Sócrates. En aquellos tiempos, el que alguien actuara en el terreno del bien o del mal, era un asunto del conocimiento suficiente o insuficiente. Pareciera que el mal era exonerado de responsabilidad.
Sócrates servía a un Dios con nombre: Apolo, el cual era venerado en Atenas y era, entre otras cosas, el protector contra el mal, contra la falta de conocimiento. En ese contexto y tenor discutían los griegos.
Pero llegó Agustín de Hipona y con él el pecado original como gran culpa de la Humanidad. Nacimos marcados por el mal y sólo un Dios puede resolvernos el problema. Es la trascendencia la solución y protección a nuestros males y a la maldad.
Largos han sido los siglos hablando del tema. Max Weber considera que el rechazo religioso del mundo comienza con el sufrimiento de la injusticia, la caducidad, la inseguridad y la frustración de expectativas. Para Friedrich Schelling el hombre se convierte en traidor a lo universal, al principio superior de la vida (el Espíritu Santo), porque la “angustia de la vida” lo expulsa del centro que es regla, orden y forma: esa perversión es el origen mal. No debemos, dice Schelling, traicionar la necesidad metafísica y caer en las luchas de la autoafirmación. Algo similar plantea Arthur Schopenhauer.
Thomas Hobbes confía en las instituciones, las que “dan duración, firmeza y límites a los asuntos humanos”. Los límites compiten con el drama humano de la libertad, pues en ellos se encuentra la voluntad de distinguirse y la enemistad humana. Luego de la fracasada torre de Babel, Immanuel Kant sometió el sueño de la unidad pacífica humana a la razón: no hay otra forma de mantener la unidad, decía. Por lo contario, J. J. Rousseau soñó con que el Hombre ofrezca mayor entrega: la llamada voluntad general. El filósofo francés reconoce que el Hombre carga con un pecado original que es el conocimiento, ya que éste engendra diferencias. Él, ingenuamente, buscaba el retorno a la naturaleza.
Y así se podría seguir hablando del excelente trabajo de Rudiger Safranski, que busca ontológicamente las ideas y las reflexiones, así como las referencias hacia entidades metafísicas que expliquen el mal. Desfilan el Marqués de Sade, Flaubert, Baudelaire, Sartre, Bataille, Goethe, Heidegger, Nietzsche y Freud.
Luego de su lectura, queda claro que al mal se le puede entender a través de la religión, de los filósofos y la moral o de los ideólogos y sus reflexiones paradigmáticas. Uno es libre, y ahí comienza el drama, de elegir la fuente que confirme nuestras opiniones y creencias. Pero lo real, lo que ha ganado la humanidad, es que hace mucho perdió la inocencia y la ignorancia.
domingo, 24 de octubre de 2010
Migración
El Hombre siempre se ha movido por el planeta. Por razones de comportamiento económico: cazadores o recolectores, agricultores o industriales; por motivos de violencia: guerras, ocupaciones y persecuciones; por cuestiones de salud y enfermedad: epidemias; por fenómenos de la naturaleza: catástrofes y afectaciones, y por conflictos culturales y políticos: persecución de creencias religiosas e ideologías…, pero siempre se han movido los grupos humanos.
Las primeras migraciones conocidas en México se dan desde que llegaron los grupos nahuatlacos al valle de Texcoco. Años atrás, otros grupos poblaban grandes ciudades y luego emigraban: los de Cuicuilco huyen de la erupción de un volcán y llegan a Teotihuacan; los de Tula entran en una guerra intestina y Quetzalcóatl y su gente emigra por la costa hacia la Península yucateca. Son los mejores ejemplos que se me ocurren de los tiempos prehispánicos y que tienen su rancio antecedente en los caminantes que cruzaron por Bering.
Seguramente, durante La Colonia varias regiones conocieron la migración cuando se huía de los encomenderos y de la evangelización católica, cuando se expandió la ganadería, cuando se descubrían y explotaban grandes yacimientos de minerales, cuando las milpas no producían por diversas razones y las ciudades eran la esperanza.
La guerra de Independencia movió a mucha gente que huía o combatía. Poblados que eran abandonados o nuevos asentamientos que se fundaban; hambrunas que empujaban a masas hacia las ciudades…, algo de ello nos dicen los historiadores.
Durante la Revolución Mexicana, como en todo conflicto, la devastación económica fue notoria en la minería, en la agricultura, en la ganadería y en las manufacturas. Además de las balas, el hambre arrojó una corriente migratoria hacia la frontera norte: algunos buscaban cierta protección del país vecino y otros se quedaron en los estados fronterizos, lo que contribuyó a su poblamiento.
En las primeras décadas del periodo posrevolucionario, la economía de exportación, que se apoyaba en la venta de petróleo, la cual, ligada a la política agrarista de Lázaro Cárdenas que satisfacía muchas demandas sociales, trajo un periodo de estabilidad. El Estado era el gran interventor que destinaba fuertes gastos en la infraestructura agrícola, de comunicaciones y transportes. Sin embargo, la migración legal a Estados Unidos de Norteamérica de miles de braceros mexicanos, que sustituyó a la fuerza de trabajo local que partió a combatir a Europa y Asia, fue el fenómeno migratorio más importante de mediados del siglo XX.
Entre 1940 y 1950, la migración modificó al sector rural: pasó de constituir el 65% de la población nacional, a ser el 57%. La política industrial de Miguel Alemán prendía candilejas en las ciudades: los campesinos se proletarizaban.
Para finales de los años cincuenta y principios de la siguiente década la economía se estancó. Se decidió impulsar la inversión extranjera y la industria nacional fue desplazada por industria pesada extranjera, automotriz y siderúrgica principalmente. Se conoció la inflación y la política de salarios mínimos. Pero también, en el rejuego de apoyos al campo y a la industria, se presentó el desempleo y el subempleo. La intervención del Estado estabiliza la economía desde mediados de los sesentas hasta 1980: fueron los años del Milagro mexicano.
Con una tasa media anual de crecimiento del 5%, la economía mexicana creció moderadamente en los años setentas. Pero llegó la crisis de 1982 y los porcentajes de pobreza nacional se incrementaron. La migración de desempleados y pobres se dirige hacia los polos turísticos de desarrollo y a las ciudades medianas como Puebla y Querétaro. Aunque poco antes, a inicio de los años 70s, Luis Echeverría impulsa la política de colonización dirigida a Baja California y Quintana Roo. Llegan al sur del estado caribeño miles de familias campesinas provenientes de Coahuila, Veracruz, Zacatecas, Jalisco, Michoacán y Tabasco.
La primera inmigración masiva de extranjeros a México en el siglo XX se da durante el Porfiriato: llegan a Yucatán mil coreanos que nos dejaron apellidos como Chin o Yamá. En los años 20s arriban familias de judíos alepinos y árabes libaneses. Durante la Guerra Civil española (1936-1939) y en la década de los 70s y 80s, México recibe a decenas de miles de refugiados políticos de Argentina, Chile y Centroamérica. La vida académica e intelectual del país se ve enriquecida con las nuevas vanguardias en la filosofía, la sociología, el psicoanálisis y las artes que aportan los iberos y los sudamericanos. En esos años llega a Quintana Roo una migración de refugiados guatemaltecos que huyen del etnocidio.
A inicios de los años 80s arriban a Campeche y a Quintana Roo miles de indígenas choles que huían de la erupción del volcán Chichonal. En la Península yucateca llegaba a su fin el modelo henequenero y la crisis empuja a campesinos empobrecidos a las nacientes ciudades del Caribe mexicano: el turismo era el nuevo modelo que requería mano de obra no calificada.
Con el terremoto de 1985, centenares de miles de capitalinos abandonan la Ciudad de México y se establecen en Jalisco, Veracruz, Oaxaca, Morelos, Querétaro y Quintana Roo. A partir de ese momento, el Distrito Federal desacelera su crecimiento, para el 2005 es la cuarta entidad en crecimiento poblacional y Quintana Roo ocupa el primer lugar a nivel nacional con el 4.7% anual.
La migración interna es un fenómeno que en los últimos tiempos ha mostrado una tendencia hacia las costas y hacia las ciudades fronterizas del norte: los centros turísticos y las maquiladoras ofrecen oportunidades de trabajo. La llamada migración ilegal, la de los mexicanos que tratan de burlar la línea fronteriza del norte, es otro tema.
Para Quintana Roo, la migración es un fenómeno social que siempre ha estado presente en su historia. Los mayas que combatieron durante la Guerra de Castas y encontraron refugio en sus selvas centrales; los primeros pobladores isleños que huyeron del oriente yucateco en los años de esa conflagración peninsular; los primigenios habitantes de Payo Obispo que provenían de Belice, Xcalak y otras latitudes; los ribereños del Río Hondo que trajo Luis Echeverría y los centenares de miles que llegaron a trabajar para la industria turística de las ciudades del norte, son el argumento de que la migración es un tema que debemos conocer histórica, social, cultural y económicamente con mayor detalle.
Pero la migración que tal vez menos atendemos o percibimos es la de los indígenas mayas. Ellos se han movido hacia las ciudades turísticas y también hacia Norteamérica. Hace 35 años conformaban el grupo social más numeroso de la entidad, ahora representan poco menos del 20% de los habitantes estatales. Eso indica que han crecido poblacionalmente, pero no al ritmo de las tasas de inmigrantes: un 6% anual de ellos contra el 16.7% de la media anual estatal.
Es necesario saber cómo el fenómeno migratorio ha afectado sus estructuras socioeconómicas, la agricultura tradicional y su sistema cultural. Más allá de lo que significa la presión demográfica de la migración sobre los servicios públicos, es necesario conocer qué esta pasando con sus condiciones de vivienda, con el incremento de adicciones como el alcoholismo y la drogadicción, con la violencia intrafamiliar y las enfermedades contagiosas. Eso no requiere de grandes conceptos, ni simposium, ni foros; sólo un poco de compromiso con ellos, nada más.
Las primeras migraciones conocidas en México se dan desde que llegaron los grupos nahuatlacos al valle de Texcoco. Años atrás, otros grupos poblaban grandes ciudades y luego emigraban: los de Cuicuilco huyen de la erupción de un volcán y llegan a Teotihuacan; los de Tula entran en una guerra intestina y Quetzalcóatl y su gente emigra por la costa hacia la Península yucateca. Son los mejores ejemplos que se me ocurren de los tiempos prehispánicos y que tienen su rancio antecedente en los caminantes que cruzaron por Bering.
Seguramente, durante La Colonia varias regiones conocieron la migración cuando se huía de los encomenderos y de la evangelización católica, cuando se expandió la ganadería, cuando se descubrían y explotaban grandes yacimientos de minerales, cuando las milpas no producían por diversas razones y las ciudades eran la esperanza.
La guerra de Independencia movió a mucha gente que huía o combatía. Poblados que eran abandonados o nuevos asentamientos que se fundaban; hambrunas que empujaban a masas hacia las ciudades…, algo de ello nos dicen los historiadores.
Durante la Revolución Mexicana, como en todo conflicto, la devastación económica fue notoria en la minería, en la agricultura, en la ganadería y en las manufacturas. Además de las balas, el hambre arrojó una corriente migratoria hacia la frontera norte: algunos buscaban cierta protección del país vecino y otros se quedaron en los estados fronterizos, lo que contribuyó a su poblamiento.
En las primeras décadas del periodo posrevolucionario, la economía de exportación, que se apoyaba en la venta de petróleo, la cual, ligada a la política agrarista de Lázaro Cárdenas que satisfacía muchas demandas sociales, trajo un periodo de estabilidad. El Estado era el gran interventor que destinaba fuertes gastos en la infraestructura agrícola, de comunicaciones y transportes. Sin embargo, la migración legal a Estados Unidos de Norteamérica de miles de braceros mexicanos, que sustituyó a la fuerza de trabajo local que partió a combatir a Europa y Asia, fue el fenómeno migratorio más importante de mediados del siglo XX.
Entre 1940 y 1950, la migración modificó al sector rural: pasó de constituir el 65% de la población nacional, a ser el 57%. La política industrial de Miguel Alemán prendía candilejas en las ciudades: los campesinos se proletarizaban.
Para finales de los años cincuenta y principios de la siguiente década la economía se estancó. Se decidió impulsar la inversión extranjera y la industria nacional fue desplazada por industria pesada extranjera, automotriz y siderúrgica principalmente. Se conoció la inflación y la política de salarios mínimos. Pero también, en el rejuego de apoyos al campo y a la industria, se presentó el desempleo y el subempleo. La intervención del Estado estabiliza la economía desde mediados de los sesentas hasta 1980: fueron los años del Milagro mexicano.
Con una tasa media anual de crecimiento del 5%, la economía mexicana creció moderadamente en los años setentas. Pero llegó la crisis de 1982 y los porcentajes de pobreza nacional se incrementaron. La migración de desempleados y pobres se dirige hacia los polos turísticos de desarrollo y a las ciudades medianas como Puebla y Querétaro. Aunque poco antes, a inicio de los años 70s, Luis Echeverría impulsa la política de colonización dirigida a Baja California y Quintana Roo. Llegan al sur del estado caribeño miles de familias campesinas provenientes de Coahuila, Veracruz, Zacatecas, Jalisco, Michoacán y Tabasco.
La primera inmigración masiva de extranjeros a México en el siglo XX se da durante el Porfiriato: llegan a Yucatán mil coreanos que nos dejaron apellidos como Chin o Yamá. En los años 20s arriban familias de judíos alepinos y árabes libaneses. Durante la Guerra Civil española (1936-1939) y en la década de los 70s y 80s, México recibe a decenas de miles de refugiados políticos de Argentina, Chile y Centroamérica. La vida académica e intelectual del país se ve enriquecida con las nuevas vanguardias en la filosofía, la sociología, el psicoanálisis y las artes que aportan los iberos y los sudamericanos. En esos años llega a Quintana Roo una migración de refugiados guatemaltecos que huyen del etnocidio.
A inicios de los años 80s arriban a Campeche y a Quintana Roo miles de indígenas choles que huían de la erupción del volcán Chichonal. En la Península yucateca llegaba a su fin el modelo henequenero y la crisis empuja a campesinos empobrecidos a las nacientes ciudades del Caribe mexicano: el turismo era el nuevo modelo que requería mano de obra no calificada.
Con el terremoto de 1985, centenares de miles de capitalinos abandonan la Ciudad de México y se establecen en Jalisco, Veracruz, Oaxaca, Morelos, Querétaro y Quintana Roo. A partir de ese momento, el Distrito Federal desacelera su crecimiento, para el 2005 es la cuarta entidad en crecimiento poblacional y Quintana Roo ocupa el primer lugar a nivel nacional con el 4.7% anual.
La migración interna es un fenómeno que en los últimos tiempos ha mostrado una tendencia hacia las costas y hacia las ciudades fronterizas del norte: los centros turísticos y las maquiladoras ofrecen oportunidades de trabajo. La llamada migración ilegal, la de los mexicanos que tratan de burlar la línea fronteriza del norte, es otro tema.
Para Quintana Roo, la migración es un fenómeno social que siempre ha estado presente en su historia. Los mayas que combatieron durante la Guerra de Castas y encontraron refugio en sus selvas centrales; los primeros pobladores isleños que huyeron del oriente yucateco en los años de esa conflagración peninsular; los primigenios habitantes de Payo Obispo que provenían de Belice, Xcalak y otras latitudes; los ribereños del Río Hondo que trajo Luis Echeverría y los centenares de miles que llegaron a trabajar para la industria turística de las ciudades del norte, son el argumento de que la migración es un tema que debemos conocer histórica, social, cultural y económicamente con mayor detalle.
Pero la migración que tal vez menos atendemos o percibimos es la de los indígenas mayas. Ellos se han movido hacia las ciudades turísticas y también hacia Norteamérica. Hace 35 años conformaban el grupo social más numeroso de la entidad, ahora representan poco menos del 20% de los habitantes estatales. Eso indica que han crecido poblacionalmente, pero no al ritmo de las tasas de inmigrantes: un 6% anual de ellos contra el 16.7% de la media anual estatal.
Es necesario saber cómo el fenómeno migratorio ha afectado sus estructuras socioeconómicas, la agricultura tradicional y su sistema cultural. Más allá de lo que significa la presión demográfica de la migración sobre los servicios públicos, es necesario conocer qué esta pasando con sus condiciones de vivienda, con el incremento de adicciones como el alcoholismo y la drogadicción, con la violencia intrafamiliar y las enfermedades contagiosas. Eso no requiere de grandes conceptos, ni simposium, ni foros; sólo un poco de compromiso con ellos, nada más.
domingo, 3 de octubre de 2010
Libaneses
“Ellos, los árabes, son hijos de Ismael, quien nació del vientre de Agar, una concubina egipcia que tenía Abraham. Sara, la esposa de Abraham, no podía tener hijos y ya muy tarde, a los 90 años, se embarazó de Isaac. Con su embarazo, Sara expulsa a Agar de su casa. Ismael e Isaac son hijos de Abraham. Es la parte que tenemos en común con ellos”. Este fue el comentario y la versión de una amiga que tiene sus orígenes en el Medio Oriente. Aquel acontecimiento sucedido hace 3800 años fue lo que motivó a escribir sobre un grupo árabe de fuerte tradición y presencia en la Península yucateca: los libaneses.
Carmen Páez, Teresa Cuevas y Alfonso Ramírez han escrito sobre ellos, aunque también Francisco de Montejo Baqueiro, Zidane Zeraoui, Angelina Alonso e Indira Sánchez lo han hecho, pero de estos no conozco sus escritos.
Personas con apellidos como Abdala, Abuxapqui, Achach, Adan (A’azzm), Amar (Qamar), Amen, Ayub, Azar, Baroudi, Borge, Camín, Chapur, Chedraui, Chejin, Domit, Eljure, Erales (Jairala), Estefan, Farah, Hadad, Joaquín, Karam, Kuri, Medina (El Wasir), Mena (Charruf), Miguel, Musi, Muza, Shabshab, Simón, Slim, Xacur (Chakkur), entre otros muchos más, comenzaron a llegar a puertos mexicanos en el siglo XIX. El primero que se registra en Veracruz fue Boutrous Raffaoul, en 1878 y el que inicia la emigración a Yucatán, en 1879, fue Santiago Sauma.
Aquellos árabes que llegaron a México provenían de varias regiones del Líbano (Mutassarifat), principalmente de distritos del norte: Akkar, Baalbek, Batrum y perteneciendo confesionalmente al grupo cristiano maronita. El periodo de inmigración duró 50 años, desde la llegada de Sauma hasta 1930, menciona Alfonso Ramírez en su trabajo “De buhoneros a empresarios: la inmigración libanesa en el sureste de México”.
Los motivos que obligaron a que estas personas partieran a América fueron de índole económico, político y religioso. La dominación del imperio otomano por cuatro siglos sobre Líbano (1516-1920), las guerras intestinas de principios del siglo XIX entre los señores feudales y los jenízaros; la guerra de Turquía contra Rusia, 1826-1829; la invasión de Egipto a Líbano, 1831-1840; los intereses y la constante presión de Francia, Inglaterra y Norteamérica por el mercado regional, todo ello provocaron empobrecimiento y un descontento de los súbditos libaneses.
La aplicación de pesados impuestos, la organización administrativa de un emirato con jurisdicción sobre los cristianos y musulmanes, los enfrentamientos entre drusos y cristianos maronitas durante la ocupación egipcia, la división territorial de 1860 y la intervención francesa, con todo y sus inequidades, fueron configurando una crisis estructural que derivó en la llegada de un movimiento nacionalista promovido por los maronitas. En ese entonces, la población total de Líbano, incluyendo a maronitas, griegos ortodoxos, griegos católicos, drusos, metualis, israelíes y musulmanes, llegaba a 487 mil personas, según Carmen Mercedes Páez en “Los libaneses en México: asimilación de un grupo étnico”.
Las condiciones en Mutassarifat (El pequeño Líbano) obligó a una división territorial: los musulmanes en el sur y los cristianos en el norte. En realidad, en el siglo XIX en todo el Medio Oriente los conflictos y definiciones territoriales era una característica debido a la evolución del capitalismo y al surgimiento de movimientos que concluyeron en la formación de Estados nacionales, que para el caso de Líbano se concertó en 1943.
La migración libanesa hacia América se inició en 1854, pero fue de manera intermitente; es a partir de 1880 cuanto el flujo es constante y en ese año ya se registran en Norteamérica 67 árabes de origen libanés. Las restricciones en las leyes migratorias de EUA en la segunda década del siglo XX hicieron que la migración se diversificara a países como Brasil y Argentina. Hacia principios de 1930 se tenía la estimación que de los inmigrantes, el 48% eran maronitas, el 22% griego ortodoxo y el 4% eran drusos.
Para mediados de la década de los años 70s del siglo XX se consideraba que existían 1,725 000 personas de origen libanés distribuidas en 41 países y ciudades del mundo, entre ellos Veracruz, Puebla, Mérida y Chetumal. La migración libanesa hacia México, según fuentes oficiales y comunitarias, fue entre 1880 y 1950, siendo en el Porfiriato donde la política migratoria les fue más favorable, debido a la xenofilia hacia el europeo por parte del gobernante mexicano. Sin embargo, la migración masiva hacia México fue en la tercera década del siglo XX.
En los primeros documentos migratorios la nacionalidad asentada para estas personas era o turca, siriolibanesa, francesa o libanesa. Los primeros registros de población libanesas datan de 1905 y en ello se consignaba a 5 mil personas con ese origen. Para 1975 eran 53 mil libaneses registrados en México y para el año 2000 la cifra era de 65 mil personas. De manera comparativa, en México residen 40 mil personas de origen judío, 25 mil personas menos que la población libanesa.
Los estados donde se registra la mayor cantidad de libaneses son: Distrito Federal, Veracruz, Yucatán y Puebla. En 1981 residían en Yucatán 585 familias y 3 mil personas de origen libanés, provenientes de Hassbaiya, Gunie, A’aba, Batrumin y Trípoli, de acuerdo con Teresa Cuevas en su libro “Los libaneses de Yucatán”.
La población libanesa en México conforma un grupo social muy unido, endogámico en gran medida, ya que únicamente el 33% de ellos ha establecido matrimonio con personas ajenas a su origen. Este aspecto social les ha permitido conservar mucho de sus rasgos culturales: su estrechas relaciones mutualistas, de parentesco y su rica gastronomía reflejada en las hojas de col rellenas, el falafel, el tabbouleh, el tijne, el pollo asado con miel y menta, los kebabs, las koftas de res, el pescado con tahina…
El libanés es un grupo de origen extranjero que actúa dentro del mundo de los negocios y en puntos clave de la economía nacional. En sus inicios, la acumulación de capital se inicio en la actividad comercial, ocupando todos los oficios y roles establecidos, desde el comercio ambulante, hasta el de tendero. Sin embargo, su incursión en la esfera empresarial a través de la industria textil pronto se manifestó, y actualmente su presencia en las finanzas es innegable, llegando a tener al hombre más rico del mundo dentro de su grupo.
En varias ciudades del país, el grupo libanés forma parte de la élite económica y política. En Quintana Roo han sido tres los gobernantes electos con ese origen: Pedro Joaquín, Miguel Borge y Roberto Borge, y si el González que lleva el actual gobernador Félix González proviene de Mader o de Sslehh, como por ahí se ha escuchado, la contabilidad se elevaría a cuatro. También están otros políticos con apellidos como Abuxapqui, Muza, Hadad, Achach, Amar, Erales y empresarios como Chapur, Joaquín o Baroudi y promotores culturales como Xacur.
Actualmente está superada en algunos aspectos la discusión académica respecto a si los libaneses pertenecen a una minoría étnica o son una minoría nacional; o si están integrados a la sociedad mexicana o se han asimilado a la homogeneidad perdiendo sus características particulares. Estos hijos bíblicos de Ismael son una minoría nacional que se ha integrado a la sociedad y también a algunos sectores económicos y políticos importantes del país. Su presencia, al igual que otros grupos de migrantes, es ya una realidad del México del siglo XX y del presente.
Carmen Páez, Teresa Cuevas y Alfonso Ramírez han escrito sobre ellos, aunque también Francisco de Montejo Baqueiro, Zidane Zeraoui, Angelina Alonso e Indira Sánchez lo han hecho, pero de estos no conozco sus escritos.
Personas con apellidos como Abdala, Abuxapqui, Achach, Adan (A’azzm), Amar (Qamar), Amen, Ayub, Azar, Baroudi, Borge, Camín, Chapur, Chedraui, Chejin, Domit, Eljure, Erales (Jairala), Estefan, Farah, Hadad, Joaquín, Karam, Kuri, Medina (El Wasir), Mena (Charruf), Miguel, Musi, Muza, Shabshab, Simón, Slim, Xacur (Chakkur), entre otros muchos más, comenzaron a llegar a puertos mexicanos en el siglo XIX. El primero que se registra en Veracruz fue Boutrous Raffaoul, en 1878 y el que inicia la emigración a Yucatán, en 1879, fue Santiago Sauma.
Aquellos árabes que llegaron a México provenían de varias regiones del Líbano (Mutassarifat), principalmente de distritos del norte: Akkar, Baalbek, Batrum y perteneciendo confesionalmente al grupo cristiano maronita. El periodo de inmigración duró 50 años, desde la llegada de Sauma hasta 1930, menciona Alfonso Ramírez en su trabajo “De buhoneros a empresarios: la inmigración libanesa en el sureste de México”.
Los motivos que obligaron a que estas personas partieran a América fueron de índole económico, político y religioso. La dominación del imperio otomano por cuatro siglos sobre Líbano (1516-1920), las guerras intestinas de principios del siglo XIX entre los señores feudales y los jenízaros; la guerra de Turquía contra Rusia, 1826-1829; la invasión de Egipto a Líbano, 1831-1840; los intereses y la constante presión de Francia, Inglaterra y Norteamérica por el mercado regional, todo ello provocaron empobrecimiento y un descontento de los súbditos libaneses.
La aplicación de pesados impuestos, la organización administrativa de un emirato con jurisdicción sobre los cristianos y musulmanes, los enfrentamientos entre drusos y cristianos maronitas durante la ocupación egipcia, la división territorial de 1860 y la intervención francesa, con todo y sus inequidades, fueron configurando una crisis estructural que derivó en la llegada de un movimiento nacionalista promovido por los maronitas. En ese entonces, la población total de Líbano, incluyendo a maronitas, griegos ortodoxos, griegos católicos, drusos, metualis, israelíes y musulmanes, llegaba a 487 mil personas, según Carmen Mercedes Páez en “Los libaneses en México: asimilación de un grupo étnico”.
Las condiciones en Mutassarifat (El pequeño Líbano) obligó a una división territorial: los musulmanes en el sur y los cristianos en el norte. En realidad, en el siglo XIX en todo el Medio Oriente los conflictos y definiciones territoriales era una característica debido a la evolución del capitalismo y al surgimiento de movimientos que concluyeron en la formación de Estados nacionales, que para el caso de Líbano se concertó en 1943.
La migración libanesa hacia América se inició en 1854, pero fue de manera intermitente; es a partir de 1880 cuanto el flujo es constante y en ese año ya se registran en Norteamérica 67 árabes de origen libanés. Las restricciones en las leyes migratorias de EUA en la segunda década del siglo XX hicieron que la migración se diversificara a países como Brasil y Argentina. Hacia principios de 1930 se tenía la estimación que de los inmigrantes, el 48% eran maronitas, el 22% griego ortodoxo y el 4% eran drusos.
Para mediados de la década de los años 70s del siglo XX se consideraba que existían 1,725 000 personas de origen libanés distribuidas en 41 países y ciudades del mundo, entre ellos Veracruz, Puebla, Mérida y Chetumal. La migración libanesa hacia México, según fuentes oficiales y comunitarias, fue entre 1880 y 1950, siendo en el Porfiriato donde la política migratoria les fue más favorable, debido a la xenofilia hacia el europeo por parte del gobernante mexicano. Sin embargo, la migración masiva hacia México fue en la tercera década del siglo XX.
En los primeros documentos migratorios la nacionalidad asentada para estas personas era o turca, siriolibanesa, francesa o libanesa. Los primeros registros de población libanesas datan de 1905 y en ello se consignaba a 5 mil personas con ese origen. Para 1975 eran 53 mil libaneses registrados en México y para el año 2000 la cifra era de 65 mil personas. De manera comparativa, en México residen 40 mil personas de origen judío, 25 mil personas menos que la población libanesa.
Los estados donde se registra la mayor cantidad de libaneses son: Distrito Federal, Veracruz, Yucatán y Puebla. En 1981 residían en Yucatán 585 familias y 3 mil personas de origen libanés, provenientes de Hassbaiya, Gunie, A’aba, Batrumin y Trípoli, de acuerdo con Teresa Cuevas en su libro “Los libaneses de Yucatán”.
La población libanesa en México conforma un grupo social muy unido, endogámico en gran medida, ya que únicamente el 33% de ellos ha establecido matrimonio con personas ajenas a su origen. Este aspecto social les ha permitido conservar mucho de sus rasgos culturales: su estrechas relaciones mutualistas, de parentesco y su rica gastronomía reflejada en las hojas de col rellenas, el falafel, el tabbouleh, el tijne, el pollo asado con miel y menta, los kebabs, las koftas de res, el pescado con tahina…
El libanés es un grupo de origen extranjero que actúa dentro del mundo de los negocios y en puntos clave de la economía nacional. En sus inicios, la acumulación de capital se inicio en la actividad comercial, ocupando todos los oficios y roles establecidos, desde el comercio ambulante, hasta el de tendero. Sin embargo, su incursión en la esfera empresarial a través de la industria textil pronto se manifestó, y actualmente su presencia en las finanzas es innegable, llegando a tener al hombre más rico del mundo dentro de su grupo.
En varias ciudades del país, el grupo libanés forma parte de la élite económica y política. En Quintana Roo han sido tres los gobernantes electos con ese origen: Pedro Joaquín, Miguel Borge y Roberto Borge, y si el González que lleva el actual gobernador Félix González proviene de Mader o de Sslehh, como por ahí se ha escuchado, la contabilidad se elevaría a cuatro. También están otros políticos con apellidos como Abuxapqui, Muza, Hadad, Achach, Amar, Erales y empresarios como Chapur, Joaquín o Baroudi y promotores culturales como Xacur.
Actualmente está superada en algunos aspectos la discusión académica respecto a si los libaneses pertenecen a una minoría étnica o son una minoría nacional; o si están integrados a la sociedad mexicana o se han asimilado a la homogeneidad perdiendo sus características particulares. Estos hijos bíblicos de Ismael son una minoría nacional que se ha integrado a la sociedad y también a algunos sectores económicos y políticos importantes del país. Su presencia, al igual que otros grupos de migrantes, es ya una realidad del México del siglo XX y del presente.
martes, 24 de agosto de 2010
El desencanto
Es casual que esta semana haya leído el último libro de José Woldenberg y una entrevista a Héctor Aguilar Camín, hecha por José Luis Martínez. Es coincidente que ambos hablen de manera crítica de la izquierda mexicana. El primero lo hace mostrando algunos episodios en donde esa izquierda tuvo luces y sombras en las cuatro últimas décadas; el segundo, señalando que en el terreno de las ideas, la izquierda no se ha hecho una autocrítica, que comparte los mismos fundamentos nacionalistas revolucionarios que el PRI y que en la práctica resulta ser un “corporativismo de baja calidad” que tiene como proyecto mover al PAN e impedir el regreso del PRI. Uno de los citados se reconoce como liberal, a sabiendas que hoy al liberal se le tacha de derecha; el otro intelectual no lo dice, nadie le pregunta.
El libro El desencanto fue editado por Cal y Arena en el 2009, poco después de las elecciones federales intermedias y reeditado en el 2010. Fue comprado en la XXXII Feria Internacional del Libro de Minería y se quedó haciendo cola cinco meses en el primer nivel del librero.
El texto es de una factura interesante, inteligente, que atrapa. Se toma y en dos días se leen sus 377 páginas. En lo personal, lo que motivó su adictiva lectura fue que varios de esos pasajes eran conocidos a diferente distancia o de interés en su momento.
Nadie que viviera en el DF en los años 70s podía pasar sin saber que sucedía en las universidades y en las calles. Tampoco se desconocía la reforma política de 1977, impulsada por Jesús Reyes Heroles, y la posterior confluencia de organizaciones para formar el primer gran partido de izquierda. A 1500 kilómetros de distancia se sabía del movimiento encabezado por Carlos Imaz, Imanol Ordorika y Antonio Santos, que se opuso a las reformas de Jorge Carpizo, y del nacimiento del PRD y de aquella vertiginosa etapa con Cuauhtémoc Cárdenas. A menos kilómetros, nos enteramos con detalle del levantamiento zapatista y de la violencia política al interior del PRI. Y quién no recuerda la elección presidencial de 2006 y sus resultados.
Ese es uno de los pilares del libro. Woldenberg inventa a Manuel, un fallecido amigo suyo -que bien pudo ser en la vida real Pablo Pascual Moncayo, Manuel Martínez Peláez o el mismo Woldenberg Karakowsky- para narrar, para relatar, una historia de 35 años de la izquierda mexicana. El surgimiento del sindicalismo universitario y de otros sindicatos independientes; la creación en 1981 del Partido Socialista Unificado de México y la campaña de Arnoldo Martínez Verdugo; el movimiento huelguístico del Consejo Estudiantil Universitario en 1987; el surgimiento del PRD en 1989, su primer retroceso electoral en 1991 y su “actitud antigubernamental” que llevó a Adolfo Sánchez Rebolledo, Pablo Pascual Moncayo y a José Woldenberg a renunciar a su militancia; la creación del Instituto Federal Electoral en 1990 y su reconocida labor por la democracia electoral de aquella década; la insurrección del EZLN y la división en la izquierda: los que apoyaban la causa y los que negaban la violencia como vía para acceder al poder y, finalmente, los resultados del PREP en el 2006 y la reacción de la izquierda partidista ante la derrota.
Esa es la ruta y las paradas que tiene Manuel para hablar de los logros y los retrocesos de la izquierda que al final lo llevan a un desencanto.
De manera intercalada, el autor va colocando pequeños ensayos que supuestamente Manuel fue trabajando y reuniendo en su proceso de desesperanza. Se trata de siete científicos, escritores e intelectuales que terminaron abjurando -o suicidándose en el peor de los casos-, de la doctrina de Marx, luego de la experiencia soviética, principalmente.
Arthur Koestler. El novelista húngaro que luchó en la Guerra Civil española, el que escribió su desilusión en la obra El cero y el infinito. En ese libro, según Woldenberg, se ilustra “la forma en la que la Revolución (rusa) devora a sus creadores”. Koestler y su esposa deciden suicidarse en 1983, nos dice el autor, dejándonos la impresión de que fue orillado por el desencanto. Tenía leucemia y Parkinson, es la verdad.
Howard Fast. El militante escritor norteamericano, perseguido por el Macartismo, a quien el Partido le cuestionó su obra El Ciudadano Tom Paine por su tendencia trotskista y que terminó desilusionado luego del informe de Jruschov en el XX Congreso del PCUS.
André Gide. El escritor francés, premio Nobel, autor de Los monederos falsos, del que la iglesia católica prohibió la lectura de sus obras. El que luego de sus viajes a Moscú se deprime por uniformidad intelectual y la “desindividualización”, y al final por el culto a la personalidad de Stalin y la dictadura del Partido.
Ignazio Silone. El fundador del Partido Comunista Italiano, delegado en la Internacional, autor de la novela Fontamara. Después de un viaje a Moscú, rompe con Lenin y Trotsky por “su absoluta incapacidad para discutir lealmente las opciones contrarias a las suyas”. En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Silone edita diversas publicaciones con fondos de la CIA, pero eso no dice el libro.
Manuel también ordenó material de George Orwell, de José Revueltas y de Víctor Serge para documentar el desencanto. Aunque no me queda muy clara la inclusión de los dos primeros, pues Orwell no fue conocido como comunista y Revueltas, a pesar de la “visión reaccionaria, existencialista, derrotista, pequeñoburguesa” que en él pudieron ver sus compañeros a través de su obra Los días terrenales, nunca abandonó su militancia partidista. De Serge, el intelectual anarquista, sí es conocida su postura antiestalinista debido a la los privilegios degradantes de la burocracia.
En 1983 circulaba con Martha en su flamante Datsun azul por la avenida Churubusco. Ella venía del antiguo PC. No recuerdo cómo salió el tema, pero le comentaba que me encontraba decepcionado de la Unión Soviética, que no estaba de acuerdo con su burocracia, que nunca había entendido los procesos de Moscú y le argumenté el caso Lysenko, donde no debía mezclarse la ciencia con la política. Ella se orilló, encendió un cigarro, respiró hondo, y mirándome me dijo: “No esperaba eso de ti. Ahora sólo deseo que no resultes un revisionista, un reformista”. “Entonces espero el juicio sumario y el fusilamiento, camarada”, respondí. Me reí ante mi ocurrencia en contraste con el ceño y los labios apretados de mi querida amiga. Así se las gastaba esa izquierda, que ni siquiera era revolucionaria; pero dogmática, eso sí.
El libro El desencanto de José Woldenberg es un relato que por momentos parece un ensayo. Es un buen ejercicio personal por recordar algunos momentos de la izquierda en México, y por ser un esfuerzo memorioso e individual puede resultar parcial y subjetivo, ese es el riesgo. Es, por otro lado, un reconocimiento a los “distintos movimientos que apuntan precisamente al logro de una sociedad más equitativa y democrática…”.
Vale la pena ponerse esas gafas y revisar cómo en todo este tramo se fue pasando de la lucha de clases y la bandera de la desigualdad -que tanto le apasionaba a Martha- a objetivos más tangibles y realistas: el derecho de las mujeres, el derecho de las minorías homosexuales y otros que van cayendo en la canasta de los derechos individuales, junto a la defensa del estado laico, las luchas ambientalistas y del patrimonio cultural. Pero esa parte, esa lectura, falta.
El libro El desencanto fue editado por Cal y Arena en el 2009, poco después de las elecciones federales intermedias y reeditado en el 2010. Fue comprado en la XXXII Feria Internacional del Libro de Minería y se quedó haciendo cola cinco meses en el primer nivel del librero.
El texto es de una factura interesante, inteligente, que atrapa. Se toma y en dos días se leen sus 377 páginas. En lo personal, lo que motivó su adictiva lectura fue que varios de esos pasajes eran conocidos a diferente distancia o de interés en su momento.
Nadie que viviera en el DF en los años 70s podía pasar sin saber que sucedía en las universidades y en las calles. Tampoco se desconocía la reforma política de 1977, impulsada por Jesús Reyes Heroles, y la posterior confluencia de organizaciones para formar el primer gran partido de izquierda. A 1500 kilómetros de distancia se sabía del movimiento encabezado por Carlos Imaz, Imanol Ordorika y Antonio Santos, que se opuso a las reformas de Jorge Carpizo, y del nacimiento del PRD y de aquella vertiginosa etapa con Cuauhtémoc Cárdenas. A menos kilómetros, nos enteramos con detalle del levantamiento zapatista y de la violencia política al interior del PRI. Y quién no recuerda la elección presidencial de 2006 y sus resultados.
Ese es uno de los pilares del libro. Woldenberg inventa a Manuel, un fallecido amigo suyo -que bien pudo ser en la vida real Pablo Pascual Moncayo, Manuel Martínez Peláez o el mismo Woldenberg Karakowsky- para narrar, para relatar, una historia de 35 años de la izquierda mexicana. El surgimiento del sindicalismo universitario y de otros sindicatos independientes; la creación en 1981 del Partido Socialista Unificado de México y la campaña de Arnoldo Martínez Verdugo; el movimiento huelguístico del Consejo Estudiantil Universitario en 1987; el surgimiento del PRD en 1989, su primer retroceso electoral en 1991 y su “actitud antigubernamental” que llevó a Adolfo Sánchez Rebolledo, Pablo Pascual Moncayo y a José Woldenberg a renunciar a su militancia; la creación del Instituto Federal Electoral en 1990 y su reconocida labor por la democracia electoral de aquella década; la insurrección del EZLN y la división en la izquierda: los que apoyaban la causa y los que negaban la violencia como vía para acceder al poder y, finalmente, los resultados del PREP en el 2006 y la reacción de la izquierda partidista ante la derrota.
Esa es la ruta y las paradas que tiene Manuel para hablar de los logros y los retrocesos de la izquierda que al final lo llevan a un desencanto.
De manera intercalada, el autor va colocando pequeños ensayos que supuestamente Manuel fue trabajando y reuniendo en su proceso de desesperanza. Se trata de siete científicos, escritores e intelectuales que terminaron abjurando -o suicidándose en el peor de los casos-, de la doctrina de Marx, luego de la experiencia soviética, principalmente.
Arthur Koestler. El novelista húngaro que luchó en la Guerra Civil española, el que escribió su desilusión en la obra El cero y el infinito. En ese libro, según Woldenberg, se ilustra “la forma en la que la Revolución (rusa) devora a sus creadores”. Koestler y su esposa deciden suicidarse en 1983, nos dice el autor, dejándonos la impresión de que fue orillado por el desencanto. Tenía leucemia y Parkinson, es la verdad.
Howard Fast. El militante escritor norteamericano, perseguido por el Macartismo, a quien el Partido le cuestionó su obra El Ciudadano Tom Paine por su tendencia trotskista y que terminó desilusionado luego del informe de Jruschov en el XX Congreso del PCUS.
André Gide. El escritor francés, premio Nobel, autor de Los monederos falsos, del que la iglesia católica prohibió la lectura de sus obras. El que luego de sus viajes a Moscú se deprime por uniformidad intelectual y la “desindividualización”, y al final por el culto a la personalidad de Stalin y la dictadura del Partido.
Ignazio Silone. El fundador del Partido Comunista Italiano, delegado en la Internacional, autor de la novela Fontamara. Después de un viaje a Moscú, rompe con Lenin y Trotsky por “su absoluta incapacidad para discutir lealmente las opciones contrarias a las suyas”. En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Silone edita diversas publicaciones con fondos de la CIA, pero eso no dice el libro.
Manuel también ordenó material de George Orwell, de José Revueltas y de Víctor Serge para documentar el desencanto. Aunque no me queda muy clara la inclusión de los dos primeros, pues Orwell no fue conocido como comunista y Revueltas, a pesar de la “visión reaccionaria, existencialista, derrotista, pequeñoburguesa” que en él pudieron ver sus compañeros a través de su obra Los días terrenales, nunca abandonó su militancia partidista. De Serge, el intelectual anarquista, sí es conocida su postura antiestalinista debido a la los privilegios degradantes de la burocracia.
En 1983 circulaba con Martha en su flamante Datsun azul por la avenida Churubusco. Ella venía del antiguo PC. No recuerdo cómo salió el tema, pero le comentaba que me encontraba decepcionado de la Unión Soviética, que no estaba de acuerdo con su burocracia, que nunca había entendido los procesos de Moscú y le argumenté el caso Lysenko, donde no debía mezclarse la ciencia con la política. Ella se orilló, encendió un cigarro, respiró hondo, y mirándome me dijo: “No esperaba eso de ti. Ahora sólo deseo que no resultes un revisionista, un reformista”. “Entonces espero el juicio sumario y el fusilamiento, camarada”, respondí. Me reí ante mi ocurrencia en contraste con el ceño y los labios apretados de mi querida amiga. Así se las gastaba esa izquierda, que ni siquiera era revolucionaria; pero dogmática, eso sí.
El libro El desencanto de José Woldenberg es un relato que por momentos parece un ensayo. Es un buen ejercicio personal por recordar algunos momentos de la izquierda en México, y por ser un esfuerzo memorioso e individual puede resultar parcial y subjetivo, ese es el riesgo. Es, por otro lado, un reconocimiento a los “distintos movimientos que apuntan precisamente al logro de una sociedad más equitativa y democrática…”.
Vale la pena ponerse esas gafas y revisar cómo en todo este tramo se fue pasando de la lucha de clases y la bandera de la desigualdad -que tanto le apasionaba a Martha- a objetivos más tangibles y realistas: el derecho de las mujeres, el derecho de las minorías homosexuales y otros que van cayendo en la canasta de los derechos individuales, junto a la defensa del estado laico, las luchas ambientalistas y del patrimonio cultural. Pero esa parte, esa lectura, falta.
domingo, 8 de agosto de 2010
Shubidubi
No se busque en el Diccionario de la Real Academia el significado de esas palabras, no se encontrará. Es suficiente saber que sus inventores, los de la generación yeyé, le dieron significado. Quería decir algo así como placentero, agradable, mientras ellos liaban o aspiraban un churro de cannabis, en aquella trepidante década donde se mezclaba el rock, la minifalda, el pop art, los Beatles, el Peace and Love y Vietnam.
Además de ser nosotros unos desfasados semánticos, unos provincianos que al principio no entendíamos su música, ni fumábamos mota, no hemos reconocido suficientemente a aquellos jóvenes, a esa generación, que algo hizo por su sociedad. Una sociedad que ahora, 40 años después, discute la constitucionalidad de los matrimonios gay o la legalización de las drogas. Evidentemente, ellos iniciaron la posmodernidad y sus temas.
Aquella actitud abierta y desenfadada de esos jóvenes se vinculaba con una rebelión a la figura paterna o a la gubernamental. Rompieron con cierto conservadurismo, bajaron del pedestal a la autoridad y cuestionaron a los aparatos ideológicos de estado, como les decía Althusser. Para algunos fue Herbert Marcuse, para otros Carlos Marx, y otros tantos tenían a Siddartha Gautama como sus inspiradores. Luego llegó para muchos la represión y para otros la depresión con la muerte de algunos de sus ídolos, como Janis Joplin, Jimi Hendrix y Jim Morrison. Inició la desbandada y un contingente se fue a la militancia política, a la academia; otros se colocaron los audífonos de sus walkman o de sus Ipod, nomás para recordar el paraíso perdido de los años 60s.
No viví esos años, no soy parte de esa generación, pero les agradezco. Sólo así puedo entender ahora una parte de la discusión en torno a la legalización de las drogas. Aún no tengo clara una postura al respecto, pero el tema debe ser ampliamente discutido ante los contundentes 28 mil muertos que arroja la política punitiva en contra del llamado crimen organizado en los últimos cuatro años.
La parte que entiendo es la del fallecido economista Milton Fridman, maestro de los Chicago Boys. El Premio Nobel de Economía en 1972 decía, hace dos décadas, que si se legalizan las drogas el número de homicidios decrecería notablemente, se reduciría el número de reclusos y los criminalizados adictos podrían ser respetables ciudadanos.
Fridman reconocía que la legalización de las drogas podía posibilitar el aumento de personas consumidoras. Con esa acción se destruiría el mercado negro, los precios bajarían y la demanda aumentaría. Pero pedía reservas para llegar a esa conclusión. Advertía, sin ningún argumento terapéutico, que criminalizar las drogas conducía a que las personas pasaran de las dogas blandas a las drogas duras.
El economista prefería argumentar a favor de la libertad del ciudadano, pero del ciudadano consumidor: “se debe reconocer la importancia de los mercados y de la libre elección y soberanía del consumidor y llegar a descubrir el mal que se produce cuando se interfiere en ellos”. Se trata de un asunto de libertad.
Y también le endosa al gobierno la carga moral que significa la prohibición. Para Fridman, el gobierno que prohíba el consumo de drogas debe asumir los costos y la responsabilidad de los muertos que se generan. “Es un problema moral que el gobierno criminalice a la gente… por estar haciendo cosas que no aprobaríamos, pero que no hacen nada que dañe a otros”. Tal vez si el gobierno asumiera plenamente el asunto como de salud pública y no de seguridad pública, su carga moral no se teñiría de rojo, se quedaría atendiendo la prevención y a los adictos.
En conclusión, Milton Fridman -tan recurrido en estos días para argumentar a favor de la legalización de las drogas-, centra su postura que el Estado no tiene derecho a indicarle a los ciudadanos qué hacer y no hacer: son libres de fumar tabaco o de fumar mota. El ciudadano debe ser un responsable consumidor.
Hasta aquí es la parte que entiendo y apoyaría. Si todo se regula –el consumo y la venta- y se atiende como un problema de salud pública, es posible pensar en la legalización del consumo de drogas, advirtiendo que existe el fantasma de que el número de consumidores se dispare incontrolablemente y entonces en un futuro hablaremos de un fracaso.
Existen, por otra parte, argumentos sólidos que hacen pensar que la legalización de las drogas sería un error.
Uno de ellos es el que aporta el doctor Carlos Rodríguez Ajenjo, Secretario Técnico del Consejo Nacional contra las Adicciones. Para él, la adicción a las drogas pasa por el tipo de consumo que tengan las personas y este tiene los componentes o factores de riesgo, que son: el ambiente de la persona, los factores de protección y la presencia de la sustancia. Ante ello me pregunto: ¿cómo puede el adolescente mexicano tomar decisiones sobre las drogas si su información, su educación es pobre? No controlaría la etapa de prueba, ni la de la tolerancia y la adicción sería irremediable. Evidentemente está en desventaja ante la oferta de las drogas.
Rodríguez Ajenjo agrega que atrás de la enfermedad de la adicción existen intereses para preservarla, incrementarla, “intereses muy fuertes, tanto de tipo legal como es el caso del alcohol y el tabaco, e ilegal como es el caso de otro tipo de drogas y esto genera un negocio que no debemos olvidar”.
Otro argumento es el de Efraín Villanueva, directivo estatal en Quintana Roo de los Centros de Integración Juvenil, el cual es totalmente contario a la legalización de las drogas. El sociólogo Villanueva no ignora la situación internacional del tema, donde en 14 estados de la Unión Americana y en España se ha despenalizado el uso de la marihuana para usos médicos. Tampoco desconoce la experiencia emblemática en Holanda, donde esa medida no resolvió “el problema de seguridad, sino que por el contrario, el consumo entre las personas de 18 a 24 años de edad se triplicó entre 1984 y 1996, al pasar del 15 al 44%. Holanda vio incrementar el narcoturismo, así como el consumo de heroína, cocaína y el Sida, por lo que a partir de 2004 reconoció que el consumo de la mariguana no es inocuo ni para los abusadores ni para la comunidad”.
Villanueva está atento y sabe de la postura de los que han pronunciado recientemente a favor de la legalización de las drogas; uno de ellos, el historiador Héctor Aguilar Camín. “Desde una posición liberal, se escuchan argumentos respecto a la libertad de elección del individuo. A ellos les respondemos que las drogas atentan contra la libertad del individuo al producir dependencia”, remata Villanueva Arcos.
Es difícil por el momento tener una postura clara sobre la legalización de las drogas. Evidentemente es un asunto de salud pública que debe seguir siendo analizado y discutido. Saber si el control sobre las drogas es más dañino que los efectos que estas tienen en el individuo y en la sociedad, es el punto. Libertad individual o adicción es la disyuntiva que se presenta.
Qué lejos quedó aquella expresión, cándida tal vez, de shubidubi, del placer, del sentirse bonito. Ahora está presente la preocupación mientras leemos: “Narcobloqueos paralizan la ciudad de Monterrey”, y oprimimos para escuchar Picture yourself in a boat on a river / with tangerine trees and marmalade skies / somebody calls you, you answer quite slowly, / a girl with kaleidoscope eyes / cellophane flowers of yellow and green, / towering over your head / look for the girl with the sun in her eyes, / and she’s gone / Lucy in the sky with diamonds…
Además de ser nosotros unos desfasados semánticos, unos provincianos que al principio no entendíamos su música, ni fumábamos mota, no hemos reconocido suficientemente a aquellos jóvenes, a esa generación, que algo hizo por su sociedad. Una sociedad que ahora, 40 años después, discute la constitucionalidad de los matrimonios gay o la legalización de las drogas. Evidentemente, ellos iniciaron la posmodernidad y sus temas.
Aquella actitud abierta y desenfadada de esos jóvenes se vinculaba con una rebelión a la figura paterna o a la gubernamental. Rompieron con cierto conservadurismo, bajaron del pedestal a la autoridad y cuestionaron a los aparatos ideológicos de estado, como les decía Althusser. Para algunos fue Herbert Marcuse, para otros Carlos Marx, y otros tantos tenían a Siddartha Gautama como sus inspiradores. Luego llegó para muchos la represión y para otros la depresión con la muerte de algunos de sus ídolos, como Janis Joplin, Jimi Hendrix y Jim Morrison. Inició la desbandada y un contingente se fue a la militancia política, a la academia; otros se colocaron los audífonos de sus walkman o de sus Ipod, nomás para recordar el paraíso perdido de los años 60s.
No viví esos años, no soy parte de esa generación, pero les agradezco. Sólo así puedo entender ahora una parte de la discusión en torno a la legalización de las drogas. Aún no tengo clara una postura al respecto, pero el tema debe ser ampliamente discutido ante los contundentes 28 mil muertos que arroja la política punitiva en contra del llamado crimen organizado en los últimos cuatro años.
La parte que entiendo es la del fallecido economista Milton Fridman, maestro de los Chicago Boys. El Premio Nobel de Economía en 1972 decía, hace dos décadas, que si se legalizan las drogas el número de homicidios decrecería notablemente, se reduciría el número de reclusos y los criminalizados adictos podrían ser respetables ciudadanos.
Fridman reconocía que la legalización de las drogas podía posibilitar el aumento de personas consumidoras. Con esa acción se destruiría el mercado negro, los precios bajarían y la demanda aumentaría. Pero pedía reservas para llegar a esa conclusión. Advertía, sin ningún argumento terapéutico, que criminalizar las drogas conducía a que las personas pasaran de las dogas blandas a las drogas duras.
El economista prefería argumentar a favor de la libertad del ciudadano, pero del ciudadano consumidor: “se debe reconocer la importancia de los mercados y de la libre elección y soberanía del consumidor y llegar a descubrir el mal que se produce cuando se interfiere en ellos”. Se trata de un asunto de libertad.
Y también le endosa al gobierno la carga moral que significa la prohibición. Para Fridman, el gobierno que prohíba el consumo de drogas debe asumir los costos y la responsabilidad de los muertos que se generan. “Es un problema moral que el gobierno criminalice a la gente… por estar haciendo cosas que no aprobaríamos, pero que no hacen nada que dañe a otros”. Tal vez si el gobierno asumiera plenamente el asunto como de salud pública y no de seguridad pública, su carga moral no se teñiría de rojo, se quedaría atendiendo la prevención y a los adictos.
En conclusión, Milton Fridman -tan recurrido en estos días para argumentar a favor de la legalización de las drogas-, centra su postura que el Estado no tiene derecho a indicarle a los ciudadanos qué hacer y no hacer: son libres de fumar tabaco o de fumar mota. El ciudadano debe ser un responsable consumidor.
Hasta aquí es la parte que entiendo y apoyaría. Si todo se regula –el consumo y la venta- y se atiende como un problema de salud pública, es posible pensar en la legalización del consumo de drogas, advirtiendo que existe el fantasma de que el número de consumidores se dispare incontrolablemente y entonces en un futuro hablaremos de un fracaso.
Existen, por otra parte, argumentos sólidos que hacen pensar que la legalización de las drogas sería un error.
Uno de ellos es el que aporta el doctor Carlos Rodríguez Ajenjo, Secretario Técnico del Consejo Nacional contra las Adicciones. Para él, la adicción a las drogas pasa por el tipo de consumo que tengan las personas y este tiene los componentes o factores de riesgo, que son: el ambiente de la persona, los factores de protección y la presencia de la sustancia. Ante ello me pregunto: ¿cómo puede el adolescente mexicano tomar decisiones sobre las drogas si su información, su educación es pobre? No controlaría la etapa de prueba, ni la de la tolerancia y la adicción sería irremediable. Evidentemente está en desventaja ante la oferta de las drogas.
Rodríguez Ajenjo agrega que atrás de la enfermedad de la adicción existen intereses para preservarla, incrementarla, “intereses muy fuertes, tanto de tipo legal como es el caso del alcohol y el tabaco, e ilegal como es el caso de otro tipo de drogas y esto genera un negocio que no debemos olvidar”.
Otro argumento es el de Efraín Villanueva, directivo estatal en Quintana Roo de los Centros de Integración Juvenil, el cual es totalmente contario a la legalización de las drogas. El sociólogo Villanueva no ignora la situación internacional del tema, donde en 14 estados de la Unión Americana y en España se ha despenalizado el uso de la marihuana para usos médicos. Tampoco desconoce la experiencia emblemática en Holanda, donde esa medida no resolvió “el problema de seguridad, sino que por el contrario, el consumo entre las personas de 18 a 24 años de edad se triplicó entre 1984 y 1996, al pasar del 15 al 44%. Holanda vio incrementar el narcoturismo, así como el consumo de heroína, cocaína y el Sida, por lo que a partir de 2004 reconoció que el consumo de la mariguana no es inocuo ni para los abusadores ni para la comunidad”.
Villanueva está atento y sabe de la postura de los que han pronunciado recientemente a favor de la legalización de las drogas; uno de ellos, el historiador Héctor Aguilar Camín. “Desde una posición liberal, se escuchan argumentos respecto a la libertad de elección del individuo. A ellos les respondemos que las drogas atentan contra la libertad del individuo al producir dependencia”, remata Villanueva Arcos.
Es difícil por el momento tener una postura clara sobre la legalización de las drogas. Evidentemente es un asunto de salud pública que debe seguir siendo analizado y discutido. Saber si el control sobre las drogas es más dañino que los efectos que estas tienen en el individuo y en la sociedad, es el punto. Libertad individual o adicción es la disyuntiva que se presenta.
Qué lejos quedó aquella expresión, cándida tal vez, de shubidubi, del placer, del sentirse bonito. Ahora está presente la preocupación mientras leemos: “Narcobloqueos paralizan la ciudad de Monterrey”, y oprimimos para escuchar Picture yourself in a boat on a river / with tangerine trees and marmalade skies / somebody calls you, you answer quite slowly, / a girl with kaleidoscope eyes / cellophane flowers of yellow and green, / towering over your head / look for the girl with the sun in her eyes, / and she’s gone / Lucy in the sky with diamonds…
domingo, 25 de julio de 2010
Las maneras de mesa
Fruta, café, cereal con leche y un poco de pasitas de arándanos. Ese fue mi desayuno. Debió ser cochinita pibil, por ser domingo, pero ganó la costumbre, la cultura culinaria que adopté desde hace 30 años.
-¿”Cómo te fue ayer con tus amigos?”, preguntó la que me acostumbró a que así son los desayunos.
No le contesté. Seguía pensando en lo que César, Juan Pedro, Enrique, Justiniano, Luis y Julio me habían platicado de lo que ellos comían hasta hace cuarenta años. Parece que algo cambió en la Península a partir de la creación de Cancún: nuevos pobladores, nuevas costumbres alimentarias, nuevos ingredientes como los champiñones, los ejotes… y los supermercados.
- ¿Sabías que los yucatecos desayunaban chocolate con pan bueno? ¿Que los lunes comían al mediodía frijol con puerco, los martes bistec-cazuela, los miércoles picadillo, los jueves, viernes y sábado había algo de cazón o puchero vaquero y que los domingos era reunión familiar con puchero de tres carnes? ¿Que los chetumaleños comían tortitas de macabí, bailop, seré y pig tails con frijoles?
La respuesta de ella, además de afirmativa, fue una lección de antropología de la alimentación. La sobremesa con Renée Petrich se prolongó hora y media.
- “Te faltó agregar que para los días festivos, la costumbre regional es comer relleno negro o escabeche y que para la merienda son los panuchos y los salbutes”. Inició con mucha seguridad en lo que decía.
- “No te quejes. Recuerda que cada cultura come lo que crea y a la hora indicada. Nunca aceptarías que tu cereal con arándanos sea una comida de mediodía, siempre será un desayuno. A eso se le llama comida sometida a reglas de combinación y secuencia”.
Fue tan delicado el golpe, que mi cerebro dejó de pensar en la cochinita.
- “La comida no es únicamente pares binarios de oposición, como lo hacen los franceses: crudo, cocido, hervido, asado, horneado, ahumado o podrido; también está situada dentro de un contexto diario, semanal o anual. ¿No me has platicado que en tu casa, en tu familia, almuerzan –no le llaman desayuno- jocoque, queso y carnes?, ¿qué los lunes comen pozole?, ¿que para el día de muertos comen mole de piñón, o que para Año Nuevo es un lechón relleno? A eso me refiero”.
- ¿Y qué me dices de las carnes frías que siempre cena tu familia y esa sopa fría de fresas que un día me diste?- Traté de meterla en problemas.
- “Es lo mismo. Hablo de la comida como un sistema, es un lenguaje, un protocolo de costumbres, es una gramática. Dime qué comes, cómo lo comes y te diré de dónde eres…”.
Me las ingenié para un buscapiés.
- ¿Y cómo le llamarías a los alimentos que se consumen en las cantinas y que les decimos botana?, ¿cómo defines eso?
- “Se le llama snack. Su consumo está fuera de una situación estructurada, está fuera del tiempo y el lugar normal. Ahora que si lo haces diario, se podría considerar como un alimento de mediodía, pero también se podría definir al consumidor como un borracho”.
Algo me decía que este día no era el mío, que mejor debía ser más prudente con ella.
- Oye, además de acostumbrarme a tu quiche lorraine, a tus Wursten y a la carne tártara, creo que me quieres convencer que antropológicamente Lévi-Strauss está superado. Porque sentí que hablaste con cierto desdén cuando mencionaste los pares binarios de oposición…
- “Para nada, mein Lieber. Lo que pasa es que te quedaste con él, pero no está superado. Realmente Lévi-Strauss sentó las bases para hacer análisis de la cocina y de los alimentos. Él analizó cómo la cocina se transformó de la naturaleza, los ingredientes crudos, a la cultura, alimentos procesados. El fuego, el agua y la cerámica fueron determinantes para ese cambio. Hay un largo trecho de aquel trozo de carne asada al microondas de hoy. Pero no te angusties, no está superado, simplemente se agregaron algunos nuevos estudios de ingleses y españoles”.
Sabía que se refería a Mary Douglas, le había cachado varios libros en su librero, pero no tengo idea a quienes otros se refería. El que siguiera a la Douglas, no me incomodaba; me caía muy bien la finada desde que hizo aquel excelente análisis de los alimentos en el Levítico.
- Choux choux, ¿y has podido encontrar algo de pureza e impureza en los alimentos a partir de Douglas?- le pregunté suavemente; sabía que era su mero mole y ahí se me vendría otra lección.
- “Encontré un mito muy interesante entre los mayas que estoy revisando. Además de lo que ya te platiqué que ellos, los indígenas, le ponen un poco de pollo al chirmole, para hacerlo puro y comible, registré un mito sobre otros alimentos puros e impuros. Pero lo del impuro cerdo en el chirmole, no creo que tenga que ver con la prohibición dietética judía. No creo que la universalidad de la clasificación llegue a esos detalles, sería una muy atrevida hipótesis. Lo que sí es claro, es que existen animales puros y animales impuros, o los que tienen espíritu y los que no lo tienen”.
Es definitivo. Ella no sólo sabe cocinar, sabe lo que hace y conoce cada alimento e ingrediente. La he visto inventariando tipos de calabaza, de maíz, de tubérculos, registrando la variedad de chiles, y contabilizando todos los productos de la milpa - “el super (mercado) maya”, como ella le llama- y elaborando más de 200 recetas de alimentos nativos. Está por ponerle punto final a su Larousse Gastronomique maya. Pero sobre todo, ha podido encontrar nuevas, diferentes, maneras de mesa a las que ella conoció en su familia y en su cultura.
- “¿Quieres que te prepare un poc chuc o quieres unas chihuas en caldo para medidodía? Eso es para que veas que las Schübling pueden esperar para otro día y que sé muy bien dónde vivo”.
Así terminó la sobremesa ese domingo con Renée Petrich.
-¿”Cómo te fue ayer con tus amigos?”, preguntó la que me acostumbró a que así son los desayunos.
No le contesté. Seguía pensando en lo que César, Juan Pedro, Enrique, Justiniano, Luis y Julio me habían platicado de lo que ellos comían hasta hace cuarenta años. Parece que algo cambió en la Península a partir de la creación de Cancún: nuevos pobladores, nuevas costumbres alimentarias, nuevos ingredientes como los champiñones, los ejotes… y los supermercados.
- ¿Sabías que los yucatecos desayunaban chocolate con pan bueno? ¿Que los lunes comían al mediodía frijol con puerco, los martes bistec-cazuela, los miércoles picadillo, los jueves, viernes y sábado había algo de cazón o puchero vaquero y que los domingos era reunión familiar con puchero de tres carnes? ¿Que los chetumaleños comían tortitas de macabí, bailop, seré y pig tails con frijoles?
La respuesta de ella, además de afirmativa, fue una lección de antropología de la alimentación. La sobremesa con Renée Petrich se prolongó hora y media.
- “Te faltó agregar que para los días festivos, la costumbre regional es comer relleno negro o escabeche y que para la merienda son los panuchos y los salbutes”. Inició con mucha seguridad en lo que decía.
- “No te quejes. Recuerda que cada cultura come lo que crea y a la hora indicada. Nunca aceptarías que tu cereal con arándanos sea una comida de mediodía, siempre será un desayuno. A eso se le llama comida sometida a reglas de combinación y secuencia”.
Fue tan delicado el golpe, que mi cerebro dejó de pensar en la cochinita.
- “La comida no es únicamente pares binarios de oposición, como lo hacen los franceses: crudo, cocido, hervido, asado, horneado, ahumado o podrido; también está situada dentro de un contexto diario, semanal o anual. ¿No me has platicado que en tu casa, en tu familia, almuerzan –no le llaman desayuno- jocoque, queso y carnes?, ¿qué los lunes comen pozole?, ¿que para el día de muertos comen mole de piñón, o que para Año Nuevo es un lechón relleno? A eso me refiero”.
- ¿Y qué me dices de las carnes frías que siempre cena tu familia y esa sopa fría de fresas que un día me diste?- Traté de meterla en problemas.
- “Es lo mismo. Hablo de la comida como un sistema, es un lenguaje, un protocolo de costumbres, es una gramática. Dime qué comes, cómo lo comes y te diré de dónde eres…”.
Me las ingenié para un buscapiés.
- ¿Y cómo le llamarías a los alimentos que se consumen en las cantinas y que les decimos botana?, ¿cómo defines eso?
- “Se le llama snack. Su consumo está fuera de una situación estructurada, está fuera del tiempo y el lugar normal. Ahora que si lo haces diario, se podría considerar como un alimento de mediodía, pero también se podría definir al consumidor como un borracho”.
Algo me decía que este día no era el mío, que mejor debía ser más prudente con ella.
- Oye, además de acostumbrarme a tu quiche lorraine, a tus Wursten y a la carne tártara, creo que me quieres convencer que antropológicamente Lévi-Strauss está superado. Porque sentí que hablaste con cierto desdén cuando mencionaste los pares binarios de oposición…
- “Para nada, mein Lieber. Lo que pasa es que te quedaste con él, pero no está superado. Realmente Lévi-Strauss sentó las bases para hacer análisis de la cocina y de los alimentos. Él analizó cómo la cocina se transformó de la naturaleza, los ingredientes crudos, a la cultura, alimentos procesados. El fuego, el agua y la cerámica fueron determinantes para ese cambio. Hay un largo trecho de aquel trozo de carne asada al microondas de hoy. Pero no te angusties, no está superado, simplemente se agregaron algunos nuevos estudios de ingleses y españoles”.
Sabía que se refería a Mary Douglas, le había cachado varios libros en su librero, pero no tengo idea a quienes otros se refería. El que siguiera a la Douglas, no me incomodaba; me caía muy bien la finada desde que hizo aquel excelente análisis de los alimentos en el Levítico.
- Choux choux, ¿y has podido encontrar algo de pureza e impureza en los alimentos a partir de Douglas?- le pregunté suavemente; sabía que era su mero mole y ahí se me vendría otra lección.
- “Encontré un mito muy interesante entre los mayas que estoy revisando. Además de lo que ya te platiqué que ellos, los indígenas, le ponen un poco de pollo al chirmole, para hacerlo puro y comible, registré un mito sobre otros alimentos puros e impuros. Pero lo del impuro cerdo en el chirmole, no creo que tenga que ver con la prohibición dietética judía. No creo que la universalidad de la clasificación llegue a esos detalles, sería una muy atrevida hipótesis. Lo que sí es claro, es que existen animales puros y animales impuros, o los que tienen espíritu y los que no lo tienen”.
Es definitivo. Ella no sólo sabe cocinar, sabe lo que hace y conoce cada alimento e ingrediente. La he visto inventariando tipos de calabaza, de maíz, de tubérculos, registrando la variedad de chiles, y contabilizando todos los productos de la milpa - “el super (mercado) maya”, como ella le llama- y elaborando más de 200 recetas de alimentos nativos. Está por ponerle punto final a su Larousse Gastronomique maya. Pero sobre todo, ha podido encontrar nuevas, diferentes, maneras de mesa a las que ella conoció en su familia y en su cultura.
- “¿Quieres que te prepare un poc chuc o quieres unas chihuas en caldo para medidodía? Eso es para que veas que las Schübling pueden esperar para otro día y que sé muy bien dónde vivo”.
Así terminó la sobremesa ese domingo con Renée Petrich.
domingo, 27 de junio de 2010
La primera chispa
Si no se conocen las historias locales y regionales, es difícil comprender la historia nacional.
Con las diversas actividades conmemorativas al Bicentenario de la Independencia y al Centenario de la Revolución Mexicana, de pronto uno tiene la sensación de encontrase en un mar de fuegos de artificio, fiestas populares, coloquios, publicaciones, premios, concursos, exposiciones, museos, plazas y parques, regatas, luces e iluminaciones, actividades deportivas, rehabilitaciones y desfiles. Un total de 2,300 eventos, muchos de ellos ya realizados o en proceso.
Entre esa enorme cantidad de eventos se pierden momentáneamente las razones concretas y las acciones directas que detonaron ambos movimientos. Hemos aceptado, como si fuera por transmisión genética, que el tañer de una campana en un pueblo de Guanajuato y el levantamiento armado y el asesinato de unos hermanos poblanos fueron los primeros hechos simbólicos de la Independencia y de la Revolución. Pero no todos piensan así.
Mezclado con microhistoria -esa versión popular de los acontecimientos que se liga a las acciones cotidianas y a hombres de escala natural-, y con historia regional –la responsable de exponer los procesos sociales, económicos y políticos específicos de cierto pueblo o región geográfica-, me encontré con la conmemoración de un evento yucateco, que me tomó por sorpresa al no saber mucho de él.
El 4 de junio, en Yucatán, principalmente la estructura de gobierno, los historiadores y la población de Valladolid, conmemoran el inicio de la Revolución Mexicana. Aseguran que la primera chispa de ese movimiento fue en la Sultana de Oriente en aquellos días de 1910, cuando yucatecos encabezados por Miguel Ruz Ponce, Maximiliano Bonilla, José Crisanto Chí y José Kantún asaltaron el palacio municipal, declarándose en rebeldía contra el gobierno de Porfirio Díaz.
Los insurrectos habían elaborado un mes antes el Plan de Dzelkoop, en donde mencionaban que “ha llegado la hora de hacer un poderoso esfuerzo para salvar al país de la tormenta que lo aniquila y evitar que el pueblo continúe sufriendo el flagelo del caciquismo y las arbitrariedades del temido dictador”.
La intentona terminó en un baño de sangre. El régimen porfirista envía tropas desde Veracruz y moviliza a Ignacio Bravo, que se encontraba en Santa Cruz (hoy Felipe Carrillo Puerto), para sofocar el levantamiento. Un centenar de muertos, la mayoría de los líderes del movimiento fusilados y otros enviados a la prisión de San Juan de Ulúa, fue el saldo. El gobierno yucateco manifiesta que la rebelión de Valladolid tuvo inspiración maderista y acusó al literato Delio Moreno Cantón y al periodista Carlos Menéndez de provocar el levantamiento. Lo cierto es que ya existían antecedentes políticos previos al movimiento del 4 de junio de 1910.
Salvo los primeros treinta años del levantamiento indígena de 1847, la sociedad yucateca, específicamente la élite política y económica, se encontraba en pleno proceso de recomposición, de relativa estabilidad y plenamente engarzada al proyecto económico henequenero. Son tiempos coincidentes con el ejercicio del poder de Porfirio Díaz.
Esa relativa estabilidad se movió con el surgimiento de grupos de presión y de poder que, para los inicios del siglo XX, buscaban, vía el proceso electoral o la revuelta, satisfacer sus intereses. Para esos años, los caciques rurales y los partidos políticos jugaban roles de pesos y contrapesos en las decisiones políticas, como las del porfirista Olegario Molina, o económicas, como las que representaba la International Harvester, monopolizadora de la producción henequenera.
En Yucatán, la rivalidad entre facciones y partidos venía desde las ideas contrarias entre los sanjuanistas y los rutineros; de los centralistas y los federalistas y los liberales y los conservadores. Los que siempre estuvieron en medio de esas pugnas fueron los indios mayas, sea como argumento o como carne de cañón. En Yucatán, la lucha por el poder entre dos grupos es algo histórico.
Lo sucedido en Valladolid en junio de aquel año se relaciona necesariamente con un proceso político y social que se venía dando desde la presencia y el poder que tenían los primeros medios de comunicación impresos, como La Revista de Mérida, la pacificación de los mayas en 1901, el arribo al gobierno de Olegario Molina, la visita a Yucatán de Porfirio Díaz en 1906, la gira política de Francisco I. Madero a Yucatán en 1909 y las elecciones para gobernador, en donde Madero prefiere apoyar al tabasqueño José María Pino Suárez, a través del Partido Nacional Antirreelecionista, que al vallisoletano Delio Moreno, quien se la juega por el Centro Electoral Independiente.
Tanto Pino Suárez como Moreno Cantón, son derrotados por el oficialista Enrique Muñóz, luego de un polémico resultado. Carlos Menéndez y su secretario Felipe Carrillo Puerto cuestionan duramente al nuevo gobierno. Posteriormente vendrían los hechos de Valladolid en 1910, que para muchos yucatecos fue la primera acción armada de la Revolución Mexicana.
Más tarde, en 1911, ya con Francisco I. Madero como Presidente, el poeta Delio Moreno Cantón se vuelve a enfrentar en las urnas con Pino Suárez, el candidato del Ejecutivo Federal. Pino Suárez gana después de una muy cuestionada elección donde se habla de fraude. Fue tal el apoyo popular a la victoria de Delio Moreno, que Pino Suárez estuvo en el poder menos de dos meses, antes de lanzarse a la candidatura por la vicepresidencia de México. Los revolucionarios maderistas quedaron en entredicho en Yucatán.
Actualmente, el Archivo General del Estado de Yucatán está digitalizando y poniendo en línea algunos documentos que nos permitan conocer algo más de la historia regional. De la misma manera, centros de investigación aportan más elementos de análisis para el conocimiento humano, empírico e ideológico de las realidades. Sólo de esta forma podremos trabajar y comprender histórica y culturalmente a las instituciones y a la sociedad en estos años de festejos, que abruman por momentos, pero que también ofrecen oportunidades al conocimiento de un Bicentenario y un Centenario de historia nuestra
Con las diversas actividades conmemorativas al Bicentenario de la Independencia y al Centenario de la Revolución Mexicana, de pronto uno tiene la sensación de encontrase en un mar de fuegos de artificio, fiestas populares, coloquios, publicaciones, premios, concursos, exposiciones, museos, plazas y parques, regatas, luces e iluminaciones, actividades deportivas, rehabilitaciones y desfiles. Un total de 2,300 eventos, muchos de ellos ya realizados o en proceso.
Entre esa enorme cantidad de eventos se pierden momentáneamente las razones concretas y las acciones directas que detonaron ambos movimientos. Hemos aceptado, como si fuera por transmisión genética, que el tañer de una campana en un pueblo de Guanajuato y el levantamiento armado y el asesinato de unos hermanos poblanos fueron los primeros hechos simbólicos de la Independencia y de la Revolución. Pero no todos piensan así.
Mezclado con microhistoria -esa versión popular de los acontecimientos que se liga a las acciones cotidianas y a hombres de escala natural-, y con historia regional –la responsable de exponer los procesos sociales, económicos y políticos específicos de cierto pueblo o región geográfica-, me encontré con la conmemoración de un evento yucateco, que me tomó por sorpresa al no saber mucho de él.
El 4 de junio, en Yucatán, principalmente la estructura de gobierno, los historiadores y la población de Valladolid, conmemoran el inicio de la Revolución Mexicana. Aseguran que la primera chispa de ese movimiento fue en la Sultana de Oriente en aquellos días de 1910, cuando yucatecos encabezados por Miguel Ruz Ponce, Maximiliano Bonilla, José Crisanto Chí y José Kantún asaltaron el palacio municipal, declarándose en rebeldía contra el gobierno de Porfirio Díaz.
Los insurrectos habían elaborado un mes antes el Plan de Dzelkoop, en donde mencionaban que “ha llegado la hora de hacer un poderoso esfuerzo para salvar al país de la tormenta que lo aniquila y evitar que el pueblo continúe sufriendo el flagelo del caciquismo y las arbitrariedades del temido dictador”.
La intentona terminó en un baño de sangre. El régimen porfirista envía tropas desde Veracruz y moviliza a Ignacio Bravo, que se encontraba en Santa Cruz (hoy Felipe Carrillo Puerto), para sofocar el levantamiento. Un centenar de muertos, la mayoría de los líderes del movimiento fusilados y otros enviados a la prisión de San Juan de Ulúa, fue el saldo. El gobierno yucateco manifiesta que la rebelión de Valladolid tuvo inspiración maderista y acusó al literato Delio Moreno Cantón y al periodista Carlos Menéndez de provocar el levantamiento. Lo cierto es que ya existían antecedentes políticos previos al movimiento del 4 de junio de 1910.
Salvo los primeros treinta años del levantamiento indígena de 1847, la sociedad yucateca, específicamente la élite política y económica, se encontraba en pleno proceso de recomposición, de relativa estabilidad y plenamente engarzada al proyecto económico henequenero. Son tiempos coincidentes con el ejercicio del poder de Porfirio Díaz.
Esa relativa estabilidad se movió con el surgimiento de grupos de presión y de poder que, para los inicios del siglo XX, buscaban, vía el proceso electoral o la revuelta, satisfacer sus intereses. Para esos años, los caciques rurales y los partidos políticos jugaban roles de pesos y contrapesos en las decisiones políticas, como las del porfirista Olegario Molina, o económicas, como las que representaba la International Harvester, monopolizadora de la producción henequenera.
En Yucatán, la rivalidad entre facciones y partidos venía desde las ideas contrarias entre los sanjuanistas y los rutineros; de los centralistas y los federalistas y los liberales y los conservadores. Los que siempre estuvieron en medio de esas pugnas fueron los indios mayas, sea como argumento o como carne de cañón. En Yucatán, la lucha por el poder entre dos grupos es algo histórico.
Lo sucedido en Valladolid en junio de aquel año se relaciona necesariamente con un proceso político y social que se venía dando desde la presencia y el poder que tenían los primeros medios de comunicación impresos, como La Revista de Mérida, la pacificación de los mayas en 1901, el arribo al gobierno de Olegario Molina, la visita a Yucatán de Porfirio Díaz en 1906, la gira política de Francisco I. Madero a Yucatán en 1909 y las elecciones para gobernador, en donde Madero prefiere apoyar al tabasqueño José María Pino Suárez, a través del Partido Nacional Antirreelecionista, que al vallisoletano Delio Moreno, quien se la juega por el Centro Electoral Independiente.
Tanto Pino Suárez como Moreno Cantón, son derrotados por el oficialista Enrique Muñóz, luego de un polémico resultado. Carlos Menéndez y su secretario Felipe Carrillo Puerto cuestionan duramente al nuevo gobierno. Posteriormente vendrían los hechos de Valladolid en 1910, que para muchos yucatecos fue la primera acción armada de la Revolución Mexicana.
Más tarde, en 1911, ya con Francisco I. Madero como Presidente, el poeta Delio Moreno Cantón se vuelve a enfrentar en las urnas con Pino Suárez, el candidato del Ejecutivo Federal. Pino Suárez gana después de una muy cuestionada elección donde se habla de fraude. Fue tal el apoyo popular a la victoria de Delio Moreno, que Pino Suárez estuvo en el poder menos de dos meses, antes de lanzarse a la candidatura por la vicepresidencia de México. Los revolucionarios maderistas quedaron en entredicho en Yucatán.
Actualmente, el Archivo General del Estado de Yucatán está digitalizando y poniendo en línea algunos documentos que nos permitan conocer algo más de la historia regional. De la misma manera, centros de investigación aportan más elementos de análisis para el conocimiento humano, empírico e ideológico de las realidades. Sólo de esta forma podremos trabajar y comprender histórica y culturalmente a las instituciones y a la sociedad en estos años de festejos, que abruman por momentos, pero que también ofrecen oportunidades al conocimiento de un Bicentenario y un Centenario de historia nuestra
domingo, 13 de junio de 2010
Jueves de Corpus
“Los secretos están sobrestimados. Todo el mundo tiene más de un secreto. A la gente, en su condición ciudadana, le interesa un informe de la corrupción. Pero a la gente, en su condición de aburrida, le gusta que le cuenten historias… Lo real es más aburrido que la ficción”, así dice Julio Villanueva, el maestro de la crónica. Lo siguiente que describo, no pretende ser un entretenimiento: es la historia parcial de un hecho.
En el año de 1971 John Lennon grabó Imagine, Pablo Neruda ganó el Nóbel de literatura y Cassius Clay derrotó a Joe Frazier. A mediados de ese año me encontraba casualmente en la Ciudad de México, por unos días.
Aquel triste 10 de junio había amanecido medio nublado. Cuando me levanté, mis jóvenes tíos -el menor de ellos apenas me lleva cuatro años de edad- ya estaban esperándome para desayunar. Habían preparado, recuerdo bien, la cecina, el jocoque y el queso fresco que les había llevado de la costa: todos somos de allá y habíamos crecido juntos.
El Niño Henry, el más pequeño, el que siempre se proponía como tarea diaria encontrar respuesta a fenómenos culturales, aventó la pregunta:
-¿Qué significará el Corpus Christi?, ¿por qué este día va la gente a la Catedral con sus niños vestidos de inditos y todos compran unas mulitas hechas de hoja de maíz?.
Algo dijimos de tenía que ver con la eucaristía y que ese día se festejaba a los que se llaman Manuel…, también uno de nosotros dijo que eso era una ociosidad y con ello se dio fin a la intención por saber algo más de las costumbres que reproducimos sin saber, sin conocer los significados.
Por la tarde, el sol entraba plenamente al departamento del edificio de cinco pisos en la Calzada de Los Gallos, esquina con Instituto Técnico (hoy Circuito Interior). Desde el ventanal se observaba con todo detalle el campo donde entrenaban Las Águilas Blancas, el mejor equipo de fútbol americano que tenía el Politécnico. También se podía ver la Vocacional seis, la escuela técnica Wilfrido Massieu, la escuela de Medicina y la de Administración y sobresalía más allá la antena del Canal 11: era el Casco de Santo Tomás.
De pronto escuché: “¡¡el pueblo unido jamás será vencido!!” y “¡¡presos políticos libertad!!”. Bajé la mirada y por la avenida caminaban centenares de estudiantes, eran muchos, bien vigorosos y felices iban. Seguí con los ojos a una muchacha de pantalones morados y blusa blanca, era la más atractiva del contingente. No sabía que pasaba. Eran, aproximadamente, las cuatro de la tarde.
- “Vienen de Zacatenco, ya se están concentrando. Habrá una marcha de estudiantes hacia el Zócalo. Piden la libertad de los presos que todavía quedan del 68, se solidarizan con la lucha en la Universidad de Nuevo León y exigen aumento de presupuesto a las universidades”, me informó el mayor de mis parientes: La Changa, en honor a su vellosidad corporal.
- “Ni se te ocurra ir. Estás muy chamaco para eso. Además yo no puedo acompañarte, tengo cita con mi “pior es nada”, atajó.
Me le quedé mirando. Realmente no quería ir porque ya había pasado por esas en el 68, estaba escarmentado. Recuerdo aquel día en que los tres llegaron al pueblo llenos de miedo, ya que se habían involucrado en el movimiento estudiantil y la policía había aprehendido a un primo de ellos.
Tengo muy presente la regañada que les recetó Rafael, el hermano de mi abuela, hombre que parecía un rabino y que había participado en la Revolución: “No me gusta lo que hicieron. No se fueron a México a andar de revoltosos; se fueron a estudiar, cabroncitos. Pero lo que más me encabrona es que se vengan a refugiar bajo las enaguas de su mamá y de su abuela. Mañana mismo se me regresan a seguir lo que empezaron, en esta familia no ha habido ningún jotito y no los habrá. Que Dios los bendiga”. Y se tuvieron que regresar.
Hacia las cinco de la tarde, La Changa y yo subimos a la azotea del edificio para observar la marcha que saldría por Díaz Mirón, daría vuelta sobre San Cosme y de ahí derechito al Zócalo. No tengo idea cuántos manifestantes eran, pero varios miles, calculaba. Llevaban mantas, algunas pancartas y se escuchaba la voz de alguien que a través de un equipo de sonido los animaba con las consignas.
La nutrida columna comenzó a avanzar… No sé cuánto tiempo pasó. Sin embargo, en un instante todos los sonidos cambiaron: se escucharon disparos, algunas veces con cadencia y otras veces aislados…
- ¡¡Están disparando!! ¡¡Alguien está disparando!!
- No te preocupes, son cohetes. No creo que nuevamente quieran un dos de octubre los del gobierno.
- No jodas tío, no son cohetes, eso son descargas de fusil y de pistola…
Bajamos al departamento y nos mantuvimos atentos y con cuidado junto al ventanal. Sobre la avenida Instituto Técnico observamos como corrían en sentido contrario los centenares de muchachos que poco antes vimos alegremente marchar. Llevaban en el rostro el pavor, algunos habían perdido los zapatos, varias jovencitas lloraban, se jalaban de los brazos para no detenerse en su huida, y de pronto ví cómo entre tres llevaban cargando a la muchacha de pantalones morados, pero ahora su blusa blanca lucía una flor roja de sangre, en el pecho…¡¡Putísima, qué es esto!!...
Al día siguiente, muy temprano, compré varios periódicos. “Doce muertos el resultado de un enfrentamiento entre estudiantes”. No lo creía.
-“Fueron los Halcones los que mataron a los muchachos”, me lo dijo gratuitamente el vendedor del puesto de periódicos.
- “A esos cabrones los entrena el Departamento (del Distrito Federal) por la Magdalena Mixuca. Les enseñan manejo de armas, karate y kendo y además les pagan bien”.
- “¿Y usted cómo lo sabe?”, le pregunté.
- “Mi sobrino es uno de ellos. Es El Duffy Estudiaba aquí en la Voca, era un porro. Al rato viene por mí, vamos a festejar a Manuel, a su papá. Ayer no pudo, tenía trabajo el hijo de la chingada”.
En ese caso, me preguntaba: ¿podrá la historia oral tener mayor peso que lo que se escribe? Por el momento, con este recuerdo no tuve escapatoria del pasado y la realidad puede ser más contundente que la ficción.
Hoy, a 39 años de aquella tarde, nadie ha puesto el punto final de aquella historia. Se sabe que fueron setenta los muertos y quiénes fueron los culpables, pero algunos de ellos siguen libres, siguen vivos.
En el año de 1971 John Lennon grabó Imagine, Pablo Neruda ganó el Nóbel de literatura y Cassius Clay derrotó a Joe Frazier. A mediados de ese año me encontraba casualmente en la Ciudad de México, por unos días.
Aquel triste 10 de junio había amanecido medio nublado. Cuando me levanté, mis jóvenes tíos -el menor de ellos apenas me lleva cuatro años de edad- ya estaban esperándome para desayunar. Habían preparado, recuerdo bien, la cecina, el jocoque y el queso fresco que les había llevado de la costa: todos somos de allá y habíamos crecido juntos.
El Niño Henry, el más pequeño, el que siempre se proponía como tarea diaria encontrar respuesta a fenómenos culturales, aventó la pregunta:
-¿Qué significará el Corpus Christi?, ¿por qué este día va la gente a la Catedral con sus niños vestidos de inditos y todos compran unas mulitas hechas de hoja de maíz?.
Algo dijimos de tenía que ver con la eucaristía y que ese día se festejaba a los que se llaman Manuel…, también uno de nosotros dijo que eso era una ociosidad y con ello se dio fin a la intención por saber algo más de las costumbres que reproducimos sin saber, sin conocer los significados.
Por la tarde, el sol entraba plenamente al departamento del edificio de cinco pisos en la Calzada de Los Gallos, esquina con Instituto Técnico (hoy Circuito Interior). Desde el ventanal se observaba con todo detalle el campo donde entrenaban Las Águilas Blancas, el mejor equipo de fútbol americano que tenía el Politécnico. También se podía ver la Vocacional seis, la escuela técnica Wilfrido Massieu, la escuela de Medicina y la de Administración y sobresalía más allá la antena del Canal 11: era el Casco de Santo Tomás.
De pronto escuché: “¡¡el pueblo unido jamás será vencido!!” y “¡¡presos políticos libertad!!”. Bajé la mirada y por la avenida caminaban centenares de estudiantes, eran muchos, bien vigorosos y felices iban. Seguí con los ojos a una muchacha de pantalones morados y blusa blanca, era la más atractiva del contingente. No sabía que pasaba. Eran, aproximadamente, las cuatro de la tarde.
- “Vienen de Zacatenco, ya se están concentrando. Habrá una marcha de estudiantes hacia el Zócalo. Piden la libertad de los presos que todavía quedan del 68, se solidarizan con la lucha en la Universidad de Nuevo León y exigen aumento de presupuesto a las universidades”, me informó el mayor de mis parientes: La Changa, en honor a su vellosidad corporal.
- “Ni se te ocurra ir. Estás muy chamaco para eso. Además yo no puedo acompañarte, tengo cita con mi “pior es nada”, atajó.
Me le quedé mirando. Realmente no quería ir porque ya había pasado por esas en el 68, estaba escarmentado. Recuerdo aquel día en que los tres llegaron al pueblo llenos de miedo, ya que se habían involucrado en el movimiento estudiantil y la policía había aprehendido a un primo de ellos.
Tengo muy presente la regañada que les recetó Rafael, el hermano de mi abuela, hombre que parecía un rabino y que había participado en la Revolución: “No me gusta lo que hicieron. No se fueron a México a andar de revoltosos; se fueron a estudiar, cabroncitos. Pero lo que más me encabrona es que se vengan a refugiar bajo las enaguas de su mamá y de su abuela. Mañana mismo se me regresan a seguir lo que empezaron, en esta familia no ha habido ningún jotito y no los habrá. Que Dios los bendiga”. Y se tuvieron que regresar.
Hacia las cinco de la tarde, La Changa y yo subimos a la azotea del edificio para observar la marcha que saldría por Díaz Mirón, daría vuelta sobre San Cosme y de ahí derechito al Zócalo. No tengo idea cuántos manifestantes eran, pero varios miles, calculaba. Llevaban mantas, algunas pancartas y se escuchaba la voz de alguien que a través de un equipo de sonido los animaba con las consignas.
La nutrida columna comenzó a avanzar… No sé cuánto tiempo pasó. Sin embargo, en un instante todos los sonidos cambiaron: se escucharon disparos, algunas veces con cadencia y otras veces aislados…
- ¡¡Están disparando!! ¡¡Alguien está disparando!!
- No te preocupes, son cohetes. No creo que nuevamente quieran un dos de octubre los del gobierno.
- No jodas tío, no son cohetes, eso son descargas de fusil y de pistola…
Bajamos al departamento y nos mantuvimos atentos y con cuidado junto al ventanal. Sobre la avenida Instituto Técnico observamos como corrían en sentido contrario los centenares de muchachos que poco antes vimos alegremente marchar. Llevaban en el rostro el pavor, algunos habían perdido los zapatos, varias jovencitas lloraban, se jalaban de los brazos para no detenerse en su huida, y de pronto ví cómo entre tres llevaban cargando a la muchacha de pantalones morados, pero ahora su blusa blanca lucía una flor roja de sangre, en el pecho…¡¡Putísima, qué es esto!!...
Al día siguiente, muy temprano, compré varios periódicos. “Doce muertos el resultado de un enfrentamiento entre estudiantes”. No lo creía.
-“Fueron los Halcones los que mataron a los muchachos”, me lo dijo gratuitamente el vendedor del puesto de periódicos.
- “A esos cabrones los entrena el Departamento (del Distrito Federal) por la Magdalena Mixuca. Les enseñan manejo de armas, karate y kendo y además les pagan bien”.
- “¿Y usted cómo lo sabe?”, le pregunté.
- “Mi sobrino es uno de ellos. Es El Duffy Estudiaba aquí en la Voca, era un porro. Al rato viene por mí, vamos a festejar a Manuel, a su papá. Ayer no pudo, tenía trabajo el hijo de la chingada”.
En ese caso, me preguntaba: ¿podrá la historia oral tener mayor peso que lo que se escribe? Por el momento, con este recuerdo no tuve escapatoria del pasado y la realidad puede ser más contundente que la ficción.
Hoy, a 39 años de aquella tarde, nadie ha puesto el punto final de aquella historia. Se sabe que fueron setenta los muertos y quiénes fueron los culpables, pero algunos de ellos siguen libres, siguen vivos.
domingo, 30 de mayo de 2010
Periodismo
A pesar de que se profetiza una crisis mundial en la prensa escrita por la fuerte presencia del Internet, tal parece que el oficio de periodista seguirá vigente, aunque hoy, con las nuevas tecnologías, se parezca a un Nescafé.
Dice Gideon Lichfield que actualmente se vende menos el periódico, los totems del periodismo han perdido autoridad y existe una crisis del reportaje de investigación. Eso se ha venido diciendo desde hace tres años, cuando El País abrió el debate.
Sin embargo, Jesús Silva-Herzog señala en Letras Libres que en México tal crisis no es inminente. Aún no se ha llegado a niveles como The Guardian , que se publica exclusivamente en Twitter y que con ello -junto con los blogs, Facebook y Youtube-, se dice, que el periodismo se ha democratizado.
Pero Silva-Herzog le pone sal y pimienta para el caso mexicano: los diarios enflacan, pues “desaparecen los suplementos culturales, desaparecen corresponsalías y las notas se comprimen”. Lo que permanece en los diarios mexicanos, a pesar de las nuevas tecnologías, es que “son difusores del rumor…, sus lectores son cultos en declaraciones…, hacen un uso exagerado de los sinónimos… confunden el análisis con la opinión…, sobran las opiniones urgentes y los juicios fulminantes”. Por eso la prensa en México no sufre los mismos efectos que en otros países. Parece entonces que es la forma como se hace periodismo la diferencia, la clave.
Con esa inquietud entrevisté a Blanche Petrich, periodista de La Jornada. La idea era tener mayores datos de una profesional para entender la práctica y los contextos actuales del periodismo en México.
MM. ¿El periodista debe registrar y transmitir un hecho o debe explicarlo?
BP. Debe entenderlo, la clave está en entenderlo. El periodista debe transmitir el reflejo de la realidad, pero para poder conseguirlo debe entender. Lo que pasa es que la falta de profesionalismo hace que simplemente se transmitan datos, como una tarea técnica y esto excluye este elemento para entender la realidad.
Es importante investigar o entrar en conocimiento de una situación determinada para pasar a entenderla lo más completa posible, en tercera dimensión, con todos sus matices.
MM. Muchas veces el protagonismo está presente en el periodista y entonces se cae en una interpretación privada del acontecimiento. Para evitar eso, dicen que siempre se debe contar con un conocimiento de la historia local, regional, de las circunstancias generales y hasta de la filosofía donde se presenta el acontecimiento.
BP. Eso no es realista, eso no es para nada la realidad. El periodista normalmente no tiene todas las herramientas, es una disciplina que la ejecuta sin mucho conocimiento. Pero yo no me prejuicio, también la ignorancia puede ser un motor importante para impulsarte a querer conocer más, para aportar datos. Nadie tiene todos los elementos en la mano cuando se acerca a un tema. Tampoco es tan académica la labor periodística, está muy sujeta a la dinámica de la inmediatez, de lo vertiginoso de los acontecimientos.
MM. ¿Se puede ser objetivo en el periodismo, cuando la información pasa por una visión personal?
BP. Se debe aspirar a ser objetivo, pero partimos de la base de que es una aspiración imposible. Nosotros debemos aspirar a un reflejo fiel de la realidad, pero partimos del reconocimiento de que no podemos prescindir de toda nuestra carga subjetiva que marca y determina la forma cómo vemos las cosas desde el principio, de cómo nos acercamos a la realidad, cómo la reflejamos, cómo la investigamos y cómo la escribimos. No nos podemos despojar de lo que somos. Pero la objetividad como veracidad sí debe ser una aspiración. El problema es que muchos periodistas pasan del nivel de transmisores de datos técnicos y se convierten en lo que ellos definen como “lideres de opinión”, se vuelven como predicadores. Entonces la objetividad ya deja de ser un objetivo, se prescinde totalmente de ella y la labor periodística se convierte en un producto ideológico.
MM. ¿Qué opinas de los intelectuales que hoy en día se han trasformado en “opinadores” en los medios y que han tomado fuerza y autoridad?
BP. Es un poco como la flojera de pasar por la etapa de la información pura, es más fácil tener una gran opinión. Yo no sé que tan fuertes son. Hay periódicos, como por ejemplo Milenio, que tienen una planta de columnistas que opinan y que aparentemente tienen mucho peso en la opinión pública. Creo que no tienen tanto peso, no lo tienen por sí mismos como plumas, como gente que escribe; tienen peso porque forman parte de una cadena de producción editorial, que tiene una firma comercial, como puede ser Televisa, como puede ser Multimedios Monterrey… Es la opiniocracia, una opinionitis que tiene actualmente saturadas a los medios de comunicación, en todas las plataformas.
Por ejemplo, López Dóriga: principal noticiero de radio, principal noticiero de televisión y aparte una columna, igual otros. Aquí estamos hablando de periodistas con poco más de formación periodística, pero también están los intelectuales que también tienen varias plataformas que los proyectan. Son productos fabricados por la industria mediática, no surgen de generación espontánea, los fabrican porque son útiles,responden a intereses políticos.
MM. Sobre la formación y la forma de hacer periodismo en la nueva generación de comunicólogos, ¿son mejores con sus nuevas herramientas tecnológicas?
BP. Los productos que se producen así, en serie e inmediatez, se parecen al Nescafé o a la sopa Maruchan: no son ni alimenticio, ni rico, ni nada. Los periodistas jóvenes que trabajan con plataformas multimedios, hoy en día tienen un dominio maravilloso de la tecnología: suben videos en tres segundos, escriben en Twitter, los socializan en el Facebook . Pero, ¿para què?, ¿para informarnos que Britney Spears acaba de ingresar a una clínica de rehabilitación? Te puedes enterar en tres segundos después de que eso pasó, pero no están haciendo un periodismo trascendente, no hacen un periodismo mejor, están ofreciendo mucha basura, están saturando los medios de comunicación. Lo que está pasando, retomado a un analista de un medio francés, es que mientras más global es la información, es más aldeana; es menos universal, menos profunda.
Cuestiono mucho la utilidad que tiene la información en tiempo real: ¿para qué nos queremos enterar en cuestión de tres segundos por todas las plataformas, si para eso está la radio, que tradicionalmente es el que te da la inmediatez? La respuesta es no. El periodismo multimedia que se hace hoy no ha contribuido a que mejoren las cosas. No puedes sustituir el contenido con técnica y muchos jóvenes parecen estar convencidos de que sí, de que todo es la tecnología.
MM. Riszard Kapuscinski describe dos momentos del periodismo en el siglo XX. La primera, la de principios de siglo hasta los años 80s, donde la información buscaba la verdad y trataba de orientar. El segundo momento sucede luego del fin de la Guerra Fría, de la llegada de la electrónica y la digitalización, en donde la información se transforma en un espectáculo, en una mercancía más. ¿Qué opinas?, ¿cómo se las arregla La Jornada para no ser una fábrica de mercancía informativa?
BP. Esta es la tesis de que la prensa de fin de siglo pasado y esta primera década ha ido pasando por una transferencia de los dueños y directores de los medios de comunicación, hoy en su mayoría son empresarios y para lo que sirven los medios de comunicación es para hacer dinero o servir de plataforma a otras empresas para hacer dinero. Por ejemplo, la industria del entretenimiento actualmente está en sociedad con las grandes corporaciones mediáticas, con las corporaciones que poseen los canales de televisión, las cadenas de radio, las prensas y las revistas. Son también las que producen la mayor parte de los contenidos del cine y la televisión. Todo eso son mercancías y son plataformas frente al poder, que muchas veces logran subordinar el poder político a los intereses de este corporativo.
Ese es el fenómeno de la concentración de los medios de comunicación hoy en día. En este proceso el periodismo está muy mal parado, es lo que menos importa. Para empezar, no hay periodistas que dirijan los medios de comunicación, que hagan prevalecer los criterios profesionales. ¿Cómo le hace La Jornada?, bueno es uno de los pocos periódicos que está dirigido por periodistas. Es nuestra la empresa y lo hacemos muy mal porque también hay que tener una visión empresarial de crecimiento, modernización, de actualización, incluso en las plataformas tecnológicas no lo hacemos a la velocidad que requieren los tiempos de ahora. Pero la esencia, el alma del periódico, sigue siendo el buen periodismo y eso está garantizado, porque la gente que toma las decisiones son periodistas que nunca han perdido el contacto con la calle.
Dice Gideon Lichfield que actualmente se vende menos el periódico, los totems del periodismo han perdido autoridad y existe una crisis del reportaje de investigación. Eso se ha venido diciendo desde hace tres años, cuando El País abrió el debate.
Sin embargo, Jesús Silva-Herzog señala en Letras Libres que en México tal crisis no es inminente. Aún no se ha llegado a niveles como The Guardian , que se publica exclusivamente en Twitter y que con ello -junto con los blogs, Facebook y Youtube-, se dice, que el periodismo se ha democratizado.
Pero Silva-Herzog le pone sal y pimienta para el caso mexicano: los diarios enflacan, pues “desaparecen los suplementos culturales, desaparecen corresponsalías y las notas se comprimen”. Lo que permanece en los diarios mexicanos, a pesar de las nuevas tecnologías, es que “son difusores del rumor…, sus lectores son cultos en declaraciones…, hacen un uso exagerado de los sinónimos… confunden el análisis con la opinión…, sobran las opiniones urgentes y los juicios fulminantes”. Por eso la prensa en México no sufre los mismos efectos que en otros países. Parece entonces que es la forma como se hace periodismo la diferencia, la clave.
Con esa inquietud entrevisté a Blanche Petrich, periodista de La Jornada. La idea era tener mayores datos de una profesional para entender la práctica y los contextos actuales del periodismo en México.
MM. ¿El periodista debe registrar y transmitir un hecho o debe explicarlo?
BP. Debe entenderlo, la clave está en entenderlo. El periodista debe transmitir el reflejo de la realidad, pero para poder conseguirlo debe entender. Lo que pasa es que la falta de profesionalismo hace que simplemente se transmitan datos, como una tarea técnica y esto excluye este elemento para entender la realidad.
Es importante investigar o entrar en conocimiento de una situación determinada para pasar a entenderla lo más completa posible, en tercera dimensión, con todos sus matices.
MM. Muchas veces el protagonismo está presente en el periodista y entonces se cae en una interpretación privada del acontecimiento. Para evitar eso, dicen que siempre se debe contar con un conocimiento de la historia local, regional, de las circunstancias generales y hasta de la filosofía donde se presenta el acontecimiento.
BP. Eso no es realista, eso no es para nada la realidad. El periodista normalmente no tiene todas las herramientas, es una disciplina que la ejecuta sin mucho conocimiento. Pero yo no me prejuicio, también la ignorancia puede ser un motor importante para impulsarte a querer conocer más, para aportar datos. Nadie tiene todos los elementos en la mano cuando se acerca a un tema. Tampoco es tan académica la labor periodística, está muy sujeta a la dinámica de la inmediatez, de lo vertiginoso de los acontecimientos.
MM. ¿Se puede ser objetivo en el periodismo, cuando la información pasa por una visión personal?
BP. Se debe aspirar a ser objetivo, pero partimos de la base de que es una aspiración imposible. Nosotros debemos aspirar a un reflejo fiel de la realidad, pero partimos del reconocimiento de que no podemos prescindir de toda nuestra carga subjetiva que marca y determina la forma cómo vemos las cosas desde el principio, de cómo nos acercamos a la realidad, cómo la reflejamos, cómo la investigamos y cómo la escribimos. No nos podemos despojar de lo que somos. Pero la objetividad como veracidad sí debe ser una aspiración. El problema es que muchos periodistas pasan del nivel de transmisores de datos técnicos y se convierten en lo que ellos definen como “lideres de opinión”, se vuelven como predicadores. Entonces la objetividad ya deja de ser un objetivo, se prescinde totalmente de ella y la labor periodística se convierte en un producto ideológico.
MM. ¿Qué opinas de los intelectuales que hoy en día se han trasformado en “opinadores” en los medios y que han tomado fuerza y autoridad?
BP. Es un poco como la flojera de pasar por la etapa de la información pura, es más fácil tener una gran opinión. Yo no sé que tan fuertes son. Hay periódicos, como por ejemplo Milenio, que tienen una planta de columnistas que opinan y que aparentemente tienen mucho peso en la opinión pública. Creo que no tienen tanto peso, no lo tienen por sí mismos como plumas, como gente que escribe; tienen peso porque forman parte de una cadena de producción editorial, que tiene una firma comercial, como puede ser Televisa, como puede ser Multimedios Monterrey… Es la opiniocracia, una opinionitis que tiene actualmente saturadas a los medios de comunicación, en todas las plataformas.
Por ejemplo, López Dóriga: principal noticiero de radio, principal noticiero de televisión y aparte una columna, igual otros. Aquí estamos hablando de periodistas con poco más de formación periodística, pero también están los intelectuales que también tienen varias plataformas que los proyectan. Son productos fabricados por la industria mediática, no surgen de generación espontánea, los fabrican porque son útiles,responden a intereses políticos.
MM. Sobre la formación y la forma de hacer periodismo en la nueva generación de comunicólogos, ¿son mejores con sus nuevas herramientas tecnológicas?
BP. Los productos que se producen así, en serie e inmediatez, se parecen al Nescafé o a la sopa Maruchan: no son ni alimenticio, ni rico, ni nada. Los periodistas jóvenes que trabajan con plataformas multimedios, hoy en día tienen un dominio maravilloso de la tecnología: suben videos en tres segundos, escriben en Twitter, los socializan en el Facebook . Pero, ¿para què?, ¿para informarnos que Britney Spears acaba de ingresar a una clínica de rehabilitación? Te puedes enterar en tres segundos después de que eso pasó, pero no están haciendo un periodismo trascendente, no hacen un periodismo mejor, están ofreciendo mucha basura, están saturando los medios de comunicación. Lo que está pasando, retomado a un analista de un medio francés, es que mientras más global es la información, es más aldeana; es menos universal, menos profunda.
Cuestiono mucho la utilidad que tiene la información en tiempo real: ¿para qué nos queremos enterar en cuestión de tres segundos por todas las plataformas, si para eso está la radio, que tradicionalmente es el que te da la inmediatez? La respuesta es no. El periodismo multimedia que se hace hoy no ha contribuido a que mejoren las cosas. No puedes sustituir el contenido con técnica y muchos jóvenes parecen estar convencidos de que sí, de que todo es la tecnología.
MM. Riszard Kapuscinski describe dos momentos del periodismo en el siglo XX. La primera, la de principios de siglo hasta los años 80s, donde la información buscaba la verdad y trataba de orientar. El segundo momento sucede luego del fin de la Guerra Fría, de la llegada de la electrónica y la digitalización, en donde la información se transforma en un espectáculo, en una mercancía más. ¿Qué opinas?, ¿cómo se las arregla La Jornada para no ser una fábrica de mercancía informativa?
BP. Esta es la tesis de que la prensa de fin de siglo pasado y esta primera década ha ido pasando por una transferencia de los dueños y directores de los medios de comunicación, hoy en su mayoría son empresarios y para lo que sirven los medios de comunicación es para hacer dinero o servir de plataforma a otras empresas para hacer dinero. Por ejemplo, la industria del entretenimiento actualmente está en sociedad con las grandes corporaciones mediáticas, con las corporaciones que poseen los canales de televisión, las cadenas de radio, las prensas y las revistas. Son también las que producen la mayor parte de los contenidos del cine y la televisión. Todo eso son mercancías y son plataformas frente al poder, que muchas veces logran subordinar el poder político a los intereses de este corporativo.
Ese es el fenómeno de la concentración de los medios de comunicación hoy en día. En este proceso el periodismo está muy mal parado, es lo que menos importa. Para empezar, no hay periodistas que dirijan los medios de comunicación, que hagan prevalecer los criterios profesionales. ¿Cómo le hace La Jornada?, bueno es uno de los pocos periódicos que está dirigido por periodistas. Es nuestra la empresa y lo hacemos muy mal porque también hay que tener una visión empresarial de crecimiento, modernización, de actualización, incluso en las plataformas tecnológicas no lo hacemos a la velocidad que requieren los tiempos de ahora. Pero la esencia, el alma del periódico, sigue siendo el buen periodismo y eso está garantizado, porque la gente que toma las decisiones son periodistas que nunca han perdido el contacto con la calle.
domingo, 16 de mayo de 2010
Maya Pax
El soldado Agustín Sosa cayó prisionero en aquellos lejanos tiempos de la guerra. Era el corneta de las fuerzas enemigas y sabía algo de música, por eso no lo ejecutaron. Fue un valioso cautivo para fines guerreros y porque les enseñaría cómo tocar el violín para comunicarse con la Santísima Cruz.
La tradición oral dice que el general Pruden May ordenó capturar al soldado-músico. Fue hecho prisionero por 60 rebeldes mayas, allá por el rumbo de Yoactun. En un principio lo utilizaron para engañar a las tropas enemigas, como cuando en una ocasión, estando rodeadas las fuerzas mayas, lo obligaron a tocar con su trompeta Retirada. El enemigo huyó y los mayas se apoderaron de muchas armas. A cambio de su ayuda guerrera y por sus enseñanzas musicales, le entregaron tres doncellas y se quedó para siempre a vivir con sus captores.
El maya pax es la música que se toca en varias comunidades mayas del municipio de Felipe Carrillo Puerto y que actualmente tiene como dotación instrumental uno o dos violines, una tarola y un bombo.
Hasta los años setentas del siglo pasado, algunas agrupaciones tenían un cornetín como un instrumento más, pero los músicos Juan Poot, Eulalio May y Santiago Pat, de Yaxley, Señor y Laguna Kaná, ya fallecieron y con ello dejó de escucharse para siempre el aire marcial que por momentos tenían algunas piezas musicales. De cierta forma, con la desaparición del cornetín se perdió aquella herencia musical que el soldado les había dejado.
El maya pax es una música propia para la fiesta patronal y sus diversos rituales. Se le escucha en las iglesias mayas, esas que tienen a sus propios sacerdotes que bautizan, casan y suministran la oxdia. Es una música sagrada, es la plegaria musical que participa junto con el kayun y demás rezos para “buscar la bendición, la protección de la Santísima para los hombres y las milpas”, me dice el maestro tarolista José Ek Balam.
Vicente Ek Catzín es el último maestro reconocido del violín de maya pax. El día de la visita estaba postrado en la hamaca, había pasado toda la noche con dolor de estómago y a mi pregunta de qué había hecho para curarse, me mostró la última tableta de Buscapina. Se me humedecieron los ojos: es un viejo amigo. Fue contemporáneo de Isaac Stern, que ya se fue, y dudo que conozca a Maxim Vengerov, el mejor violinista de la música académica de estos días.
Vicente, a pesar de no sentirse bien, mostró alegría por verme y fue generoso en la plática. Me comentó que Julián, su padre, fue el más avanzado alumno de aquel soldado prisionero, que para entonces le decían El sabio, y que de él viene la tradición de tocar el violín, aunque también aprendió los otros instrumentos. Pero no me dijo cuál era su secreto (el amuleto) que portaba cuando salía a tocar a las fiestas y que lo protegía de los malos aires. Puede ser una cruz de cera negra que pega bajo el banquillo donde se sienta a tocar, puede ser un pañuelo con tres cruces bordadas…, quién sabe.
Durante las largas jornadas de una fiesta, los músicos deben evitar “estar con una señora”, pues pueden adquirir un mal aire y con ello perder su virtuosismo musical. Y como todo lo real está vinculado con lo imaginario y lo simbólico, no debe caber duda sobre esa práctica. La seriedad con que se toman su papel durante los rituales en la iglesia es conmovedor. Pueden soportar horas y horas tocando hasta la madrugada, medio dormidos, como accediendo al trance y sólo interrumpidos por los tres toques de una campanita que da el sacerdote, quien les indica los silencios y el momento de la oración.
Mientras escuchaba a Vicente tocar su violín que acompañaba a la única canción maya que habla de la guerra, (“¡Que viva la Santísima cruz!…, pobrecitos mexicanos, ¡que viva Noh Cah Balam Nah!..., ay ay ay aaaayyyyy, machete…, ay ay aaaayyyy, sin balas”), observo ese melódico instrumento que tuvo su origen en Europa. El violín de mi amigo no tiene afinadores, ni barbada y lo apoya entre la clavícula y la axila. Sin ser un experto, pero basándome en lo que dicen los conocedores, tengo mis dudas que la afinación de su instrumento sea absoluta, esa que tiene como referencia un diapasón con 440 vibraciones por segundo, o que sea perfecto el Mi, La, Re, Sol.
Más bien, sospecho, que como músico empírico, Vicente utiliza una afinación relativa, guardando eso sí una relación armónica entre la distancia de las cuerdas. Él dice saber de memoria 50 piezas de maya pax y menciona algunos títulos bailables: Fandango, X’pichito, Jarabe Do, Olan de China, P’iktah Us, Kala’n son, Kolomte’, Algaripolla, Baach, Ch’om…, y las sagradas: pastoras, la azucena, cabeza de cochino, aires y la danza toro.
Las piezas bailables de maya pax son interpretadas por un grupo de danzantes, hombres y mujeres, que tienen la promesa y el compromiso de bailar durante toda la fiesta que dura ocho días y de transportar las ofrendas de los makanoob (enramadas) de los diputados a la iglesia. Los movimientos de los danzantes tienen cierto ritmo y movimientos mímicos de acuerdo con el nombre la pieza bailable. El grupo de danzantes, llamadas vaqueras, está coordinado por un nohoch dzul y la nohoch xunan.
En el antiguo pueblo de Santa María, hoy conocido como Filomeno Mata, Edilberto Maas y sus hijos Felipe y Artemio son los músicos que me ayudan con la historia de las agrupaciones de maya pax. “Hace doce años éramos 44 grupos, ahora sólo quedamos doce o trece”. Haciendo un esfuerzo y ganándose entre ellos los nombres de los poblados donde todavía existen esos grupos, mencionan a Yaxley, Señor, Xcacal Guardia, Yodzonot Poniente, Yoactun, Kopchén, Mixtequilla, Chancah Velacruz, Trapich, Tuzik, Chancah Derrepente, Santa María Poniente, Chunpom, Chunhuas, San Andrés, Noh Cah y San Francisco Aké. Al final, en el recuento de la extinción, resultaron cuatro más a favor.
Hoy nadie me pudo responder la pregunta de si esa música, esa agrupación y esos instrumentos que le llaman maya pax, ya existía antes de la guerra o se generó, se constituyó, durante el conflicto que ocupó la vida de dos generaciones de mayas. Tampoco recuerdan cuándo dejaron de usar la resina del pich como brea para el arco, ni el momento en que adquirieron el primer violín que trae pegada la etiqueta “Made in China” y abandonaron la tradición de fabricarlo con madera de kulché.
La música maya es un importante rasgo cultural de los habitantes de la región central del estado de Quintana Roo. Es un elemento propio de su religiosidad y su cultura, uno de los que les quedan en el rejuego de consensar los elementos apropiados y asumir los que les son impuestos por esa convivencia con otras culturas.
La tradición oral dice que el general Pruden May ordenó capturar al soldado-músico. Fue hecho prisionero por 60 rebeldes mayas, allá por el rumbo de Yoactun. En un principio lo utilizaron para engañar a las tropas enemigas, como cuando en una ocasión, estando rodeadas las fuerzas mayas, lo obligaron a tocar con su trompeta Retirada. El enemigo huyó y los mayas se apoderaron de muchas armas. A cambio de su ayuda guerrera y por sus enseñanzas musicales, le entregaron tres doncellas y se quedó para siempre a vivir con sus captores.
El maya pax es la música que se toca en varias comunidades mayas del municipio de Felipe Carrillo Puerto y que actualmente tiene como dotación instrumental uno o dos violines, una tarola y un bombo.
Hasta los años setentas del siglo pasado, algunas agrupaciones tenían un cornetín como un instrumento más, pero los músicos Juan Poot, Eulalio May y Santiago Pat, de Yaxley, Señor y Laguna Kaná, ya fallecieron y con ello dejó de escucharse para siempre el aire marcial que por momentos tenían algunas piezas musicales. De cierta forma, con la desaparición del cornetín se perdió aquella herencia musical que el soldado les había dejado.
El maya pax es una música propia para la fiesta patronal y sus diversos rituales. Se le escucha en las iglesias mayas, esas que tienen a sus propios sacerdotes que bautizan, casan y suministran la oxdia. Es una música sagrada, es la plegaria musical que participa junto con el kayun y demás rezos para “buscar la bendición, la protección de la Santísima para los hombres y las milpas”, me dice el maestro tarolista José Ek Balam.
Vicente Ek Catzín es el último maestro reconocido del violín de maya pax. El día de la visita estaba postrado en la hamaca, había pasado toda la noche con dolor de estómago y a mi pregunta de qué había hecho para curarse, me mostró la última tableta de Buscapina. Se me humedecieron los ojos: es un viejo amigo. Fue contemporáneo de Isaac Stern, que ya se fue, y dudo que conozca a Maxim Vengerov, el mejor violinista de la música académica de estos días.
Vicente, a pesar de no sentirse bien, mostró alegría por verme y fue generoso en la plática. Me comentó que Julián, su padre, fue el más avanzado alumno de aquel soldado prisionero, que para entonces le decían El sabio, y que de él viene la tradición de tocar el violín, aunque también aprendió los otros instrumentos. Pero no me dijo cuál era su secreto (el amuleto) que portaba cuando salía a tocar a las fiestas y que lo protegía de los malos aires. Puede ser una cruz de cera negra que pega bajo el banquillo donde se sienta a tocar, puede ser un pañuelo con tres cruces bordadas…, quién sabe.
Durante las largas jornadas de una fiesta, los músicos deben evitar “estar con una señora”, pues pueden adquirir un mal aire y con ello perder su virtuosismo musical. Y como todo lo real está vinculado con lo imaginario y lo simbólico, no debe caber duda sobre esa práctica. La seriedad con que se toman su papel durante los rituales en la iglesia es conmovedor. Pueden soportar horas y horas tocando hasta la madrugada, medio dormidos, como accediendo al trance y sólo interrumpidos por los tres toques de una campanita que da el sacerdote, quien les indica los silencios y el momento de la oración.
Mientras escuchaba a Vicente tocar su violín que acompañaba a la única canción maya que habla de la guerra, (“¡Que viva la Santísima cruz!…, pobrecitos mexicanos, ¡que viva Noh Cah Balam Nah!..., ay ay ay aaaayyyyy, machete…, ay ay aaaayyyy, sin balas”), observo ese melódico instrumento que tuvo su origen en Europa. El violín de mi amigo no tiene afinadores, ni barbada y lo apoya entre la clavícula y la axila. Sin ser un experto, pero basándome en lo que dicen los conocedores, tengo mis dudas que la afinación de su instrumento sea absoluta, esa que tiene como referencia un diapasón con 440 vibraciones por segundo, o que sea perfecto el Mi, La, Re, Sol.
Más bien, sospecho, que como músico empírico, Vicente utiliza una afinación relativa, guardando eso sí una relación armónica entre la distancia de las cuerdas. Él dice saber de memoria 50 piezas de maya pax y menciona algunos títulos bailables: Fandango, X’pichito, Jarabe Do, Olan de China, P’iktah Us, Kala’n son, Kolomte’, Algaripolla, Baach, Ch’om…, y las sagradas: pastoras, la azucena, cabeza de cochino, aires y la danza toro.
Las piezas bailables de maya pax son interpretadas por un grupo de danzantes, hombres y mujeres, que tienen la promesa y el compromiso de bailar durante toda la fiesta que dura ocho días y de transportar las ofrendas de los makanoob (enramadas) de los diputados a la iglesia. Los movimientos de los danzantes tienen cierto ritmo y movimientos mímicos de acuerdo con el nombre la pieza bailable. El grupo de danzantes, llamadas vaqueras, está coordinado por un nohoch dzul y la nohoch xunan.
En el antiguo pueblo de Santa María, hoy conocido como Filomeno Mata, Edilberto Maas y sus hijos Felipe y Artemio son los músicos que me ayudan con la historia de las agrupaciones de maya pax. “Hace doce años éramos 44 grupos, ahora sólo quedamos doce o trece”. Haciendo un esfuerzo y ganándose entre ellos los nombres de los poblados donde todavía existen esos grupos, mencionan a Yaxley, Señor, Xcacal Guardia, Yodzonot Poniente, Yoactun, Kopchén, Mixtequilla, Chancah Velacruz, Trapich, Tuzik, Chancah Derrepente, Santa María Poniente, Chunpom, Chunhuas, San Andrés, Noh Cah y San Francisco Aké. Al final, en el recuento de la extinción, resultaron cuatro más a favor.
Hoy nadie me pudo responder la pregunta de si esa música, esa agrupación y esos instrumentos que le llaman maya pax, ya existía antes de la guerra o se generó, se constituyó, durante el conflicto que ocupó la vida de dos generaciones de mayas. Tampoco recuerdan cuándo dejaron de usar la resina del pich como brea para el arco, ni el momento en que adquirieron el primer violín que trae pegada la etiqueta “Made in China” y abandonaron la tradición de fabricarlo con madera de kulché.
La música maya es un importante rasgo cultural de los habitantes de la región central del estado de Quintana Roo. Es un elemento propio de su religiosidad y su cultura, uno de los que les quedan en el rejuego de consensar los elementos apropiados y asumir los que les son impuestos por esa convivencia con otras culturas.
domingo, 25 de abril de 2010
El Doctor
Este es un testimonio que habla de hechos, circunstancias e ideas de una persona que próximamente recibirá un reconocimiento. Se advierte que no se trata de construir una personalidad, ni una imagen -eso es muy complicado y puede resultar subjetivo-; es un ejercicio de sumar impresiones y algunas reflexiones que se han obtenido a partir de la observación, la entrevista y un diálogo largo y sincero.
No es tampoco la intención de presentar a alguien; no hay necesidad, por que él ha obtenido representación en la vida pública. A diferencia de muchos, los micrófonos no le hacen falta. Tal vez el ego, el deseo por aparecer no le sea tan importante; como que le gusta más dar su opinión sobre temas que luego se olvidan en la política, o más bien, quedan subordinadas a la política.
Por una relación que por momentos pasa por lo académico-ideológico-político, y que considero interesante, me animo a escribir.
El doctor Miguel Borge pronto, en unas semanas, recibirá un reconocimiento público: le será otorgado el titulo de Doctor Honoris Causa, por la Universidad de Quintana Roo.
No abundan esos políticos que hacen un esfuerzo por reflexionar sobre su entorno y su relación con él: “se hace política cuando nos trascendemos a nosotros mismos y comenzamos a pensar en los demás, en la sociedad”, dice Borge. Muy clásica la postura, muy aristotélica, ¿pero hoy quién se acuerda de la filosofía? Muy pocos.
Cuando todo en la política parece ser contrario al concepto humano y a las acciones intelectuales, donde todo se apuesta a las consecuencias de los actos, el doctor Borge cree en la ideología. “Las ideologías son un ingrediente fundamental del juego político. En una dictadura basta y sobra con una ideología, la del dictador, pero en una democracia eso no es posible”. Sin embargo, reconoce que los contenidos ideológicos han pasado a segundo plano, “cediendo ante los embates de la mercadotecnia política y las estrategias electorales, que crean imágenes de políticos a conveniencia, tal y como se hace con los productos de consumo”.
En este punto Borge remata reflexionando sobre el desencanto con el político cuando no existe relación entre lo que pregona y la realidad. Al final del camino, la ideología del político “guarda relación con la escolaridad de los electores: un ciudadano con baja escolaridad percibe con menor intensidad la ideología y es presa fácil de la mercadotecnia política”.
Como rama de la filosofía, como el brazo ejecutor de hacer política, la ética es también un concepto que Borge tiene definido. “Alguna vez leí que la ética era al individuo, lo que la moral le era a la sociedad…”. Es claro que el doctor Borge distingue los dos conceptos, pero nos falta hablar cómo en la libertad de elegir nuestra moral podemos equivocarnos, tal como menciona Fernando Savater. Es importante no repetir los errores de nuestra especie.
“Cada pueblo tiene sus propias reglas de comportamiento moral…, son el marco de referencia para el actuar de las personas. Cuando esas reglas no se cumplen, se incurre en una falta de ética que lastima a la moral. La moral es como la sombrilla de un grupo social, bajo la cual debemos movernos para no incurrir en desviaciones de conducta”, comenta Borge Martín. En lo general se coincide, pero, ¿esas reglas morales como se dan?, ¿por orden, por capricho o por costumbre? Es común escuchar: él ya robó, ahora me toca a mí; ¿esto puede tomarse como una costumbre o una regla aceptada?, ¿dónde queda lo malo y lo bueno en el ejemplo?, ¿qué nos diría Kant o Maquiavelo?
No se puede estar en desacuerdo con la siguiente frase del cozumeleño: “la ética de las personas es fundamental para construir una moral social respetable, más que por las reglas, por su cumplimiento. Eso nos da cohesión de pensamiento”.
En este diálogo con el político, el tema de la cultura es algo que le fluye con cierta pasión. Son sus matrices, no una definición de cultura lo que lo hace pensar así: “la cultura puede entenderse como la capacidad que tienen las personas y la sociedad para percibir su entorno, para interpretarlo, para interactuar, para imaginar futuros posibles y marcarle rumbo al devenir de la existencia”.
Él sabe que no hay homogeneidad cultural y que es un cauce normal que exista una constante definición de los perfiles culturales a partir de intercambios o préstamos. Cree en la dinámica cultural, la cual la ve como evolución. También sabe de la diversidad cultural, pero confía en “enriquecer sus valores, en fortalecer su identidad y fomentar una visión compartida de futuro”. Está convencido que esto aplica para el diverso y dinámico Quintana Roo.
En la charla no me sorprende cuando Borge cita al economista Jacques Attali, pues fue su maestro, o cuando desarrolla la teoría del físico Stephen Hawking, pues lo ha leído. Lo que me sorprende es que lo haga un político.
Siempre ha sido partidario de la parejura, aunque sabe que las desigualdades sociales tienen orígenes profundos. Por ello, su idea sobre la educación es congruente: “la educación nos hace más iguales, no en sentido de la ley, sino de lo que las personas somos. Me refiero, no a la desigualdad que resulta de la imperfección de los mecanismos económicos, financieros y fiscales, sino a la desigualdad que hace que el poder se convierta en abuso, la necesidad en incondicionalidad y la diferencia de ingresos en resentimientos”.
Para el que fuera gobernante de Quintana Roo entre 1987 y 1993, la educación debe ser plena, “debe llegar a todos, en todos los niveles, ya que de no ser así, como ocurre en México, se vuelve paradójicamente en un contribuyente de la desigualdad…”. El provenir de una familia que sabía de la escasez y el esfuerzo, lo hace sensible a esas realidades.
En mayo de hace diecinueve años, con la presencia de Carlos Salinas, se creó la Universidad de Quintana Roo. Fue la obra educativa de mayor alcance que se ha realizado en Quintana Roo. Borge la planeó y realizó por que no deseaba que las personas quedaran en desventaja ante un medio que era cada vez más artificial y más adverso, como resultado de la propia acción del hombre.
Desde aquella mañana, cuando Chan Cres nos llevó un regalo, una petición y una invitación, he sabido del doctor Miguel Borge Martín. Nuestro amigo maya nos entregó una pierna de haleb cocida en el pib, nos pidió que le ayudáramos a conseguir un buen trabajo para su hijo y nos invitó a que fuéramos a Xcacal Guardia a conocer al nuevo candidato a Gobernador que iniciaba su campaña; era el que ahora recibirá merecidamente el Honoris Causa.
Ha pasado el tiempo y las ideas han madurado. Para el que admira a Ortega y Gasset, para el que cree en ideologías, en la existencia de una ética y una necesaria moral, para el que la cultura es la esencia y forma de las personas, el reconocimiento académico que se le ofrece está justificado y merecido. Enhorabuena, Doctor.
No es tampoco la intención de presentar a alguien; no hay necesidad, por que él ha obtenido representación en la vida pública. A diferencia de muchos, los micrófonos no le hacen falta. Tal vez el ego, el deseo por aparecer no le sea tan importante; como que le gusta más dar su opinión sobre temas que luego se olvidan en la política, o más bien, quedan subordinadas a la política.
Por una relación que por momentos pasa por lo académico-ideológico-político, y que considero interesante, me animo a escribir.
El doctor Miguel Borge pronto, en unas semanas, recibirá un reconocimiento público: le será otorgado el titulo de Doctor Honoris Causa, por la Universidad de Quintana Roo.
No abundan esos políticos que hacen un esfuerzo por reflexionar sobre su entorno y su relación con él: “se hace política cuando nos trascendemos a nosotros mismos y comenzamos a pensar en los demás, en la sociedad”, dice Borge. Muy clásica la postura, muy aristotélica, ¿pero hoy quién se acuerda de la filosofía? Muy pocos.
Cuando todo en la política parece ser contrario al concepto humano y a las acciones intelectuales, donde todo se apuesta a las consecuencias de los actos, el doctor Borge cree en la ideología. “Las ideologías son un ingrediente fundamental del juego político. En una dictadura basta y sobra con una ideología, la del dictador, pero en una democracia eso no es posible”. Sin embargo, reconoce que los contenidos ideológicos han pasado a segundo plano, “cediendo ante los embates de la mercadotecnia política y las estrategias electorales, que crean imágenes de políticos a conveniencia, tal y como se hace con los productos de consumo”.
En este punto Borge remata reflexionando sobre el desencanto con el político cuando no existe relación entre lo que pregona y la realidad. Al final del camino, la ideología del político “guarda relación con la escolaridad de los electores: un ciudadano con baja escolaridad percibe con menor intensidad la ideología y es presa fácil de la mercadotecnia política”.
Como rama de la filosofía, como el brazo ejecutor de hacer política, la ética es también un concepto que Borge tiene definido. “Alguna vez leí que la ética era al individuo, lo que la moral le era a la sociedad…”. Es claro que el doctor Borge distingue los dos conceptos, pero nos falta hablar cómo en la libertad de elegir nuestra moral podemos equivocarnos, tal como menciona Fernando Savater. Es importante no repetir los errores de nuestra especie.
“Cada pueblo tiene sus propias reglas de comportamiento moral…, son el marco de referencia para el actuar de las personas. Cuando esas reglas no se cumplen, se incurre en una falta de ética que lastima a la moral. La moral es como la sombrilla de un grupo social, bajo la cual debemos movernos para no incurrir en desviaciones de conducta”, comenta Borge Martín. En lo general se coincide, pero, ¿esas reglas morales como se dan?, ¿por orden, por capricho o por costumbre? Es común escuchar: él ya robó, ahora me toca a mí; ¿esto puede tomarse como una costumbre o una regla aceptada?, ¿dónde queda lo malo y lo bueno en el ejemplo?, ¿qué nos diría Kant o Maquiavelo?
No se puede estar en desacuerdo con la siguiente frase del cozumeleño: “la ética de las personas es fundamental para construir una moral social respetable, más que por las reglas, por su cumplimiento. Eso nos da cohesión de pensamiento”.
En este diálogo con el político, el tema de la cultura es algo que le fluye con cierta pasión. Son sus matrices, no una definición de cultura lo que lo hace pensar así: “la cultura puede entenderse como la capacidad que tienen las personas y la sociedad para percibir su entorno, para interpretarlo, para interactuar, para imaginar futuros posibles y marcarle rumbo al devenir de la existencia”.
Él sabe que no hay homogeneidad cultural y que es un cauce normal que exista una constante definición de los perfiles culturales a partir de intercambios o préstamos. Cree en la dinámica cultural, la cual la ve como evolución. También sabe de la diversidad cultural, pero confía en “enriquecer sus valores, en fortalecer su identidad y fomentar una visión compartida de futuro”. Está convencido que esto aplica para el diverso y dinámico Quintana Roo.
En la charla no me sorprende cuando Borge cita al economista Jacques Attali, pues fue su maestro, o cuando desarrolla la teoría del físico Stephen Hawking, pues lo ha leído. Lo que me sorprende es que lo haga un político.
Siempre ha sido partidario de la parejura, aunque sabe que las desigualdades sociales tienen orígenes profundos. Por ello, su idea sobre la educación es congruente: “la educación nos hace más iguales, no en sentido de la ley, sino de lo que las personas somos. Me refiero, no a la desigualdad que resulta de la imperfección de los mecanismos económicos, financieros y fiscales, sino a la desigualdad que hace que el poder se convierta en abuso, la necesidad en incondicionalidad y la diferencia de ingresos en resentimientos”.
Para el que fuera gobernante de Quintana Roo entre 1987 y 1993, la educación debe ser plena, “debe llegar a todos, en todos los niveles, ya que de no ser así, como ocurre en México, se vuelve paradójicamente en un contribuyente de la desigualdad…”. El provenir de una familia que sabía de la escasez y el esfuerzo, lo hace sensible a esas realidades.
En mayo de hace diecinueve años, con la presencia de Carlos Salinas, se creó la Universidad de Quintana Roo. Fue la obra educativa de mayor alcance que se ha realizado en Quintana Roo. Borge la planeó y realizó por que no deseaba que las personas quedaran en desventaja ante un medio que era cada vez más artificial y más adverso, como resultado de la propia acción del hombre.
Desde aquella mañana, cuando Chan Cres nos llevó un regalo, una petición y una invitación, he sabido del doctor Miguel Borge Martín. Nuestro amigo maya nos entregó una pierna de haleb cocida en el pib, nos pidió que le ayudáramos a conseguir un buen trabajo para su hijo y nos invitó a que fuéramos a Xcacal Guardia a conocer al nuevo candidato a Gobernador que iniciaba su campaña; era el que ahora recibirá merecidamente el Honoris Causa.
Ha pasado el tiempo y las ideas han madurado. Para el que admira a Ortega y Gasset, para el que cree en ideologías, en la existencia de una ética y una necesaria moral, para el que la cultura es la esencia y forma de las personas, el reconocimiento académico que se le ofrece está justificado y merecido. Enhorabuena, Doctor.
domingo, 11 de abril de 2010
La selva de los símbolos
¿Cuánto tiempo aguantas el resuello bajo el agua? Ese era uno de nuestros retos preferidos cuando de niños nadábamos en un río o visitábamos la playa cercana. La misma pregunta me hago cuando eventualmente observo en la televisión a algún astronauta haciendo una caminata espacial: ¿cuánto tiempo necesitará para correr y meterse a la nave si se le avería el sistema de oxigenación?
Algo similar me sucedió la semana pasada. Decidí aislarme del mundo, quería saber cuánto tiempo aguanto fuera de él. Nada de cadenas y adicciones tecnológicas a las que nos ha acostumbrado la cotidianeidad del mundo posmoderno. Nada de televisión, de radio, de internet o de teléfono. Preocuparme solamente por comer y conseguir gasolina para el retorno, era la meta.
Durante cuatro días me sumergí en la selva lacandona. Un lugar impresionante por sus recursos naturales y por el nicho cultural representado por elementos del presente y del pasado. Es un lugar que recuerda aquel poema de Baudelaire que comienza así: “La naturaleza es un templo de vivientes pilares que a veces dejan surgir palabras confusas; en él el hombre pasa entre bosques de símbolos que le observan con mirada familiar…”. Hay algo de contemplativo en el texto, tal y lo que experimenté esos días.
Transitar por esa carretera que no tiene bache alguno -pero sí intempestivos topes que te hacen despertar para decirte que te encuentras en un punto extremo del mapa-, que te frena un par de retenes militares y llama la atención igual número de letreros con largos textos que rematan con frases como “los zapatistas somos constructores de sueños y esperanzas”, es una experiencia interesante.
De Palenque para allá el paisaje es de altibajos. Manchones de selva, luego extensos claros producto del trabajo de montería que se registró desde mediados del siglo XIX, de la ganadería de exportación de los años sesentas y del incontenible éxodo y colonización de campesinos tzeltales y tzotziles de los años setentas. Mientras más se avanza, la selva vuelve a ganar presencia con bosques con un dosel de hasta cuarenta metros de altura. Estoy entrando a la Reserva de la Biósfera de Montes Azules.
El objetivo del viaje es conocer las zonas arqueológicas de Yaxchilán y Bonampak y convivir unos días con los lacandones que ahora están organizados en una red de campamentos de ecoturismo. Me hospedo en el campamento Cueva de tejón, unas cabañas elevadas que tienen paredes de miriñaque para que todo el tiempo se observen los árboles y las aves, se duerma viendo las estrellas y la luz primera abra los ojos.
Juan prende la estopa empapada en diesel. Un neumático del auto se había pinchado y ahora tenía que aceptar la rudimentaria técnica para vulcanizarlo. Estoy ahora en el poblado Frontera Corozal, un pueblo sin mayor gracia que fue fundado en 1976 por migrantes choles. En la periferia del pueblo fluye el río Usumacinta y del otro lado es Guatemala. Por aquí, entre 1981 y 1983, pasaron miles de indígenas guatemaltecos huyendo de la muerte, de una guerra que dejó 150 mil cadáveres; ellos habían visto pasar por los aires cientos de quetzales hacia México y fue la señal para huir. Desde entonces la zona comenzó a recibir atención regional e internacional. Estoy en una frontera donde los vecinos no son distantes.
Sorprende la cantidad de lanchas de madera; largas, coloridas y puntiagudas que son impulsadas por flamantes motores Suzuki. Recorro el Usumacinta para llegar a la magnífica Yaxchilán, una zona arqueológica que tuvo su época de gloria entre los años 300 y 800 de nuestra era.
El sitio se encuentra en un meandro del río. Una gran plaza con portentosos edificios y estelas con inscripciones, todo rodeado por una exuberante selva, hacen de Yaxchilán un obligado punto de referencia para entender la antigua historia maya.
Renée y Pocholo trataban de entender tanto simbolismo y buscaban una liga explicativa entre arte y religión. Era tan diferente al arte bizantino que entonces se practicaba en Europa, era la otra cara de la moneda.
Por mi parte, me abstraía e imaginaba el rostro de Teobert Maler cuando visitó el lugar y le dio ese nombre. Mientras avanzábamos lentamente, sin prisa, recordaba a Linda Schele y a Yuri Knorosov, aquellos epigrafistas que descifraron gran cantidad de los glifos que informaban de eventos reales. Ahí estaban las estelas con los soberanos Escudo Jaguar, Pájaro Jaguar y la señora Xoc, esta última con la extraña afición a practicar el sacrificio haciéndose pasar una áspera cuerda por su lengua horadada. Dinteles, estelas, muros…, todo decía algo, era una biblioteca de piedra.
Luego Bonampak. ¿De dónde sacaban tantos colores?, ¿cómo hacían esas mezclas cromáticas? Ahí se muestra, en esos murales, la práctica política, el ejercicio del poder, la estratificación social, el arte y la guerra… Eran seres que no sólo observaban a Venus y adoraban a los dioses, eran crueles guerreros. Un dintel me llamó la especialmente la atención: un guerrero tomaba con rudeza la cabellera del prisionero sometido, postrado, mientras le enterraba su lanza en el corazón..., se sentía la lentitud de la muerte en esa piedra. Bonampak es para volver pronto, con más tiempo, antes de que el Instituto Nacional de Antropología e Historia decida cerrar esas habitaciones a los ojos del mundo. Los frescos se están deteriorando.
La selva. Cuando en 1972 Luis Echeverría les entregó a los pocos lacandones tal inmensidad de bosques fue criticado, sobre todo por los ganaderos: era demasiada tierra que quedaría ociosa para tan pocas manos. Además había excluído del beneficio a tzeltales y choles que ya estaban asentados. Habría que revisar qué fue lo que motivo tal resolución a la luz de las entonces políticas agrarias, intereses petroleros, de los patrones de asentamiento y de las incipientes políticas conservacionistas que evidentemente entraban en contradicción con la explotación irracional de la caoba y demás recursos naturales. Lo cierto es que ahora es un área, de las pocas que quedan en el país con tanta riqueza biótica.
La selva lacandona es impresionante. Luego de conocer los bosques del centro y sur de Quintana Roo, de saber que son de condiciones y características diferentes, se tiene una real comparación de dos tipos de selva. Aquella es muy alta, perennifolia, la segunda más importante en toda Latinoamérica luego de la Amazonia y es, seguramente, un sistema complejo y de gran diversidad.
Ahora entiendo por qué estoy enfermo. Las caminatas en la selva, sofocantes y difíciles, de diez a doce kilómetros diarios, con la playera empapada de un sudor que escurría hasta las piernas, para luego llegar a ríos y cascadas y meterse en esa agua que nunca le da el sol por tanto follaje: fría, fría.
Ahora mi resuello es entrecortado, con ruidos, producto de esos golpes de calor que me dejó ese viaje a la selva. Una selva llena de vegetación y de símbolos.
Aquel poema de Baudelaire terminaba así: “Hay perfumes frescos como carnes de niños… que tienen la expansión de las cosas infinitas, como el ámbar, el almizcle, el benjuí y el incienso, que cantan los transportes del espíritu y los sentido”. Así fue.
Algo similar me sucedió la semana pasada. Decidí aislarme del mundo, quería saber cuánto tiempo aguanto fuera de él. Nada de cadenas y adicciones tecnológicas a las que nos ha acostumbrado la cotidianeidad del mundo posmoderno. Nada de televisión, de radio, de internet o de teléfono. Preocuparme solamente por comer y conseguir gasolina para el retorno, era la meta.
Durante cuatro días me sumergí en la selva lacandona. Un lugar impresionante por sus recursos naturales y por el nicho cultural representado por elementos del presente y del pasado. Es un lugar que recuerda aquel poema de Baudelaire que comienza así: “La naturaleza es un templo de vivientes pilares que a veces dejan surgir palabras confusas; en él el hombre pasa entre bosques de símbolos que le observan con mirada familiar…”. Hay algo de contemplativo en el texto, tal y lo que experimenté esos días.
Transitar por esa carretera que no tiene bache alguno -pero sí intempestivos topes que te hacen despertar para decirte que te encuentras en un punto extremo del mapa-, que te frena un par de retenes militares y llama la atención igual número de letreros con largos textos que rematan con frases como “los zapatistas somos constructores de sueños y esperanzas”, es una experiencia interesante.
De Palenque para allá el paisaje es de altibajos. Manchones de selva, luego extensos claros producto del trabajo de montería que se registró desde mediados del siglo XIX, de la ganadería de exportación de los años sesentas y del incontenible éxodo y colonización de campesinos tzeltales y tzotziles de los años setentas. Mientras más se avanza, la selva vuelve a ganar presencia con bosques con un dosel de hasta cuarenta metros de altura. Estoy entrando a la Reserva de la Biósfera de Montes Azules.
El objetivo del viaje es conocer las zonas arqueológicas de Yaxchilán y Bonampak y convivir unos días con los lacandones que ahora están organizados en una red de campamentos de ecoturismo. Me hospedo en el campamento Cueva de tejón, unas cabañas elevadas que tienen paredes de miriñaque para que todo el tiempo se observen los árboles y las aves, se duerma viendo las estrellas y la luz primera abra los ojos.
Juan prende la estopa empapada en diesel. Un neumático del auto se había pinchado y ahora tenía que aceptar la rudimentaria técnica para vulcanizarlo. Estoy ahora en el poblado Frontera Corozal, un pueblo sin mayor gracia que fue fundado en 1976 por migrantes choles. En la periferia del pueblo fluye el río Usumacinta y del otro lado es Guatemala. Por aquí, entre 1981 y 1983, pasaron miles de indígenas guatemaltecos huyendo de la muerte, de una guerra que dejó 150 mil cadáveres; ellos habían visto pasar por los aires cientos de quetzales hacia México y fue la señal para huir. Desde entonces la zona comenzó a recibir atención regional e internacional. Estoy en una frontera donde los vecinos no son distantes.
Sorprende la cantidad de lanchas de madera; largas, coloridas y puntiagudas que son impulsadas por flamantes motores Suzuki. Recorro el Usumacinta para llegar a la magnífica Yaxchilán, una zona arqueológica que tuvo su época de gloria entre los años 300 y 800 de nuestra era.
El sitio se encuentra en un meandro del río. Una gran plaza con portentosos edificios y estelas con inscripciones, todo rodeado por una exuberante selva, hacen de Yaxchilán un obligado punto de referencia para entender la antigua historia maya.
Renée y Pocholo trataban de entender tanto simbolismo y buscaban una liga explicativa entre arte y religión. Era tan diferente al arte bizantino que entonces se practicaba en Europa, era la otra cara de la moneda.
Por mi parte, me abstraía e imaginaba el rostro de Teobert Maler cuando visitó el lugar y le dio ese nombre. Mientras avanzábamos lentamente, sin prisa, recordaba a Linda Schele y a Yuri Knorosov, aquellos epigrafistas que descifraron gran cantidad de los glifos que informaban de eventos reales. Ahí estaban las estelas con los soberanos Escudo Jaguar, Pájaro Jaguar y la señora Xoc, esta última con la extraña afición a practicar el sacrificio haciéndose pasar una áspera cuerda por su lengua horadada. Dinteles, estelas, muros…, todo decía algo, era una biblioteca de piedra.
Luego Bonampak. ¿De dónde sacaban tantos colores?, ¿cómo hacían esas mezclas cromáticas? Ahí se muestra, en esos murales, la práctica política, el ejercicio del poder, la estratificación social, el arte y la guerra… Eran seres que no sólo observaban a Venus y adoraban a los dioses, eran crueles guerreros. Un dintel me llamó la especialmente la atención: un guerrero tomaba con rudeza la cabellera del prisionero sometido, postrado, mientras le enterraba su lanza en el corazón..., se sentía la lentitud de la muerte en esa piedra. Bonampak es para volver pronto, con más tiempo, antes de que el Instituto Nacional de Antropología e Historia decida cerrar esas habitaciones a los ojos del mundo. Los frescos se están deteriorando.
La selva. Cuando en 1972 Luis Echeverría les entregó a los pocos lacandones tal inmensidad de bosques fue criticado, sobre todo por los ganaderos: era demasiada tierra que quedaría ociosa para tan pocas manos. Además había excluído del beneficio a tzeltales y choles que ya estaban asentados. Habría que revisar qué fue lo que motivo tal resolución a la luz de las entonces políticas agrarias, intereses petroleros, de los patrones de asentamiento y de las incipientes políticas conservacionistas que evidentemente entraban en contradicción con la explotación irracional de la caoba y demás recursos naturales. Lo cierto es que ahora es un área, de las pocas que quedan en el país con tanta riqueza biótica.
La selva lacandona es impresionante. Luego de conocer los bosques del centro y sur de Quintana Roo, de saber que son de condiciones y características diferentes, se tiene una real comparación de dos tipos de selva. Aquella es muy alta, perennifolia, la segunda más importante en toda Latinoamérica luego de la Amazonia y es, seguramente, un sistema complejo y de gran diversidad.
Ahora entiendo por qué estoy enfermo. Las caminatas en la selva, sofocantes y difíciles, de diez a doce kilómetros diarios, con la playera empapada de un sudor que escurría hasta las piernas, para luego llegar a ríos y cascadas y meterse en esa agua que nunca le da el sol por tanto follaje: fría, fría.
Ahora mi resuello es entrecortado, con ruidos, producto de esos golpes de calor que me dejó ese viaje a la selva. Una selva llena de vegetación y de símbolos.
Aquel poema de Baudelaire terminaba así: “Hay perfumes frescos como carnes de niños… que tienen la expansión de las cosas infinitas, como el ámbar, el almizcle, el benjuí y el incienso, que cantan los transportes del espíritu y los sentido”. Así fue.
domingo, 28 de marzo de 2010
Turismo y cultura
A pesar de sus bajos números, les tenía cierta envidia. El campechano hablaba de todas las tareas que tenían que hacer para que este año 250 mil personas visiten su ciudad amurallada y el yucateco, con todo la experiencia que tienen para promocionar sus riquezas, aspira a que medio millón de persones conozcan su estado en el 2010. Cuando, en su momento, expuse que Quintana Roo recibió en 2008, antes de la crisis de la influenza, poco más de ocho millones de turistas, se quedaron sorprendidos…, aunque pronto dibujaron discretas sonrisas por otras ventajas que son suyas.
Ellos no tienen nuestras playas, principal atractivo del turismo masivo, pero tienen un patrimonio edificado en donde nosotros no destacamos.
Quintana Roo tiene un fichero muy escaso de patrimonio arquitectónico. Nuestros monumentos históricos, arqueológicos y artísticos apenas son notorios dentro de los 100 mil que integran el universo del catálogo nacional.
A excepción de la zona arqueológica de Tulum -la que más ingresos aporta a la federación por su número de visitantes y una del sistema de los 13 sitios abiertos en Quintana Roo-, del fuerte militar del siglo XVIII y de la antigua, pero austera iglesia de San Felipe de Bacalar, de la iglesia de Balam Nah en Felipe Carrillo Puerto, de las cada vez más escasas casas de estilo colonial inglés en Chetumal, de los ruinosos templos coloniales de Tihosuco, Sabán, Sacalaca, Xquerol, Chunhuhub, Polyuc, Boca Iglesias, los restos del pueblo de Chichanhá, de la hacienda de Fermín Mundaca y de alguna otra hacienda perdida en los humedales y la selva, no tenemos un portentoso patrimonio arquitectónico que podamos integrar a una seria oferta de turismo cultural.
En Campeche y Yucatán se hacen esfuerzos por afinar el diseño de sus productos turísticos culturales e integrarlos a circuitos o rutas de visitas; tal y como lo hacen en España o Italia. En nuestros estados vecinos, las viviendas y edificios públicos coloniales o neoclásicos, los conventos e iglesias, las haciendas henequeneras, ganaderas o cañeras y los monumentos, se integran perfectamente a ofertas de orden culinario y a manifestaciones del arte popular: danza, música, canto y artesanías.
Ellos aprovechan perfectamente el patrimonio edificado que heredaron de su historia prehispánica y colonial y hacen gala de ingenio al diseñar campañas que promocionan hasta la personalidad amable de sus habitantes cuando los invitan a “pelar el diente” con los visitantes. Ellos trabajan principalmente el modelo de turismo cultural.
Este modelo es la conjunción de una empresa económica y una comunidad receptora del visitante. Se crea un espacio de interacción donde el turista es atraído por lo que ofrece una comunidad y su patrimonio cultural, sea tangible o intangible. Esa relación permite un dialogo entre el visitante y la comunidad y con ello, el intercambio de significados y conceptos del mundo, hace que las mutuas diferencias entren en una perspectiva interesante: ellos vienen a conocer una historia y una cultura diferente y eso ya es una interesante experiencia que se transforma en oferta mundial.
Nuestros 807 hoteles y sus más de 76 mil cuartos nos muestran otra realidad. Indudablemente es un modelo muy exitoso económicamente que hace palidecer cualquier corte de caja en estados del país que se dediquen al turismo.
Los números del turismo en Quintana Roo en el año anterior a la sobredimensionada epidemia de la influenza son impresionantes. Es el estado con mayor cantidad de aeropuertos internacionales, el que tiene más muelles para cruceros, el que recibió un millón 882 mil visitantes en sus zonas arqueológicas y el que registra una derrama económica por más de seis mil millones de dólares.
Pero junto a ese éxito económico sabemos que existen una fuerte corriente migratoria que está integrada por un sector minoritario de población urbana con capacidades certificadas y una gran mayoría de población campesina que simplemente ofrece su fuerza de trabajo por un salario que una jornada milpera jamás le dará: se inicia lo que llaman algunos economistas una acelerada proletarización del campesinado.
El sol, la playa y una comunidad que no ofrece su cultura, sino su fuerza de trabajo, son las características de nuestro modelo turístico.
Del modelo turístico sustentable, aquel de los componentes armoniosos de sociedad, medio ambiente y lo económico, el que podría transformarse en una política de desarrollo a largo plazo, aún no deja de ser un ámbito, una materia de la academia. Existen proyectos, se han dado algunos intentos, pero es muy temprano para una evaluación de esos escasos experimentos y esfuerzos que hacen instituciones como la Universidad de Quintana Roo, comunidades campesinas y algunas organizaciones no gubernamentales.
En Quintana Roo tenemos algunos elementos para que ese modelo prospere. Un medio ambiente con interesantes atributos y productos, más o menos protegido; una cultura de la vida cotidiana que se reproduce en las comunidades campesinas -siempre y cuando sean ellas las que controlen y tomen las decisiones para así evitar efectos negativos- y algunos elementos de la cultura material local.
Hace más de una década, cuando estaba en boga la teoría del modelo sostenible, se había identificado, casi por simple intuición, que en el centro y sur de Quintana Roo existían las condiciones para poner en práctica algunas ideas que nos pusiera en posición de competir con experiencias como la costarricense. Evidentemente no se ha prosperado por causas diversas. Se necesita para este modelo más trabajo, una mayor preparación y capacitación para el diseño de los productos turísticos y sobre todo una participación social que permita un mayor beneficio económico equitativo.
En los estados vecinos le han apostado a un turismo cultural y tienen éxito; en nuestro estado es un éxito el turismo de corte masivo, esa es la realidad. Nos queda hacer un análisis, una reflexión, que nos permita revisar nuestros inventarios culturales propios, los elementos medioambientales y aceptar que el turismo es un fenómeno que llegó para quedarse. Pero también el turismo debe verse como una oportunidad para definir indicadores y metas que tengan que ver con las recomendaciones de un desarrollo humano: mejores condiciones de salud, erradicación de la pobreza y preservar nuestro patrimonio cultural.
Vamos pensando diferente a como lo hacían las ciencias sociales hasta los primeros años de los ochenta del siglo pasado. Se nos puede estar haciendo tarde para diseñar políticas públicas donde nuestro patrimonio sea valorado y adquiera relevancia, sin menoscabo de los derechos culturales de las comunidades y sin afectación de los equilibrios medioambientales. Es necesario hacerlo como una propuesta, no como una imposición, y hay que apurarnos antes que ya nadie quede en los pueblos para escucharnos.
Ellos no tienen nuestras playas, principal atractivo del turismo masivo, pero tienen un patrimonio edificado en donde nosotros no destacamos.
Quintana Roo tiene un fichero muy escaso de patrimonio arquitectónico. Nuestros monumentos históricos, arqueológicos y artísticos apenas son notorios dentro de los 100 mil que integran el universo del catálogo nacional.
A excepción de la zona arqueológica de Tulum -la que más ingresos aporta a la federación por su número de visitantes y una del sistema de los 13 sitios abiertos en Quintana Roo-, del fuerte militar del siglo XVIII y de la antigua, pero austera iglesia de San Felipe de Bacalar, de la iglesia de Balam Nah en Felipe Carrillo Puerto, de las cada vez más escasas casas de estilo colonial inglés en Chetumal, de los ruinosos templos coloniales de Tihosuco, Sabán, Sacalaca, Xquerol, Chunhuhub, Polyuc, Boca Iglesias, los restos del pueblo de Chichanhá, de la hacienda de Fermín Mundaca y de alguna otra hacienda perdida en los humedales y la selva, no tenemos un portentoso patrimonio arquitectónico que podamos integrar a una seria oferta de turismo cultural.
En Campeche y Yucatán se hacen esfuerzos por afinar el diseño de sus productos turísticos culturales e integrarlos a circuitos o rutas de visitas; tal y como lo hacen en España o Italia. En nuestros estados vecinos, las viviendas y edificios públicos coloniales o neoclásicos, los conventos e iglesias, las haciendas henequeneras, ganaderas o cañeras y los monumentos, se integran perfectamente a ofertas de orden culinario y a manifestaciones del arte popular: danza, música, canto y artesanías.
Ellos aprovechan perfectamente el patrimonio edificado que heredaron de su historia prehispánica y colonial y hacen gala de ingenio al diseñar campañas que promocionan hasta la personalidad amable de sus habitantes cuando los invitan a “pelar el diente” con los visitantes. Ellos trabajan principalmente el modelo de turismo cultural.
Este modelo es la conjunción de una empresa económica y una comunidad receptora del visitante. Se crea un espacio de interacción donde el turista es atraído por lo que ofrece una comunidad y su patrimonio cultural, sea tangible o intangible. Esa relación permite un dialogo entre el visitante y la comunidad y con ello, el intercambio de significados y conceptos del mundo, hace que las mutuas diferencias entren en una perspectiva interesante: ellos vienen a conocer una historia y una cultura diferente y eso ya es una interesante experiencia que se transforma en oferta mundial.
Nuestros 807 hoteles y sus más de 76 mil cuartos nos muestran otra realidad. Indudablemente es un modelo muy exitoso económicamente que hace palidecer cualquier corte de caja en estados del país que se dediquen al turismo.
Los números del turismo en Quintana Roo en el año anterior a la sobredimensionada epidemia de la influenza son impresionantes. Es el estado con mayor cantidad de aeropuertos internacionales, el que tiene más muelles para cruceros, el que recibió un millón 882 mil visitantes en sus zonas arqueológicas y el que registra una derrama económica por más de seis mil millones de dólares.
Pero junto a ese éxito económico sabemos que existen una fuerte corriente migratoria que está integrada por un sector minoritario de población urbana con capacidades certificadas y una gran mayoría de población campesina que simplemente ofrece su fuerza de trabajo por un salario que una jornada milpera jamás le dará: se inicia lo que llaman algunos economistas una acelerada proletarización del campesinado.
El sol, la playa y una comunidad que no ofrece su cultura, sino su fuerza de trabajo, son las características de nuestro modelo turístico.
Del modelo turístico sustentable, aquel de los componentes armoniosos de sociedad, medio ambiente y lo económico, el que podría transformarse en una política de desarrollo a largo plazo, aún no deja de ser un ámbito, una materia de la academia. Existen proyectos, se han dado algunos intentos, pero es muy temprano para una evaluación de esos escasos experimentos y esfuerzos que hacen instituciones como la Universidad de Quintana Roo, comunidades campesinas y algunas organizaciones no gubernamentales.
En Quintana Roo tenemos algunos elementos para que ese modelo prospere. Un medio ambiente con interesantes atributos y productos, más o menos protegido; una cultura de la vida cotidiana que se reproduce en las comunidades campesinas -siempre y cuando sean ellas las que controlen y tomen las decisiones para así evitar efectos negativos- y algunos elementos de la cultura material local.
Hace más de una década, cuando estaba en boga la teoría del modelo sostenible, se había identificado, casi por simple intuición, que en el centro y sur de Quintana Roo existían las condiciones para poner en práctica algunas ideas que nos pusiera en posición de competir con experiencias como la costarricense. Evidentemente no se ha prosperado por causas diversas. Se necesita para este modelo más trabajo, una mayor preparación y capacitación para el diseño de los productos turísticos y sobre todo una participación social que permita un mayor beneficio económico equitativo.
En los estados vecinos le han apostado a un turismo cultural y tienen éxito; en nuestro estado es un éxito el turismo de corte masivo, esa es la realidad. Nos queda hacer un análisis, una reflexión, que nos permita revisar nuestros inventarios culturales propios, los elementos medioambientales y aceptar que el turismo es un fenómeno que llegó para quedarse. Pero también el turismo debe verse como una oportunidad para definir indicadores y metas que tengan que ver con las recomendaciones de un desarrollo humano: mejores condiciones de salud, erradicación de la pobreza y preservar nuestro patrimonio cultural.
Vamos pensando diferente a como lo hacían las ciencias sociales hasta los primeros años de los ochenta del siglo pasado. Se nos puede estar haciendo tarde para diseñar políticas públicas donde nuestro patrimonio sea valorado y adquiera relevancia, sin menoscabo de los derechos culturales de las comunidades y sin afectación de los equilibrios medioambientales. Es necesario hacerlo como una propuesta, no como una imposición, y hay que apurarnos antes que ya nadie quede en los pueblos para escucharnos.
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